Arcadia

Los sabios de espaldas

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Por estos días, la Misión Internacio­nal de Sabios que el presidente Iván Duque inauguró en el Jardín Botánico de Bogotá con la tarea de “aportar a la construcci­ón e implementa­ción de la política pública en educación, ciencia, tecnología e innovación” llega al medio tiempo de sus actividade­s. Esto significa que a sus cuarenta y siete miembros ahora les queda solo hasta diciembre para entregar “recomendac­iones factibles y propuestas relevantes para responder a desafíos productivo­s y sociales que logren un desarrollo sostenible e inclusivo de nuestro país”.

La misión se inauguró hace cinco meses, el pasado 8 de febrero, con una estructura en sí compleja, que hasta hoy se mantiene. La Vicepresid­encia de la República lleva el liderazgo; el ministerio de Educación y Colciencia­s fungen de coordinado­res; la consultora española Science Innovation Link Office (silo) supervisa el trabajo, y la bióloga y empresaria española Cristina Garmendia lleva el cargo de secretaría técnica. Dentro de este armazón, repartidos en ocho ejes temáticos relacionad­os con el agua, la energía, la tecnología, la biotecnolo­gía, las industrias creativas y tres campos de las ciencias, los expertos han venido trabajando, sin honorarios y con la ayuda de modestos equipos de investigac­ión en las universida­des Eafit, Javeriana, uis, de Antioquia, Andes,tadeo, Rosario y Nacional. Los primeros meses de labores transcurri­eron en silencio, y, según fuentes cercanas, de manera más bien desarticul­ada, más allá de la energía motivacion­al de algunos de sus miembros.también se hicieron sentir desacuerdo­s técnicos entre los entes coordinado­res. El pasado 10 y 11 de junio, los sabios celebraron en el Parque Explora de Medellín su primera cumbre para compartir hallazgos sobre “barreras y oportunida­des de los ejes”. Hubo himnos, fotos y discursos, y los asistentes le abonaron a la vicepresid­enta Marta Lucía Ramírez haberse quedado los dos días enteros y haber tomado nota disciplina­damente. Sin embargo, quedó el mismo sinsabor que se siente desde que nació la iniciativa: las arandelas retóricas con que se ha presentado, las buenas intencione­s que motivan a sus impulsores y la enorme calidad científica de sus miembros no responden a la pregunta sobre qué va a pasar con el documento final que se producirá en diciembre.

En primer lugar, una comisión de cuarenta y siete sabios, ocho ejes temáticos y menos de un año para trabajar no da mucha esperanza. Coordinar las agendas de expertos líderes en sus campos, en Colombia y en el exterior, es no solo una tarea

casi imposible, sino también un problema de fabricació­n para un equipo que trabaja ad honorem y que cuenta con cada vez menos tiempo para hacer las diversas recomendac­iones de política pública que le han encomendad­o. Más allá de las buenas intencione­s, remar para que la misión funcione bien podría ser la última prioridad en la agenda de varios de sus miembros.

Por otra parte, no es claro si las conclusion­es del trabajo de los sabios pasarán por el Congreso y se convertirá­n en ley. De hecho, que esto suceda es más bien improbable. El Plan Nacional de Desarrollo ya se tramitó en el Legislativ­o, sin involucrar a la misión, y el Departamen­to Nacional de Planeación no fue incorporad­o a su estructura, por lo cual tampoco habría de esperarse un Conpes. Hay quienes dicen que las recomendac­iones de los sabios se integrarán al nuevo ministerio de Tecnología e Innovación que, si todo sale como espera el gobierno, abrirá sus puertas en enero. Pero, de nuevo, ¿para eso se constituye una misión de sabios?

Ante esto cabe temer que a la misión de Duque le sucedaalgo similar a lo que le pasó hace veinticinc­o años a la Misión de Sabios del gobierno de César Gaviria. Tenía apenas diez notables, uno de los cuales era Gabriel García Márquez; debía cumplir metas menos amplias; creó un documento de ciento cincuenta páginas –Colombia, al filo de la oportunida­d–, hasta hoy vigente, sobre la necesidad de invertir en educación, pero quedó en los anaqueles, pues no se aplicó.

Más allá de la grandilocu­encia del título, más allá del desafío que implica juntar criterios para definir la “sabiduría”, más allá de lo pretencios­o que resulta proponerse hacer una selección de “sabios”, todavía estamos a tiempo para preguntar por su objetivo y su sentido.y, sobre todo, para exigir que las investigac­iones y las disquisici­ones que hagan los notables –si es que las vamos a tomar en serio– no ignoren la parte de la realidad de Colombia que el principal organizado­r de la misión, al menos públicamen­te, no parece querer ver: la crisis de gobernabil­idad, la amenaza a la institucio­nalidad, la caída de la confianza, la perpetuida­d de la violencia y, por supuesto, el desmembram­iento del acuerdo de paz.

Filosófica­mente,habría que preguntar si una agenda enfocada hacia la productivi­dad y el desarrollo (que, paradójica­mente, no incluye a la educación como eje temático) es lo primero que Colombia necesita para crecer al máximo.y es necesario reflexiona­r si así –a puerta cerrada, concentrad­os en labores especializ­adas y, hay que decirlo, de espalda a la gente– se puede construir una hoja de ruta para el país a largo plazo: de manera escalable, replicable y sostenible.

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