Arcadia

IDA Y REGRESO

Las formas de representa­ción derivadas de la colonia todavía atraviesan la forma de imaginarno­s y representa­rnos. Pero también han abierto un camino para la disrupción, el encuentro y desencuent­ro con la esquiva idea de identidad.

- Diana Bustamante*

Bogotá

El viaje: el recorrido, el encuentro y la posibilida­d de entender otras formas de pensamient­o. El paisaje como una interrelac­ión compleja entre la naturaleza y la forma en que el ser humano la interviene, la vive, la habita, la modifica. Esos principios, que unidos llevan al conocimien­to, son líneas comunes en lo que Alexander von Humboldt escribió en sus tantos libros de viajes, en particular en Viaje a las regiones equinoccia­les del nuevo continente. En ese texto, el que más tardó en escribir, el científico alemán

redefinió el sentido de América, de su territorio y su identidad, en constante tensión con las institucio­nes del poder y su accionar, pero siendo a la vez consciente de su necesaria presencia como financiado­ras del desarrollo científico y cultural.

Con motivo del aniversari­o 250 del nacimiento del científico y pensador, el Instituto Goethe convocó a dos curadores para pensar un programa especial de películas que gravitaran alrededor de, más que el personaje, sus ideas.

Stephan Ahrens, de Alemania, y yo, desde dos perspectiv­as diferentes, coincidimo­s en la necesidad de trazar líneas básicas que tejiesen un hilo entre los escritos de Humboldt y el cine. El viaje y la búsqueda de la belleza; el paisaje como hecho vivo y en transforma­ción; y el ser humano y las culturas como parte constituti­va y transforma­dora del paisaje y del medio fueron algunas de las líneas que dieron como resultado un programa de tendencias y formas diversas. Cuatro obras en particular –de las once que escogimos– trazan el viaje de ida y regreso, de espejos convexos que devuelven la mirada y el discurso, subvertido y reinterpre­tado.

El viaje ha sido y es un motor constante del cine mismo. Muchos cineastas han representa­do el territorio y la identidad latinoamer­icana desde ópticas que coinciden en muchos sentidos con los escritos de Humboldt y muchos otros viajeros de la época, constituye­ndo una forma común de pensamient­o. El viaje de Humboldt, realizado en una época de “descubrimi­entos”, fue la relectura de un continente colonizado, mas no “descubiert­o”. La empresa del científico alemán puso en cuestión las motivacion­es mismas que le dieron origen, al plantear ideas y discusione­s que contradecí­an el manejo que la Corona española –financiado­ra del proyecto– le daba al territorio americano. Su viaje fue entonces uno lleno de dicotomías, un viaje a lo que él considerab­a desconocid­o y que requería conocerse. Pero a la vez lo guiaba una constante conciencia de la necesidad de conservaci­ón y de que ese territorio se mantuviese de alguna manera aislado del mundo “occidental” y

sus estructura­s tradiciona­les de poder, por la amenaza que estas representa­ban para la conservaci­ón de las riquezas de ese nuevo continente.

Este viaje de ida y regreso no es más que la necesidad humana de conocimien­to, y sobre todo de entendimie­nto propio.y el cine no ha sido más que otro camino posible para definir la tan inasible idea de identidad. El viaje, motor del descubrimi­ento, es muchas veces más introspect­ivo que histórico y nos confronta con nuestra propia mirada, en gran medida también colonizada. tratamos, justamente a través del movimiento y del traslado, de encontrar un tono propio, una forma propia de ver.

Lo que conocemos como road movie no es solo un género cinematogr­áfico; es también la historia del cine de un continente en constante cambio, en que importa el camino y no el puerto. Ese tránsito involucra de manera radical el paisaje y la naturaleza como personajes que retan al “héroe” con su fuerza. El paisaje recoge acciones físicas y humanas que se van ampliando y concatenan­do.

Zama (2017), de Lucrecia Martel, ambientada en una colonia española de finales del siglo xviii en Asunción del Paraguay, captura de manera magistral al colonizado­r atrapado en ese paisaje que es toda una red que encadena a los hombres al tiempo, al clima y al delirio de lo que se cree poseer y de repente es inasible:américa. El viaje por estas tierras significó el peligro latente de la locura y de alguna manera de aquello imposible de comprender.y justamente eso lo entendió Humboldt, conocedor de plantas, rocas y hombres.

Aguirre, la ira de Dios (1972), de Werner Herzog, retrata eso, al colonizado­r aturdido, enloquecid­o y atrapado por lo que logra entender y exacerbado por su propio deseo, que es a la vez su propia imposibili­dad; un paisaje que transforma su belleza en delirio y un viaje que nunca llega a puerto.

El diálogo temporal y de perspectiv­as de estas dos piezas es fascinante si se mira el lugar desde donde surgen. Con algo más de cuarenta años de distancia, terminan siendo miradas que se contrapone­n y se complement­an desde Europa hacia América. Zama, además, presenta un discurso totalmente renovado, y le devuelve su mirada a Aguirre: Zama no reproduce por enésima vez la mirada masculina de lo que fue el virreinato, y desde esa posición se niega a hablar de la épica del conquistad­or para retratar más bien la barbarie y la estupidez de su burocracia. tampoco habla del indígena exótico, sino de los esclavos sin lengua.

Ese mismo discurso que regresa revertido no parte únicamente de América hacia Europa. Palabras y vocablos en lenguas amazónicas, sumadas a la lectura del texto De la miel a las cenizas, de Claude Lévi-strauss, nos guían por un viaje sensorial y meditativo sobre imágenes de la naturaleza bellísimam­ente filmadas, en planos cerrados y cuidados, en la ribera del Rin en Alemania, y no en la selva amazónica, como se creería en principio.

Este es el caso de The Origin of the Night:amazon-cosmos (1973-1977), de Lothar Baumgarten, artista conceptual alemán que nos traza un nuevo y misterioso viaje a través de las palabras –sentido y significan­te–, profundiza­ndo en la idea del poder ejercido mediante la resignific­ación de las palabras, sudes contextual­iza cióny su apropiació­n desde el centro del poder. Esa apropiació­n habla desde la constante contraposi­ción de fuerzas inequipara­bles.

Al inicio de la película hay un fondo negro sobre el cual empiezan a aparecer en letras amarillas una serie de especies nombradas en alemán, como “SPECHT” (pájaro carpintero), que se van mezclando con otras como “MANIOK” (mandioca-yuca) y, con un tono más tenue, otras como “COATI” y “URUBÚ”, del guaraní. La introducci­ón termina cuando todas las palabras (las especies) desaparece­n de la pantalla y empieza la noche que da paso al mito de la creación tupi (cultura amazónica del Brasil), esta vez narrado en alemán. Las palabras propias y en transforma­ción, como la imagen misma, remiten a la apropiació­n del otro, desde su lenguaje y sus imágenes.

En el ciclo de los vocablos que mutan está Homo Botanicus (2019), de Guillermo Quintero, la más joven de las piezas y la más antigua de las historias. Un maestro y su alumno, un aprendiz y un sabio, recogen y hacen en el presente el inventario de algo más que bromelias y especies bellamente catalogada­s, posteriorm­ente albergadas en la colección del herbolario de la Universida­d Nacional de Colombia. Es una narración en apariencia sencilla sobre unos hombres ya no atrapados en la selva, sino seducidos y embriagado­s por la belleza y la sabiduría quieta y conservada de la naturaleza. Ya no son seres que luchan contra la oponente natura, sino homo botanicus que se entienden a sí mismos a través de ella.

La película se sustenta en sus personajes y en la palabra, y evade el deleite gratuito de la imagen, de la belleza per se que habita la naturaleza. A esa belleza la ubica en las relaciones entre seres humanos, con sus desencuent­ros y quiebres. La historia encuentra así su puerto en lo que de alguna manera es otra relación idealizada, tan misteriosa e idealizada como todo aquello que subyace en esas plantas que los personajes reúnen.

Las formas de representa­ción derivadas de la colonia, época en la que la expedición de Humboldt y otras tuvieron lugar, han permanecid­o hasta hoy en nuestra forma de imaginarno­s y representa­rnos, pero también han abierto un camino para la disrupción, el encuentro y desencuent­ro con la esquiva idea de identidad, que en estas piezas no es otra cosa que la búsqueda de una narrativa que articula y cambia patrones.

El cine, esa narración que actúa sobre el tiempo y con el tiempo, es así mismo un arte que lucha con esas mencionada­s fuerzas en tensión: lo que narra, lo que evoca, por un lado; y las condicione­s a través de las cuales el cine se hace realidad, por el otro. La inevitable tensión se establece entre el artista y las exigencias de las entidades financiado­ras y sus expectativ­as, basadas en la vaga promesa del público como consumidor/financiado­r. Esa mediación a veces es imposible también en este arte. Las películas como producto de una cultura, de un tiempo, de un contexto cultural, correspond­en a ellos, y su mayor placa de superviven­cia radica en la capacidad de tejer diálogos que generen preguntas y fisuras. La presencia de filmes tan disímiles en su forma, en su estética, en sus épocas de realizació­n da cuenta de la manera en que algunas ideas se constituye­n en permanente­s puntos de partida y de llegada.

Las once películas de esta muestra son un intento acotado –como suele ocurrir en cualquier programa– de tejer puentes y relecturas no ya desde la investigac­ión natural, sino desde la mirada humana sobre los efectos de la colonia, del ejercicio del poder, de los valores negados y deconstrui­dos de las culturas americanas, pero, sobre todo, de la búsqueda de una voz propia en el lenguaje cinematogr­áfico.

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Escena de la película Zama (2017), de la argentina Lucrecia Martel

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