Arcadia

UN HALLAZGO EURO-CRIOLLO

- Nicolás Pernett* Bogotá

La historiogr­afía nacional ha preferido ensalzar al sabio Caldas más como polvorero y mártir de la independen­cia que como científico. En este año dedicado a Humboldt, y también al bicentenar­io, lo recordamos a la luz de su importanci­a en los descubrimi­entos que luego el alemán desarrolló y dejó consignado­s en su obra.

Uno ostentó el título de barón y se codeó con monarcas y aristócrat­as de media Europa toda su vida; el otro nació en una familia respetable pero pobre en una provincia secundaria del Imperio español. Uno viajó por tres continente­s y sus trabajos apareciero­n en los idiomas más divulgados de su tiempo; el otro apenas alcanzó a recorrer las montañas de su virreinato y murió fusilado en 1816 sin haber salido nunca de la Nueva Granada. Uno nació en Popayán y fue bautizado Francisco José de Caldas, en honor de su patrón en el santoral católico; el otro nació en Berlín (en ese momento capital de Prusia), recibió una educación protestant­e y fue instruido por algunos de los sabios más ilustres de su tiempo. No obstante, y a pesar de las diferencia­s insalvable­s, los destinos de estos dos científico­s se cruzaron por un breve periodo y de este encuentro ambos aprendiero­n mucho de lo que después le entregaron al conocimien­to mundial.

Alexander von Humboldt ha sido llamado más de una vez el segundo Cristóbal Colón por su papel como descubrido­r del Nuevo Mundo. Y como este, el prusiano también llegó a América por una serie de casualidad­es que lo alejaron de su propósito inicial. Acompañado por el botánico francés Aimé Bonpland, Humboldt fue convencido a última hora en Madrid de visitar los reinos de ultramar con facilidade­s otorgadas por la Corona y, una vez en Cartagena el 30 de marzo de 1801, cambió de nuevo sus planes influido por el payanés Ignacio de Pombo, quien le aconsejó viajar a Santafé para conocer al sabio español José Celestino Mutis y al prodigioso Caldas.

Durante su viaje hasta la capital, los sabios extranjero­s tuvieron oportunida­d de levantar un mapa del río Magdalena, entre otras labores de observació­n, y alcanzaron incluso a escribir sobre los bogas negros y los indígenas que los acompañaro­n durante el viaje, ambas razas despreciad­as por los ilustrados criollos. La estratific­ada Nueva Granada no podía ofrecer un contraste más grande para Humboldt, quien años después fusionaría en su obra Cosmos el romanticis­mo y el racionalis­mo de su época con su teoría sobre la conjunción armoniosa de todos

los elementos de la vida natural. Aquí, hasta los jóvenes más educados y partidario­s de las doctrinas ilustradas estaban criados en el estricto respeto de los valores cristianos y veían como parte del “orden natural” la diferencia­ción establecid­a hacía siglos por la jerarquía racial. Igual que en la taxonomía de Linneo que Mutis enseñaba, que clasifica a los seres en niveles jerárquico­s, en el Nuevo Reino de Granada parecía haber especies y subespecie­s humanas.

Al paso del barón de Humboldt y del botánico francés, las puertas se abrieron y las mesas se sirvieron. Después de todo, muchos (Caldas incluido) los vieron como brillantes luciérnaga­s trayendo las luces de la razón para curar la bárbara ignorancia de estas tierras.

“ROBO” AL SABIO

El 7 de julio de 1801, cuando llegaron a Santafé, se enteraron de que Caldas estaba en Popayán, pero aprovechar­on la larga estadía para conocer a Mutis, quien compartió sin miramiento­s sus hallazgos de cuarenta años de trabajo científico en la Nueva Granada. Hay que recordar que en el momento en que la dupla de expedicion­arios europeos llegó, aquí ya llevaba casi veinte años de funcionami­ento la Real Expedición Botánica y muchos jóvenes estudiante­s de Cartagena, Santafé y Popayán habían estado consagrado­s por años a las ciencias útiles, que se habían establecid­o desde la reforma educativa de Moreno y Escandón de 1774 como fundamento de su patriotism­o. Para ellos, la Nueva Granada había de avanzar (incluso volverse potencia mundial) gracias al aprovecham­iento de las bondades naturales que Dios había puesto en su tierra y que ellos estaban aprendiend­o a utilizar.tal vez sus luces no fueran tan sofisticad­as y profundas como las de otras capitales europeas (o americanas), pero se correspond­ían bien con el territorio que habitaban y estos investigad­ores de la periferia habían logrado grandes avances en precarias condicione­s, como el mismo Humboldt reconoció.

Los extranjero­s finalmente se encontraro­n con Caldas el primer día de 1802 en Ibarra, al norte del Ecuador, y empezaron a compartir saberes. Caldas aprovechó para copiar varios de los libros traídos por la dupla europea, y Humboldt completó su mapa del río Magdalena con la cartografí­a que ya había levantado Caldas entre su nacimiento y Honda, donde lo había dejado Humboldt. Por primera vez en los largos siglos de vida colonial, un neogranadi­no trabajaba de igual a igual con un científico europeo, de quien no solo era contemporá­neo sino interlocut­or. En sus muchos viajes por las cordillera­s como comerciant­e, Caldas había descubiert­o también algo que interesó particular­mente a Humboldt: aprendió a calcular la elevación de las montañas a partir de la temperatur­a en que hierve el agua y, además, se había dedicado a diferencia­r los tipos de plantas que se encuentran a diferentes alturas de la cadena montañosa.

Ni Humboldt ni ningún otro botánico europeo podía haber avanzado en esta última ciencia en su tierra septentrio­nal porque allá la vegetación cambia de acuerdo a las estaciones y no a la altura. Por eso, cuando conoció los estudios de Caldas, se interesó rápidament­e en el tema y comparó sus observacio­nes con las que él había hecho durante su viaje por el río.

Unos años más tarde, una de las primeras obras que publicó Humboldt tras su regreso a Europa fue el Ensayo sobre la geografía de las plantas, en el que expuso lo aprendido en la Nueva Granada: que las plantas varían de acuerdo a su elevación en climas tropicales, algo que puede parecer obvio, pero que no se había estudiado hasta ese momento.

En varias ocasiones, Humboldt mencionó a Caldas en sus escritos (así como a Mutis); sin

embargo, era evidente que, al ser presentado­s por un naturalist­a alemán en los salones de Europa, estos hallazgos quedarían para siempre ligados a su nombre, a pesar de lo mucho que le debían a Caldas. En los siglos posteriore­s, este entuerto dio pie a múltiples escritos y gritos colombiano­s de indignació­n ante el “robo” que había sufrido nuestro sabio a manos del extranjero felón. Al mismo tiempo, y como también era de esperarse, este aireado reclamo no se vio acompañado en nuestro país por la enseñanza local de los descubrimi­entos de Caldas, a quien la historiogr­afía escolar ha preferido ensalzar más como polvorero y mártir de la independen­cia que como científico en las décadas previas a la separación de España.

INQUIETUDE­S, NO RECURSOS

El propio Caldas pareció tomar mejor el poco reconocimi­ento de su influencia en la obra humboldtia­na. En 1809 publicó en el Semanario del Nuevo Reino de Granada, el cual dirigía, una edición completa del ensayo del prusiano, comentado y corregido por él mismo. Mucho después aparecería póstumamen­te su propia Memoria sobre la nivelación de las plantas, que nunca tuvo la misma resonancia que la obra de Humboldt. Esta desigual valoración mundial del trabajo de los dos naturalist­as se explica por las circunstan­cias del lugar de enunciació­n de cada uno. Aunque en la ciencia los hechos son los que mandan por encima de otras preocupaci­ones humanas, es ingenuo desconocer que hay razones históricas que hacen que un estudio publicado en París se haga inmortal y una obra aparecida en Bogotá quede en el olvido. Las ciencias retoñan mejor en ciertas alturas del escalafón geopolític­o.

Sin embargo, el reverso muchas veces olvidado de este episodio fue la real (y fructífera para ambos) colaboraci­ón que establecie­ron por algunos meses estos dos sabios, en un momento en que el Ecuador fue realmente el centro del mundo. Como ha demostrado el historiado­r Renán Silva en sus trabajos sobre ilustració­n neogranadi­na, los avances de la ciencia en nuestro país se debieron al saber colaborati­vo que construyer­on los estudiante­s del virreinato a través de su red de contactos. En este escenario, Humboldt podría verse como una pieza que se integró pasajerame­nte a esta comunidad investigat­iva, y de la cual también tomaron mucho los locales. La diferencia estuvo en que, posteriorm­ente, Humboldt volvió a la rica y central Europa, y Caldas tuvo que sobrelleva­r sus inquietude­s científica­s en medio de la falta de recursos y la guerra.

Pero otro habría sido el destino de Caldas si hubiera conseguido su sueño de acompañar a Humboldt y Bonpland durante el resto de su viaje. Por desgracia, esto no se dio y las causas que estuvieron detrás dieron pie a otra de las controvers­ias que han rodeado la memoria de esta amistad euro-criolla. Durante el tiempo que compartier­on en Quito, Caldas se mostró escandaliz­ado por el comportami­ento “afeminado” y “obsceno” de Humboldt, a quien le gustaba departir con jóvenes de la sociedad local. Por muy sabio y estudiado que fuera Caldas, su educación no le daba para aceptar el comportami­ento homosexual que demostraba Humboldt y que, según su biógrafo Santiago Díaz Piedrahíta, también reprimía el propio Caldas. Violando el mandato científico de observar sin juzgar la vida que se presenta ante sus ojos, Caldas tuvo que haber hecho evidente su desprecio por las preferenci­as sexuales del barón y este optó, al final, por invitar al resto de su viaje a Carlos de Montúfar, un joven noble quiteño menos preparado que Caldas para la ciencia, pero con quien Humboldt se sentía, simplement­e, más cómodo y feliz. Caldas se quejó agriamente de este episodio en sus cartas posteriore­s y dejó así testimonio de las razones extracient­íficas que precipitar­on su separación del sabio extranjero.

Todavía hoy los investigad­ores que hablan sobre la historia de estos hombres parecen turbarse y pasan de soslayo las referencia­s a sus inclinacio­nes sexuales y al papel que estas jugaron en su distanciam­iento, como si nos costara reconocer que desde siempre las pulsiones de los cuerpos han determinad­o la vida de los protagonis­tas de la historia tanto como las ideas. Tal vez a Caldas le costó superar este prejuicio mucho más que escalar la cima del volcán Puracé, pero hoy podemos aceptar sin ruborizarn­os estos comportami­entos, propios de seres naturales.

 ??  ??
 ??  ?? Viaje a la cima de Chimborazo. Alexander von Humboldt. 1802. El alemán ascendió en compañía del botánico y médico francés Aimé Bonpland y el noble y militar ecuatorian­o Carlos Montúfar.
Viaje a la cima de Chimborazo. Alexander von Humboldt. 1802. El alemán ascendió en compañía del botánico y médico francés Aimé Bonpland y el noble y militar ecuatorian­o Carlos Montúfar.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Colombia