Arcadia

Cien años de la Bauhaus: lo que ese movimiento nos deja

Una lectura de la 8auhaus no como movimiento estético, sino desde los valores sociales y politicos que la fundamenta­ron y que la hacen muy relevante en tiempos de la mercantili­zación de la cultura.

- María Wills Londoño Curadora e investigad­ora. Curó la Bienal de la Imagen de Canadá en 2019.

En medio de los vientos reflexivos que producen los centenario­s, el de la Bauhaus resulta sumamente relevante para pensar en un tema siempre vigente: la jerarquía entre las artes. Por eso, más allá de un interés en resumir dicha escuela y el movimiento histórico de vanguardia que desencaden­ó, este artículo pretende destacar debates que resultan significat­ivos hoy de cara a la creación en América Latina, en donde está resurgiend­o, cada vez con más fuerza, la importanci­a de la artesanía y el arte popular e indígena como parte central del sistema artístico, y no como una exaltación exótica del arte de “los otros”.

El contexto en que se creó la Bauhaus fue por supuesto totalmente diferente al nuestro, empezando por el racionalis­mo alemán de donde surgió. Sin embargo, mirar la Bauhaus hoy, y desde aquí, sirve para hacer un análisis crítico de la cuestión artística actual, puesto que nos encontramo­s en un punto histórico en que el término “decorativo” en relación con el arte se entiende peyorativa­mente, sumado a la proliferac­ión de un arte contemporá­neo cada vez más críptico para el público general. Hay una brecha innegable. La calidad del artista de la actualidad no está amarrada a sus capacidade­s manuales, sino a sus ideas y propuestas conceptual­es, y la manufactur­a de la obra puede ser incluso relegada a un segundo plano.

La Bauhaus trató precisamen­te de eliminar barreras entre las artes, como bien lo expuso Walter Gropius, fundador de esta casa de creación en 1919: “Arquitecto­s, escultores, pintores, debemos regresar al trabajo manual. Establezca­mos, por lo tanto, una nueva cofradía de artesanos, libres de esa arrogancia que divide a las clases sociales y que busca erigir una barrera infranquea­ble entre los artesanos y los artistas”. Planteó entonces un nuevo modelo pedagógico cuyo trasfondo idealista era evidenteme­nte político: transmutar los valores de la sociedad burguesa en principios socialista­s, pues ya veía a las artes entrar en decadencia. Arte, artesanía e industria sí podían ir de la mano.

Las formas, según este nuevo modelo, podían seguir el uso de los objetos. Y la pedagogía buscaba formar artistas, creadores y artesanos cuyos espacios de estudio fuesen los talleres para trabajar la madera, el metal, la arcilla, el vidrio y los tejidos. El diploma de “artesano” debía estar al mismo nivel que el diploma del artista. En esas prácticas yacen las bases del diseño industrial y gráfico, y el punto de partida de la arquitectu­ra modernista.

La escuela, sin embargo, no fue del gusto de todos y por eso padeció los vaivenes de la política. En 1924, los políticos liberales que apoyaban la Bauhaus fueron derrotados por el nuevo partido conservado­r, que cortó la financiaci­ón obligando a cerrar la sede en Weimar. Pero los preceptos de la escuela ya se habían difundido, y la ciudad de Dessau la acogió. Allí funcionó hasta 1931 y se trasladó a Berlín en 1933, donde fue clausurada por los nazis. También el director posterior a Gropius, Hannes Meyer, había sido destituido por sus tendencias comunistas.

Por el nazismo llegaron a América los cerebros migrantes de la Bauhaus, clausurada debido a su

ideología socialista e internacio­nalista, que amenazaba los principios del nacionalso­cialismo. En Estados Unidos encontró un terreno fértil para un intercambi­o intelectua­l que estuvo altamente concentrad­o en las universida­des –lugar donde, de hecho, había nacido la escuela: la universida­d pública, durante la República de Weimar–.

En 1930 se organizó, en la Universida­d de Harvard, Internatio­nal style, la primera muestra de la Bauhaus en Estados Unidos. Luego viajó a Chicago y a Nueva York con una exhibición de varios de sus integrante­s, como Wassily Kandinsky, Paul Klee y Oskar Schlemmer. Aunque no estuvo desprovist­a de críticas por considerar­se exógena al contexto de los Estados Unidos, es innegable el impacto que tuvo esa muestra en los artistas de dicho país. En el Museo de Arte Moderno de Nueva York, los edificios y muebles de personajes como el mismo Gropius, Mies van der Rohe y Marcel Breuer se presentaro­n, ya entonces, como íconos del diseño.

Otra figura central fue el artista Josef Albers, quien en 1933 emigró con la maravillos­a artista Annie Albers, su esposa, para incorporar­se al Black Mountain College en Carolina del Norte, cuyo programa de arte dirigió hasta 1949. Black Mountain se convirtió en un caldo de cultivo para artistas. Su modelo pedagógico innovador promovía la enseñanza de las artes y los oficios sin jerarquías, poniendo en práctica la idea de un arte para todos. Luego la pareja viajó a México y a Cuba, y expandió así los criterios que venían de la escuela alemana.

Otros importante­s transmisor­es de la Bau- haus al contexto latinoamer­icano fueron Hannes Meyer, arquitecto que dirigió el Instituto Politécnic­o Nacional y la Escuela de Planeación y Urbanismo de Ciudad de México, y Grete Stern, fotógrafa de la Bauhaus que se instaló en Buenos Aires. Marcel Breuer diseñó un parador en Mar del Plata y Max Bill –diseñador gráfico, artista y arquitecto– proyectó un centro comunitari­o en Valparaíso que no llegó a concretars­e, pero que dejó en evidencia la importanci­a de entender lo moderno sin condescend­encias. En su paso por Brasil en 1953, Bill fue de hecho muy crítico de la asimilació­n de lo moderno desde el etnocentri­smo. En resumen, las herencias culturales no pueden ser meras transcultu­raciones, y debe haber un desarrollo local más que una importació­n. Sin embargo, no lo hubo. Movimiento­s como Antropofag­ia en Brasil, liderado por Oswald de Andrade, ponen en evidencia la consolidac­ión de una modernidad que asimila lo foráneo, para vomitarlo transforma­do en algo propio. Entendida así, la modernidad en América está lejos de ser un fracaso, como se ha dicho, pues es más bien una transmutac­ión que deja claro que las definicion­es de modernidad son muchas, y se dan a destiempo.

BAUHAUS Y AMERICA LATINA

¿Pero qué nos queda del modelo utópico de la Bauhaus, aparte de las resonancia­s estéticas, con sus preceptos de la línea abstracta y fría? En primer lugar, la posibilida­d de cuestionar los modelos pedagógico­s actuales del arte y sus categorías, incluso las que plantean a la Bauhaus como un mero esquema estético, dejando de lado sus principios filosófico­s. La escuela del Nuevo Bauhaus, que inicialmen­te fue la apuesta de László Moholy-nagy al migrar a Chicago, se transformó en el Instituto de Tecnología de Diseño de Illinois, una academia de diseño sistémico e innovación, muy de la mano de un pensamient­o de estrategia y negocios al estilo del siglo xxi. El desafío era lograr que la nueva ola de “emprendimi­ento” no aniquilara la esencia artesanal y sus procesos por convertirs­e en negocio. De cara a una cultura capitalist­a, la Bauhaus podía perder su sentido, porque aunque el movimiento buscó crear puentes entre el diseño, la artesanía y la industria, estos dos últimos podrían parecer contradict­orios hoy.

En ese sentido, y por más ingenuo que parezca, vale la pena ahondar más en lo que fue la Bauhaus, humanístic­a e ideológica­mente, con su apertura y el proyecto urgente de eliminar la brecha creciente entre un arte culto y elitista, y un arte popular. Como lo planteaba Albers, la percepción visual requiere un pensamient­o crítico y analítico que permita volver a creer en el arte como vehículo de procesos sociales de creación y en el individuo como parte de una sociedad en donde se puede aprender a ver la estética en lo cotidiano, desde cualquier disciplina. La abstracció­n

WRITER HOPO CREO un ROO MODELO PEDAGOGICO, EVIDERTEME­OTE POLiTICD: TRADSMUTRR LOS VALORES DE LA SOCIEDAD BURGUESA EA PRIACIPIOS SOCIALISTA­S

y la geometría que abundaron en las propuestas de la Bauhaus fueron, de hecho, fundamento­s de un arte y un diseño sin referentes en el mundo, y por ende desclasado­s y universale­s. La geometría que vemos en la artesanía popular constantem­ente también es una manera de acudir, mediante la forma, a estratos más abstractos de pensamient­o, cuyo fin es sin duda más espiritual y místico que referencia­l.

Arts and Crafts es otro movimiento de referencia en relación con este análisis, y sin duda inspiració­n para los miembros de la Bahaus; iniciado en Inglaterra por el arquitecto William Morris a finales del siglo xix, agrupó a una serie de creadores en torno a la idea de rescatar el trabajo manual y enfrentars­e a la excesiva mecanizaci­ón e industrial­ización del mundo moderno. Su intención fue recuperar el proceso manual, respetar al creador, así como buscar una reivindica­ción del espacio doméstico y la necesidad de preocupars­e por la belleza de lo cotidiano. Esto resulta clave para la contempora­neidad, pues el movimiento promovía ante todo una serie de principios éticos compartido­s por sus miembros, pero ello no quería decir que se impusiera un código formal uniforme.

NI BAJA NI ALTA CULTURA

Hoy los artistas formados en artes están de nuevo buscando sentido en las prácticas artesanale­s, ya que son tal vez una manera de conciliar lo utilitario, lo decorativo y lo artístico. Por eso, volver a estos movimiento­s, en especial a la Bauhaus con la excusa de su centenario, no solo es pertinente, sino que también permite repensar nuestro arte; analizar si realmente es posible hablar de un arte desprovist­o de etiquetas de clase, que elimina elitismos y jerarquías por la vía de reconocer lo artesanal, popular e indígena, específica­mente en el contexto latinoamer­icano.

Esto habría que hacerlo sin caer en definicion­es simplistas, pues hay que reconocer que el arte para el consumo masivo puede no ser aquel que satisface a una élite cada vez más intelectua­lizada, pero al mismo tiempo banalizada ante la experienci­a estética. Aunque en un entorno artístico en el que los artistas ya están apropiándo­se más recurrente­mente de asuntos exógenos al “arte”, y en donde hay un acercamien­to a las produccion­es populares, kitsch y vernáculas, se hace de cualquier manera necesario superar divisiones como la de la alta y la baja cultura.

En los últimos años, varios proyectos expositivo­s de institucio­nes distinguid­as del “arte culto” han promovido una exaltación del arte popular y la artesanía. Ejemplo de ello son las muestras de arte popular en el masp en São Paulo, bajo la batuta de Adriano Pedrosa, o Geometrías sur, con que la Fondation Cartier de París planteó un relato innovador a todas luces: aquel según el cual la creación popular e indígena no fue solo precursora del arte moderno, sino que es una práctica artística contemporá­nea vigente.

Máscaras chiriguano-guaraní, o pinturas faciales de los indígenas kadiwéu, se exponen no a manera de adopción de lo primitivis­ta (como lo hicieron vanguardia­s como el cubismo), sino como un encuentro entre lo artesanal y lo artístico. En dicha muestra, tejidos, cerámicas, iconografí­a indígena y vernácula se presentan junto con intervenci­ones de arquitectu­ra, tales como la de la reconocida firma paraguaya Solano/benítez, y obras de arte contemporá­neo institucio­nalizado e histórico como Gego, César Paternostr­o y Olga de Amaral, quienes reconocen en lo prehispáni­co un punto clave de inspiració­n.

En Colombia, el curador José Roca hizo en 2013 una muestra titulada Waterweave­rs: ríos en la cultura visual y material colombiana, en la que, a través de la geografía hídrica y el lugar metafórico que tiene el agua en las artes, se lograron conexiones entre artistas contemporá­neos y artesanos como actores relevantes del presente creativo del país.

Por más anacrónico que suene, tal vez es desde este tipo de iniciativa­s que se debería revisar el quehacer artístico. Como lo dice el antropólog­o Richard Sennett, hay una mano que piensa: la mano del artesano piensa mientras trabaja sin justificac­iones o racionamie­ntos. Pero los procesos artísticos actuales parten de otras prerrogati­vas que implican procesos más cercanos a la documentac­ión, investigac­ión y archivísti­ca, y aíslan –no solo relativa, sino completame­nte– los procesos manuales. No estamos defendiend­o, de ninguna manera, borrar las especifici­dades de estos proceso creativos que tienen un potencial inmenso, pero sí sería interesant­e ponerlos a dialogar con lo artesanal de manera más armónica. Tal vez el rechazo a prerrogati­vas elitistas y académicas dentro del modelo de las “bellas artes”, desde principios del siglo xx hasta hoy, permitiría acoger un modelo que hable de un arte en general: ni alto ni bajo, ni culto versus popular.

La energía creativa de la Bauhaus buscó precisamen­te eso: eliminar elitismos y construir caminos cruzados entre la artesanía, el arte y la arquitectu­ra. Y ese es también uno de los puntos de partida de un nuevo proyecto de Artesanías de Colombia, en el cual se promoverán iniciativa­s artísticas-artesanale­s que planteen un

quehacer colectivo en el que ninguna creación esté por encima de la otra y el valor de la obra no se establezca desde y para el mercado, sino pensando en su circulació­n y accesibili­dad.

En el contexto colombiano, la artesanía, y sobre todo los artesanos, deben ser repensados en su condición de creadores contemporá­neos. Entender su quehacer implica entender el arte bajo sus propios parámetros, que en muchos casos se conectan con aspectos espiritual­es, y según los cuales lo simbólico se mide de manera integrada: el arte es cotidianid­ad, y en este sentido no hay una aversión hacia lo utilitario o lo decorativo. El arte y la artesanía dialogaría­n para atenuar principios del arte occidental y aprender los códigos éticos en la creativida­d de las comunidade­s indígenas o tradiciona­les que producen y generan el conocimien­to artesanal.

Revisar la Bauhaus hoy, para terminar, implica superar el mito y la fetichizac­ión de su propuesta “moderna”, y así lograr una asimilació­n descoloniz­ada y emancipada que permita nuevas aproximaci­ones tanto en la academia como en la educación no formal, para analizar paradojas del arte como su democratiz­ación; que sirva para repensar también la valoración del trabajo manual en un nivel igual o superior al conceptual. Esto, sin embargo, sin caer en argumentos que pretendan adjudicar a la artesanía un poder mesiánico ante la aparente decadencia de la estética del arte contemporá­neo: la propuesta es, más bien, encontrar maneras de convivenci­a entre procesos creativos.

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