LA TRANSGRESIÓN DE LO SAGRADO
Afinales de 2018,Angélica Liddell, quien en 2012 fue merecedora del Premio Nacional de Dramaturgia en España, estrenó en Orleans una libre adaptación de la novela La letra escarlata, de Nathaniel Hawthorne, para denunciar y arremeter contra el movimiento #Metoo. En el escenario denunció lo pacato de la actitud de esas mujeres totalitarias que no dudan en condenar “a quienes, con su perversión, nos hicieron más libres”. No bajó todo el asunto de “justicia de revista de peluquería”.
Luego de la inauguración, The New York Times destacó las “diatribas tan misóginas que seguramente costarían un exilio artístico a cualquier intérprete masculino”. Para Liddell, el escenario sigue siendo ese espacio donde se puede ser beligerante, asesino simbólico y vomitador de emociones. En mayo del mismo año, había regresado a los escenarios madrileños luego de cuatro años de ausencia. La obra Esta breve tragedia de la carne, cuyas boletas se vendieron con meses de anticipación, comenzó con Liddell sobre una mesa introduciéndose un dildo en la vagina. Mientras tanto, salía sangre de su boca.
“En mi sueño aprieto falos como ramos de flores.ya sabes que el deseo siempre es puritano. La virtud, más excitante que el vicio”, subraya en Una costilla sobre la mesa (2018). Dentro de esta lógica de pensamiento impera esa dualidad del sentido literario que de manera tan salvaje y desgarrada se desprende de los cuatro textos reunidos en Ciclo de resurrecciones. La extrañeza surge de la necesidad de la voz poética de los cuatro escritos en convertirse en la voz de lo que parece ser una especie de Esposa de Cristo, la Amada, que busca al Amante en las calles solitarias de la ciudad, como lo hace el amante que busca al amado perdido y reencontrado en el Cantar de los Cantares, que no deja de ser una semilla de la poesía mística, y el acercamiento amoroso, con todas las dificultades que esto implica, al amor del dios teologal.
El lector desprevenido puede tener la impresión de que la poesía religiosa, o la poesía mística directamente, se desarrolla desde una temática complaciente y tranquila. Nada puede ser más lejano, siendo la mística precisamente uno de los discursos más transgresores en la historia de la poesía occidental. Cuando se siente amor por el Amado, se debe tener así mismo la cautela del sentido que se le quiere dar a ese amor. La transgresión del lenguaje consiste en la tendencia de llevar el sentido de las palabras hasta el límite de su capacidad significativa. A diferencia del teólogo, el místico habla del dios del cual ha participado en una experiencia. Dentro del libro de Liddell, la complejidad de su escritura y la complejidad de sus imágenes parecerían estar dirigidas a descubrir a un nuevo dios, es decir, un nuevo espacio de lo sagrado, pero teniendo como telón de fondo la explicitación del lenguaje: lo único de lo que las monjas místicas nunca gozaron.
Los textos de Liddell proponen una nueva manera de experienciar lo sagrado: la convergencia desde un mundo que busca y necesita para completarse, pero al mismo tiempo la maldición del cuerpo que se muere, del amor que se pierde, de la incompletud que acompaña siempre al ser humano en su búsqueda. Este libro no dejará indiferente a quien decida leerlo, precisamente por lo complejo que resulta llegar a una conclusión. No es el encuentro con el vacío, con lo apofático, pero tampoco contamos con la certeza de algo que se llena, o cumple, o establece un nuevo orden. En este gris está precisamente la experiencia lectora.
Pueda ser que lo más transgresor que Liddell propone sea volver sobre el lenguaje místico como creador de nuevas realidades. No es el mismo misticismo de santa Teresa o de san Juan: es el misticismo que ha vivido el siglo xx y busca de nuevo la palabra luminosa en la construcción poética del deseo.y la conjunción de estos espacios aparentemente lejanos son los que, como una mandorla, nos enseñan nuevas (aunque viejas) formas de leer el mundo.