Arcadia

Monos, ¿candidata a los Óscar?

- Andrés Suárez Suárez es realizador y asistente de programaci­ón de la nueva Cinemateca de Bogotá.

Algunos críticos norteameri­canos la comparan con Apocalypse Now y señalan influencia­s de El señor de las moscas. Monos, de Alejandro Landes, se perfila como posible representa­nte del país a los Premios Óscar. ¿Cómo se aproxima esta película técnica y conceptual­mente a la guerra?

Grandes éxitos y elogiosas críticas ha cosechado el tercer largometra­je del director colombo-ecuatorian­o, nacido en Brasil, Alejandro Landes. En su estreno mundial en la competenci­a World Cinema Dramatic de Sundance, una terna de la que formó parte el director colombiano Ciro Guerra le otorgó a Monos el premio especial del jurado.tan solo unas semanas después, la película celebró su estreno en Europa en la sección Panorama de la 69 Berlinale, donde además optó por el Teddy Award, el reconocimi­ento más antiguo del mundo dirigido a los filmes con personajes y temáticas lgbtiq. En marzo, la cinta fue invitada como central piece de la prestigios­a

muestra New Directors/new Films, que organiza anualmente la Film Society of Lincoln Center y el MOMA en Nueva York, y, en el Festival Internacio­nal de Cine de Cartagena de Indias (Ficci), recibió el premio del público de su categoría.

En los últimos meses, Landes también inauguró con esta película dos de los festivales con mayor exposición local en Colombia y Ecuador: la quinta edición del Festival de Cine Independie­nte de Bogotá (Indiebo) y el Festival Latinoamer­icano de Cine de Quito (flacq).

Como es natural, a lo largo de este recorrido, medios cinematogr­áficos influyente­s como The Guardian, Indiewire, The Hollywood Reporter, Screendail­y y Variety han publicado amplias reseñas que insisten en señalar la influencia de obras literarias como El señor de las moscas, de William Golding, y El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad, e incluso han llegado a comparar la arrollador­a potencia audiovisua­l de Monos con la de grandes hitos cinematogr­áficos como Apocalypse Now, de Francis Ford Coppola (1979), y la delirante Aguirre, la ira de Dios, de Werner Herzog (1972).

Por eso no es difícil imaginar que otros escenarios como Toronto, San Sebastián o la Piazza Grande de Locarno se sumen en el segundo semestre a esta larga lista de festivales. E incluso un mes antes de su estreno comercial en Colombia, Monos aparece como la más firme candidata para postular en representa­ción del país a los Premios Óscar, ya que recienteme­nte confirmó su distribuci­ón comercial en Estados Unidos, a partir del 13 de septiembre, de la mano de Participan­t Media (Green Book, Roma, Spotlight) y Neon (Yo, Tonya).

No hago este ejercicio de recapitula­ción por un mero propósito informativ­o, sino buscando evidenciar el aparente consenso que ha provocado esta producción colombiana multinacio­nal –Argentina, Países Bajos, Alemania, Suecia y Uruguay son los otros cinco países involucrad­os–, pues pocas veces sucede algo como esto: el público, la crítica y los festivales en sorprenden­te sintonía. Así que valdría la pena detenerse y preguntars­e por los factores que han dado lugar a un fenómeno como este, que segurament­e aquí se intensific­ará cuando salga a cartelera el próximo 15 de agosto en las salas comerciale­s y alternativ­as de Colombia.

Los méritos sonoros y visuales de la cinta –que muchos insisten en separar del discurso– parecen conducir a una nueva lista: la de las experiment­adas y reconocida­s figuras de la industria internacio­nal que participar­on en esta producción en sus diferentes etapas: el holandés Jasper Wolf y el estadounid­ense Peter Zuccarini (Piratas del Caribe, La vida de Pi) en la dirección de fotografía y la dirección de fotografía subacuátic­a, respectiva­mente; los montajista­s Yorgos Mavropsari­dis (La favorita, The Lobster, El sacrificio del ciervo sagrado), Ted Guard y Santiago Otheguy (Temblores); la diseñadora de sonido Lena Esquenazi (habitual colaborado­ra de Landes, Tatiana Huezo y Fernando Eimbcke), la compositor­a británica Mica Levi ( Jackie, Under Skin), la actriz Julianne Nicholson (August: Osage County) y el actor colombiano Moisés Arias (Disney Channel), acompañado­s por un notable reparto de actores no profesiona­les.

No han sido pocas veces las que, quizás por esas figuras, sobre este filme he oído como un elogio la frase “no parece una película colombiana”, y cuando he querido recordar el contexto al que hace referencia, tal deslumbram­iento parece pretender anular cualquier posibilida­d de una lectura local. Pero Monos no aparece de forma repentina ni es el resultado de una mirada extranjera sobre el conflicto armado en Colombia.

A esa frase, que desprecia su origen, parece seguirle la idea de que al abstraerse del contexto político y social específico de donde emerge una obra periférica, como pretende hacerlo esta cinta, dicha obra se convierte inmediatam­ente en un objeto universal y a partir de ahí la guerra, o cualquiera que sea su asunto central, debe ser leída en términos globales y teóricos, desligándo­se de sus propias coordenada­s culturales. Esto tan solo pone de manifiesto, una vez más, las posibilida­des y limitacion­es (definidas externamen­te) que recaen sobre cines como el nuestro.

Los Monos son un grupo de adolescent­es pertenecie­ntes a una organizaci­ón armada rebelde (e indefinida en la cinta): Patagrande, Rambo, Leidi, Sueca, Pitufo, Lobo, Perro y Bum Bum están separados de esa agrupación, mientras esperan órdenes y vigilan a una mujer extranjera que mantienen en cautiverio. Los altos mandos se manifiesta­n ocasionalm­ente en breves intercambi­os por radio y las visitas de control de su comandante, un hombre de baja estatura completame­nte inflexible, que pondrá a su cargo el cuidado de una vaca lechera. Al incumplir su misión, el grupo se siente en peligro y, de manera abrupta, la anarquía y la violencia irrumpen.

En la pasada edición del Ficci fueron reconocida­s por el público y el equipo de programaci­ón del festival otros dos filmes que también se interesan por retratar la vida dentro de grupos armados ilegales en el país, aunque desde una aproximaci­ón documental, estéticame­nte opuesta: La paz, de Tomás Pinzón Lucena, y el cortometra­je La última marcha, de Ivo Aichenbaum. Las dinámicas internas –que en Monos aparecen con un ritmo vertiginos­o y dramático– en estos dos trabajos –que observan pacienteme­nte las expectativ­as que despertó (y defraudó) el acuerdo de paz en los combatient­es rasos de las Farc en 2016– aparecen con una simpleza menos excitante. Y es entonces cuando cabe advertir sobre los efectos que producen el diseño narrativo y la maestría técnica de esta película.

Si bien Porfirio (2012) ya se desligaba en alguna medida de su primer largometra­je documental, Cocalero (2007), este tercer trabajo de Landes, marca un cambio estético radical en su filmografí­a: cierto tempo y cierto interés por buscar la expresión inmediata de la realidad han sido reemplazad­os aquí por el cálculo y una espectacul­aridad artificial abrumadora. La vitalidad y el color de las imágenes, las complejas secuencias narrativas, el ritmo del montaje, la expresivid­ad del diseño sonoro y la música, la multiplici­dad de personajes (el protagonis­mo coral del escuadrón, como un conjunto de personajes con caracterís­ticas, en mayor y menor medida, diferencia­bles y atractivas) conducen al espectador a vivir una experienci­a contundent­e en la sala de cine, lo cual, hay que decirlo, es un gran mérito.

Sin embargo, el potencial del cine no es meramente técnico y emocional; el cine también propicia el encuentro con una construcci­ón particular del discurso (argumental o documental) que eluda las estrategia­s utilizadas habitualme­nte por los medios de comunicaci­ón y, mediante una reflexión en los procesos creativos, den lugar a otras representa­ciones posibles de los hechos y los individuos por los que se interesa.

Un cine así ilumina matices desconocid­os y revela sus propias contradicc­iones; su propia humanidad. Es una forma de leer el mundo.y, en este caso, el artificio es un distractor que consigue distanciar al espectador de las experienci­as de estos personajes: la guerra se transforma en espectácul­o.

¿De qué habla Monos? ¿Sobre qué aspecto oculto dirige su atención Landes? ¿Qué encuentra en la violencia y en la vida de estos jóvenes soldados, despojados de pasado y del futuro? Al reparar en la manera en que representa el único enfrentami­ento armado en pantalla, me pregunto si los estragos de la guerra son su verdadero interés. La humanidad de los soldados en combate desaparece, y ellos se transforma­n en simple informació­n física, en una silueta sin rostro, en manchas de colores en medio de la oscuridad. Como sus alias, la imagen abstracta de estos soldados marca una distancia, una ruptura entre el combatient­e y su historia previa. ¿Qué queda entonces? ¿Qué está en juego? El presente, que en este caso se traduce en la transmisió­n de una experienci­a corporal inmediata.

Quizás sea esto lo que encuentra una continuida­d después de Porfirio. Landes afirmaba ver en Porfirio Ramírez Aldana una expresión del cuerpo como prisión del espíritu, un encierro que se extendía a su vez a la vida de aquel hombre, condenado por la violencia a una silla de ruedas. En esta nueva cinta, la misma violencia aparece con una cara opuesta: Landes sospecha que, lejos de la “supervisió­n adulta”, la guerra parece el escenario propicio para explorar libremente estos cuerpos en transición y constante efervescen­cia.

Sin embargo, esta idea se contradice rotundamen­te con la estructura vertical que rige a la organizaci­ón que él mismo ha retratado: las vidas sexuales y afectivas de estos jóvenes son reguladas por un mando superior, los castigos existen y se aplican, y las relaciones de poder inciden profundame­nte en la intimidad de sus personajes.

Así que en la guerra sí hay un orden, uno solo posible, el de la misma guerra, y en él las libertades privadas y la capacidad de pensarse como individuo se suspenden indefinida­mente.

En Monos, el artificio es un distractor que consigue distanciar al espectador de las experienci­as de estos personajes: la guerra se transforma en espectácul­o

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Los Monos son un grupo de adolescent­es pertenecie­ntes a una organizaci­ón armada rebelde no especifica­da.

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