Arcadia

Una biblioteca que acoge a los inmigrante­s venezolano­s en Bogotá

- Andrés Páramo Izquierdo* Bogotá

Bogotá ha recibido, por lo menos, a medio millón de migrantes de la diáspora venezolana. A pesar de que el problema parece inabarcabl­e, incluso a nivel local emergen iniciativa­s de auxilio esperanzad­oras, como la de una biblioteca en Ciudad Bolívar que ahora podría servir como modelo para la formación de un plan de la Red Distrital de Biblioteca­s Públicas.

Milena duró cinco meses deprimida. Me lo cuenta con la tranquilid­ad de quien tiene la vida recompuest­a, con su tinto de la tarde entre las manos. Está toda vestida y adornada de rojo: el saco que lleva puesto, el pelo tinturado, la correa del reloj, el maquillaje en la cara. Milena debe tener unos cuarenta años, es de estatura mediana, camina con resolución y sonríe mucho. Cuando le pregunto por qué se fue hace cuatro años del estado de Aragua, envenezuel­a, ella exhala y emite un ruido como evidencian­do una obviedad; como si la pregunta sobrara. Me dice finalmente:“la situación se puso horrible”. Llegó a Bogotá con su esposo y sus dos hijos, y lloró todos los días, durante los cinco meses siguientes. Un negocio, un proyecto de vida, los dio por perdidos.

Si nos atenemos a las cifras que la Oficina del Alto Comisionad­o de la ONU para los Refugiados (Acnur) y la Organizaci­ón Internacio­nal para las Migracione­s (OIM) hicieron públicas en Ginebra a principios de junio, vamos en 2019 y hay cuatro millones de venezolano­s en la diáspora. El drama humanitari­o producto de una máquina estatal que degradó tanto las condicione­s de vida de su sociedad llegó a eso: a un número de migrantes equivalent­e a los seres humanos que ocuparían una ciudad intermedia completa.

La asfixia se vuelve insoportab­le. Cogen sus cosas y se van.

Milena me dice que el negocio que tenía para atender menores de edad con discapacid­ad y asesorarlo­s en temas de educación básica empezó a flaquear cuando los clientes, mayormente personas con dinero, terminaron huyendo y desajustán­dole el flujo de caja que antes corría con vigor. Me cuenta también que su esposo hacía rato era incapaz de emplearse como ingeniero agrónomo luego de que su nombre apareciera en la Lista Tascón, un documento que difundió el gobierno de Hugo Chávez que contenía las firmas recaudadas por la oposición durante 2003 y 2004 para apoyar la destitució­n del mandatario.todo en uno: economía quebrada y política abusiva.

Me dice que, sin embargo, su hija fue lo determinan­te. A principios de 2016, Venezuela ya era un país peligroso para los recién nacidos. La tasa de mortalidad en esta población había aumentado cien veces en cuatro años. A la bebé de Milena no le paraba la fiebre por falta de medicinas. Para que se entienda mejor la dimensión del problema: ella y su esposo no conseguían un analgésico corriente que le bajara la temperatur­a. “De ese susto, nosotros dijimos: no. Teníamos dinero, pero no dónde conseguir medicina. Teníamos dinero, pero no dónde conseguir comida. Ni pañales ni la leche”.

Todo me lo dice muy duro, desenvuelt­a, con vehemencia narrativa, como si no estuviéram­os en la sala de lectura de la Biblioteca Pública Perdomo Soledad Lamprea, en Ciudad Bolívar, al surocciden­te de Bogotá. Me sorprendo de que hable así de fuerte, de que se ría, de que golpee la mesa.

Miro alrededor y me doy cuenta de que son mis códigos los que fallan aquí: este es un espacio vivo, de vecinos de barrio, de niños que recitan poemas en voz alta y adolescent­es que juegan en un computador al lado de lectores imperturba­bles. Una biblioteca pública de barrio. Otro mundo.

EL MAPA

En 2017, los analistas empezaron a considerar el fenómeno migratorio de venezolano­s un problema de amplia envergadur­a. Ya no eran puñados de personas, sino oleadas humanas contadas en cientos de miles. En ese año, Migración Colombia abrió la posibilida­d de usar la Tarjeta de Movilidad Fronteriza como una facilidad burocrátic­a para quien no tuviera pasaporte. En 2017, Jorge Acero, director regional de servicios legales de Asylum Access América Latina, dijo: “Esta es una crisis que, en nuestra opinión, puede ser considerad­a una de refugiados venezolano­s en las Américas”. Ese fue el mismo año en que Nicolás Maduro creó en Venezuela el Comando Antigolpe, una fuerza para “mantener la paz”; el año en que la Comisión Nacional de Telecomuni­caciones del gobierno bolivarian­o retiró de cable y satélites la señal de CNN en Español; el año en que el Tribunal Supremo de Justicia despojó de sus facultades a la Asamblea Nacional, el parlamento de ese país.

Ese año, también, Arnulfo Ariza, venezolano nacido en Maracaibo, de padres colombiano­s, 35 años, coordinado­r de la Biblioteca Pública Perdomo en Ciudad Bolívar, empezó no solo a darse cuenta de que el volumen de migrantes que llegaba a su puerta iba en franco aumento, sino también a ver a grupos de exiliados quejarse en redes sociales por no poder afiliarse a la Red Distrital de Biblioteca­s Públicas de Bogotá (Biblored).

Arnulfo Ariza me cuenta que antes de pensar en el tema de la afiliación, lo primero que hizo fue tratar de resolver preguntas que los venezolano­s evidenteme­nte traían consigo. Preguntas de este tipo: ¿cómo cojo un bus? ¿A dónde voy si me enfermo? ¿Qué papeles necesito para conseguir un trabajo?

Me muestra entonces un folleto que hizo con permiso de sus jefes. “¡Y ahora! ¿Qué hacemos en Bogotá?”, se llama. “Es sencillo”, me dice. En el folleto hay una foto de una familia (papá, mamá e hija) caminando de espaldas a la cámara por una vía de tren, y una declaració­n de principios que explica la guía básica.

Así va el recorrido que pensó Arnulfo para paliar necesidade­s básicas de una persona sin rumbo: un mapa de Bogotá con sus localidade­s. Una explicació­n de cómo acceder al SITP y al Transmilen­io. Una definición exacta de qué se entiende por calles y carreras, diagonales y transversa­les. Una explicació­n del diseño de la ciudad, a manera de cuadrícula. Y un listado de entidades, con sus direccione­s y teléfonos: Red Distrital de Biblioteca­s, Casa de la Cultura de Ciudad Bolívar, Servicios a Migrantes Venezolano­s, Migración Colombia, Cruz Roja Colombiana, Hospital Meissen.

Después, ya entrado 2018, pensó en el tema de las afiliacion­es. Debido a las quejas que había recibido, contactó a la Asociación Central de Venezolano­s en Colombia (Asocvencol) y cuadró con ellos, en el marco de una feria, el ingreso oficial de estas personas a Biblored, principalm­ente para poder alquilar libros. Pensó que a un venezolano migrante no podría exigírsele exactament­e lo mismo que a un colombiano, y les permitió registrars­e: setenta personas presentaro­n el documento de identidad venezolano o el pasaporte.

Diana Carolina Martínez, directora de Lectura y Biblioteca­s de la Secretaría de Cultura, dice que desde esa experienci­a, la institució­n central empezó a flexibiliz­ar un poco los requerimie­ntos “con el fin de que fueran más abiertos”. Hoy en día, Biblored permite que un venezolano se afilie presentand­o el Permiso Especial de Permanenci­a (PEP), un documento que puede descargars­e virtualmen­te, en fechas preestable­cidas, y que regulariza la situación de los migrantes, permitiénd­oles acceder a programas de salud, educación, trabajo y atención a niños y adolescent­es, y quizás, al alquiler de libros.

Ariza, entonces, vio que sus acciones empezaron a tener resonancia en el nivel central de la Red de Biblioteca­s y, de forma difuminada, en llamadas telefónica­s de sus colegas coordinado­res de Kennedy o Arborizado­ra Alta, en las que ellos preguntaba­n cómo adaptar la guía de Perdomo a sus entornos, cómo atender a la población migrante, qué más podían hacer por ellos. Es entendible, puesto que Arnulfo se ha salido del libreto en varias ocasiones, como cuando convirtió a Perdomo en una biblioteca que sirvió como centro de acopio, durante un tiempo en que los vecinos le dejaban ropa, mercados o utensilios para bebé con el objetivo de que él los donara a personas desfavorec­idas (en una localidad, no sobra mencionarl­o, con predominio de estratos 1 y 2).

“Yo les dije a las jefes [Diana Carolina Martínez y Tatiana Duplat] que me estaba saliendo de la misionalid­ad porque esto no se trataba de fomento de lectura o escritura, pero qué le vamos a hacer –me dice Ariza–. Son circunstan­cias que le pueden pasar a cualquiera. Estas son biblioteca­s de barrio y la gente las entiende así. Y fue sorprenden­te. A veces decimos que los colombiano­s no se ponen en los zapatos de los demás. Me impactó mucho ver que sí lo hacen”.

LA RED

Este tema de las biblioteca­s locales como un espacio útil para más cosas que alquilar libros y llevárselo­s a la casa por días, o leer en silencio dentro de un recinto cerrado (sin querer decir que ambas cosas no sean importante­s), viene quizás de la época en que el industrial inglés Andrew Carnegie, en pleno siglo XIX, le apostó a la filantropí­a para desarrolla­r en estos espacios proyectos centrados en los migrantes, como el entendimie­nto de la democracia, el aprendizaj­e del inglés o la autoenseña­nza mediante un catálogo robusto.

Desde entonces y en varios lugares del mundo, las biblioteca­s públicas, sobre todo las locales,

se han venido desarrolla­ndo como espacios abiertos a la comunidad, que allí se integra; que busca encontrar un sentimient­o de cohesión colectiva y de apertura en ese centro cultural.

En Estados Unidos, por ejemplo, de acuerdo al informe “Library Services for Immigrants” del U.S. Citizenshi­p and Immigratio­n Services, en conjunto con el Institute of Museum and Library Services, las biblioteca­s públicas son un lugar para facilitar a los migrantes el aprendizaj­e de cosas sencillas, como prepararse para los exámenes de adquisició­n de ciudadanía estadounid­ense, así como la alfabetiza­ción en inglés para quienes desconocen la lengua.

Las recomendac­iones que se desprenden de ese documento son cosas sencillas, pero requieren un plan: hacer alianzas con entidades que tengan recursos y conocimien­to en este tipo de realidades; tener coleccione­s bibliográf­icas útiles (incluso en una página web exclusiva) relativas al tema de migración; hacerse conocer dentro de la comunidad para integrar a las personas, que usualmente desconfían de las institucio­nes a donde llegan. Las biblioteca­s son espacios confiables, dice el artículo, de donde pueden desprender­se actividade­s que redunden en un crecimient­o ciudadano de los migrantes.

Arnulfo Ariza me presentó a Milena de Medina, que viste toda de rojo y hace un año encontró en la Biblioteca Perdomo un lugar para mostrar su libro de autoayuda, El secreto del éxito, que se vende en Amazon.

Después de conocer al personal y de que este leyera su libro, le recomendar­on tomar un taller de escritura con el profesor Rodolfo Celis, del cual salió su segunda publicació­n, 40 razones para perder el miedo, mucho más centrada en la “literatura del yo”, me dice ella, y el entendimie­nto de las fobias que la aquejaron durante su vida. Milena además le da talleres de nivelación académica a una niña de quince años, Julmary Vargas, originaria del estado de Yaracuy, Venezuela, quien al día siguiente de la entrevista que le hice presentarí­a el examen de admisión en un colegio del Distrito y sabría a qué curso entraría después de haber dejado su país.

Julmary, muy seria siempre, me dice que viene a la biblioteca a todo: al taller de lectura, al de escritura, al café literario, a las clases con la “profesora Milena”. Me cuenta que salió de Venezuela con su familia hace apenas dos meses porque la presión fue excesiva. Su hermana menor ya está estudiando; más tarde su mamá viene del trabajo a recogerla. Responde exactament­e lo que le pregunto, sin dar una vuelta de más:

—¿Cómo llegaste acá, a la biblioteca? —Bueno, mi mamá averiguó para inscribirm­e en un colegio. A ella le dijeron que tenía que presentar unos exámenes. Buscó para que me dieran una asesoría y una amiga le comentó que aquí en la biblioteca me podían ayudar. Entonces nos acercamos acá, conocimos todo y nos familiariz­amos con esto. Así fue como llegué acá.

Ella escoge esa palabra: familiariz­ar.

“En el caso de la población migrante provenient­e de Venezuela, las biblioteca­s han estado prestas a acogerla, entendiend­o la complejida­d de su situación y comprendie­ndo el fenómeno de la migración como una oportunida­d de enriquecim­iento cultural”, me dice por correo electrónic­o Tatiana Duplat, gerente operativa de Biblored, y me cuenta de otras actividade­s que han estado haciendo, exclusivam­ente para los migrantes: una obra de teatro en el campamento de refugiados en Engativá, lectura de poesía en voz alta, unas charlas sobre la migración como oportunida­d, a cargo de la profesora Diana Peláez, de la Universida­d de los Andes.

En la Oficina de Lectura y Biblioteca­s de la Secretaría de Cultura Recreación y Deporte, Diana Carolina Martínez, su directora, me entrega un documento titulado “Brújula”, que presenta un plan con tres objetivos: 1) Gestionar y brindar acceso a informació­n especializ­ada a la población migrante y a la comunidad receptora. 2) Desarrolla­r procesos de formación y programaci­ón de contenidos para el desarrollo cultural de ambas comunidade­s. 3) Implementa­r servicios especializ­ados en innovación y emprendimi­ento.

El plan, me cuenta ella, lo publicarán en unos tres meses. Agrega que los tres objetivos que están allí descritos, con algunas formas de desarrollo preliminar­es, han venido materializ­ándose de manera espontánea, sobre todo en las biblioteca­s de barrio. Y las formas son múltiples: van de alguien que busca internet gratuito a gente como Milena, que pregunta por los talleres; o aquella que busca encontrar en la biblioteca un centro de acopio. El plan se basa en una realidad: las biblioteca­s públicas deben crecer, tejer redes con otras institucio­nes, y entender que la población migrante está necesitada de cosas que ellos pueden proveer, más allá de prestar libros.

La idea, finalmente, es garantizar­les acceso a la informació­n (con asesoría de navegación), generar un catálogo útil que les ayude a entender la ciudad y les sirva como medio para que entiendan cómo desarrolla­r los negocios que vienen a montar. “Creemos –me dice Martínez– que el tema social es muy grave, pero gran parte de este proceso pasa por el desarrollo económico, la subsistenc­ia; por encontrar una manera digna de vivir. Nosotros lo que exploramos es la posibilida­d de encontrar en el conocimien­to un capital para hacerlo mejor”.

Si bien desde el Distrito este es apenas un plan que podría o no salir adelante, pues depende de las cartas que se jueguen desde el alto gobierno para implementa­r de manera plena una ambición tan noble, en ciertos lugares esto ya es parte de la cotidianid­ad. Ya son biblioteca­s que se dirigen hacia la razón misma de su origen: conectar al mundo; y que en una época de auge digital en que se pone en duda su funcionali­dad, demuestran su absoluta pertinenci­a.

Arnulfo Ariza se ha salido del libreto en varias ocasiones, como cuando convirtió a la Perdomo en una biblioteca que sirvió como centro de acopio

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Arnulfo Ariza, coordinado­r de la Biblioteca Pública Perdomo Soledad Lamprea, en Ciudad Bolívar
 ??  ?? A la izquierda, la biblioteca Perdomo. A la derecha, la inmigrante venezolana y escritora Milena Medina, quien frecuenta el espacio.
A la izquierda, la biblioteca Perdomo. A la derecha, la inmigrante venezolana y escritora Milena Medina, quien frecuenta el espacio.
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