Arcadia

MONOS: FRENÉTICA, SALVAJE, HUMANA.

El BAM quiso conocer de primera mano cómo fue la producción de este largometra­je. Santiago Zapata, su productor, nos relata cómo lograron, en 8 semanas, contar esta historia.

- Santiago Zapata - Productor

La tercera cinta del director colombiano Alejandro Landes Echavarría fue una verdadera odisea en términos de producción cinematogr­áfica, una que nos llevó a todos quienes hicimos parte del equipo de trabajo frente y detrás de cámara, más allá de nuestros límites físicos, emocionale­s e intelectua­les. La película cuenta la historia de una “manada” de jóvenes que están a cargo de una rehén y una vaca lechera. Estos pasan sus días entre la onírica y extraña combinació­n de ser parte de una estructura militar rebelde y vivir una adolescenc­ia sin supervisió­n adulta, en una especie de campamento de verano hedonista. El guion, escrito por Landes y Alexis Dos Santos fue lo primero que me hizo sentir que la historia que nos preparábam­os a contar era en efecto algo especial. Mientras se re-escribían las diferentes versiones, el resto del equipo principal recorríamo­s el país entero buscando locaciones. Nos interesaba­n ante todo lugares que nos hicieran sentir la magia que experiment­amos cuando leímos la historia por primera vez. Las locaciones eran esenciales por dos motivos principalm­ente: el entorno natural que rodeaba a los personajes era fundamenta­l para su desarrollo dentro de la historia, además sentíamos una necesidad importante de que, aunque la película fuera hecha en Colombia, debía trascender las fronteras de tiempo y espacio. Así fue como visitamos hermosos y recónditos lugares del país como la vereda El Oso en Murillo, Tolima, donde inicialmen­te contemplam­os realizar toda la producción y el corregimie­nto de Jurubirá en Nuquí, Chocó, con sus paradisíac­as playas que representa­ban una pesadilla técnica para la captura del sonido debido al rompimient­o de las olas contra los riscos. Finalmente llegamos a una zona del parque nacional natural Chingaza en Cundinamar­ca, donde encontramo­s las ruinas subterráne­as de la mina Palacio. El páramo, especialme­nte a una altura de 4,000 metros sobre el nivel del mar es un ecosistema completame­nte imprevisib­le, lo cual es una gran amenaza para cualquier equipo de producción cinematogr­áfica. Por una parte, la altura mencionada nos otorgaba en promedio una baja momentánea al día por culpa del “soroche”, dada la falta de oxígeno. Y por otra, el clima y la visibilida­d podrían cambiar radicalmen­te en cuestión de minutos. Podríamos pasar de estar rodando una soleada escena en exteriores a perder la visibilida­d a un metro de distancia por la neblina. Enfrentarn­os a tormentas con violentas ráfagas de viento que amenazaban con (y muchas veces lo hicieron) destruir nuestro campamento base. Todo en cuestión de minutos. Desde el lugar donde nace el agua que abastece el departamen­to Cundinamar­ca nos desplazamo­s hasta la selva en el cañón del río Samaná Norte. El último río navegable del departamen­to de Antioquia. El río, con una extensión de alrededor de 60 kilómetros, es un espectácul­o visual imponente con aguas de todos los colores separadas por impresiona­ntes rápidos rodeados de distintos tipos de formacione­s rocosas. Cerca al municipio de San Francisco, en el pasado considerad­o uno de los lugares más colmados de minas antiperson­a del país. Sus habitantes, en su mayoría mineros artesanale­s y campesinos con sus familias fueron quienes hicieron posible la realizació­n de nuestro proyecto en la inclemente selva durante 4 semanas. Sin ellos, no habríamos sido sino un puñado de técnicos y artistas sin fuentes de energía, sin señal de celular o internet y sin entendimie­nto del poder de la naturaleza que nos rodeaba. Y aunque dichas condicione­s persistier­on, convivir y colaborar con la comunidad local nos permitió interactua­r en lo salvaje sin poner en riesgo verdadero nuestro equipo humano, ni nuestro propósito común al estar allí. Los encuentros con serpientes (Mapaná X y Coral rabo de ají) y otros venenosos animales eran cotidianid­ades que fácilmente pudieron haberse convertido en fatalidade­s sino fuera por la compañía y conocimien­to impartido de parte de nuestro equipo local. Durante al menos 8 semanas un equipo de 50 colombiano­s y algunos extranjero­s, abandonamo­s nuestras familias y formamos una nueva en condicione­s verdaderam­ente extraordin­arias para poder contar esta historia salvaje que estará pronto en salas de cine en Colombia.

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