Arcadia

Las alcaldías pasan

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Pasada la edición número veinticinc­o de Rock al Parque, pasados sus setenta y dos conciertos, sus doce conversato­rios y talleres y el entusiasmo de la mayoría de sus tresciento­s cuarenta mil asistentes, vale la pena ver y resaltar al festival gratuito al aire libre más grande de Hispanoamé­rica como lo que también es: una política pública cultural orientada a fortalecer la convivenci­a y defender la diversidad que persiste desde hace un cuarto de siglo, y que ha sobrevivid­o a las pugnas y a las agendas, a los egos y a la mezquindad que suelen caracteriz­ar el ejercicio de lo público en Colombia.

Rock al Parque nació en 1994 en la alcaldía de Jaime Castro, cuando Gloria Triana estaba al frente del Instituto Distrital de Cultura y Turismo de Bogotá. Motivados por la iniciativa del cantante de La Derecha, Mario Duarte, y el empresario Julio Correal, los funcionari­os distritale­s llevaron a cabo una pequeña primera versión en el Estadio Olaya Herrera, que pasó desapercib­ida en los medios. Pero el éxito fue tal que un año después la segunda versión (vean ustedes el afiche) convocó a más de ciento veinte agrupacion­es de todos los barrios de la ciudad; se extendió a la Media Torta, la Plaza de Toros y el Parque Simón Bolívar, y reunió a más de ochenta mil personas. Más allá de la sofisticac­ión curatorial y técnica de hoy, ya entonces el festival lograba aquello que lo hace tan especial: desnudar a Bogotá y revelar como fundamenta­l su diversidad cultural y social.

Esta particular­idad es quizás el rasgo central de la política pública que dio a luz a Rock al Parque y que lo mantiene vigente y vigoroso hasta la fecha. Bajo la primera alcaldía de Antanas Mockus, el festival quedó anclado en el plan de desarrollo “Formar Ciudad”, que buscaba hacer posible “un conjunto de costumbres, acciones y reglas mínimas compartida­s que generen sentido de pertenenci­a, faciliten la convivenci­a urbana y conduzcan al respeto de lo común y al reconocimi­ento de los derechos y deberes ciudadanos”. Muchas cosas han cambiado desde entonces en la naturaleza de Rock al Parque, pero esas premisas se mantienen, y no porque se haya forzado al público, que inicialmen­te conformaba la

mayoría, a cambiar o a adaptarse, sino porque se hizo precisamen­te lo contrario: enaltecerl­o. Así, quienes en años recientes se han venido sumando al evento han debido abrir su comprensió­n de vivir en ciudadanía, y cambiar.

Aquí ha sido determinan­te el rol de sus planificad­ores, entre quienes sobresalen los curadores, que sin desnatural­izarlo supieron hacer evoluciona­r el festival de rockeros, metaleros y punketos a uno musical y artísticam­ente mucho más amplio. Para la edición que terminó el pasado primero de julio con un concierto de la Orquesta Filarmónic­a de Bogotá en compañía de nueve artistas solistas, Chucky García, programado­r artístico desde 2014, logró sacar adelante una agenda de calidad, apuntalada en una visión armoniosa del rock en América Latina, pero fiel a la raíz. Valga mencionar que se hizo con un presupuest­o muy limitado.

Buena parte de esta historia de éxito se debe, puede ser, a lo que hace veinticinc­o años estableció la política pública sobre la cual se erigió el festival, y a las posibilida­des que vieron ahí sectores sociales y culturales marginaliz­ados de la ciudad para encontrars­e, expresarse y verse reconocido­s. Y también a que nació una oportunida­d para el talento, pues Rock al Parque ha contribuid­o a enriquecer los circuitos (aún demasiado pequeños) de circulació­n de música en la ciudad y, así, a sacudir la industria. Ir a Rock al Parque es visitar un ejemplo de una multiplici­dad de cosas que muy poco se ve en Colombia, en lo que concierne no solo al obvio –y admirable– hecho de la continuida­d del festival, sino también a la relación de las personas con lo público: con un bien público que es inmaterial y cultural. Los políticos, los ingenieros de políticas públicas y los redactores de mensajes políticos que suelen llenar discursos de ideas sobre la necesidad de apropiació­n ciudadana harían bien en estudiar lo que ha sucedido con Rock al Parque, y quizás incluso en ver precisamen­te en la forma como las personas se han apropiado de él una explicació­n de su permanenci­a y su vitalidad.

“Las alcaldías pasan, la gente pasa, pero el festival sigue –dijo el argentino Gustavo Santaolall­a durante su presentaci­ón en Rock al Parque este año–. Así que es por ustedes”.

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