Tumbatecho
Cuántas personas habrán leído Prometeo, la revista que el expresidente Belisario Betancur fundó con Diego García Concha en los años cincuenta del siglo pasado y que trató de ser la competencia intelectual de Mito? Como supongo que pocas, me apresuro a decir que
Prometeo funcionaba como un órgano progresista del partido conservador, lo cual no impedía que de vez en cuando aparecieran en sus páginas textos de una intransigencia mayúscula. Entre ellos, yo recuerdo vívidamente el reportaje “Los extranjeros en Colombia”, de María Isabel de lavega, una periodista bastante conocida en aquellos tiempos no solo por sus opiniones retardatarias, sino por ser la hija consentida de José de la Vega, el político cartagenero socio de Laureano Gómez en El Siglo. (Imagino que a los genealogistas les encantará saber que Marisa, como le decían, estaba casada con el exembajador ante elvaticano Carlos Arango Vélez y era la suegra del expresidente conservador Misael Pastrana Borrero y la abuela materna del también expresidente Andrés Pastrana Arango).
Decir que “Los extranjeros en Colombia” es un reportaje chovinista sería hacerle un encomio. De la Vega no se ahorra una palabra para lamentar que la mayoría de los centroeuropeos llegados al país sean judíos y pobres, y que destaquen más por su malicia en los negocios que por el esmero en la higiene. Nada le merece un aplauso: ni la tozudez para hablar algo más que un “basic spanish”, ni el esfuerzo por leer a los místicos de la literatura española, ni las ganas de salir adelante en un lugar donde tienen todo en contra.
Traigo a cuento estos recortes hemerográficos porque hace unos días, al leer en el periódico El Tiempo la columna “Dejen de parir”, de Claudia Palacios, experimenté una vertiginosa confluencia de tiempos: la xenofobia que De la Vega manifiesta hacia los inmigrantes polacos, rusos y austríacos es prácticamente la misma que, sesenta años después, Palacios expresa hacia las desesperadas venezolanas que cruzan la frontera y tratan de buscarse una vida mínima en Cúcuta, Bucaramanga, Bogotá, Cali, Medellín.
Haciendo uso de una generalización indebida, ambas tratan de elevar casos aislados, o relativamente frecuentes, a la categoría de reglas típicas y valederas. De la Vega asume que como algunos centroeuropeos que ella conoce se han divorciado, entonces todos los demás carecen de escrúpulos para mantener en firme su matrimonio. Con lógica similar, Palacios da por bueno que si una migrante deltáchira declara que “los venezolanos nos casamos para tener hijos porque por cada hijo recibimos plata”, entonces la totalidad de las mujeres de ese país sigue el mismo patrón de conducta. De ese modo, la complejidad y pluralidad, la riqueza personal y social de los inmigrantes acaba convertida en una triste y ridícula caricatura. ¿Quiénes son los judíos centroeuropeos? Gente que odia a la Cruz Roja y siempre se divorcia. ¿Los colombianos? Personas que se juntan para comprar un perro y nunca separarse. ¿Los venezolanos? Lo mismo, pero para parir y obtener dinero.
En estos prejuicios de las dos periodistas es fácil advertir el miedo a la inmigración que ha sido una nota distintiva de cierto pensamiento colombiano.yo entiendo que María Isabel de la Vega hiciera suyos los dictámenes negativos sobre la inmigración del médico boyacense Miguel Jiménez López y le diera resonancia al antisemitismo del industrial antioqueño Salvadortello Mejía, ya que esa fue la atmósfera del mundo donde se formó y creció como periodista; lo que me resulta más complejo de evaluar es por qué una mujer joven, que seguramente nunca leyó ni Nuestras razas decaen ni Colombia ante los judíos, y que además ha desarrollado su carrera en un contexto mucho más liberal, vea con buenos ojos las fantasías eugenésicas del primero y los prejuicios antiextranjeros del segundo.
Al margen de las reflexiones que nos suscite esa pregunta, conviene insistir en que, incluso con los serios problemas planteados por la inmigración, esta ha sido una fuerza benéfica en la historia de Colombia. Mucho de lo mejor que nos ha pasado es porque en algún momento acogimos a quienes venían de afuera, porque tuvimos la lucidez de tenderle la mano a gente que más tarde nos retribuiría con creces.
En la extraordinaria réplica que Ralph A. Schwartz le mandó a María Isabel de lavega y que Prometeo publicó en su número 8, este ingeniero textil austríaco le recordaba a la periodista de El Siglo que “la xenofobia es la más barata entre todas las aversiones, porque casi siempre se dirige contra una minoría que puede ser atacada a gusto sin el menor temor de ofender a alguien que posea el poder de la retaliación”.
Tal vez las venezolanas que viven aquí y a quienes Claudia Palacios les pide que “dejen de parir” puedan usar esa frase como un caveat disuasorio. Después de todo, tenerle miedo a los inmigrantes, señalarlos, estigmatizarlos, es, en un sentido estricto, tenerle miedo a nuestra propia y nunca confesada mediocridad.