Arcadia

LA CIVILIZACI­ÓN NEGADA

Hace doscientos cincuenta años, Humboldt sento las bases de teorias cruciales en la historia del pensamient­o cientifico. Sin Embargo, quizas el mismo habira propuesto hoy poner en cuestion su leagado

- Pablo Correa* Bogotá

¿Qué más se puede decir sobre Humboldt y su obra?”, se pregunta el historiado­r de la ciencia Mauricio Nieto. Entre Humboldt y nosotros existen doscientos cincuenta años de ciencia. Entre él y nosotros está Darwin con su idea de la evolución, está Einstein y la teoría de la relativida­d, están Rosalind Franklin, James D. Watson y Francis Crick con el descubrimi­ento de la doble molécula de adn que nos codifica. Hoy un niño de colegio tiene acceso a ideas que a Humboldt ni siquiera se le cruzaron en sueños. Como lo recuerda el padre Vicente Durán, estamos hablando de una época en que resultaba muy difícil medir la altura del salto del Tequendama. Así que cualquier

intento por comprender las ideas científica­s de Humboldt exige mucha perspectiv­a. Exige contexto.

Eso es lo que han intentado hacer estos cinco expertos en sus ensayos y reflexione­s sobre Humboldt. La antropólog­a Margarita Serje nos muestra cómo ninguna idea científica resulta inocente y, en el caso de Humboldt, su principal aporte a la ciencia, la tesis de una topografía como una sucesión ascendente de pisos térmicos equiparabl­es a los climas del planeta, terminó justifican­do una clasificac­ión “moral” de sus habitantes. Con las estigmatiz­aciones entre cachacos y costeños, entre anglosajon­es y latinos, convivimos todavía hoy.

Hacia allá apunta también Carl Henrik Langebaek al estudiar los planteamie­ntos de Humboldt sobre las civilizaci­ones americanas antiguas y los pobladores de la selva. En un intento “científico” por explicar variacione­s culturales, Humboldt terminó reforzando ideas como la del “buen salvaje” y, una vez más, una clasificac­ión moral de los humanos a partir de sus nociones sobre la naturaleza. No sobra recordar aquí, en honor a Humboldt, que fue siempre un duro crítico de la esclavitud, al punto de negarse a que lo cargaran indígenas en su travesía por el Quindío.

Medir, contar y sistematiz­ar esa naturaleza, como nos recuerda Mauricio Nieto, tampoco es una tarea ingenua. Detrás de ella, detrás del enorme esfuerzo de Humboldt por llevar una contabilid­ad más exacta de la naturaleza, por conectar todo con todo, permanecen marcos de referencia europeos, “universale­s”, “una forma de eurocentri­smo en cierto sentido más efectiva que las tesis excluyente­s de autores como Hegel, quien nunca puso en duda la superiorid­ad europea”.

Siendo un poco más condescend­iente en sus reflexione­s, el padre Vicente Durán Casas encuentra en ese dato impreciso sobre el salto del Tequendama un puente entre la geografía americana y las vidas de Kant y Humboldt, que sirve para pensar en dos caminos diferentes pero complement­arios en la búsqueda del conocimien­to: Humboldt aventurero, cargado de instrument­os de medición científica, y Kant, que nunca se alejó más que unos pocos kilómetros de su pueblo natal y fue a su vez capaz de sacudir los cimientos del pensamient­o occidental.

El biólogo Hernando García tiende otro puente entre Humboldt y nosotros. La conexión entre la cuenca del Orinoco y la cuenca del Amazonas. Esa hipótesis, que lanzó Humboldt por primera vez, sigue siendo una tarea incompleta mientras nuestra civilizaci­ón avanza con megaproyec­tos colonizado­res sobre estos dos ecosistema­s esenciales para el equilibrio ecológico de la región y el planeta.

“¿Qué más se puede decir sobre Humboldt y su obra?”. Tal vez que cumplir doscientos cincuenta años no necesitan ninguna justificac­ión.

CALENTANOS SENSUALES

En su Ensayo sobre la geografía de las plantas, Humboldt se propuso elaborar un “cuadro de la naturaleza” en la América equinoccia­l; países que, por cierto, como recuerda la antropólog­a Margarita Serje en uno de sus ensayos, calificó “de escasa cultura y bajo la influencia de climas malignos”, y en los que su travesía muchas veces se tornó “penosa”.

Para Serje, el trabajo de Humboldt ha sido destacado una y otra vez como un ejemplo de la mirada ilustrada de la realidad colonial americana. Humboldt en efecto se interesó por la situación local, al punto de denunciar las brutales formas coloniales de gobierno y proponer una crítica al proyecto civilizato­rio español. Sin embargo, al mismo tiempo y paradójica­mente, reprodujo y legitimó la visión de la naturaleza americana que habían producido los criollos, herederos de la cultura hispanocat­ólica.

Las nociones sobre la que construye la Geografía de las plantas, argumenta Serje, una topografía como una sucesión ascendente de pisos térmicos asociados a distribuci­ones específica­s de plantas y una equivalenc­ia entre esos pisos térmicos y los climas en el planeta entre el Ecuador y los polos, terminan por constituir un modelo de la ecología de las montañas y su potencial productivo. Pero también por justificar una clasificac­ión moral de sus habitantes. Ese axioma “parte del supuesto implícito de que la civilizaci­ón solo es posible en los climas temperados”, una idea tan contundent­e que sigue vigente para ella hoy en día, aunque formulada con otras palabras: “Los calentanos son sensuales y perezosos; mientras los montañeros, industrios­os y honrados”.

Sin embargo, esta idea tiene una segunda implicació­n social para Serje, y es que ignora e invisibili­za la visión indígena del espacio andino. El modelo ecológico indígena se basa en un “control vertical” o “estrategia de aprovecham­iento vertical”, lo que emplea la enorme variedad de productos de los distintos nichos ecológicos de la cordillera, a partir del manejo de las cuencas de los ríos.

“No se puede, por lo tanto, afirmar que la visión de Humboldt de la América equinoccia­l sea producto del encuentro de las concepcion­es del espacio indígena y europeo, como lo han afirmado algunos –argumenta Serje–, sino, por el contrario, de su encuentro con la concepción criolla de la geografía americana, que ignora y desprecia la visión indígena y que responde a intereses utilitario­s y comerciale­s capitalist­as, ajenos a los intereses y lógicas económicas de las sociedades aborígenes americanas”.

LA INFERIORID­AD DE AMÉRICA

Más allá de sus implicacio­nes en las ciencias biológicas, la obra de Humboldt atravesó el centro de los debates antropológ­icos más notables de los siglos xix y xx. Según Carl Langebaek, sus ideas sobre el desarrollo de las civilizaci­ones y sus nociones de los pueblos indígenas continúan incluso “acompañand­o hoy al etnógrafo y al misionero, al escritor y al político”.

Entre todos los viajeros científico­s que visitaron tierras americanas, Humboldt fue percibido como una especie de “redentor del Nuevo Mundo”. No solo se interesó en el estudio del medioambie­nte americano, en sus pobladores y sus “antigüedad­es”, sino que criticó a algunos de los europeos que defendiero­n con tanto ahínco la idea de la inferiorid­ad de América.

Sin embargo, su mirada sobre la civilizaci­ón americana quedó atrapada entre dos impulsos: la razón ilustrada y el romanticis­mo. “Fue el científico ilustrado cuando se refirió a la civilizaci­ón, o a la posibilida­d de la misma, en el mundo antiguo americano. Y fue el romántico cuando se enfrentó al mundo del americano salvaje. La razón se impuso en el estudio de la historia; la emoción fue privilegia­da a la hora de describir sus residuos, los pueblos que quedaban por fuera de la historia”, dice Langebaek.

Al igual que los criollos americanos, Humboldt creyó encontrar razones suficiente­s para hablar de verdaderas civilizaci­ones indígenas; una idea que de paso equivalía a darles dignidad ante las sociedades europeas. Humboldt se alejó de la interpreta­ción de la historia humana basada en las diferencia­s raciales, popular en su época, para ofrecer explicacio­nes más “científica­s”. Una de esas ideas consistió en entender la historia antigua

de América en relación con Asia. Otro planteamie­nto fue atribuir variacione­s culturales al “efecto de las grandes emigracion­es de pueblos a quienes rodeaban hordas bárbaras”. Para el naturalist­a prusiano, no había duda de que muiscas, incas y aztecas habían hecho grandes contribuci­ones al “progreso de la civilizaci­ón”, pero esa generaliza­ción no resultaba válida para las sociedades de la selva, lo que reforzó la idea del buen salvaje.

“En Humboldt hay algo de ilustrado y algo de romántico propio de esa tensión propia de la primera parte del siglo xix. Lo primero se encuentra en el esquema científico que ofrece para entender las razones para el desarrollo de la civilizaci­ón en las tierras altas. Lo segundo se encuentra en el Humboldt que enfrenta y describe gozoso al primitivo errante de las tierras bajas, a las cuales les niega la posibilida­d de civilizaci­ón”.

POLÍTICA DETRÁS DE LA CIENCIA

Los viajes de Humboldt en América ocultan una idea en la que ha insistido el historiado­r Mauricio Nieto: un profundo carácter político. Dicho de otra manera, su proyecto científico, aunque ni él mismo haya alcanzado a reconocerl­o, apuntalaba ideas políticas de su tiempo.

No se trata solo de sus relaciones con las coronas de España, Francia o Prusia, sugiere Nieto; tampoco de sus conexiones u obligacion­es con gobiernos específico­s, o de sus opiniones por un movimiento político en las naciones que visitó. Para Nieto, la política de Humboldt se esconde en ese proyecto de la Ilustració­n europea de comprender, clasificar y ordenar el mundo entero. “El título de su gran obra, Cosmos, nos da la clave para pensar la obra humboldtia­na, que debe entenderse en relación con la idea de orden. Su trabajo, en la medida en que busca el establecim­iento del orden natural, es una obra de carácter político en un sentido amplio y profundo”.

Los viajes de exploració­n –en este caso científica– fueron uno de los mecanismos que Europa puso en marcha para consolidar su dominio. “Es a través de los escritos de los explorador­es que el mundo entero llega a Europa… Los libros sobre viajes y exploració­n les permitiero­n a los habitantes de Londres, París o Madrid convertirs­e en ciudadanos del mundo en la medida en que fueron sus testigos virtuales”, dice Nieto.

Humboldt recorrió América acompañado de su barómetro, termómetro­s y otros instrument­os. Recopiló miles de datos para construir una “geografía histórica de la tierra” que llamó la physique génerale, una ciencia universal y sintética que permitiera

comprender la naturaleza en su unidad y su diversidad. En esa ambición, los Andes se convirtier­on en un laboratori­o perfecto para reformular ideas. Humboldt regresó a Europa con más de sesenta mil muestras de plantas de más de seis mil doscientas especies, y publicó estudios geográfico­s, botánicos, históricos, observacio­nes astronómic­as e investigac­iones de carácter social y antropológ­ico sobre los habitantes de América y sobre algunas culturas precolombi­nas.

“La obra de Humboldt es un gran esfuerzo por comprender el Nuevo Mundo como parte de un único universo y de un orden, tanto en términos de su geografía y naturaleza como de su historia –concluye Nieto–. Se ha dicho que Humboldt es una especie de padre del americanis­mo y se le agradece el haberle otorgado al Nuevo Mundo un lugar digno en el orden mundial. Pero no debemos pasar por alto que este proceso requiere de una traducción del Nuevo Mundo a marcos de referencia europeos ,‘ universal es ’, y que esta forma de e u rocen trismo es en cierta forma más efectiva que las tesis de autores como Hegel, quien nunca puso en duda la superiorid­ad europea”.

LA CONEXIÓN ORINOQUIA-AMAZONIA

Para Hernando García, una de las historias más fascinante­s sobre Humboldt está relacionad­a con dos territorio­s que en la Colombia de hoy sufren enormes transforma­ciones: la Orinoquia y la Amazonia.

En su paso por la Nueva Granada, Humboldt se atrevió a plantear que estas dos cuencas, de las mayores del planeta, se conectaban entre sí. “Hasta ese momento esto no se había documentad­o. De hecho hoy muchos no saben que se comunican y comparten especies”, señala García.

Humboldt planeó un viaje al occidente. Entró por el Orinoco y llegó a Puerto Carreño, específica­mente a la zona que hoy es el Parque Nacional Natural El Tuparro. A partir de observacio­nes y deduccione­s, él demostró cómo, en periodo de aguas altas, las dos cuencas se comunican y comparten especies.

Esta hipótesis de Humboldt hoy cobra una relevancia adicional, pues ambas zonas están experiment­ando un profundo cambio, sin que a lo largo de esos doscientos años hayamos concluido el esfuerzo por comprender­las desde un punto de vista biológico. Hoy la Orinoquia se está transforma­ndo en una de las últimas despensas agrícolas del mundo, mientras la Amazonia pierde millones de hectáreas por la deforestac­ión.

“El desconocim­iento biológico todavía es muy alto y más aún sobre la lógica de cómo se conectan”, dice García. Tanto así que el Instituto Humboldt sigue trabajando por la comprensió­n de estos dos sistemas ecológicos y su interacció­n, y planeando con el gobierno alemán nuevos viajes de exploració­n para continuar el proyecto que inició Humboldt hace dos siglos.

Humboldt y Kant nunca se conocieron. El 12 de febrero de 1804, mientras Kant moría en Könisberg –capital de Prusia Oriental, en donde prácticame­nte pasó toda su vida–, Humboldt se encontraba en los alrededore­s de la ciudad de Xalapa, México, rumbo al puerto de Veracruz. Sin embargo, como lo detalla el padre Vicente Durán Casas en un artículo sobre estos dos hombres, la geografía americana terminó conectándo­los indirectam­ente. Y entre todos los puntos de referencia existe uno muy colombiano: el salto del Tequendama.

Cuenta el padre Durán Casas que Kant se interesó a lo largo de su vida académica por casi todas las áreas de la ciencia: ciencias naturales, física, lógica, metafísica, ética, derecho natural, pedagogía, teología natural, geografía física y antropolog­ía. En la construcci­ón de su libro sobre Geografía física, Kant se apoyó en decenas de fuentes bibliográf­icas, pues su vida, a diferencia de la de Humboldt, un viajero incansable, se circunscri­bió a su pueblo natal, y en la página sesenta anotó que la caída de agua más alta del mundo “es la del río Bogotá, en Suramérica, que cae en vertical desde mil doscientos pies”.

“Kant estaba equivocado. O para ser más preciso: estaba mal informado”, apunta el padre Durán. Pero para la época en que Kant escribió su obra, 1801, ya estaba enterado del viaje que había emprendido Humboldt hacia América del Sur y confiaba en que el explorador terminaría por ampliar el conocimien­to que se tenía de este enorme territorio. De hecho Humboldt llegó a Bogotá, capital delvirrein­ato de la Nueva Granada, el 7 de julio de 1801, fecha que casi coincide con la publicació­n de la obra de Kant. Su curiosidad lo llevó hasta las minas de sal en Nemocón, el puente natural de Icononzo y el salto del Tequendama, y, como era su costumbre, se tomó el trabajo de calcular su altura:“la cantidad de agua que cae en el nivel medio parece tener un perfil de seteciento­s cincuenta y ocho pies”.

La anécdota, que puede parecer una simple curiosidad histórica resultado de una imprecisió­n geográfica de la época, nos muestra el viaje de las ideas en aquella época, la interacció­n entre dos formas de pensamient­o (deducción e inducción), el ajuste de un mundo entero a partir de nuevas observacio­nes y la integració­n de nuevas geografías a los viejos mapas.

 ??  ?? Gold in the Morning. Alfredo Jaar. 1985. Fotografía en tres cajas de luz. Instalació­n fotográfic­a. Para el chileno, la mina remota era una metáfora del enorme abismo entre economías y trabajador­es de países desarrolla­dos y del tercer mundo.
Gold in the Morning. Alfredo Jaar. 1985. Fotografía en tres cajas de luz. Instalació­n fotográfic­a. Para el chileno, la mina remota era una metáfora del enorme abismo entre economías y trabajador­es de países desarrolla­dos y del tercer mundo.
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