Un relato hueco y “veintejuliero”
El libro de José María Henao y Gerardo Arrubla, escogido como “manual” de historia y premiado en 1910, funcionó como una especie de pacto de paz entre los historiadores colombianos: a partir de entonces, y al menos hasta 1960, lo que se enseñó en escuelas y colegios se basó en él. Se centraba en la independencia, en la que destacaba la lucha heroica de los criollos y ofrecía una visión tranquila de la historia: lograba explicar la colonia sin hablar de la caída de la población indígena, de la servidumbre laboral o de la esclavitud, que se mencionaba solo para exaltar a san Pedro Claver.y en la república, los presidentes, liberales y conservadores, se distinguían por sus obras públicas y su espíritu cívico. El talante conservador del acuerdo político de 1910 (el republicanismo) lo confirmaban la visión muy positiva de la Regeneración, las críticas al federalismo y la exaltación de una república centralista, católica y ordenada.
Aunque en las aulas escolares reinaba la paz y los niños aprendían una historia hueca y “veintejuliera”, la polémica política seguía, y liberales y conservadores oponían las narraciones de sus virtudes y pecados.y mientras los historiadores más profesionales y eruditos estudiaban la fundación de las ciudades, el desarrollo de la literatura o las artes, la independencia era fuente de discordias: el santismo y el laureanismo se opusieron por el esfuerzo de los primeros de convertir a Santander en la figura cimera de la historia y el de los segundos de hacer de Bolívar el paladín del autoritarismo conservador. Hecha una nueva paz en 1958, esta fue perturbada por los intentos de Indalecio Liévano Aguirre de contar la historia del país como un enfrentamiento de oligarcas buenos (Nariño, Bolívar, Mosquera, Núñez) y enemigos del pueblo (Torres, Obando, los liberales radicales):“los grandes conflictos económicos y sociales de nuestra historia”.
Entre 1960 y 1980 en las universidades, bajo la influencia de Jaime Jaramillo Uribe y otros profesores, se descubrió un pasado lleno de indios, esclavos, mujeres, artesanos y campesinos. La economía, los artesanos y los cafeteros se volvieron importantes. Y en 1984 el gobierno nacional ordenó que la historia de Colombia se enseñara teniendo en cuenta todos estos aspectos de las ciencias sociales, la visión de los antropólogos de las culturas indígenas, la visión de los economistas del desarrollo productivo, la visión de los sociólogos del conflicto entre clases, la visión del ambiente de los geógrafos. Una buena idea, que se aplicó con dificultad y confusión por razones políticas y llevó a que se creara la “noticia falsa” de que el gobierno había sacado la historia de la enseñanza.
Los buenos textos que se hicieron después de 1984 –como el de Kalmanovitz o el de Rodolfo de Roux– fueron atacados por razones políticas y reemplazados por una enseñanza sin textos, caótica, lo cual llevó a que los colegios decidieran enseñar más matemáticas y menos historia.
Ahora, una nueva ley ordena enseñar historia, pero con el enfoque de las ciencias sociales, lo mismo que en 1984. Para que esta vez funcione, hacen falta buenos textos y materiales. Pero no un texto oficial, pues hay muchas visiones del pasado. Textos diversos, que sirvan para enseñar a los estudiantes cómo evaluar los testimonios y documentos en los que se basa la historia, y para enseñar en las escuelas, donde nadie aprende a argumentar, sino a discutir con ataques personales, cómo se elaboran las explicaciones de las ciencias sociales, ciencias inexactas y discutibles. Y muchos materiales complementarios: mapas, selecciones de documentos, colecciones gráficas, historias locales y de barrio.
Solo entre 1960 y 1980 se descubrió un pasado lleno de indios, esclavos, mujeres, artesanos y campesinos