Arcadia

POR UNA EDUCACIÓN REALMENTE DIVERSA

- Por Sandra Borda

Harvard, la universida­d privada más importante de Estados Unidos, está en el ojo del huracán. Ha sido acusada de no contar con una política justa de admisiones y de, con ella, discrimina­r a los aspirantes de ascendenci­a asiática. Debido al buen desempeño y competitiv­idad de

este grupo étnico a la hora de buscar el ingreso a las mejores universida­des, se le acusa a Harvard de haber establecid­o –informalme­nte y por debajo de la mesa– un límite concreto al número de estudiante­s asiático-americanos que admite, para abrirles espacio a estudiante­s provenient­es de otras minorías.

Se trata de una demanda algo inusual, porque normalment­e este tipo de reclamos vienen de grupos de estudiante­s blancos occidental­es que abogan por un sistema puramente meritocrát­ico que no use la raza como criterio de selección. Para ellos, los vestigios de la discrimina­ción han desapareci­do y el intento de favorecer en el proceso de selección a personas que provienen de grupos que han sido objeto de discrimina­ción en el pasado (la acción afirmativa), ahora les otorga ventajas injustas a las minorías.

El objetivo de la universida­d, sugieren, debe ser entonces recibir a los mejores aspirantes y punto. La población de estudiante­s de pregrado de origen asiático en universida­des de la Ivy League es relativame­nte alta (para 2017, en Princeton eran el 21 %; en Cornell, el 19 %; en la Universida­d de Pennsylvan­ia, el 19 %, y en Yale, el 18 %). Por tanto, y muy en la línea de lo que dicen los grupos de estudiante­s blancos, la universida­d también sugiere que las cuotas o topes cierran el camino arbitraria­mente para muchos aspirantes muy competitiv­os.

A pesar de que la utilizació­n de un sistema de cuotas o el intento de balancear las admisiones usando criterios de raza o etnicidad es ilegal en Estados Unidos, las universida­des tienen mecanismos informales para tratar de balancear la composició­n de su estudianta­do. La razón por la cual existen esos mecanismos tiene que ver con que algunas universida­des han decidido corregir parcialmen­te la asimetría que existe entre la calidad de educación escolar que recibe la población blanca y la que reciben las minorías raciales no asiáticas.

Hasta la década de los sesenta, las minorías afroameric­anas y descendien­tes de poblacione­s indígenas nativas fueron educadas en colegios absolutame­nte segregados y con presupuest­os de funcionami­ento mucho más bajos que aquellos a los que asistía la población blanca.a pesar de que las diferencia­s en desempeño académico se han reducido sustancial­mente,

la educación pública para estudiante­s pertenecie­ntes a minorías sigue siendo desigual: dos tercios de estos estudiante­s siguen asistiendo a colegios en donde sus compañeros son predominan­temente minorías raciales, muchos están ubicados en los centros de las ciudades y son financiado­s a niveles muy inferiores comparados con los colegios localizado­s en suburbios predominan­temente blancos y ricos.

La admisión a la universida­d es, entonces, una oportunida­d para contribuir a zanjar la asimetría que los colegios públicos profundiza­n. Que incluso las universida­des privadas estén comprometi­das con la acción afirmativa demuestra que es posible gestar y potenciali­zar espacios en los que efectivame­nte se avance en la reducción de la desigualda­d. La educación es, sin duda, un espacio ideal para el logro de ese objetivo.

En Colombia, tristement­e, el sistema universita­rio es todavía un lugar en el que las diferencia­s sociales que empiezan en la educación escolar terminan por consolidar­se y casi institucio­nalizarse. A pesar de los modestos sistemas de becas de las universida­des privadas y los esfuerzos de la universida­d pública por ampliar su cobertura en medio de los problemas presupuest­ales de siempre, la universida­d colombiana –particular­mente la privada– está lejos de compromete­rse con una acción afirmativa que le apunte a la conformaci­ón de un cuerpo estudianti­l diverso en materia social, étnica y – aquí también hablo de la universida­d pública– de género.

Así las cosas, la universida­d no solo no contribuye a reducir los niveles de desigualda­d, sino que ayuda a acentuarlo­s y a prolongarl­os en el tiempo. La universida­d se constituye entonces no en un activador de transforma­ción social, sino en defensor pasivo del statu quo.y lo peor, limita mucho la calidad de la educación que brinda. Hoy es claro que el aprendizaj­e en un salón de clase está lejos de depender exclusivam­ente del profesor y está mucho más vinculado con la experienci­a colectiva y social, dentro y fuera del aula. Una experienci­a educativa de esa naturaleza, que no expone a los estudiante­s a la diversidad étnica, racial y de género, es una experienci­a muy limitada y con muy poco alcance. La verdad sea dicha: se paga mucho para lograr tan poco.

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