Como la vida
Quizás lo más difícil de escribir sobre uno mismo –pero también lo que más agradecen los lectores– es la honestidad. También es difícil pensar qué significa la honestidad cuando el tema de la escritura es uno mismo. ¿Es hurgar en su lado más oscuro, para exponerlo ante el público en toda su crudeza? Eso es, por lo menos, lo que hace la periodista estadounidense Ariel Levy en Vivir sin reglas, recientemente editado en Colombia por Rey Naranjo.
El libro es difícil de soltar porque, además de su ritmo trepidante (Levy es, y se nota, una periodista curtida que trabaja en la revista The New Yorker) y la acertada traducción de Gloria Susana Esquivel, los lectores asistimos a una confesión sobre su propia vida: su trabajo como periodista, su conflictiva vida amorosa, su fervoroso deseo de ser madre y lo cruel que puede resultar a veces el destino. De eso se trata, a fin de cuentas, este libro: de contar las cosas como sucedieron, sin juicios ni condescendencia.
“Escribir es comunicarse con un íntimo desconocido que siempre está disponible, de la misma manera en que el piadoso se apoya en Dios”, escribe Levy al comienzo. Así leemos estas memorias, como una plegaria íntima y desgarradora.
De todas las escenas, ninguna es tan reveladora como la experiencia con el bebé que esperaba. La historia ya la contó en “Thanksgiving in Mongolia”, un artículo publicado en The New Yorker en 2013, pero aquí la retoma y la amplía. El viaje que hace al país asiático con cinco meses de embarazo, a pesar de que su pareja y sus amigos cercanos no están de acuerdo con su decisión; los dolores insoportables que empieza a sentir; la preocupación
creciente; el horror, al fin: Levy doblada por los retorcijones en un hotel cualquiera, en medio de la nada, hasta que pierde el conocimiento. Cuando despierta lo ve: su bebé ahí, a su lado, atado aún a ella por el cordón umbilical, moviendo levemente los brazos y las piernas. “Contar esa historia me hizo sentir bien –me dijo Levy cuando le pregunté sobre el episodio durante una entrevista que está publicada, en su versión completa, en la página web de ARCADIA–. Es increíble: todavía recibo correos de mujeres que han perdido sus bebés de una manera parecida, y también de otras que han perdido a sus hijos más grandes. Siempre les respondo porque esa parte es maravillosa: que alguien se haya sentido conectado y menos solo en su experiencia luego de leer el libro. Eso me hace feliz”.
Vivir sin reglas es un libro sobre la pérdida y el derrumbe –del matrimonio, de los deseos, de las personas–, pero al mismo tiempo es sobre la belleza en la tragedia, que tarde o temprano llega. La prosa es limpia, desgarradora a veces, pero jamás –y ese es su gran mérito– cae en la lástima o la autocompasión. No: las cosas suceden y luego pasan. Así funciona. “Cuando me subí al avión hacia Mongolia estaba embarazada, vivía con mi esposa, estábamos mudándonos a un apartamento bellísimo y estábamos resguardadas financieramente por un hombre rico. Un mes después, nada de eso era cierto. En su lugar, tenía treinta y ocho años, sin hijos, sola, y no estaba ni emocional ni financieramente preparada para ser una madre soltera”.
Cabe, pues, el símil fácil: Vivir sin reglas es un libro duro y bello. Como la vida.