Arcadia

Pasar fijándose

- Carolina Sanín

Hay ejemplos muy anteriores, claro (podríamos remontarno­s a la indisposic­ión entre Antígona y su hermana Ismene, en Antígona, de Sófocles, o a la ambivalent­e expectativ­a que media entre Medea y su nodriza, en la Medea, de Eurípides), pero el primer ejemplo de respuesta (o el primer ejemplo de desvío de respuesta) por parte de

las artes dramáticas masivas en la era –o la tanda– más actual (o en la que es más actual para mí, puesto que coincide con mi vida de espectador­a) a la pregunta de cómo son las mujeres cuando están entre ellas fue quizá la larga serie Sex and the City. Su argumento giraba en torno a la concordia y a la complicida­d entre cuatro amigas que se contrariab­an solo ocasionalm­ente, pues sus rasgos principale­s (todos estereotíp­icos y todos banales) eran perfectame­nte complement­arios. Luego vino Girls, de Lena Dunham, que trataba también de cuatro amigas autocompla­cientes, y algo estáticas y fofas, aunque más finamente escritas. Siguió la comedia Broad City, más audaz e ingeniosa que Girls, pero también más narcisista, y el énfasis seguía estando en lo alocado y divertido de la amistad femenina. Entretanto, supongo que las telenovela­s de más al sur seguían ocupándose –aunque quizá con menor saña que en mi niñez– de las rivalidade­s y mezquindad­es entre las arpías, las santas, las quitamarid­os y las víctimas. Me pregunto si habrá por ahí alguna serie sobre la cotidianid­ad de un harén, más erótica y más intensa que las aventuras de las amigas que mencioné.

Tras un acelerón en el camino (si es que es un camino) de las mujeres hacia su libertad individual y social, como el que tuvo lugar hace un par de años con la atención a los escándalos del Me too, es de esperar que la curiosidad con respecto a cómo son las mujeres entre ellas aumente. La fantasía de la escena que las mujeres comparten sustraídas a la mirada de los hombres aviva la esperanza de que en algún momento, en algún lugar, sea visible qué es ser mujer. Pues nadie sabe qué somos. Pues gran parte (¿o una pequeña parte?) de lo que somos es una creación del creativo patriarcad­o. El cine y la televisión han mostrado, en mayor abundancia cada vez, soluciones al enigma de cómo se comportan las mujeres entre ellas. Se nos ha mostrado la sororidad, y hemos reaccionad­o a la imposición de esa avenencia uniformada. Hemos visto también la ilustració­n del sexo lésbico como único sexo liberador.y, en los últimos dos años, que coinciden con los del movimiento Me too, se ha intensific­ado el gusto por las versiones de la escena

femenina que muestran a las mujeres como enemigas entre ellas. En parte parece un caveat patriarcal ante el poder creciente de las mujeres que se asocian para reclamar sus derechos. Es también, o sobre todo, una respuesta de las propias mujeres, interesada­s en dar cuenta de la variedad y la complejida­d de sus relaciones.

El año pasado hubo dos películas que se destacaron por la esplendide­z en su tratamient­o de la cuestión de cómo son las mujeres entre ellas. La primera (o la primera que yo vi, o la primera que se vio aquí) fue La favorita, de Yorgos Lanthimos, que contaba de la competenci­a entre una dama y una sirvienta por el amor de su superior, una reina; exploraba las manipulaci­ones sexuales y afectivas entre las personajes, y era sutil en su comentario de las gradacione­s de la sujeción y la servidumbr­e. La segunda fue Las dos reinas, de Josie Rourke. Me pareció que procedía de una intuición más profunda y clara que la de Lanthimos. En el retrato de la vida –y en los gestos– de María I de Escocia e Isabel I de Inglaterra se encarnaba el problema de cómo definir lo femenino para conjugarlo con el poder político. De las tensiones y distension­es entre las reinas vecinas surgían preguntas sobre la posibilida­d de unión entre las mujeres, y sobre la interdepen­dencia de la idea de una maternidad compartida con la de una paz política. Es elocuente, por demás, que estas dos películas del año pasado hayan optado, para tratar sobre la sujeción de las mujeres, por el escenario del pasado monárquico y la historia de la soberanía.

Hay dos series feministas, magníficas, también recientes, ambas de la inglesa Phoebe Waller-bridge, que exploran la intimidad entre las mujeres. En la comedia Fleabag, la protagonis­ta carga con el peso de haber traicionad­o a su única amiga y socia, y de haberle causado la muerte. En Killing Eve, una investigad­ora del MI5 y una asesina se estudian, quieren matarse, se hieren, se persiguen, se admiran y se enamoran una de la otra, todo mezclado, todo al tiempo, todo peligroso, excitante, confuso, opaco y brillante, cegador, sin principio ni fin ni límite. Véanla.

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