El emperador bantú
La búsqueda de una identidad entre dos culturas –la de Canadá y la de la República Democrática del Congo– ha sido el motor creativo de Pierre Kwenders, una de las figuras más interesantes de la escena musical norteamericana. Su historia permite una reflex
Una de las máximas de la vida del músico Pierre Kwenders –que nació hace treinta y cuatro años en Kinshasa, en la República Democrática del Congo, pero con dieciséis emigró, junto con su madre soltera, a Canadá– dice así: “He dejado a mi país, pero mi país nunca me ha dejado a mí”. Kwenders me mencionó esto mientras conversábamos en la redacción de ARCADIA durante su paso por Colombia el pasado 13 de junio. Pero no tenía que hacerlo, pues su obra es un reflejo de cómo su vida entre varias culturas ha definido su identidad: en sus composiciones –que surgen de una mezcla entre la música electrónica y la rumba congolesa– se escuchan el francés y el inglés que se hablan en Montreal, ciudad donde ha vivido más de la mitad de su vida, pero también tres de los idiomas bantúes que heredó de su familia: el lingala, el tshiluba y el kikongo.
Kwenders, hoy uno de los músicos más interesantes de América del Norte, no tiene problema en decir que es canadiense, tampoco en decir que es congolés o que es, sencillamente, un habitante más del planeta Tierra. Pero lo que sí parece importarle es poder explorarse mediante los múltiples lugares de los que proviene, y aquí yace uno de los rasgos más interesantes de su vida y su obra: la forma como a través de lo que hace salen a flote la relatividad de la idea de identidad nacional, su maleabilidad y resignificación, y la urgencia de entender que el multiculturalismo, como factor de progreso, rompe con la necesidad de tener que encajar en un molde social o cultural.
Kwenders dice que si no hubiera migrado a Canadá no se habría vuelto músico y subraya que Montreal ha sido un lugar ideal para desarrollarse sin ataduras como canadiense y congolés. Solo por ello, añade, pudo salir adelante como artista. En la mayor ciudad de la provincia de Quebec, el contacto con diversas formas de hibridación cultural nutrió su talento y luego –al colaborar con solistas y agrupaciones de toda índole– hizo florecer su trabajo. Así logró una identidad artística: “Lo que más aprecio de Montreal es que la gente no tiene la necesidad de cambiar para encajar”.
Recién llegado a Canadá, Kwenders, cuyo nombre original es José Louis Modabi, conoció muy pronto la música de Nat King Cole y Ray Charles; la de Céline Dion y Tupac. Pegado a unos audífonos para escucharlos, redescubrió la pasión por la música que años atrás apenas tímidamente había sentido en Kinshasa. El entusiasmo lo llevó a afiliarse al coro de la iglesia católica local en Cartierville, un barrio al norte de Montreal. Al recordar esto, dice: “Ese momento me abrió los ojos a una dimensión muy grande de mi personalidad que desconocía por completo”.
Por esa época, Kwenders se desempeñaba como recaudador de impuestos para la provincia de Quebec, y lo que ganaba le permitía trabajar de día y dedicar las noches a componer. Durante esos ensayos nocturnos supo que lo primero que necesitaba hacer para encontrar su propia voz era enfrentarse a su
identidad congolesa, apropiarse de ella, y solo luego, quizá, ponerla en cuestión. En medio de este proceso personal, los primeros intentos de grabar canciones que reflejaran su identidad en un ep fracasaron. Una y otra vez, fallaba cuando estaba en un estudio. Pero un día, según recuerda, para componer su primer tema decidió adaptar las primeras estrofas de “Dit Jeannot”, una canción del congolés Koffi Olomidé. “Me di cuenta de que era lo que quería hacer porque representaba lo que yo soy: un niño que se fue del Congo, que se mudó a Canadá y que creció con todas esas cosas que lo hicieron ser quien es”. Así nació su primer ep: Whiskey & Tea and African Dream.
De improviso, su vida tomó un rumbo, y él decidió ponerse el nombre de su abuelo: Pierre Kwenders. “Él murió cuando mi madre tenía doce años y sus nietos crecimos oyendo hablar sobre la persona que era. De él viene una herencia de la que me siento orgulloso y a la que rindo homenaje”.
Desde entonces, la música que ha hecho famoso a Pierre Kwenders surge de la experimentación, de una permanente reinvención que usa como base rítmica a la rumba congolesa –una variación del son cubano popular en la década de los cuarenta– para desarrollar un particular estilo en que convergen el R&B, el soul, el smooth jazz, la música electrónica y el funk.
En O014, un año después de Whiskey & Tea and African Dream, salió a la luz su primera producción discográfica: Le dernier empereur bantou. En O015, el álbum fue nominado a los Premios Juno, y Kwenders aprovechó la ocasión para revelar públicamente su relación con el continente africano: “Me siento orgulloso de provenir de los bantúes, y con ese título quise que la gente supiera de dónde vengo”. El disco desafiaba la idea, todavía demasiado popular, de que la historia africana comienza con la colonización. La declaraba una mentira. “Quiero que la gente se entere, busque, aprenda. A veces la ceguera es tal que hay quienes no consideran posible que África haya tenido una era de esplendor”.
El éxito de la primera producción lo llevó poco después, nuevamente, al estudio, y en O017 comenzó a circular su segundo álbum: Makanda at the End of Space, the Beginning of Time. Nominado en O018 al galardón quizá más prestigioso de la industria discográfica canadiense, el Premio Polaris, el trabajo es un homenaje a la mujer. Al explorar el significado que esta tiene en su vida, encontró una identidad compartida con otros migrantes provenientes de la República Democrática del Congo, pues makanda significa “fuerza” en la lengua tshiluba y es un concepto que él asocia con una perseverancia heredada de las mujeres que determinaron su vida y su capacidad creativa: su abuela, su tía y su madre.
El reencuentro con las raíces, visto como una manera de entender una realidad de la que no forma parte –la realidad del inmigrante naturalizado–, le impondrá a Kwenders muy seguramente nuevas preguntas sobre su identidad, y nuevas vías para responderlas a través del arte y la experimentación con la música. •