Diez años de música electrónica en Estéreo Picnic
El festival ha apostado por los sonidos electrónicos desde su primera edición, y ha contribuido a fortalecer la escena musical y cultural de Colombia.
Un video de baja calidad enyoutube muestra un escenario, y en él dos hombres, alumbrados por luces verdes titilantes y parpadeos de luces led blancas, están mezclando canciones. Son David y Stephen Dewaele, más conocidos como 2Manydjs, un proyecto de música electrónica nacido en Bélgica en 2002.
El video, grabado precariamente con un celular por alguien que saltaba entre la masa, es de 2010, año en que tuvo lugar la primera edición del Festival Estéreo Picnic, hoy el más grande de Colombia y uno de los más importantes de América Latina, junto al Lollapalooza de Chile o al Vive Latino de México. Ese día de ese año –al principio el festival duraba solo un día–, los asistentes apenas superaban los mil. Pero desde entonces, la apuesta por los sonidos electrónicos ha sido constante, a veces con sonidos más tropicales como el de Bomba Estéreo y Palenke Soultribe, o sonidos latinoamericanos populares como el de Instituto Mexicano del Sonido.
Estéreo Picnic ha sido quizás el mayor desafío de la productora Páramo Presenta, que en ese entonces se dividía entre las productoras T310 y Absent Papa, las cuales llevaban años de experiencia produciendo eventos, haciendo propuestas electrónicas por separado en conciertos en Bogotá y jugándosela con otros festivales como Soma, que también empezó en 2010, y Hermoso Ruido, que surgió dos años después y que se ha convertido en una plataforma muy importante para la escena local de artistas emergentes, representantes de diferentes géneros musicales.
Desde 2010, Estéreo Picnic ha hecho historia en los eventos musicales de Bogotá año tras año, a pesar de haber tenido versiones en que las pérdidas han sobrepasado de tal manera las ganancias que el equipo del festival ha pensado en tirar la toalla de manera definitiva. Como en 2012, cuando trajeron a Caifanes y MGMT para liderar el cartel del festival, una versión en la que cerca del 22 % de los proyectos musicales que se presentaban eran electrónicos.
“Esa mierda fue básicamente apague y vámonos”, confesó hace unos años Sergio Pabón, cofundador del festival, en una de las entrevistas más íntimas que ha dado. Pabón cuenta que esa vez fueron cerca de cuatro mil personas.“no hay claves –dijo en esa entrevista al responder a una pregunta sobre la fórmula ideal para tener éxito en un festival de música masivo–.tiene que ver mucho con el feeling que tengas del mercado; pero, por más que llevemos años en esto, es frecuente que nos equivoquemos.a veces nos sorprenden algunas ediciones en que no esperamos ventas tan positivas, pero hay veces que pensamos que vamos a la fija con un artista y nos va muy mal”.
Con un poco de fe ciega en el proyecto, y el éxito de otros conciertos realizados durante el año, exitosos económicamente –como por ejemplo la primera visita de Justice a Colombia en 2012–, el festival no solo logró sobrevivir, sino que también pudo crecer. Según Pabón, incluir a The Killers y New Order en la edición de 2013 los salvó. En esa ocasión, ocho actos de veintitrés representaban a los sonidos electrónicos, un porcentaje que prácticamente se mantiene todos los años. “Creo que representamos a generaciones jóvenes que estaban cansadas de que la oferta cultural de este país no tuviera nada para ellas; gente que no quiere seguir el camino que traza el establecimiento. Representamos a los jóvenes que estaban buscando otra opción para celebrar la vida”, afirmó Pabón hace unos años.
Sin embargo, el establecimiento al que se refiere él también fue entrando poco a poco al festival con actos como los de Lana del Rey, Calvin Harris y Florence + The Machine. El año pasado, 80.000 asistentes y más de cincuenta artistas escogieron este evento para “celebrar la vida”, que costó cerca de 6,5 millones de dólares. Esa vez la cuota electrónica del festival fue cercana al 27 %. Los asistentes amantes de estos sonidos pudimos ver por primera vez a artistas como The Black Madonna y sus sets cargados de house y techno, reencontrarnos con actos como la hipnosis amazónica de Dengue Dengue Dengue o el sonido ya casi clásico de LCD Soundsystem, que en 2011 protagonizó la fiesta previa a una de las versiones del festival.
Hitos de la electrónica se han presentado en los escenarios del evento. Bandas y artistas como Nine Inch Nails, Systema Solar, Steve Aoki,tiësto, Cut Copy, Mitú, Nicolas Jaar, Major Lazer, Sbtrkt y Rudimental han aportado con sus presentaciones un episodio más para la historia de la música electrónica en Colombia, cuya escena local se nutre de la extranjera y viceversa.
En esta edición el más importante de ellos es tal vez Underworld, liderada por Karl Hyde, que ayudó a definir el concepto de “banda electrónica” desde finales de los años ochenta. Luego del doloroso suicidio de Keith Flint, el vocalista de The Prodigy –otra agrupación fundamental para la historia de la electrónica y que, como Underworld, iba a venir a Colombia por primera vez–, la productora tuvo que hacer algo que parecía imposible: reemplazar al grupo con algo igual o mejor en un mes.y lo lograron con creces.
Underworld encabeza la propuesta electrónica de un cartel que, de hecho, se caracteriza por ser “la primera vez” de algunos en el país: es la primera visita de Jon Hopkins, que vendrá a hacer una presentación en vivo luego de haber lanzado Singularity, uno de sus mejores álbumes hasta el momento; también lo es de dj Koze, líder del sello Pampa Records y uno de los mejores remixeadores actuales, que vendrá a presentarnos uno de sus collages sonoros con un set.
El lado más clásico lo encarna dj Tiësto, uno de los mejores dj de trance del mundo, que repite Estéreo Picnic este año, al igual que Disclosure, que es, al contrario, muy actual y muy escuchado. Y los sonidos electrónicos más conectados con lo que suena en este continente son los de Nicola Cruz y los colombianos Mitú, nombres ya conocidos en los festivales y las pistas de baile de esta ciudad.
En la entrevista citada arriba, Pabón habla de un concierto que partió en dos la historia de la fiesta electrónica: la primera visita de Justice en 2017, esa banda que remixeó 2Manydjs en el primer festival: “¡La gente loca, desaforada como yo jamás había visto! –recuerda él–. ¿Qué putas está pasando acá? Ese día me dije: ‘Bogotá está lista’”. Bogotá, sin embargo, estaba lista desde antes. La fiesta electrónica en esta ciudad no es nueva y no ha parado. Solo sigue creciendo.
BROTES SONOROS
“Lo que debemos perder ahora es este conocimiento insidioso y corrosivo, esta necesidad de recopilar, y continuar. Debemos abrir nuestros cerebros, que han sido detenidos y enchufados con información aleatoria, y una vez más nuestros miembros deben tallar en el aire los patrones de su deseo, no las medidas calibradas y el elegante ritmo enlazado del jazz-funk, sino lo carnal de la liberación total. Debemos hacer de la alegría, una vez más, un crimen contra el Estado”. En su libro Energy Flash, considerado la biblia de la música electrónica, Simon Reynolds, uno de los periodistas y críticos musicales más reconocidos del género, citó este párrafo de su colega Barney Hoskyns porque, según él, cambió por completo su manera de concebir la música.
Hoskyns trató de condensar en pocas líneas una de las lecturas posibles de la música electrónica, específicamente del dance que, más que un género, fue un momento a mediados de los años ochenta: cuando la música electrónica pasó a las pistas de baile. Hoy son, precisamente, las derivaciones de ese momento musical las que dominan las propuestas de festivales como Estéreo Picnic.
Y es que es distinto hablar de la historia de la música electrónica y la de la música y la cultura dance. El origen de la primera puede situarse a principios del siglo xx, si nos ceñimos a su significado literal: música hecha con instrumentos y tecnologías electrónicos. Con esa definición podríamos construir una extensa línea de tiempo que señale instrumentos y referentes clave: desde John Cage hasta la creación de los sintetizadores en los años cincuenta; luego los secuenciadores, las cajas de ritmo; y más adelante, el cambio en las reglas de juego con la llegada de los computadores, que permitieron tecnologías como el sample y midi. Esos son solo algunos de los muchos medios, aparatos y técnicas que hacen que un sonido sea catalogado como “electrónico”.
Aunque sea más corta, la línea del tiempo de la música dance no es menos compleja. Esa rama de la música electrónica surgió del paso de composiciones pensadas únicamente para el placer del escucha a piezas contempladas para las discotecas, que cambiaron las dinámicas de la fiesta y le dieron lugar a conceptos como el rave: ceremonias casi chamánicas, muchas veces ilegales, en las que miles de personas se congregaban alrededor del acid house para bailar durante ocho, diez, doce horas seguidas con los movimientos propios de un delirio provocado por pastillas con mdma. Esa droga se convirtió en el combustible principal de los raves, y acompañó y moldeó esta nueva época musical y a la generación E, como denomina Reynolds en sus libros a los jóvenes que consumieron esa música.
Como brotes sonoros que fluyeron uno tras otro entre finales de los ochenta y mediados de los noventa, podría decirse que la música dance tiene sus orígenes en cuatro lugares, con cuatro etiquetas musicales principales: Detroit con la música techno, Chicago con la música house, Nueva York con el garage house y Londres con el acid house, el subgénero precursor de la movida raver en Europa. Hijos del hip hop y el electro, la música disco, el rhythm and blues y el rock hecho en Manchester, respectivamente, estos géneros tuvieron algo en común: grandes exponentes de estos sonidos que aún hoy siguen llenando espacios y una característica muy propia de la música electrónica: un sonido global que no se ataba necesariamente a un territorio.
El techno de Detroit, inspirado en bandas como Kraftwerk, y con Juan Atkins, Derrick May y Kevin Saunderson, empezó a sonar pronto en clubes de Berlín y otras ciudades europeas, mientras el house de artistas como Frankie Knuckles y bandas como Phuture hacía bailar a las nuevas generaciones inglesas.
A principios de los noventa, el acid house se tomó Inglaterra. Los raves que atravesaban el país estaban saliéndose de control. A veces contaban con la asistencia de hasta 40.000 personas. Carreteras principales, potreros aledaños a las ciudades centrales y hasta el Stonehenge se convirtieron en escenarios propicios para las fiestas. La policía y su represión no tardaron, y muchos raves comenzaron a ser interrumpidos, dejando a veces incluso un saldo de heridos. Los enfrentamientos terminaron con la Ley de Orden Público en 1994, una medida tomada por el gobierno para intentar detener definitivamente la cultura rave en ese país.
El acid house puede llevarse el mérito, si se quiere, de haber generado esa ley, así como de, en compañía de otros géneros electrónicos, poner a bailar a toda una generación y atravesar barreras de clase, género y raza. Por varios años, la generación E sintió que la revolución era posible a partir de esa música; una revolución del goce, de la corporalidad, de nuevas formas de percepción sonora.
“Yo creo que representamos a generaciones jóvenes que estaban cansadas de que la oferta cultural de este país no tuviera nada para ellas”