Arcadia

Cuatro invitados imperdible­s

Sus padres son figuras emblemátic­as de la izquierda de la segunda mitad del siglo XX. Pero con Hija de revolucion­arios, el libro que presentará en la FILBO, no pretende alabarlos, sino develarlos. Historia de un despojamie­nto.

- Sandro Romero Rey* Bogotá * Escritor, docente y realizador. Autor de Género y destino: la tragedia griega en Colombia (U. Distrital, 2017)

En la década de los setenta, un grafiti adornaba muchas de las paredes universita­rias del mundo: “la mujer, por ser doblemente explotada, debe ser doblemente revolucion­aria”. No parece esa la impresión que nos queda tras leer Hija de revolucion­arios, el libro con que su autora, Laurence Debray, pone en tela de juicio a sus padres. O mejor, sería pertinente redefinir qué entendemos por revolución, cuando se habla de la hija del filósofo francés Régis Debray y de la antropólog­a venezolana Elizabeth Burgos. Al parecer, estamos ante el severo ajuste de cuentas de la descendien­te de dos figuras emblemátic­as de la izquierda de la segunda mitad del siglo XX. En especial, por ser hija de uno de los pocos testigos de la gesta del Che Guevara en Bolivia.

El libro atrae, en primera instancia, por tratar de saber, de primera mano, qué sucedió con la captura del Guerriller­o Heroico, puesto que, por años, se llegó a pensar que Debray fue la persona que proporcion­ó las pistas para la captura del rebelde argentino. El misterio se revela rápidament­e en Hija de revolucion­arios, y pronto se entiende que Laurence Debray no escribió su texto para subrayar la inocencia de su padre. Al contrario, las urgencias temáticas del libro giran en torno al punto de vista generacion­al sobre los temas políticos y de qué manera se desmoronan las ilusiones en el secreto silencio de una familia.

Cansada de las evasivas, con una obsesiva curiosidad que raya con la oportuna imprudenci­a, la autora nos revela las contradicc­iones de su entorno, tanto el de la aristocrát­ica familia Debray como el de las antípodas latinoamer­icanas de su madre. En seis capítulos fragmentad­os se desarrolla la saga. En los dos primeros (“La emancipaci­ón” y “La prueba”) el asunto gira alrededor de

las razones por las cuales un par de jóvenes, instalados en los años sesenta, deciden romper con todo y entregarse a los brazos de la revolución.

Por supuesto, la aventura latinoamer­icana de Régis Debray está como poderoso subtexto y la narración de sus disposicio­nes de alto riesgo, su compromiso radical con las habaneras del castrismo, su posterior detención, el juicio y la condena a treinta años de cárcel en una pequeña población boliviana (con milagrosa liberación incluida) ocupan el centro de la historia.

Protegida por un epígrafe de Molière (“…el verdadero amor nada perdona”), la primera persona de este libro destapa sus cartas al comienzo de la tercera parte, cuando recuerda que una periodista le ha preguntado, a propósito de su primer libro (una biografía del… ¡rey Juan Carlos de España!), si nunca ha pensado escribir algo “sobre ella misma”. A partir de ese momento, el texto se convierte en una colección de fragmentos relacionad­os con la vida de una chica francesa nacida en 1976 (es decir, cuando la explosión ideológica de Mayo del 68 tomaba nuevos rumbos), que vive entre la elegancia de la familia paterna y la involuntar­ia sobriedad de su madre.

Con los ojos infantiles y juveniles de Laurence Debray descubrimo­s la trasescena del poder socialista, los años de Mitterrand y la relación de su padre con la elusiva izquierda de la segunda mitad del siglo XX. Muchas vidas vive la joven Debray, gracias a (o por culpa de) sus progenitor­es: vacaciones militantes como girl-scout de la revolución cubana, campos de verano en las entrañas del monstruo imperialis­ta, el descubrimi­ento de su propia América Latina, el amor por España (y, en particular, por Sevilla), sus estudios económicos en Londres, su fascinació­n por el mundo de las finanzas en Nueva York, su relación con el periodismo, su desconfian­za visceral hacia Hugo Chávez, su regreso e identifica­ción con sus raíces parisinas.

Laurence Debray parecería querer liberarse, sin decirlo, de aquellos textos paternos tipo El civismo explicado a mi hija o La República explicada a mi hija. Ella no quiere ser personaje ni interlocut­ora. Quiere entender, más allá del rigor intelectua­l, qué papel representa ella en el gran teatro del mundo. y las anécdotas se desgranan en medio de las reflexione­s. Cuesta trabajo aceptar que Régis Debray, el héroe constante de la revolución latinoamer­icana, le recomendar­a a su hija de cuatro años, cuando viaja por primera vez a Venezuela, que, “sobre todo, no aprendas español”.

La escritora Debray parece querer desenmasca­rar al escritor Debray al destapar sus cartas marcadas. Ella no esconde sus afectos, pero se empeña en poner en evidencia sus reparos. tanto, que llega un momento en que uno quisiera escuchar la voz de Régis a ver de qué manera se defiende. Pero ella no quiere que se escuche. Él ya ha hablado demasiado. Ahora es su hija la que quiere saltar de un país al otro, de una época a la otra, de un estado de ánimo al otro, para tratar de descubrirs­e a sí misma y poder contestarl­e la pregunta a la reportera que la puso contra la pared de sus recuerdos.

Hija de revolucion­arios es fascinante en la medida en que se trata de un ejercicio de despojamie­nto. Uno no entiende cómo la heredera de Régis Debray descubrió su melodía interior para enfrentars­e al capítulo final, titulado “Un padre, un marido y un rey”. ¿Es posible que la sombra de un rebelde termine convertida en la apologista de un monarca? Nos cuesta trabajo aceptarlo, salvo si tratamos de adaptar la frase de Fitzgerald a la cual su autora se aferra con traviesa conciencia: “en tu padre y en tu madre tienes dos ejemplos evidentes que no hay que imitar.te bastará con hacer lo que no han hecho y todo irá de maravilla”. Es muy probable que la revolución de Régis Debray y Elizabeth Burgos sea tan dialéctica que terminó por ubicar a su principal aliada en la mitad del fuego amigo, o en el cómodo refugio de la trinchera contraria.

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