LA CIVILIZACIÓN NEGADA
Hace doscientos cincuenta años, Humboldt sento las bases de teorias cruciales en la historia del pensamiento cientifico. Sin Embargo, quizas el mismo habira propuesto hoy poner en cuestion su leagado
¿Qué más se puede decir sobre Humboldt y su obra?”, se pregunta el historiador de la ciencia Mauricio Nieto. Entre Humboldt y nosotros existen doscientos cincuenta años de ciencia. Entre él y nosotros está Darwin con su idea de la evolución, está Einstein y la teoría de la relatividad, están Rosalind Franklin, James D. Watson y Francis Crick con el descubrimiento de la doble molécula de adn que nos codifica. Hoy un niño de colegio tiene acceso a ideas que a Humboldt ni siquiera se le cruzaron en sueños. Como lo recuerda el padre Vicente Durán, estamos hablando de una época en que resultaba muy difícil medir la altura del salto del Tequendama. Así que cualquier
intento por comprender las ideas científicas de Humboldt exige mucha perspectiva. Exige contexto.
Eso es lo que han intentado hacer estos cinco expertos en sus ensayos y reflexiones sobre Humboldt. La antropóloga Margarita Serje nos muestra cómo ninguna idea científica resulta inocente y, en el caso de Humboldt, su principal aporte a la ciencia, la tesis de una topografía como una sucesión ascendente de pisos térmicos equiparables a los climas del planeta, terminó justificando una clasificación “moral” de sus habitantes. Con las estigmatizaciones entre cachacos y costeños, entre anglosajones y latinos, convivimos todavía hoy.
Hacia allá apunta también Carl Henrik Langebaek al estudiar los planteamientos de Humboldt sobre las civilizaciones americanas antiguas y los pobladores de la selva. En un intento “científico” por explicar variaciones culturales, Humboldt terminó reforzando ideas como la del “buen salvaje” y, una vez más, una clasificación moral de los humanos a partir de sus nociones sobre la naturaleza. No sobra recordar aquí, en honor a Humboldt, que fue siempre un duro crítico de la esclavitud, al punto de negarse a que lo cargaran indígenas en su travesía por el Quindío.
Medir, contar y sistematizar esa naturaleza, como nos recuerda Mauricio Nieto, tampoco es una tarea ingenua. Detrás de ella, detrás del enorme esfuerzo de Humboldt por llevar una contabilidad más exacta de la naturaleza, por conectar todo con todo, permanecen marcos de referencia europeos, “universales”, “una forma de eurocentrismo en cierto sentido más efectiva que las tesis excluyentes de autores como Hegel, quien nunca puso en duda la superioridad europea”.
Siendo un poco más condescendiente en sus reflexiones, el padre Vicente Durán Casas encuentra en ese dato impreciso sobre el salto del Tequendama un puente entre la geografía americana y las vidas de Kant y Humboldt, que sirve para pensar en dos caminos diferentes pero complementarios en la búsqueda del conocimiento: Humboldt aventurero, cargado de instrumentos de medición científica, y Kant, que nunca se alejó más que unos pocos kilómetros de su pueblo natal y fue a su vez capaz de sacudir los cimientos del pensamiento occidental.
El biólogo Hernando García tiende otro puente entre Humboldt y nosotros. La conexión entre la cuenca del Orinoco y la cuenca del Amazonas. Esa hipótesis, que lanzó Humboldt por primera vez, sigue siendo una tarea incompleta mientras nuestra civilización avanza con megaproyectos colonizadores sobre estos dos ecosistemas esenciales para el equilibrio ecológico de la región y el planeta.
“¿Qué más se puede decir sobre Humboldt y su obra?”. Tal vez que cumplir doscientos cincuenta años no necesitan ninguna justificación.
CALENTANOS SENSUALES
En su Ensayo sobre la geografía de las plantas, Humboldt se propuso elaborar un “cuadro de la naturaleza” en la América equinoccial; países que, por cierto, como recuerda la antropóloga Margarita Serje en uno de sus ensayos, calificó “de escasa cultura y bajo la influencia de climas malignos”, y en los que su travesía muchas veces se tornó “penosa”.
Para Serje, el trabajo de Humboldt ha sido destacado una y otra vez como un ejemplo de la mirada ilustrada de la realidad colonial americana. Humboldt en efecto se interesó por la situación local, al punto de denunciar las brutales formas coloniales de gobierno y proponer una crítica al proyecto civilizatorio español. Sin embargo, al mismo tiempo y paradójicamente, reprodujo y legitimó la visión de la naturaleza americana que habían producido los criollos, herederos de la cultura hispanocatólica.
Las nociones sobre la que construye la Geografía de las plantas, argumenta Serje, una topografía como una sucesión ascendente de pisos térmicos asociados a distribuciones específicas de plantas y una equivalencia entre esos pisos térmicos y los climas en el planeta entre el Ecuador y los polos, terminan por constituir un modelo de la ecología de las montañas y su potencial productivo. Pero también por justificar una clasificación moral de sus habitantes. Ese axioma “parte del supuesto implícito de que la civilización solo es posible en los climas temperados”, una idea tan contundente que sigue vigente para ella hoy en día, aunque formulada con otras palabras: “Los calentanos son sensuales y perezosos; mientras los montañeros, industriosos y honrados”.
Sin embargo, esta idea tiene una segunda implicación social para Serje, y es que ignora e invisibiliza la visión indígena del espacio andino. El modelo ecológico indígena se basa en un “control vertical” o “estrategia de aprovechamiento vertical”, lo que emplea la enorme variedad de productos de los distintos nichos ecológicos de la cordillera, a partir del manejo de las cuencas de los ríos.
“No se puede, por lo tanto, afirmar que la visión de Humboldt de la América equinoccial sea producto del encuentro de las concepciones del espacio indígena y europeo, como lo han afirmado algunos –argumenta Serje–, sino, por el contrario, de su encuentro con la concepción criolla de la geografía americana, que ignora y desprecia la visión indígena y que responde a intereses utilitarios y comerciales capitalistas, ajenos a los intereses y lógicas económicas de las sociedades aborígenes americanas”.
LA INFERIORIDAD DE AMÉRICA
Más allá de sus implicaciones en las ciencias biológicas, la obra de Humboldt atravesó el centro de los debates antropológicos más notables de los siglos xix y xx. Según Carl Langebaek, sus ideas sobre el desarrollo de las civilizaciones y sus nociones de los pueblos indígenas continúan incluso “acompañando hoy al etnógrafo y al misionero, al escritor y al político”.
Entre todos los viajeros científicos que visitaron tierras americanas, Humboldt fue percibido como una especie de “redentor del Nuevo Mundo”. No solo se interesó en el estudio del medioambiente americano, en sus pobladores y sus “antigüedades”, sino que criticó a algunos de los europeos que defendieron con tanto ahínco la idea de la inferioridad de América.
Sin embargo, su mirada sobre la civilización americana quedó atrapada entre dos impulsos: la razón ilustrada y el romanticismo. “Fue el científico ilustrado cuando se refirió a la civilización, o a la posibilidad de la misma, en el mundo antiguo americano. Y fue el romántico cuando se enfrentó al mundo del americano salvaje. La razón se impuso en el estudio de la historia; la emoción fue privilegiada a la hora de describir sus residuos, los pueblos que quedaban por fuera de la historia”, dice Langebaek.
Al igual que los criollos americanos, Humboldt creyó encontrar razones suficientes para hablar de verdaderas civilizaciones indígenas; una idea que de paso equivalía a darles dignidad ante las sociedades europeas. Humboldt se alejó de la interpretación de la historia humana basada en las diferencias raciales, popular en su época, para ofrecer explicaciones más “científicas”. Una de esas ideas consistió en entender la historia antigua
de América en relación con Asia. Otro planteamiento fue atribuir variaciones culturales al “efecto de las grandes emigraciones de pueblos a quienes rodeaban hordas bárbaras”. Para el naturalista prusiano, no había duda de que muiscas, incas y aztecas habían hecho grandes contribuciones al “progreso de la civilización”, pero esa generalización no resultaba válida para las sociedades de la selva, lo que reforzó la idea del buen salvaje.
“En Humboldt hay algo de ilustrado y algo de romántico propio de esa tensión propia de la primera parte del siglo xix. Lo primero se encuentra en el esquema científico que ofrece para entender las razones para el desarrollo de la civilización en las tierras altas. Lo segundo se encuentra en el Humboldt que enfrenta y describe gozoso al primitivo errante de las tierras bajas, a las cuales les niega la posibilidad de civilización”.
POLÍTICA DETRÁS DE LA CIENCIA
Los viajes de Humboldt en América ocultan una idea en la que ha insistido el historiador Mauricio Nieto: un profundo carácter político. Dicho de otra manera, su proyecto científico, aunque ni él mismo haya alcanzado a reconocerlo, apuntalaba ideas políticas de su tiempo.
No se trata solo de sus relaciones con las coronas de España, Francia o Prusia, sugiere Nieto; tampoco de sus conexiones u obligaciones con gobiernos específicos, o de sus opiniones por un movimiento político en las naciones que visitó. Para Nieto, la política de Humboldt se esconde en ese proyecto de la Ilustración europea de comprender, clasificar y ordenar el mundo entero. “El título de su gran obra, Cosmos, nos da la clave para pensar la obra humboldtiana, que debe entenderse en relación con la idea de orden. Su trabajo, en la medida en que busca el establecimiento del orden natural, es una obra de carácter político en un sentido amplio y profundo”.
Los viajes de exploración –en este caso científica– fueron uno de los mecanismos que Europa puso en marcha para consolidar su dominio. “Es a través de los escritos de los exploradores que el mundo entero llega a Europa… Los libros sobre viajes y exploración les permitieron a los habitantes de Londres, París o Madrid convertirse en ciudadanos del mundo en la medida en que fueron sus testigos virtuales”, dice Nieto.
Humboldt recorrió América acompañado de su barómetro, termómetros y otros instrumentos. Recopiló miles de datos para construir una “geografía histórica de la tierra” que llamó la physique génerale, una ciencia universal y sintética que permitiera
comprender la naturaleza en su unidad y su diversidad. En esa ambición, los Andes se convirtieron en un laboratorio perfecto para reformular ideas. Humboldt regresó a Europa con más de sesenta mil muestras de plantas de más de seis mil doscientas especies, y publicó estudios geográficos, botánicos, históricos, observaciones astronómicas e investigaciones de carácter social y antropológico sobre los habitantes de América y sobre algunas culturas precolombinas.
“La obra de Humboldt es un gran esfuerzo por comprender el Nuevo Mundo como parte de un único universo y de un orden, tanto en términos de su geografía y naturaleza como de su historia –concluye Nieto–. Se ha dicho que Humboldt es una especie de padre del americanismo y se le agradece el haberle otorgado al Nuevo Mundo un lugar digno en el orden mundial. Pero no debemos pasar por alto que este proceso requiere de una traducción del Nuevo Mundo a marcos de referencia europeos ,‘ universal es ’, y que esta forma de e u rocen trismo es en cierta forma más efectiva que las tesis de autores como Hegel, quien nunca puso en duda la superioridad europea”.
LA CONEXIÓN ORINOQUIA-AMAZONIA
Para Hernando García, una de las historias más fascinantes sobre Humboldt está relacionada con dos territorios que en la Colombia de hoy sufren enormes transformaciones: la Orinoquia y la Amazonia.
En su paso por la Nueva Granada, Humboldt se atrevió a plantear que estas dos cuencas, de las mayores del planeta, se conectaban entre sí. “Hasta ese momento esto no se había documentado. De hecho hoy muchos no saben que se comunican y comparten especies”, señala García.
Humboldt planeó un viaje al occidente. Entró por el Orinoco y llegó a Puerto Carreño, específicamente a la zona que hoy es el Parque Nacional Natural El Tuparro. A partir de observaciones y deducciones, él demostró cómo, en periodo de aguas altas, las dos cuencas se comunican y comparten especies.
Esta hipótesis de Humboldt hoy cobra una relevancia adicional, pues ambas zonas están experimentando un profundo cambio, sin que a lo largo de esos doscientos años hayamos concluido el esfuerzo por comprenderlas desde un punto de vista biológico. Hoy la Orinoquia se está transformando en una de las últimas despensas agrícolas del mundo, mientras la Amazonia pierde millones de hectáreas por la deforestación.
“El desconocimiento biológico todavía es muy alto y más aún sobre la lógica de cómo se conectan”, dice García. Tanto así que el Instituto Humboldt sigue trabajando por la comprensión de estos dos sistemas ecológicos y su interacción, y planeando con el gobierno alemán nuevos viajes de exploración para continuar el proyecto que inició Humboldt hace dos siglos.
Humboldt y Kant nunca se conocieron. El 12 de febrero de 1804, mientras Kant moría en Könisberg –capital de Prusia Oriental, en donde prácticamente pasó toda su vida–, Humboldt se encontraba en los alrededores de la ciudad de Xalapa, México, rumbo al puerto de Veracruz. Sin embargo, como lo detalla el padre Vicente Durán Casas en un artículo sobre estos dos hombres, la geografía americana terminó conectándolos indirectamente. Y entre todos los puntos de referencia existe uno muy colombiano: el salto del Tequendama.
Cuenta el padre Durán Casas que Kant se interesó a lo largo de su vida académica por casi todas las áreas de la ciencia: ciencias naturales, física, lógica, metafísica, ética, derecho natural, pedagogía, teología natural, geografía física y antropología. En la construcción de su libro sobre Geografía física, Kant se apoyó en decenas de fuentes bibliográficas, pues su vida, a diferencia de la de Humboldt, un viajero incansable, se circunscribió a su pueblo natal, y en la página sesenta anotó que la caída de agua más alta del mundo “es la del río Bogotá, en Suramérica, que cae en vertical desde mil doscientos pies”.
“Kant estaba equivocado. O para ser más preciso: estaba mal informado”, apunta el padre Durán. Pero para la época en que Kant escribió su obra, 1801, ya estaba enterado del viaje que había emprendido Humboldt hacia América del Sur y confiaba en que el explorador terminaría por ampliar el conocimiento que se tenía de este enorme territorio. De hecho Humboldt llegó a Bogotá, capital delvirreinato de la Nueva Granada, el 7 de julio de 1801, fecha que casi coincide con la publicación de la obra de Kant. Su curiosidad lo llevó hasta las minas de sal en Nemocón, el puente natural de Icononzo y el salto del Tequendama, y, como era su costumbre, se tomó el trabajo de calcular su altura:“la cantidad de agua que cae en el nivel medio parece tener un perfil de setecientos cincuenta y ocho pies”.
La anécdota, que puede parecer una simple curiosidad histórica resultado de una imprecisión geográfica de la época, nos muestra el viaje de las ideas en aquella época, la interacción entre dos formas de pensamiento (deducción e inducción), el ajuste de un mundo entero a partir de nuevas observaciones y la integración de nuevas geografías a los viejos mapas.