CUARTA VEZ
Escribí un primer texto sobre Fragmentos, de Doris Salcedo, hace seis meses, cuando la escultura no se había inaugurado todavía y el sitio en que iba a emplazarse estaba en obra. Fui cualquier mañana y le pedí a uno de los constructores que me dejara ver las placas en las que se habían convertido las armas de las Farc, que ya había visto
en fotos. Él requirió que me pusiera un casco para entrar y levantó los cartones que protegían el suelo (creo que eran cartones, no lo recuerdo bien), y vi y toqué con la mano un fragmento, y escribí de manera impresionista e impresionada, bajo la influencia de la imagen. Unos meses después asistí a la inauguración de la obra; recorrí el suelo descubierto y me senté bajo la ruina de los antiguos muros de adobe que le dan otra dimensión. Escribí entonces un segundo texto, publicado en la revista Vice, en el que encomié la magnitud y la elocuencia de la escultura y dudé del discurso que la artista había pronunciado sobre ella. Luego la editora de ARCADIA, como con una extraña corazonada, me encargó un artículo sobre los aspectos de los que yo había recelado: el sentido de la participación de mujeres víctimas de violencia sexual en la elaboración de la obra, y la participación del padecimiento de la violencia sexual en la concepción de la obra. Hice entonces un tercer texto sobre Fragmentos, que se publicó en esta revista el mes pasado.
Entre la segunda y la tercera vez que me detuve a pensar en Fragmentos, me entrevisté con Salcedo y con una de las mujeres que habían martillado las láminas de aluminio cuyas mellas se trasladaron a los moldes en los que se fundieron las armas.al oír sobre el proceso de ellas, me convencí de que el resultado tenía un contenido que yo había sido incapaz de percibir por no estar sintonizada con la experiencia que lo había impulsado.al escribir mi segundo texto había olvidado que el escepticismo es una actitud que debe abrir al crítico a la historia por él desconocida en lugar de hacer que se complazca en la sospecha.
Mi opinión sobre la obra no se alteró: desde el comienzo yo había sabido que
Fragmentos me atraía porque me excedía. Se amplió, en cambio, mi conocimiento de ella. Se activó en mí esa función de la imaginación que depende de la conexión con la vivencia ajena. Fui capaz de concebir que el padecimiento se comunica al trabajo aunque su enunciación sea frustrante. Fui capaz de intuir la influencia de las intenciones. Pensé en mi propio trabajo, en la crítica, y vi que no solo es interrogativo, sino también dramático y narrativo. En la dialéctica que la crítica propone, a veces (si uno insiste más allá de lo que quisiera) se presenta una respuesta por parte del objeto criticado. Entonces puede hacerse una crítica por capítulos –o en varios actos–, a través de la cual se hace explícita la mudanza de la opinión. El interés en el objeto de crítica se convierte en una inversión que sigue produciendo intereses, por usar una metáfora tal vez fea.y la inversión –y con esto ya parece que quisiera hablar como una publicidad bancaria– es la confianza; la fe en que cuando el otro explica su proceso está hablando inevitablemente con la verdad; con su verdad, que siempre se expresa de forma insuficiente pero siempre debe resultar también suficiente.
Después de mi tercer encuentro con la obra de Salcedo pensé que el placer del crítico está en ver la grieta del sentido –y en persuadir a los otros de que existe en el objeto un sentido que se ha pasado por alto–, pero también en dejarse persuadir sobre el sentido que su crítica ha desdeñado. Pensé también –con sorpresa y recibiendo una lección de humildad que aquí podría leerse como autosatisfacción– que entre mi editora, la artista, la martillante y yo –con nuestros encargos, sus hospitalidades, mis peticiones, nuestras entrevistas– nos atrevimos a hacer un proceso de flexibilización que mucho tiene que ver con la paz a la que Fragmentos alude. Y me di cuenta de que fue un proceso entre mujeres, que involucró una confianza entre mujeres.
Si un día escribo sobre la obra por quinta vez, escribiré algo que se me pasó en los textos anteriores: el suelo hecho con las armas es, entre otras cosas, un escudo. En ese texto evocaré el nuevo escudo del colérico Aquiles, que su madre le pide a Hefesto que forje después de que el guerrero ha perdido sus armas. En un famoso pasaje del canto
de la Ilíada, Homero describe el escudo: en él Hefesto figura el mundo entero, en circular movimiento. Con su nuevo escudo, Aquiles sigue haciendo la guerra, pero también es capaz del acto de piedad y proporcionalidad que culmina el poema.