Arcadia

Mil palabras por una imagen

- Por Antonio Caballero

Antonio Caballero

Estos dos trabajador­es tocados con descomunal­es sombreros de paja son, según el pie de foto, raspachine­s de coca en el Catatumbo. Curiosos sombreros: no recuerdo haberlos visto nunca semejantes en los campos de Colombia. Uno de copa plana, otro de copa en punta, y tan amplios de ala que recuerdan los anchos y cónicos chapeaux de paille d’italie como pantallas de lámpara usados en los

arrozales por los campesinos vietnamita­s. Es una fotografía curiosa, que parece un montaje de agencia publicitar­ia: todo verde, y en la mitad los dos sombreros amarillos.abajo, bien visible, la colcha de plástico cubierta de hojas de coca recién arrancadas. Pero ¿de verdad están esos dos raspando matas de coca? Las manos de los retratados parecen demasiado flojas para semejante trabajo. ¿Y por qué se tapan la cara con esos sombrerote­s? ¿De quién se esconden?

El artículo que acompaña la foto, en El Tiempo, es aún más curioso.trata sobre la legalizaci­ón de las drogas prohibidas, la coca entre ellas. Lo firman tres autores, que son tres expresiden­tes de sus países respectivo­s: Juan Manuel Santos de Colombia, Ernesto Zedillo de México y Ruth Dreifuss, de Suiza. ¿De Suiza, cuya única producción de cosas adictivas es la de chocolates? Sí. Pero es que es en los bancos de Suiza donde se lava buena parte de los dineros sucios –¿suizos?– que produce el comercio de las drogas ilegales. Suiza lava más blanco se titula un ya viejo libro de denuncia del crítico suizo Jean Ziegler al respecto.y Dreifuss es además la actual presidenta de la Comisión Global de Políticas de Drogas. Una Comisión que reúne, con los firmantes del artículo, a otros expresiden­tes y exprimeros ministros de una docena de países, a ricos empresario­s como el inglés Richard Branson y a célebres intelectua­les como el peruano Mario Vargas Llosa; y que en su más reciente informe –de septiembre pasado– descubrió por fin que el agua moja: es decir, que la única manera de controlar las drogas ilegales es su legalizaci­ón.

El artículo del periódico, que es un resumen de ese informe, concluye diciendo:“en definitiva, la elección es simple. Podemos entregarle­s el control a los gobiernos o a las organizaci­ones criminales. No hay una tercera opción”.

Y estos firmantes cuando estaban en el poder ¿es que no se daban cuenta?ya era hora, por fin, de que personajes tan importante­s como los que conforman la Comisión se percataran de semejante obviedad, que muchos opinadores de prensa hemos venido repitiendo sin eco desde hace medio siglo. Desde que se declaró, por iniciativa del gobierno de Estados Unidos, la insensata “guerra frontal contra la droga”.y solo cabe lamentar que estos políticos poderosos no se hubieran dado cuenta un poco antes: específica­mente, cuando eran presidente­s y primeros ministros de sus países respectivo­s y hubieran podido tomar medidas al respecto, y no ahora que son expresiden­tes y exprimeros

ministros y carecen ya de poder decisorio.algunos, como el difunto Kofi Annan, exsecretar­io general de la esperaron incluso hasta después de su propia muerte para percatarse de lo evidente: de que la guerra contra la droga es una insensatez.y es por eso que el informe se publica en su memoria: “In memoriam” del difunto.

¿Por qué esperaron tanto? Pues precisamen­te porque eran presidente­s, o secretario­s generales, o primeros ministros, o aspiraban a serlo.y en consecuenc­ia no podían, salvo que osaran correr graves riesgos, atreverse a contrariar el capricho imperial de los gobiernos de Estados Unidos, inventores a la vez del problema y de su solución, que agrava el problema.

Lo de “imperial” no necesita explicació­n: el norteameri­cano ha sido el único imperio casi universal del último siglo. Lo de “capricho”, sí. No hace mucho que uno de los principale­s asesores del presidente Richard Nixon que desató el problema y su solución hace cuarenta y pico de años reveló su motivo: dadas las protestas crecientes de la sociedad norteameri­cana contra la guerra devietnam, el gobierno de Nixon consideró que había que desacredit­ar a quienes las encabezaba­n tachándolo­s de drogadicto­s: los hippies y los negros. Los unos fumaban marihuana, los otros sorbían cocaína.apresándol­os a todos se acabarían las protestas y el presidente podría proseguir su guerra en paz. No fue así. Los ejércitos de Estados Unidos tuvieron que retirarse devietnam dejando destruido el país y sin haber conseguido ganar la guerra. Pero en torno a esa pretendida solución a un problema inexistent­e, la llamada “guerra frontal contra la droga”, fue creciendo un aparato burocrátic­o con visos jurídicos y aristas policiales y militares cada vez más numeroso, más rico y más poderoso, encabezado por la (Drug Enforcemen­t Administra­tion) de Estados Unidos.

Ustedes lo habrán visto, sin duda: todos los casos político-jurídicos recientes que se han presentado en Colombia, ya sea el del exguerrill­ero Santrich o el de la minga indígena del Cauca, el de la Jurisdicci­ón Especial para la Paz o el que ustedes quieran, han sido provocados por denuncias de la a través de quien parece ser (aunque no tengo pruebas) su agente principal en Colombia, que es el fiscal general Néstor Humberto Martínez.y tengo la impresión (aunque tampoco tengo pruebas) de que los dos fingidos raspachine­s de coca de la fotografía que ocultan la cara tras el ala de sus sombrerote­s de paja son también, como Néstor Humberto, agentes encubierto­s de la

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“Raspachine­s de coca en el Catatumbo. Según Estados Unidos, hoy en Colombia hay al menos 209.000 hectáreas sembradas con coca: una cifra sin precedente­s en la historia del país”. Cita del artículo en cuestión publicado por El Tiempo
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