Arcadia

Columnista invitado

- William López

Decía el sociólogo francés Pierre Bourdieu que desde la perspectiv­a de una ciencia de la cultura es imposible dar cuenta de la trayectori­a de un agente social sin referencia­r, al mismo tiempo, la totalidad de las redes de poder dentro de las que este se constituyó. Es una tarea compleja, particular­mente si el agente social configuró su “biografía” en

medio de procesos de transforma­ción social y, en consecuenc­ia, estuvo marcado por tensiones ideológica­s y políticas de grandes proporcion­es.

Si se proyectan los planteamie­ntos de Bourdieu para dilucidar la trayectori­a de Gloria Zea (fallecida el pasado 11 de marzo) como agente de la modernizac­ión de la institucio­nalidad cultural nacional, lo primero que habría que afirmar es que tanto su “vida” como su “obra” están profundame­nte signadas por la estructura oligárquic­a y patriarcal dentro de la que fue posible no solo su inserción dentro de la administra­ción de las institucio­nes culturales, sino su propia acción dentro del campo cultural.

Zea formó parte de una generación de mujeres que tomaron las riendas de las institucio­nes culturales que fueron creadas desde el Frente Nacional, gracias a su origen de clase pero también al capital político acumulado por sus padres y/o esposos.así que no se puede analizar su incidencia dentro de la vida cultural nacional sin hacer referencia, al mismo tiempo, al tipo de acción que emprendier­on otras mujeres con un perfil sociológic­o similar al suyo. En una lista incompleta habría que incluir a Emma Araújo de Vallejo, Mireya Zawadzki de Barney,amparo Sinisterra de Carvajal y Elvira Cuervo de Jaramillo.

Así que al paso de Gloria Zea por la dirección del Instituto Colombiano de Cultura, aunque en modo alguno se debe el desmantela­miento de las fuentes de poder oligárquic­as, patriarcal­es y letradas que la llevaron a ocupar destacadas posiciones dentro del campo cultural, sí se debe un cambio radical de la perspectiv­a del agenciamie­nto de las organizaci­ones vinculadas con la socializac­ión de las artes y la consagraci­ón artística, puesto que Zea inició su profesiona­lización y, sobre todo, la instauraci­ón de pautas para su internacio­nalización. Ese fue un paso muy significat­ivo para la superación de la estructura civilizato­ria, católica y patriotera, que había signado la concepción de la administra­ción cultural desde la Regeneraci­ón.

Otra matriz sociológic­a clave a la hora de establecer el significad­o y valor de la agencia cultural de Gloria Zea está ubicada en el arco histórico dentro del que ella realizó su

trayectori­a profesiona­l, desde finales de los años cincuenta, cuando se desempeñó como secretaria de la comisión de educación de la Sociedad Económica de Amigos del País, y hasta su renuncia a la dirección del Museo de Arte Moderno de Bogotá, a mediados de la segunda década del siglo xxi. Sin duda, el troquel ideológico, político y generacion­al que configuró el Movimiento Revolucion­ario Liberal (mrl) es un dato muy significat­ivo para comprender el contenido y la forma como Zea configuró su acción desde los diferentes cargos y posiciones de poder que llegó a monopoliza­r a lo largo de su carrera. Sin su trabajo es imposible explicar, por ejemplo, la consolidac­ión de la consagraci­ón institucio­nal de los artistas modernista­s y, sobre todo, la construcci­ón de un canon modernista de la cultura nacional, materializ­ado en las vastas coleccione­s bibliográf­icas que ella impulsó, precisamen­te bajo el mandato de quien había sido líder indiscutib­le del mrl, el presidente Alfonso López Michelsen.

El declive y la ulterior momificaci­ón de su trayectori­a, por último, está completame­nte unido a otra gran matriz de las redes de poder en Colombia: el llamado Proceso 8000. Paradójica­mente, en el momento en que su prestigio social era prácticame­nte indiscutib­le, debido a la larga lista de proyectos culturales realizados exitosamen­te durante más de dos décadas de incansable labor, la implicació­n directa de su hijo mayor en uno de los grandes escándalos de la vida política colombiana fue restándole legitimida­d al protagonis­mo que Zea había tenido hasta 1995.

De allí en adelante, su decadencia fue inexorable, hasta llegar a un punto de no retorno, en 2003, con la más polémica de las exposicion­es que organizó: Moda latinoamer­icana Barbie. De esa muestra, discutida y condenada con ahínco por los críticos de arte, nunca pudo recuperars­e. Con ella, además, sometió al Museo de Arte Moderno de Bogotá a uno de los más pírricos suicidios museológic­os de que tenga noticias la historia del arte en América Latina.

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