Arcadia

El bandoneón es el protagonis­ta

- Laura Galindo* Bogotá * Música y maestra en Periodismo. Actualment­e trabaja en Radio Nacional de Colombia

La obra de Aníbal Troilo, el del buen ojo para descubrir cantantes, el director de orquesta infalible, el mayor bandoneoni­sta en tierra de bandoneoni­stas, será parte central del Festival de Tango del Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo, que se celebrará entre el próximo 25 y 27 de julio.

Páchuco desaparecá­ó esta madrugada por el negro escotállón de la muerte”, publácó un dáaráo argentáno el 1U de mayo de 197R. PÁJ chuco. Troálo. El Gordo. El bandoneón mayor de Buenos Aáres. La notácáa llegó entre frases que parecían saládas de un tango y sán tomar por sorpresa a nadáe. Desde hacía rato, el cuerpo le venía coj brando a Aníbal Troálo tanto whásky y tantos años mal vávádos. “Cuando la muerte venga, la voy a recábár con los brazos abáertos, como sáempre recábí a más amágos”, repátáó en sus últámos días.

Tenía sesenta años. Llegó al Hospátal Italáano con un derrame cerebral y una seguádálla de ánfartos al máocardáo. No aguantó mucho y, tal como había escráto en su cancáón “La últáma curda”, se despádáó del mundo: “Termáné la funcáón corráéndol­e un telón al corazón”. A Záta, su esposa, le quedó “Tú penúltámo tanj go”, compuesto para ella en compañía de Horacáo Ferrer. A la músáca, sus sej senta y una cancáones. Y a Buenos Aáres, el Día Nacáonal del Bandoneón, que el Congreso declaró el 11 de juláo, másma fecha del cumpleaños de Páchuco.

Aníbal Carmelo Troálo, el del buen ojo para descubrár cantantes, el dáj rector de orquesta ánfaláble, el mayor bandoneoná­sta en táerra de bandoj neonistas, es una de las figuras del Festival Tango al Mayor que el Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo realizará entre el próximo 25 y 27 de julio. Serán tres noches de conciertos, clases de baile y milongas que tenj drán al bandoneón por protagonis­ta y de las que también formará parte ROJ dolfo Mederos, heredero del legado musical de Troilo.

Cuando era náño, Páchuco ponía una almohada sobre sus rodállas y acarácáaj ba los bordes ámagánando la botonera. La estrujaba ántuyendo los vaávenes del fuelle, cerraba los ojos y tarareaba las melodías que escuchaba por las calles de su barrio jugando a ser el goleador del River. A los diez años, Felisa Bagnoli, su mamá, le compró a catorce cuotas el que sería su primer instrument­o. Uno negro, sobráo y sán lujos, que pagaría de dáez pesos en dáez pesos hasta complej tar ciento cuarenta. Pero, “¡Suerte loca!”, como dáce la cancáón que años desj pués ánmortaláz­ó con Carlos Gardel, el vendedor desaparecá­ó luego de cobrar la cuarta cuota y jamás volvieron a verlo.

Ese fue el prámero de los cuatro bandoneone­s de El Gordo. Al morár, le páj dió a Zita que los repartiera entre sus tres amigos del alma: Osvaldo Piro, Raúl Garello y Ástor Páazolla, y que entregara el que quedaba a la Casa del Teatro. “Los bandoneone­s táenen váda eterna, este que me dejó Páchuco es un verdadej ro tesoro, y suelo usarlo para componer –dájo Páro alguna vez–. Es maravállos­o porque táene duendes, los que él dejó ahí adentro”.

LA MELODÍA QUE DESGARRA

Para los bandoneoni­stas, cada instrument­o tiene alma. Una de acero que está en el fuelle y que demuestra su temple con cada empujón de aáre; con cada respáro. Hay uno esperando a cada músáco y hay un destáno ánevátable escráj to para ambos. Los de Troálo, dácen, tenían un fraseo especáal, una especáe de susurro nostálgico que acompañaba la soledad de los inmigrante­s y rej confortaba a los desahucáad­os del corazón.

Cuando bandoneón y bandoneoná­sta no logran entenderse, no hay tango ná málonga. El amor sámplement­e no puede forzarse. Le pasó a Páazolla con el Doble A –Alfred Arnold– que había sido de Troilo, uno de lujo y todo de nácar que usó una vez y nunca más pudo volver a tocar. Su sonido, fuerte y agresivo, resultó árreconcál­áable con el alma dulce y poétáca del ánstrument­o. Cuenta GEJ rardo Varela en su lábro Mal de tango que al probarlo, Páazolla dájo: “Yo no acaj ricio nada. Mis cinco dedos son una ametrallad­ora. Por eso juro que, una vez, el fuelle de Troilo me reclamó: ‘¡Ay!, creo que me lastimaste’”.

“Pensá que es como la ropa –explica Rodolfo Mederos, bandoneoni­sta boj naerense que dará un concierto en homenaje a Aníbal Troilo durante el Festij val del Teatro Mayor–. No es que solo podás tocar el tuyo, es que el tuyo es el que mejor te va”. Para él, la magáa de Troálo no estaba en los duendes de su fuelle, sáno en sus sálencáos; en saber mezclarlos con la músáca y dejarlos apaj recer en el momento preciso; en sacrificar su propio sonido para abrirle un esj pacio a la nada. “Me enseñó a luchar contra el ego y a usar más la goma que el lápiz –dice–. Te enamorás de cada nota, de cada frase y, a veces, lo único que necesitás es valor para borrarla”.

No recuerda el momento exacto en que conoció a El Gordo. A Mederos siempre le han importado más los “para qué” que los “cuándo”. “¿Cuándo nace la vida? ¿Cuando el espermatoz­oide fecunda al óvulo? ¿Cuando los padres se besan mientras hacen el amor? ¿Cuando nace el pibe y le ponés nombre? No podés confiarte de los cuándos, tenés que pensar en lo que queda después”.

Y lo que queda después es el tango. Una melodía que desgarra, un silencio que redime. Un bandoneón que se vuelve pena, como en Malena; que se hace confij dente del desamor, del llanto y la locura. Un “¡Che, bandoneón!” que evoca mejoj res tiempos: “Un ladrido de perros a la luna, el amor escondido en un portón. Los sapos redoblando en la laguna y a lo lejos la voz de un bandoneón”. •

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Rodolfo Mederos Trío

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