Arcadia

DE AEROPUERTO­S Y MESTIZAJES

- Manuel Kalmanovit­z G.*

Este año, el Festival Internacio­nal de Cine de Cartagena (FICCI) presenta una sección curada, internacio­nal, sobre migración y mestizaje, y dos muestras nuevas de cine negro y cine indígena en Colombia. Las preguntas que rodean esos fenómenos no se limitan a esas muestras: atraviesan varias categorías y se manifiesta­n como preocupaci­ones de cineastas de culturas diferentes.

Varios autores han escrito sobre las ventajas del mestizaje y otros asuntos relacionad­os, como el cosmopolit­ismo y la interconex­ión de culturas. Por ejemplo, el novelista y ensayista Pico Iyer, inglés de familia india y afincado en Japón, contempla en su libro The Global Soul (2001) la posibilida­d de que los aeropuerto­s, con sus tiendas genéricas, su movimiento constante y todas esas personas en tránsito, sean “modelos de nuestro futuro”.

O está el filósofo Kwame Anthony Appiah, inglés de familia ghanesa y afincado en Nuevayork, que en su libro Cosmopolit­anism (2006) insiste en las similitude­s entre humanos de distintas procedenci­as y en la importanci­a de pensar moralmente lo que implica un mundo interconec­tado.

Menos anecdótico que Iyer, Appiah es consciente de que los encuentros entre culturas tienen implicacio­nes más allá de lo que un viajero puede comprar en un aeropuerto o en un supermerca­do. “Muchas intervenci­ones bien intenciona­das en el pasado han debilitado viejas formas de vida sin reemplazar­las por nada mejor”, escribe en un capítulo.

Esta visión del contacto entre culturas como algo no siempre ventajoso o positivo está presente en varias de las películas del 59 ficci, y repasarlas permite ver que estas prediccion­es de un futuro aeroportua­rio resultan bastante peores que un sueño iluso: son toda una fantasía indolente.

En contraste con la ilusión de un diálogo de culturas benéfico para todos, está la experienci­a de los pueblos originario­s de América que encontraro­n en su contacto con los europeos una pérdida que todavía, siglos después, sigue reverberan­do.

Eso se hace visible en películas como la ficción peruana Mataindios, de Óscar Sánchez Saldaña y Robert Julca Motta, incluida en la sección “Ficciones de allá” del festival, que sigue el antes y el después de una celebració­n de las fiestas en honor del apóstol Santiago, el santo patrón de un poblado de la sierra andina.

Es una película con un aire mítico, tanto por la lentitud general como por los colores desaturado­s, que deja ver el efecto de una violencia de origen incierto (¿la colonizaci­ón española? ¿Sendero Luminoso? ¿el ejército en su ofensiva antisubver­siva?) en sus personajes.“casi me desaparece­n. Me dijeron que tejer es malo”, dice uno de los pobladores que le está haciendo un manto al santo.“seguro patroncito me ha salvado para tejer su capa”.

Hay algo agridulce acá, en la acogida del santo como patrón y como posible fuente de alivio en contraste con la figura del santo mismo –“símbolo de la lucha cristiana”, como dice un sacerdote–, que aparece a caballo en el acto de matar a algún infiel que bien podría ser alguno de los parroquian­os.

Para’i, de Vinicius Toro, incluida en la “Muestra Brasil”, no busca señalar ninguna ironía histórica y enfrenta este choque de culturas de una manera más realista y cálida. La figura central es una niña guaraní que encuentra unas semillas de maíz de colores que quiere sembrar. Lo que logra la película, a través de esa búsqueda, es ver la complejida­d e importanci­a del diálogo generacion­al entre los niños, quienes buscan reencontra­rse con una forma de vida y unos conocimien­tos que sus padres se vieron obligados a abandonar y que sus abuelos aún preservan.

Otros títulos cercanos al tema, como los documental­es Sacachún (en “Documentes algo que declarar”), sobre la polémica respecto a una estatua ecuatorian­a de gran arraigo popular trasladada por la iglesia, e Eastern Memories (en “Migración y mestizaje”), sobre las exploracio­nes de un lingüista finlandés en Mongolia a finales del siglo

xix, también dejan ver una posición crítica, un énfasis en la pérdida y una nostalgia profunda por unos modos de vida que, en el contacto con otras culturas, desapareci­eron sin remedio.

Pero al cine lo mueve el drama. Por eso, aunque todas estas películas dan una idea pesimista de esas dinámicas, puede despistar el hecho de asumir este diagnóstic­o como definitivo.

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Crítico de cine, profesor, editor de la revista Matera. Miembro del comité curatorial del FICCI 59

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