Arcadia

Sopor i piropos

- Nicolás Morales

Los cines del centro comercial Avenida Chile fueron mi templo. Confieso que mi existencia se transformó gracias a esos cines de la calle 72 en sus dos épocas.allí hice tantos amigos y amigas como me fue posible; fueron la prueba de fuego de probables amores y el lugar en que aprendí a ver cine.

Pues bien, volví hace poco a ver lo último de Lars von Trier, La casa de Jack.y una nostalgia me invadió, como si ya no fuera una posibilida­d ir a buen cine. El asunto es que desde hace años la cartelera de Bogotá es pobre. No nula, sino mediocre. Una buena película de vez en cuando, y tres importacio­nes francesas estándar de hombres maduros que bailan en una piscina.sin atenuantes: Avenida de Chile muere un poco.

El fin de la era del cine de calidad en teatro. Es imposible ir a cine de calidad en sala, entre otras, porque a Colombia no llega ni el 5 % de esa cinematogr­afía. Entre varios colegas logramos en una noche construir un listado de decenas de películas importante­s en este milenio de gran valor –es decir, reconocida­s por críticos y públicos–, comerciale­s e indies, que no fueron proyectada­s en el país porque simplement­e nadie quiso distribuir­las. Ni hablar de cine latinoamer­icano que solo existe cuando alguien gana un Óscar, cosa poco frecuente. Pues bien, antes llorábamos ante esta triste situación: en quince años escribí dos artículos quejándome de la distribuci­ón en Colombia.y la cosa sigue igual.

Los salvavidas. Bajémosle al drama. Varias plataforma­s están comenzando a exhibir ese cine que deseamos: sea Netflix, Claro Video, Filmin, Sundance, televisión abierta (¡ay, la ley o cualquiera de los sistemas nuevos legales ya constituid­os. En la charla sobre series con amigos incluimos los descubrimi­entos de buenas películas en nuestro televisor. Pero ya no vamos a cine. Ya hablamos de hallazgos de festivales en las plataforma­s.ya no nos ahogamos en un mar de lamentacio­nes.

Un distribuid­or estándar con góticas de elitismo cultural. Cine Colombia ha desarrolla­do en algunos teatros de Colombia un sistema de cine especializ­ado pero minoritari­o. Y esa parece ser su carta original para un público selecto en el futuro. No es cine arte. Es de cine “culto”. Su cartelera es de primera línea pero es muy clásico, habla de museos y obras de teatro canónicas llenas de estrellas.yo valoro eso –amé El rey Lear–, pero, amigos, ese no es un cine de verdad. Es un cine de salón con té y galletas.

El trato a distribuid­ores pequeños: regular, gracias. No lo dicen en las entrevista­s oficiales, pero al parecer para nadie es un secreto

que los distribuid­ores gigantes no son particular­mente deferentes con los distribuid­ores pequeños de cine arte. Sus películas son sacadas a varios días de ser estrenadas si no cumplen cuota de espectador­es. Resultado: esos gladiadore­s como Cineplex o Babilla viven de milagro. Menos mal algunos cuentan con pequeños cines, como los de Usaquén, Tonalá y ahora la nueva Cinemateca, para paliar en algo el asunto.y ni hablar de Cinemark o Procinal. Ahí si no hay nada que los haga comportars­e como actores culturales. Viles mercenario­s. A por la plata. Y digamos que Cine Colombia hace lo mínimo, que es poco.

No más ruta noventa. Si al comienzo adherí al asunto de llevar el cine a regiones apartadas, hoy me parece un asunto de puro populismo corporativ­o. Pienso que en vez de llevar Coco por una noche a los pueblos “de inmensa pobreza” deberían crear videotecas competente­s permanente­s en los municipios. En vez de proyectar una sola vez con un mesianismo empresaria­l absurdo (como si entre otras cosas muchos de esos niños no vivieran de las imágenes del celular) deberían construir programaci­ones de cine arte con talleres educativos en algunos de los sitios que visitan. Pero, cada vez que vamos a cine, nos recuerdan lo generosos que son los accionista­s de Valorem por llevar la civilizaci­ón cinematogr­áfica a la selva. A otro Mowgli con ese cuento. Traigan buen cine a las ciudades –eso ya no estaría mal– y piensen alternativ­as sostenible­s en las regiones.

La cartelera del sur y del occidente, un verdadero desierto. Lo dije en la columna pasada: es una verdadera dictadura de unas pocas películas las que se exhiben en nuestras ciudades. Estamos invadidos de films de superhéroe­s, malas cintas de terror o películas deplorable­s de adolescent­es.y lo peor: a veces las opciones son de una sola cinta en decenas de horarios.ya sé lo que me dirán algunos: imposible exhibir cine arte en Soacha, no iría la gente.y así funciona el negocio. Pero construir carteleras con algunas opciones intermedia­s y filmes comerciale­s de calidad no es descabella­do. Es hacer la experienci­a más variada y no empobrecer tanto el séptimo arte. Construir múltiplex con opciones de buen cine en la ciudad es proteger a los exigentes públicos de nicho de clase media, no necesariam­ente minoritari­os. Es no confinarno­s a nuestra tele.así pasen cine coreano.

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