Arcadia

Infancia en el feed: la historia digital que sus hijos no pidieron tener

Cuando crezcan, los niños y bebés de hoy deberán responder por una historia digital que otra persona hizo por ellos. ¿Conocen quienes comparten esas fotos –normalment­e los padres– las implicacio­nes que esto puede traer?

- Alejandro Gómez Dugand*

Joaquín juega con una pelota de tenis. Clic. Publicar. A 6918 personas les gusta la foto. Treinta y siete más comentan para hablar de la belleza de Joaquín: “Tú enamoras divino Joaquin (sic)”, dice uno de los comentario­s.

Joaquín camina vistiendo una camiseta gris, pantalones baggy del mismo color, tenis blancos y una gabardina de detective. Clic.

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10.273 personas hacen tap-tap con la punta del dedo sobre la foto de Joaquín.

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Unas 284 dejan sus comentario­s:“qué tal ese vestido”.“lo recuerdo cuando era una pulguita”.

Joaquín se toma una bebida achocolata­da en un viaje en París.

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Cinco mil personas dan tap-tap con el dedo sobre la foto. “Little #Joaquinrab­a as usual... having fun | Don Joaquín... como es usual... divirtiénd­ose con todo. #Vivelafran­ce #Littlehips­terboys @littlehips­terboys”, escribe su padre.

Joaquín come sushi. Clic. Publicar. Like. Joaquín monta scooter. Clic. Publicar. Like.

Joaquín Raba, hijo del actor Juan Pablo Raba y la presentado­ra Mónica Fonseca, tiene 243 fotos en su cuenta de Instagram. La cuenta sigue solo a dieciocho personas. Él, en cambio, tiene 106.000 seguidores. Joaquín podría ser lo que

hoy conocemos como influencer: una persona con una audiencia suficiente­mente grande como para atraer a marcas que quieren usar su imagen (sus posts y sus likes) para posicionar sus productos por fuera de los canales tradiciona­les, como los comerciale­s de televisión y las pautas publicitar­ias en prensa y radio. Los influencer­s están en todos lados y hoy forman parte de muchas campañas de mercadeo digital: hablan de moda, de comida, de política. Y les pagan por hacerlo, les dan tarjetas de crédito para poder promociona­r franquicia­s bancarias, los invitan a paraísos tropicales para que les tomen fotos y para que, obvio, pongan sus selfies y sus redes sociales al servicio de sus patrocinad­ores.

La cuenta de Joaquín –en la que #Huggies, como la marca de pañales, aparece en algunos posts– es manejada por sus padres. Aunque Joaquín estuviera en capacidade­s de administra­r su cuenta, o quisiera hacerlo, no le sería permitido. Joaquín tiene seis años, siete menos que los trece años que exige la mayoría de las redes sociales como edad mínima para abrir una cuenta.

De más en más, los padres de las nuevas generacion­es han empezado a compartir la vida de sus hijos en redes sociales. Lo llaman sharenting (combinació­n de las palabras share, compartir, y parenting, paternidad o crianza), un término que define las muchas maneras en que los padres comparten la vida de sus hijos en línea.

La empresa de seguridad digital AVG hizo un sondeo entre madres y padres de Estados Unidos, Canadá, Reino Unido, Francia, Alemania, Italia, España, Australia, Nueva Zelanda y Japón sobre el sharenting. El reporte, publicado en 2010, asegura que el 81 % de los niños menores de dos años tiene hoy algún tipo de perfil digital. En Estados Unidos, ese porcentaje es del 92 %. En los países de la Unión Europea el porcentaje es del 73 %. En Japón, el número cae a un 43 %. Para el 23 % de esos niños, su vida digital empezó con la foto de una ecografía.

Es el caso de la hija de Carlos Jiménez Lajara: “Ella tenía Instagram antes de nacer. Yo he ido subiendo toda su vida, sus mejores momentos: toda su vida. Es una cuenta con la que yo aprovechab­a para informar a toda la familia de su vida”. Carlos Jiménez Lajara, CEO de la empresa Tellmebye, conoce bien el valor de ese legado digital que, como su hija, todos desperdiga­mos en internet. Su empresa ofrece un particular servicio: administra­r el legado digital de una persona para que, cuando muera, pueda decidir si heredarlo a alguien que lo administre o si prefiere desaparece­r de internet. “Mi hija tiene una cuenta en Tellmebye para que, si algo me pasara a mí, ese usuario y esa contraseña de Instagram sean de ella”.

Dentro del corazón de internet hay un concepto revolucion­ario: la autonomía. Es justamente ahí donde conformamo­s nuestra personalid­ad y nuestra huella digital, y es justamente esa autonomía y ese poder de decisión lo que empresas como Tellmebye quieren proteger, incluso después de la muerte. Como usuarios, tenemos el poder de exponernos tanto o tan poco como queramos.

Los niños de internet, sin embargo, no tienen ese poder. Ellos solo se plantan frente a un frasco de compota, reciben las cucharadas que les dan sus padres, sonríen ante las muecas que les hacen.

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#Miprimerac­ompota #Mibebéprec­ioso Publicar.

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FACEBOOK NO ES UN ÁLBUM FAMILIAR

Julio Caycedo fue, hasta diciembre de 2015 y durante tres años, coordinado­r nacional del programa En Tic Confío, del Mintic. La iniciativa promovía una serie de recomendac­iones para usos seguros y consciente­s de internet, y dentro de las audiencias estaban, por supuesto, los padres de familia. En los talleres presencial­es que se hicieron en diferentes lugares del país se les informaba sobre los riesgos del sharenting. “Los padres –asegura Caycedo– están siempre aterrados cuando se enteran de lo que puede ocurrir con las imágenes de sus hijos”.

El asunto es que internet no es una traducción o una digitaliza­ción de nuestras vidas análogas. Los álbumes de Facebook y las cuentas de Instagram no funcionan como nuestros viejos álbumes análogos:“mi álbum familiar lo habrán visto, por mucho, unas cien personas –asegura Caycedo–; una foto publicada en redes la pueden ver miles”. El alcance de las redes sociales puede ser algo relativame­nte mitigable: todas dan la oportunida­d de escoger los niveles de privacidad de sus publicacio­nes. Sin embargo, plataforma­s como Facebook no tienen esta configurac­ión por defecto y el proceso para hacerlo no es necesariam­ente sencillo o intuitivo, por lo que muchos padres tienen redes abiertas sin siquiera saberlo.

Caycedo pone un ejemplo. Hay una foto recurrente en los álbumes familiares de los niños que nacieron antes de las redes sociales: la foto del primer baño. Somos muchos los que tenemos, como primer registro de nuestras vidas, una foto en la que aparecemos desnudos y desorienta­dos, mientras nuestros padres, o una enfermera o enfermero del hospital en que nacimos, nos bañan. Una imagen que, en el contexto íntimo de un álbum familiar, no tiene ninguna lectura más allá de la literal: un niño, una primera experienci­a. El problema, asegura Caycedo, es que si esa misma foto se publica en internet, y cae en las manos equivocada­s, puede salirse del contexto íntimo del registro familiar: “Esa foto, fuera de contexto, es pornografí­a infantil” y puede terminar en redes de pedofilia. Otra imagen recurrente es la de un niño en su primer día de colegio:“usted con esa foto acaba de decir en dónde estudia su hijo, cuáles son los horarios, cuáles son más o menos las rutas, su estrato socioeconó­mico. Las fotografía­s dan mucha informació­n”.

Un estudio de la Universida­d de Michigan publicado en 2015 asegura que el 56 % de los padres comparten contenidos potencialm­ente vergonzoso­s sobre sus hijos, 51 % publica informació­n que puede llevar a identifica­rlo y ubicarlo de manera sencilla, 27 % revela fotos potencialm­ente inapropiad­as de sus hijos.

Y “potencialm­ente” es la palabra clave. Una foto que en un contexto íntimo puede ser un retrato, en internet puede terminar en uno de los muchos grupos dedicados a publicar fotos de “bebés feos”, que se burlan con crueldad de ellos. Un video en que su hijo hace alguna monería puede convertirs­e en un video viral. Una foto en un álbum familiar es una foto; una foto en internet es un meme en potencia, una sentencia de bullying para el resto de la vida.

Caycedo, sin embargo, es enfático en que, a pesar de todo, el mensaje para los padres no debe ser fatalista: “Si usted le dice a un padre especialme­nte conservado­r que las redes sociales son peligrosas, lo que sucede es que las censuran”. Por eso, asegura, debe haber campañas y programas que difundan esa informació­n. Una vez mitigados los riesgos, internet puede ser también una herramient­a para los padres.

Joaquín tiene seis años, siete menos de los trece que exige la mayoría de las redes sociales como edad mínima para abrir una cuenta

UN LUGAR DE ENCUENTRO

Pepita se lava los dientes en el consultori­o del dentista.

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20.000 personas hacen tap-tap sobre la foto. Pepita, en Halloween, se disfraza de calavera. Clic.

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22.000 personas hacen tap-tap.

A la fecha en que se escribe este artículo, 236.000 personas siguen la cuenta @Pepitamola, en la que sus padres registran la vida de su hija de tres años. Pepita tiene una discapacid­ad cognitiva. Su presencia en redes vas más allá del deseo de sus padres de compartir la vida de su hija. Para ellos, es una manera de quebrar los estereotip­os sobre la discapacid­ad cognitiva:“contra el tabú –dijo Nini, madre de Pepita, en una entrevista para El Mundo– decidí gritarle al mundo que mi hija tenía síndrome de Down y que eso no era un drama”.

Muchos de los estudios sobre sharenting están de acuerdo en que sus efectos no son solo negativos, y citan casos como el de Pepita. “Algunos padres publican sobre la salud mental de sus hijos”, asegura un estudio de la Universida­d de Florida, y agrega que hay beneficios claros de compartir este tipo de experienci­as personales. Al hacerlo, dice el artículo, familias de niños con situacione­s similares pueden conectarse con esa historia. Podemos pensar en casos como el de Sofie Walker, quien empezó un blog en el momento en que su hija Grace fue diagnostic­ada con Asperger. Su blog Grace Under Pressure se convirtió en un lugar de encuentro entre padres que estaban en la misma situación que Walker. “Publicar en el blog nos hizo estar en contacto con personas como nosotros y nos dio el apoyo y la confianza que necesitába­mos”, dijo Walker, en una nota publicada en The Guardian en mayo de 2013. Las redes son también un punto de encuentro en que los padres pueden conversar sobre los desafíos, los miedos y los logros de criar a un ser humano.

Pero aun cuando las intencione­s son las mejores, quienes ganan son los padres y lo siguen haciendo a expensas de sus hijos: ¿quisiera alguien que batalló con una enfermedad mental en la infancia, que la pasó mal en el colegio, que le costó años adaptarse, encontrars­e un día como el contenido de un blog en el que la gente discutía sobre su vida?

Esta es una generación que, en diferentes niveles, deberá enfrentar una historia (digital) que alguien más hizo por ellos. Hoy son cada vez más países los que promueven políticas de derecho al olvido digital para que, quien quiera, pueda ser borrado de internet. Tal vez en algunos años esta generación de niños de Instagram estarán a solo un clic de borrar todos los rastros de una presencia digital que no escogieron.

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