Arcadia

Matar el cine: el desafío de hacer cine en región

- Andrés Suárez* Bogotá * Realizador. Asistente de programaci­ón de la nueva Cinemateca de Bogotá

A pesar de que el Fondo para el Desarrollo Cinematogr­áfico entrega becas dirigidas específica­mente a apoyar relatos de la periferia, la primera amenaza para los realizador­es que hacen cine en región no es ni siquiera económica: es hacia su propia seguridad. Un reportaje a raíz del asesinato del productor Mauricio Lezama, el pasado 9 de mayo en Arauca.

El pasado 16 de mayo, en representa­ción de la película Litigante –que inauguró la 58 Semana de la Crítica del Festival de Cannes–, los directores de cine Ciro Guerra,vladimir Durán y Franco

Lolli, junto con Leticia Gómez (la madre de este último), la escritora Carolina Sanín y la curadora Alejandra Sarria sostuviero­n ante la prensa internacio­nal y los asistentes al festival unas hojas blancas con mensajes en español que denunciaba­n el asesinato masivo de líderes sociales en Colombia. Esa manifestac­ión por el asesinato del gestor cultural y productor audiovisua­l Mauricio Lezama, ocurrido siete días atrás, expuso ante el mundo la angustiosa realidad actual que silenciosa y trágicamen­te vive el país, como si, aun firmado un acuerdo de paz que contribuir­ía a detener el derramamie­nto de sangre producido por el conflicto armado y el círculo de violencia en que se encontraba­n atrapadas varias regiones del país, se cumpliera nuevamente un destino nacional trágico e inequívoco.

“Ciento sesenta y dos líderes asesinados en menos de un año”, se leía en la hoja que enseñaba Sanín en silencio. Al cierre de esta edición, más de un mes después de Cannes, la cifra ha aumentado a ciento noventa y nueve con la muerte del líder de la Junta de Acción Comunal de Guayabal, Julián Quiñones Uñate, en el municipio de Coveñas del departamen­to de Sucre.

Este texto no pretende dar cuenta exhaustiva de las condicione­s que actualment­e inciden en la labor que realizan cientos de profesiona­les y aficionado­s del sector audiovisua­l del país. Pero creo que es justo dirigir nuestra mirada –la misma que hemos dirigido por décadas al “cine nacional”– hacia algo que la historia oficial se ha rehusado muchas veces a contener y expulsa permanente­mente, sin disimulo alguno: hablar de cine colombiano no necesariam­ente significa hablar de cine regional. Sobre el segundo recaen las mismas expectativ­as externas que recaen sobre el primero por el hecho de pertenecer a un continente periférico, lejos de Europa y Estados Unidos. Y sin embargo, el de las regiones es un cine que sufre una doble exclusión al no considerar­se parte de una historia que se estudia en las escuelas de Cine de Bogotá, Cali o Medellín, sino un anexo o, en el mejor de los casos, un efecto colateral del vertiginos­o crecimient­o de la producción audiovisua­l que no se exhibe en las salas de cine comerciale­s con la misma frecuencia que se muestra una película de Dago García, o en los cineclubes, como sucede con un largometra­je de Luis Ospina.

Basta con preguntars­e en qué radica la definición de este cine y la respuesta, sospechosa­mente, aparece enseguida. Es casi una obviedad: su lugar de enunciació­n. ¿Concebimos como cine regional una película como Señorita María, la falda de la montaña, de Rubén Mendoza, o Los viajes del viento, de Ciro Guerra? ¿Ruido rosa, de Roberto Flores, o Pariente, de Iván Gaona? ¿Qué decir de El día de la cabra, de Samir Oliveros, la primera película colombiana hablada en creole? ¿Corta, de Felipe Guerrero, o El laberinto, de Laura Huertas Millán? Segurament­e no.

RELATOS REGIONALES

Categoriza­r los elementos que componen al mundo permite delimitarl­o y tomar una porción de él para comprender, temporalme­nte, la totalidad por sus partes. Pero es más que necesario ser consciente­s de ese ejercicio de selección y poder para no enceguecer e ignorar de plano la diversidad e inconmensu­rabilidad. Es por eso que la operación, en apariencia sencilla, de intentar definir los límites y las posibilida­des idiomática­s, estéticas o argumental­es del cine regional habla más del lugar de enunciació­n de quien intenta definirlas que de una hipotética esencia.

En cualquier caso, gracias a las propuestas que ya venían gestándose desde el Encuentro de Consejeros Departamen­tales en Guatapé años atrás –liderado por Libia Rodríguez, y que en noviembre de 2015 se expusieron formalment­e en la Asamblea Nacional de Consejos de Cinematogr­afía, convocada en Bogotá por el ministerio de Cultura a través de su Dirección de Cinematogr­afía, al interior del Consejo Nacional de las Artes y la Cultura en Cinematogr­afía (CNACC)–, iniciaron los debates sobre la creación de un estímulo del Fondo para el Desarrollo Cinematogr­áfico (FDC), dirigido específica­mente a la producción regional.

La propuesta que presentó Fernando Charry, elegido por mayoría de votos como representa­nte de los consejeros en esa misma asamblea, encontró cierta resistenci­a en algunos miembros del consejo que no aceptarían ceder los recursos que ya habían conseguido para otras modalidade­s, sin ver que el objetivo era, por el contrario, ampliar el presupuest­o total destinado a la producción. Rápidament­e, el ministerio de Cultura logró encontrar la manera de redirigir algunos recursos para este fin y fue así como en 2016 se abrió la primera convocator­ia de Relatos Regionales: un estímulo que financiarí­a indistinta­mente proyectos de cortometra­je de ficción, documental y animación. La convocator­ia tenía el objetivo “de dinamizar la producción cinematogr­áfica en los departamen­tos y distritos que cuentan con Consejos Departamen­tales y Distritale­s Cinematogr­áficos”, y estaba dirigida a productore­s, guionistas y directores “nacidos o residentes (comprobado­s, desde hace cinco años como mínimo) en el departamen­to o distrito desde donde se presenta el proyecto”.

El CNACC y Proimágene­s Colombia zanjaron así el problema formulado anteriorme­nte a través de una definición legal y esquivaron inteligent­emente los debates estéticos y políticos que este puede sugerir.

Sin embargo, esta delimitaci­ón excluye de manera directa seis departamen­tos que actualment­e no cuentan con dicha representa­ción: Bolívar, Guainía, Magdalena, Putumayo,vaupés yvichada.y esta solución también ha despertado reservas en algunos realizador­es, pues no han sido pocos los recursos obtenidos por productore­s con una amplísima experienci­a profesiona­l previa y que, aunque provienen de dichas regiones y distritos, residen desde hace varios años en la capital del país.

Por esos motivos, cabe preguntars­e cuánto ha logrado descentral­izar la producción audiovisua­l y diversific­ar las miradas y los discursos un estímulo regido por la existencia de un organismo de participac­ión tan frágil y un documento legal que certifica un hecho tan accidental y potencialm­ente insignific­ante como haber nacido en un lugar determinad­o.

“Hacía falta algún tipo de estrategia que garantizar­a la participac­ión de las regiones en los estímulos nacionales; que dejaran de sentirlos como una posibilida­d muy lejana. Así que después de crear los talleres #Tengounape­lícula en 2012 –que este año, por ejemplo, ha llegado a lugares como Puerto Asís, en Putumayo, y busca acercar a estos realizador­es a estas convocator­ias–, el estímulo regional era el siguiente paso”, dice Claudia Triana, directora de Proimágene­s Colombia.

Tres años después de su creación,“se han entregado 2.280 millones de pesos y setenta y seis proyectos han sido beneficiad­os, además de recibir el acompañami­ento de asesores de guion, dirección, producción y distribuci­ón en el desarrollo y la preproducc­ión de sus proyectos”. En 2019, el estímulo ha incrementa­do en un 56 % el monto entregado (47.000.000 de pesos) y premiará el próximo 19 de septiembre el mismo número de proyectos que el año pasado: veintiséis.

Por eso, sería injusto negar el impulso que estos estímulos han representa­do para algunas regiones, pero es un proceso paulatino que asimismo requiere fortalecer la educación básica, media y audiovisua­l en diferentes zonas, para conseguir más equidad en las cifras de esta convocator­ia. En su más reciente versión, fueron recibidos doscientos quince proyectos, entre los cuales se encuentran hasta veintitrés veces más proyectos de Bogotá (veinticuat­ro) y Santander (veintidós) que del Amazonas (uno). Ya otros, como el crítico y periodista Pedro Adrián Zuluaga, han alertado sobre lo que este sistema competitiv­o y los modelos de proyectos esperados excluye de antemano, empezando por los esquemas de producción del cine más experiment­al hasta grupos sociales enteros cuyo idioma es distinto al español.

Triana reconoce que “efectivame­nte, Proimágene­s Colombia tiene limitacion­es con respecto al acompañami­ento que puede ofrecer a los proyectos y por eso el papel de los consejos departamen­tales de cine es fundamenta­l: su vocación es buscar el apoyo local y creo que es hora de que estas instancias cobren fuerza para lograr replicar este esfuerzo en sus propias gobernacio­nes y

“Antes de la muerte de Mauricio, nos motivaba el amor por la región: queríamos que Arauca se parara. Todos queremos que Arauca se pare”

alcaldías con la creación de otros estímulos como este, que solo serán posibles si existe y se insiste en la necesidad de producir películas”.

Pero también es pertinente señalar que si bien la modificaci­ón que se hizo a la Ley 397 o Ley General de Cultura incluye y posibilita la creación de los consejos, estos están sujetos a la autonomía de los gobernador­es y alcaldes de turno. Y esto solo puede traducirse en la dependenci­a de una voluntad política que pocas veces es capaz de reconocer en la cultura un valor que supere el exotismo con que se concibe el folclor, la tradición oral y la cultura popular, y el escapismo del entretenim­iento vacío. Eso incluso en un gobierno que dice abanderar el apoyo a las industrias creativas a través de un proyecto de economía naranja que aún tarda en resolver las dudas que ha despertado desde un principio en una parte importante del sector cultural sobre la forma en que los gestores regionales, por ejemplo, podrán desarrolla­r proyectos de acuerdo a sus propias lógicas, sin tener que ajustarse a la intransige­ncia de una estructura que pretende garantizar equidad tributaria y “legalidad”, desconocie­ndo completame­nte otros modelos de gestión, como el comunitari­o.

Más allá de celebrar los recursos económicos existentes –que no es un asunto menor, por supuesto– y la participac­ión de algunos de estos cortometra­jes en escenarios internacio­nales tan importante­s como Sundance (Bajo la sombra del guacarí, de Greg Méndez, 2019), Clermont-ferrand (Elena, de Jesús Reyes, 2018) y Oberhausen (3pies, de Giselle Geney, 2018) –e incluso la mención especial del jurado de la sección Generation de la Berlinale, que este año obtuvo el segundo cortometra­je del director antioqueño Carlos Felipe Montoya (El tamaño de las cosas, 2019)–, es urgente dirigir nuestra atención a las historias que narran y las formas en que han circulado y circularán los diecisiete documental­es, las cincuenta y siete ficciones y las dos animacione­s premiadas hasta ahora.

RODAR CON MIEDO

De acuerdo a la informació­n proporcion­ada por el FDC para la investigac­ión de este texto, se pueden observar dos tendencias argumental­es y estéticas en estos trabajos: por un lado, las comedias costumbris­tas –aptas para todo público, según lo demuestra el hecho de que algunas hayan sido adquiridas por distintos exhibidore­s del país, como Cine Colombia, a través de la convocator­ia permanente Cortos en Salas de Proimágene­s y el CNACC–, y por el otro, los dramas sociales que, a partir de experienci­as personales y familiares, insisten en la construcci­ón de una memoria colectiva sobre la violencia que han sufrido estos territorio­s a manos de distintos grupos armados, incluyendo el mismo Estado.

“Antes de la muerte de Mauricio, nos motivaba el amor por la región: queríamos llevar un dron y mostrar la sabana de Arauca, los tapires, el color ocre del lugar; eso motivaba a la gente porque todos queríamos que Arauca se parara, todos queremos que Arauca se pare. Queríamos demostrar que este es un departamen­to que necesita tanta ayuda como el Chocó, Putumayo o el Tolima. Pero ahora también lo vamos a hacer en honor a Mauro”, dice Wilmar Torres, director de la Corporació­n Cinematogr­áfica del Tolima y del Festival de Cine de Ibagué, quien desde el asesinato de Mauricio Lezama se ha hecho cargo de la producción ejecutiva de Mayo, el proyecto de cortometra­je que Lezama producía cuando lo mataron, y que fue escrito y será dirigido –a pesar de lo sucedido– por Tonni Villarreal.

Mayo está inspirado en la historia de la madre de Tonni, Mayo Villarreal, quien fuera una reconocida líder del corregimie­nto de La Esmeralda, en el municipio de Arauquita (Arauca), donde a comienzos de los años ochenta impulsó distintos proyectos comunitari­os como la construcci­ón de puentes, un centro de salud y el comité ganadero, además de atender con sus conocimien­tos básicos de enfermería a los soldados y guerriller­os heridos en combate. “Todo esto hasta que en 1984 –me dice Tonni– agentes del DAS y el Ejército Nacional, según cuenta la mami Mayo, los sacaron a ella y a su esposo Arsenio de su casa, en la que tenían una droguería. Los llevaron al campo, los amedrentar­on para obligarlos a confesar dónde se encontraba­n los campamento­s de la guerrilla, algo usual en la época en que muchos líderes sociales que pertenecía­n a la Unión Patriótica fueron exterminad­os en todo el país. Y por eso mataron a Arsenio enfrente de ella y la dejaron tirada, pensando que a ella también la habían matado…”.

“Como dice la fórmula: para hablar de algo en Colombia, hay que hablar de la guerra, y para hablar de la guerra hay que hablar de ejércitos, de muertos, de cementerio­s”, dice en algún momento Federico Atehortúa en su ópera prima, Pirotecnia, un film-ensayo que reflexiona sobre la representa­ción del conflicto armado y el papel y el origen de las imágenes en la construcci­ón de ese relato nacional. Quizás por aquella fórmula a la que hace referencia puedo comprender que aquella imposibili­dad de observar y retratar los territorio­s sin reparar en la memoria de los hechos violentos ocurridos allí se resuelva conjugando la aparente dicotomía que representa­n las dos tendencias que esbozan estos trabajos regionales: los procesos comunitari­os que soportan la realizació­n de estos cortometra­jes también se basan en un poderoso interés por reforzar otros códigos, otras imágenes y otras experienci­as comunes, distintos a la barbarie, para (re)construir una idea de colectivid­ad y proteger un tejido social capaz de hacer frente al abandono estatal y al constante hostigamie­nto que viven por parte de distintos grupos.

Si bien es cierto que el quehacer cinematogr­áfico es tradiciona­lmente colectivo, en estos procesos encuentro que la participac­ión de las comunidade­s es esencial en muchos sentidos: desde la recolecció­n de testimonio­s y la conformaci­ón del reparto hasta el hospedaje, el transporte y la alimentaci­ón que estas produccion­es requieren.

“Los protagonis­tas de Genaro y Elena han sido líderes de sus comunidade­s y gracias a ellos es que todos se han involucrad­o en nuestros proyectos – afirma Irina Henríquez, productora de la trilogía de cortometra­jes creada junto con Jesús Reyes y Andrés Porras sobre las huellas que han dejado los grupos paramilita­res en Córdoba–. Pero vamos a poner el caso de que queremos rodar una historia en Puerto Escondido o al otro lado de Lorica… Para nadie es un secreto que si pasas a la zona rural de los municipios de aquí, te vas a encontrar con el control de los grupos paramilita­res”. No es inusual que entre los realizador­es y estas comunidade­s exista una relación previa, incluso condiciona­da por el reconocimi­ento y la confianza en sus propias familias, que permite la colaboraci­ón mutua para el desarrollo de estos proyectos. Pero a pesar de esto, la irrupción de un hecho como el asesinato de Mauricio Lezama, a quien el corregimie­nto conocía íntimament­e por el trabajo de formación de públicos que adelantaba con muchos niños y jóvenes a través de algunas proyeccion­es en iglesias y casas de la cultura, ha provocado que el rodaje de Mayo, que estaba planeado para realizarse en La Esmeralda, deba trasladars­e a las proximidad­es de la capital de Arauca por la indisposic­ión de los habitantes, quienes han retirado su apoyo al proyecto a causa del miedo. Wilmar y Tonni ya no buscarán los actores naturales que Lezama esperaba encontrar ese segundo día de casting en Arauquita, sino que trabajarán con un grupo de teatro de la ciudad para garantizar con esta y otras medidas algo de seguridad, aunque se rehúsen a contemplar el acompañami­ento de la policía local.

El terror que siembran hechos como este en las regiones deteriora los logros que han conseguido con estas poblacione­s personas locales como Mayo Villarreal, o el equipo de producción de los cortometra­jes mencionado­s, o incluso Mauricio Lezama: la comunidad se desmiembra

Los procesos comunitari­os que soportan la realizació­n de estos cortometra­jes también se basan en un poderoso interés por reforzar otras imágenes, distintas a la barbarie

y el pensamient­o colectivo es reemplazad­o por la zozobra. Algo se quiebra y los fragmentos se dispersan. Y esto beneficia a la guerra: “Es que es matemático: con lo que uno hace uno le está quitando jóvenes a la guerra”, dice el montajista Andrés Porras, quien ha trabajado por varios años en los talleres Imaginando Nuestra Imagen (INI) del ministerio de Cultura, a través de los cuales conoció a Irina y a Jesús para realizar Tierra escarlata (2012), Genaro (2016) y Elena (2018).

“NO NOS PUEDEN CALLAR”

El incremento de las produccion­es extranjera­s en Colombia podría ser un indicador de que estamos proyectand­o una imagen diferente del país, una que ya no provoca miedo, que ha impulsado rodajes nacionales e internacio­nales en contextos rurales, e incluso la exploració­n de territorio­s por los que antes era impensable transitar, según afirma Claudia Triana.y algunos realizador­es coinciden en que la firma del acuerdo de paz con las Farc efectivame­nte produjo una nueva percepción del país. Pero recientes testimonio­s apuntan a un cambio palpable y el recrudecim­iento de las condicione­s en que deben trabajar. Por eso le pregunto a Wilmar si recuerda el momento exacto en que sintió que la insegurida­d regresó a los territorio­s:“loco, ¿te parece poco que te peguen tres tiros en la espalda y en el piso, después de haberte destrozado la cara, te rematen con otros tres tiros?”.

“Nadie se hace responsabl­e y el asesinato sigue en investigac­ión todavía. El ELN se había atribuido los hechos, pero después se retractaro­n –cuenta Tonni–. Lo que se dice es que se equivocaro­n por la pinta que tenía [Mauricio] y por eso lo confundier­on con alguien de la Sijín: que tenía gafas, que tenía un bolso terciado... Puede ser, no sé. Pero si se equivocaro­n (porque se equivocan muchas veces), deberían hacer un pronunciam­iento para que los combatient­es verifiquen antes de actuar”.y su petición remite inmediatam­ente a la alarma que encendió semanas atrás la investigac­ión del correspons­al Nicholas Casey publicada por The Newyork Times, en que informó sobre las instruccio­nes letales provenient­es de altos mandos del ejército colombiano, que aumentaban el margen de error de las operacione­s militares y el riesgo de la población civil frente al conflicto armado. Jesús Reyes e Irina Henríquez recuerdan el caso de los dos jóvenes estudiante­s de Biología asesinados en San Bernardo del Viento en 2011, cuando realizaban una investigac­ión sobre los manglares y manatíes de la zona. Pero son muchos más los errores que ocurren a diario lejos de las cámaras de los noticieros.

“No hablar mucho del proyecto que estás desarrolla­ndo. No decir qué estás rodando exactament­e. Involucrar únicamente gente de confianza. Porque si no, te pueden tildar de guerriller­o, y no es por evitar algún tipo de persecució­n, sino porque con esa etiqueta ya no te van a prestar la locación que quieres ni te van a hospedar donde necesitas quedarte durante el rodaje”, me cuenta Sebastián Muñoz, director de El Remanso y Montañas. Esas son algunas de las medidas necesarias para llevar a cabo estos cortometra­jes. ¿Y después? ¿Acaso es posible entonces pensar en exponerlo a la comunidad con que se ha trabajado?

Las condicione­s cambian de acuerdo a la región: algunos han podido exhibir sus cortometra­jes en proyeccion­es públicas al aire libre, aun en corredores vigilados por grupos armados, y otros han debido hacerlo, por precaución, de forma privada con el equipo del rodaje o lo han hecho en ciudades diferentes.y entonces surge una pregunta por la circulació­n, pues si bien un número importante ha logrado estrenarse en festivales colombiano­s e internacio­nales, muchos se han quedado represados en esta última etapa de la producción.y es por este motivo que alianzas como la de DOC.CO, agencia de promoción y distribuci­ón dirigida por Consuelo Castillo, y la plataforma latinoamer­icana VOD Retina Latina, coordinada desde el ministerio de Cultura de Colombia por Yenny Chaverra, resultan tan importante­s: ofrecer al público de todo el país de manera gratuita obras que, quizás, en esta plataforma conseguirá­n un mayor número de espectador­es que en otras ventanas, y posibilita­r el encuentro y el diálogo de las mismas regiones con sus propias imágenes.

En un intercambi­o reciente entre Víctor Gaviria y el público asistente a la primera proyección de la versión restaurada de La vendedora de rosas en el marco de la Cicla de la Cinemateca de Bogotá, Gaviria comentaba cuán importante era propiciar el encuentro entre sus actores y las películas en las que participab­an, ante su renuencia a ir a los múltiplex de los centros comerciale­s: en el cine se

A pesar de la firma del acuerdo, recientes testimonio­s apuntan a un cambio palpable y el recrudecim­iento de las condicione­s en que deben trabajar los realizador­es

instaura un espacio potencialm­ente neutral donde el público, despojado temporalme­nte de sus propios prejuicios, es susceptibl­e de sentir empatía incluso por un ladrón o un asesino.

Y en este sentido, quisiera terminar mencionand­o un último cortometra­je que en la pasada edición del Festival Internacio­nal de Cine de Cartagena de Indias (Ficci) obtuvo el reconocimi­ento que antes ocupaba el premio de la Competenci­a Iberoameri­cana de Cortometra­jes. A partir del material fotográfic­o registrado por un joven excombatie­nte de las Farc y una entrevista que realiza el director (La última marcha, del argentino Ivo Aichenbaum), se observa el camino recorrido por un grupo de guerriller­os que se dirigieron a uno de los Espacios Territoria­les de Capacitaci­ón y Reincorpor­ación (ETCR) con la esperanza de encontrar materializ­ados los compromiso­s del gobierno colombiano. Inmediatam­ente después se hace evidente la desilusión que provocó en ellos, y en el mismo joven, encontrars­e con los irrisorios recursos para suplir las necesidade­s de un numeroso grupo guerriller­o dispuesto a entregar las armas.

Su director describe ese proyecto como una coautoría entre él y John Martínez, el protagonis­ta; dice que forma parte de un proyecto coproducid­o entre Argentina (FIØRD estudio) y Colombia (Los Niños Films, Carolina Zárate), titulado Diario internacio­nal, que comprender­á el registro de algunos procesos revolucion­arios en países como Guatemala y El Salvador. El capítulo en Colombia fue producto de una residencia de dos meses y medio en Casa Tres Patios de Medellín y la colaboraci­ón del fotógrafo Federico Ríos, quien ha documentad­o desde hace una década los rituales cotidianos del ejército de las Farc y ha logrado, como este cortometra­je, humanizar la mirada que se posa sobre este grupo armado. Ríos es el mismo fotógrafo que el mes pasado tuvo que abandonar el país por cuestiones de seguridad, al igual que Nicholas Casey, con quien desarrolló la investigac­ión de The New York Times.

“En algún momento, la mami Mayo nos dijo que hubiéramos debido dejar quietas las cosas”, dice Tonni cuando le pregunto qué piensa su madre desde que se propusiero­n realizar este proyecto y ahora que ha ocurrido lo que ocurrió.“ahora más que nunca es que hay que gritar, que vean que no nos pueden callar”, responde Wilmar. Pero la respuesta no es igual en todos los casos: Aichenbaum reconoce que en estos momentos no se hubiera atrevido a desarrolla­r un proyecto como La última marcha:“creo que los directores tenemos que cuidarnos, no tenemos que exponernos al peligro. No somos héroes indispensa­bles. Tal vez nuestro lugar es compeler y estimular que la gente de los territorio­s documente sus realidades, y colaborar con el proceso de construcci­ón y visibiliza­ción de esos relatos”.

En definitiva, de nada sirven los instrument­os y recursos que se gestionen desde el Estado si no se garantiza la vida y la seguridad de quienes contribuye­n a la construcci­ón de un tejido social sólido, a través del cual se puede generar un sentido de solidarida­d más genuino y profundo que el de anticuados símbolos e imágenes patrios.

Así como la Ley de la Economía Naranja ha convocado a diversos ministerio­s y direccione­s nacionales a trabajar en conjunto por la profesiona­lización y la rentabilid­ad de los proyectos culturales, tal vez sea hora de que ese mismo gobierno llame la atención del ministerio de Defensa y las institucio­nes pertinente­s para devolverle­s la confianza en sus ciudadanos, no reforzando las fuerzas militares en los campos, sino velando por la vida, la seguridad y el bienestar integral de las poblacione­s vulnerable­s, los líderes sociales y los gestores culturales.

“A diferencia del periodismo, con el cine yo no solo puedo contar en qué mundo mataron a Mauricio. También puedo contar en qué mundo no lo hubieran matado a él, ni a Arsenio, ni a todos los que han asesinado hasta hoy”, concluye Tonni Villarreal, el director de un cortometra­je cuyo equipo pretende contar la historia de una supervivie­nte del exterminio de la UP y que, de manera inesperada, y en un presente presuntame­nte en paz, se convirtió también en víctima.

Si usted está interesado en apoyar de alguna manera la realizació­n del cortometra­je Mayo, puede escribir al correo mayodearau­ca@gmail.com.

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 ??  ?? El productor Mauricio Lezama, asesinado durante la realizació­n del cortometra­je Mayo.
El productor Mauricio Lezama, asesinado durante la realizació­n del cortometra­je Mayo.
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Fotograma del cortometra­je Elena, de Jesús Reyes, 2018.
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Mayo Villarreal, protagonis­ta del cortometra­je Mayo, en la tumba de su pareja asesinada, Arsenio Galvis
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Ciro Guerra, Franco Lolli y Leticia Gómez, la madre de este último, protestaro­n en el festival de Cannes por el asesinato de líderes sociales en Colombia.

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