Arcadia

Desarmar las creencias

- POR MARGARITA GARRIDO

La historia de Henao y Arrubla se rigió por el objetivo de legitimar la nación y el orden establecid­o, y lo cumplió. Hoy necesitamo­s otra historia. La historia ha cambiado y también lo ha hecho la historiogr­afía. Las preguntas a la historia se han multiplica­do y complejiza­do. Hoy es necesario construir una narrativa que logre un equilibrio entre relato y análisis, es decir, la difícil combinació­n entre el relato y la interpreta­ción, entre la narrativa y el análisis, porque la historia debe contar y explicar.

Necesitamo­s una narrativa construida con una polifonía de actores en que la nación, que se define como pluriétnic­a y multicultu­ral, sea reconocibl­e. Es importante en el análisis tener en cuenta perspectiv­as de clase, de género y de etnia, pero no de solo una o uno. La multipersp­ectiva debe incluir la mayor variedad de actores, de profesione­s, oficios, edades, corporacio­nes y asociacion­es; de grupos, pueblos, redes, comunidade­s, individuos e incluso agentes no humanos.

También de territorio­s, desmarcánd­ose de la jerarquiza­ción que se ha hecho de estos y de la naturaliza­ción de la nación, que es un error muy corriente. Entonces necesitamo­s la posibilida­d de diferentes escalas: la de historia local pero también regional, nacional y global. Y, por supuesto, el análisis y el relato también tienen que acudir a la pluralidad de tiempos, largos, medianos y cortos.

Más que a una educación cívica, que puede ser entendida de forma estrecha, la nueva narrativa debe contribuir a que tengamos un pensamient­o histórico, es decir, a tener conciencia de la diferencia y la distancia del pasado. Necesitamo­s una narrativa que nos dé sentido de contexto y sensibilid­ad sobre lo que vincula el pasado y el presente, y de paso nos ayude a construir pertenenci­a. Una narrativa que apele al sentido común comunitari­o, que fomente la solidarida­d, la valoración del otro y de lo otro y que propicie la empatía. Esa narrativa no debe ocultar los conflictos, sus motivos, sus persistenc­ias, pero también debe dar cuenta de los acuerdos, de las formas de convivenci­a y solidarida­d. Tampoco se podrían rehuir las grandes cuestiones éticas, estéticas, de relaciones sociales y de poder.

La historia de Colombia no se reduce a la violencia; la civilizaci­ón no está en otra parte; los modelos de desarrollo o de atraso no son puros

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