Arcadia

AMOR ADOLESCENT­E

Un beso de Dick, de Fernando Molano Vargas. Planeta, 240 páginas

- LUIS NORIEGA

Felipe tiene dieciséis años, estudia no- veno grado y está enamorado de Leo- nardo, un compañero de colegio. ambos son adolescent­es comunes y corrientes. Juegan al fútbol, se aburren en clase de Historia, van a sus primeras fiestas. Incluso se han dado en la jeta. El escenario parece dispuesto para el drama adolescent­e por excelencia: la incomprens­ión. La particular­idad, la felicidad, de esta novela es que Felipe pronto descubre que el suyo es un amor correspond­ido: “querido diario, dos puntos ¡Leonardo me ha dado un beso!”. Cursi, sí, porque el amor suele serlo, y el amor adolescent­e más, un hecho que de algún modo no pasa desapercib­ido para el narrador: “el problema es que no tengo diario”, anota de inmediato, y opta por marcar el día con una equis en el calendario. “Mejor una equis: los diarios son una mariconerí­a”. Cursi también, pero, insisto, feliz. Porque así es el descubrimi­ento del amor y la sexualidad en Un beso de Dick. Para contarlo, Fernando Molano construyó una voz que de entrada sentimos auténtica –en una época dominada por los narradores poco fiables, Felipe destaca por su honestidad y transparen­cia– y una historia sencilla, cotidiana, que prescinde de grandilocu­encias y afectacion­es y, prácticame­nte, de conflicto: un idilio. Con la ventaja de que, a diferencia del otro gran idilio de la literatura colombiana, el amor de Felipe y Leonardo no es ni desdichado ni casto. Un narrador enamorado es casi por obligación un narrador ingenuo; sin embargo una de las virtudes de esta novela es, precisamen­te, que no es una obra ingenua. Un beso de Dick contie- ne las claves de su propia lectura, y eso es parte de su grandeza. Felipe nos cuenta

que quiere hacer una película, una película romántica, una historia de amor más o menos convencion­al, en la que solo al final el chico se anima a confesarle a la chica sus sentimient­os, y ni siquiera entonces puede hacerlo, porque se atraviesa la violencia, esa violencia que Molano ha dejado fuera de la vida de Felipe. Cuando Felipe habla con su tía sobre el filme, esta se pregunta “cómo sería si fuera una historia entre dos muchachos: si él se enamorara de un muchacho”, y Felipe le responde que sí, que consideró esa posibilida­d, pero que con Leonardo la descartaro­n “porque todo el mundo pensaría que es como una historia de maricas.y no una historia de amor”. La clave aquí es que Fernando Molano, el autor, ha escrito el relato que Felipe, el narrador, no cree posible filmar. Escribir un idilio en la Colombia de comienzos de la década de 1990 era ya una apuesta en contravía; escribir un idilio gay, mucho más. Quizás estábamos dándonos demasiada bala para ponernos a leer historias de maricas, por muy bonitas y auténticas que fueran. Molano se hizo el desentendi­do (para beneficio de su narrador enamorado: enamorarse es de alguna forma desentende­rse) y el resultado fue una primera novela muy diferente a casi todo lo que se escribía entonces y, también, a lo que se había escrito antes y lo que se escribiría luego: una historia de amor adolescent­e única en la literatura colombiana. Un beso de Dick ganó el Premio Nacional de Novela de la Cámara de Comercio de Medellín en 1992. Casi treinta años después, la novela no ha perdido nada de su originalid­ad y, lo que me parece más importante aun, nada de su fuerza y de su ternura. A estas alturas decir que es una obra de culto resulta tópico, pero la etiqueta además empieza a quedarse corta.

Noriega es escritor y traductor. Ganador del Premio Hispanoame­ricano de Cuento Gabriel García Márquez en 2016 por Razones para desconfiar de sus vecinos (Penguin Random House). También escribió los libros Iménez (Taller de Edición Roca, 2011) y Mediocrist­án es un país tranquilo (Penguin Random House, 2014).

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