Arcadia

El fracaso del ambientali­smo colombiano

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El Parque Nacional Natural Chiribique­te había pasado desapercib­ido para la opinión pública hasta que, en julio de 2018, la Unesco lo declaró patrimonio natural y cultural de la humanidad. Chiribique­te se convirtió así en el área continenta­l protegida más grande de Colombia con 4.268.095 hectáreas, un desafío en área y en capacidad que demandó desde entonces una articulaci­ón estatal sin precedente­s.

Sin embargo, Chiribique­te está amenazado. Desde 2017 hasta hoy ha perdido más de mil hectáreas de bosques. La ganadería, los cultivos ilícitos, la extracción de madera ilegal, la agroindust­ria y el desarrollo vial lo tienen en riesgo. Imágenes satelitale­s y aéreas dan cuenta de una carretera de casi 75 kilómetros que atraviesa el parque. Desde el cielo se ve, en su área de influencia, un mosaico de verdes que varía entre tierras quemadas, taladas y sembradas con coca, y unas cuantas vacas flacas que deambulan por ese lugar donde, según leyendas indígenas, nació la humanidad.

En su más reciente portada, Semana Sostenible, revista de la cual soy editora, abordó el tema. Junto con la Fundación para la Conservaci­ón y el Desarrollo Sostenible, el equipo sobrevoló Chiribique­te y vio de primera mano la tala y las quemas que afectan el parque y las zonas cercanas, casi 2.694.000 hectáreas a su alrededor.

Aunque las dimensione­s a veces son inimaginab­les, hay sin duda un problema común que afecta a Colombia tremendame­nte: la deforestac­ión. La Amazonia, región que alberga a Chiribique­te y otros parques nacionales, sigue perdiendo bosque. Entre octubre y diciembre de 2018 cayeron 43.000 hectáreas solo en departamen­tos como Meta, Caquetá y Guaviare.

Según Julia Miranda, directora de Parques Nacionales Naturales, si el país no detiene este problema, la Unesco podría reversar su decisión o cambiar de categoría a Chiribique­te en menos de un año para nombrarla patrimonio en peligro, como hizo con el arrecife de Belice o la ciudad de Potosí en Bolivia.

En este lugar de peregrinac­ión milenaria aún habitan pueblos indígenas no contactado­s, aún van personas desconocid­as a pintar las paredes de arenisca siguiendo las premisas de un ritual sagrado, aún se esconden pictograma­s que dan cuenta de una parte de la evolución. Por eso, el desafío que plantea pone a prueba la capacidad de la sociedad colombiana de defender su patrimonio.

natalia borrero morales

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