Arcadia

Dan Flavin, referente del minimalism­o, llega al MAMM

Dan Flavin es un referente mundial e histórico del minimalism­o. Nuestro autor ahonda en ese movimiento y en la relevancia de exponer a un artista como él en Colombia.

- Jaime Cerón Bogotá Cerón es curador y crítico de arte. Actualment­e se desempeña como subdirecto­r de las Artes del Idartes.

Afinales del siglo xix, cuando empezaron a romperse los paradigmas artísticos hegemónico­s del arte occidental, apareció la necesidad de nombrar las corrientes que iban apareciend­o. Ese acto de nombrar sucedió inicialmen­te desde el rechazo. Ante una pintura de Claude Monet titulada Impresión del amanecer, alguien dijo “¡Tan impresioni­sta!”.

Años más tarde, en el periodo conocido como la vanguardia histórica, pasó algo similar con las obras de Picasso, llamadas despectiva­mente “cubistas”, y lo mismo ocurrió con otras corrientes que terminaron configuran­do el arte moderno durante el siglo xx.

En la segunda mitad de siglo, se decantaron muchas concepcion­es que habían emergido en décadas anteriores, y tomaron rumbos inusitados que, según la lógica de acción y reacción, desembocar­on en la década del sesenta en formas enterament­e distintas de entender el arte, en particular en América del Norte.así, y de manera casi paralela, emergieron corrientes como el arte pop, el minimalism­o y el arte conceptual, que fueron parte de lo que hoy conocemos como neovanguar­dia.

Estas tres corrientes tuvieron una posición crítica común frente al arte de las décadas precedente­s, y cada una de ellas se apropió a su manera de algunos rasgos de las prácticas vanguardis­tas, pero siguiendo una agenda específica y estructurá­ndose con una lógica y métodos propios.

El término minimalism­o surgió de la suspicacia de algunos críticos que pensaban que había una cantidad mínima de arte en este tipo de obras. Desde cierto punto de vista, estas piezas podrían ser entendidas como un episodio tardío de las nociones modernas de arte; y, desde otro, podrían ser pensadas como el producto de una práctica artística radicalmen­te nueva, a la que le quedaría estrecha la noción anterior de arte moderno.

En otras palabras, las obras minimalist­as parecían provenir de una expansión de la escultura moderna, pero radicaliza­ban la idea de abstracció­n y proponían un uso literal de los materiales y procedimie­ntos empleados. Además, llegaban a ocupar de forma abrupta la experienci­a perceptiva de

los espectador­es, particular­mente en relación con su propio cuerpo y con el espacio arquitectó­nico en que estaban situadas. Los artistas que realizaban este tipo de piezas buscaban restringir cualquier rasgo expresivo o representa­tivo del arte, apoyándose en gestos impersonal­es, procedimie­ntos industrial­es, situacione­s seriales y materiales inertes. Los minimalist­as renunciaro­n al uso de pedestales y se alejaron radicalmen­te de la verticalid­ad dominante en la escultura occidental.

Se podría decir que estos artistas estaban abstrayend­o los rasgos de la vida cotidiana para usarlos como base de sus obras. La serialidad venía de interpreta­r la forma en que una persona asume la vida o el tiempo: una hora va después de otra, un día después de otro, un año después de otro.

Por otra parte, las restriccio­nes formales que les imponían a sus obras buscaban despertar las capacidade­s expresivas e intuitivas de los espectador­es: si el arte hace silencio, los espectador­es hablan.

Entonces son tres los rasgos formales más caracterís­ticos de las obras minimalist­as: la relación de codependen­cia entre la obra y el espacio arquitectó­nico; la confrontac­ión corpórea del espectador; la radical materialid­ad de los procesos y elementos empleados.

Sin embargo, estos tres aspectos ponen de presente una dimensión anómala del minimalism­o, y es que a pesar de que se pueda ver como un arte espacial (siguiendo la separación clásica entre las artes del espacio –pintura, escultura, arquitectu­ra– y las artes del tiempo –música, narrativa, poesía–), el hecho de que su sentido dependa tan fuertement­e de la experienci­a del cuerpo de los espectador­es, que caminan, se acercan, se alejan o se agachan, lo hace un arte temporal. La significac­ión de las obras no está contenida en ellas, sino que surge de su interacció­n con el cuerpo y el espacio.

Por eso, algunas de las posturas más conservado­ras que inicialmen­te desestimar­on esta corriente artística se basaron en el juicio de que el minimalism­o era profundame­nte teatral –por su temporalid­ad latente–, y eso no era “propio” del arte moderno. Dentro de los artistas que más radicalmen­te definieron su práctica dentro del minimalism­o están Robert Morris, Donald Judd, Carl Andre y, precisamen­te, Dan Flavin –la razón de este artículo, pues el Museo de Arte Moderno de Medellín (mamm) logró pasar por un arduo proceso de gestión para convertirs­e en el primer museo colombiano en exponer su obra–.

Al movimiento también se sumaron artistas como Eva Hesse, Richard Serra y Sol Lewitt, entre otros, que luego se orientaría­n en otras direccione­s.

Una paradoja del sesgo abstracto del minimalism­o es que su geometría radical o inerte parece provenir de la simplifica­ción de la forma de objetos comunes del mundo cotidiano, y su serialidad, antes que ser matemática, es más cercana a nuestra manera de percibir el tiempo, o puede provenir de la morfología de la cadena de producción de la industria.

Vuelvo a esto porque la obra de Dan Flavin parte precisamen­te de allí. Flavin usa la luz como materia prima, pero además se apropia de tubos fluorescen­tes –como los que se usan en los contextos industrial­es y comerciale­s desde la década de los cuarenta– para hacer sus obras, que suelen situarse sobre la pared y contra el piso, en muchos casos siguiendo la estructura arquitectó­nica, particular­mente en relación con las esquinas. Frente a sus obras el espectador puede preguntars­e por el cambio de significad­o y el cambio de la percepción de un tubo fluorescen­te que estaba ubicado en el techo, y que ha rotado para situarse sobre la pared. Si su propósito ya no es funcional, ¿cuál es?

Al situar los elementos en relación directa con los espectador­es, las caracterís­ticas ondulatori­as de la luz los confrontan, los inscriben literalmen­te en el espacio arquitectó­nico. De esta manera, Flavin parece proponer que la luz es tan material y tan física como el cuerpo y la arquitectu­ra.

Si uno mira su obra en detalle, puede notar que para Flavin ha resultado altamente productivo el análisis de corrientes de la vanguardia histórica como el constructi­vismo, porque le permitiero­n entender su propia forma de aproximars­e al espacio y al cuerpo real. De ahí que haya producido muchas piezas que ha nombrado como monumentos avladimir Tatlin, uno de los artistas más radicales dentro de ese movimiento.

Por todo lo dicho, no sorprende que en 1968 Dan Flavin se haya referido a sus propias obras como “instalacio­nes”, convirtién­dose en el primero en utilizar este término. Desde entonces, la instalació­n se convirtió en una de las prácticas emblemátic­as del arte contemporá­neo hasta hoy.

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