Desarmar las creencias
La historia de Henao y Arrubla se rigió por el objetivo de legitimar la nación y el orden establecido, y lo cumplió. Hoy necesitamos otra historia. La historia ha cambiado y también lo ha hecho la historiografía. Las preguntas a la historia se han multiplicado y complejizado. Hoy es necesario construir una narrativa que logre un equilibrio entre relato y análisis, es decir, la difícil combinación entre el relato y la interpretación, entre la narrativa y el análisis, porque la historia debe contar y explicar.
Necesitamos una narrativa construida con una polifonía de actores en que la nación, que se define como pluriétnica y multicultural, sea reconocible. Es importante en el análisis tener en cuenta perspectivas de clase, de género y de etnia, pero no de solo una o uno. La multiperspectiva debe incluir la mayor variedad de actores, de profesiones, oficios, edades, corporaciones y asociaciones; de grupos, pueblos, redes, comunidades, individuos e incluso agentes no humanos.
También de territorios, desmarcándose de la jerarquización que se ha hecho de estos y de la naturalización de la nación, que es un error muy corriente. Entonces necesitamos la posibilidad de diferentes escalas: la de historia local pero también regional, nacional y global. Y, por supuesto, el análisis y el relato también tienen que acudir a la pluralidad de tiempos, largos, medianos y cortos.
Más que a una educación cívica, que puede ser entendida de forma estrecha, la nueva narrativa debe contribuir a que tengamos un pensamiento histórico, es decir, a tener conciencia de la diferencia y la distancia del pasado. Necesitamos una narrativa que nos dé sentido de contexto y sensibilidad sobre lo que vincula el pasado y el presente, y de paso nos ayude a construir pertenencia. Una narrativa que apele al sentido común comunitario, que fomente la solidaridad, la valoración del otro y de lo otro y que propicie la empatía. Esa narrativa no debe ocultar los conflictos, sus motivos, sus persistencias, pero también debe dar cuenta de los acuerdos, de las formas de convivencia y solidaridad. Tampoco se podrían rehuir las grandes cuestiones éticas, estéticas, de relaciones sociales y de poder.
La historia de Colombia no se reduce a la violencia; la civilización no está en otra parte; los modelos de desarrollo o de atraso no son puros