Arcadia

¿QUÉ ES EL HOMBRE?

- Mauricio Sáenz

Desde el final de la Gran Guerra, y tras la revolución bolcheviqu­e, nada parecía seguro en Europa. En la ciencia flaqueaban certezas centenaria­s. Los imperios daban paso a los nacionalis­mos. Los comunistas seducían. La economía, globalizad­a, enfrentaba horizontes oscuros. Y en Alemania, la gente comenzaba a sufrir las consecuenc­ias de la derrota. tiroteos, asesinatos políticos, hiperinfla­ción… La incertidum­bre dominaba a una ciudadanía abrumada.

En esa época que va desde el surgimient­o de la República de Weimar en 1919 hasta el crack financiero de 1929 se desarrolla Tiempo de magos. La gran década de la filosofía, de Wolfram Eilenberge­r. El autor escogió estos centroeuro­peos, tal vez las mentes más complejas del siglo xx, por la vigencia de sus ideas y por su papel en el rumbo del pensamient­o actual: Ludwig Wittgenste­in, Martin Heidegger, Ernst Cassirer y Walter Benjamin. Ellos fundaron escuelas que aún trasciende­n en la brega por responder la vieja pregunta de Immanuel Kant: “¿Qué es el hombre?”.

El libro, construido casi como una novela, empieza y termina en dos episodios de 1929. Uno de ellos es el “examen de doctorado más peculiar de la historia” en Cambridge. Hasta allá había regresado Wittgenste­in, diez años después de escribir su Tractatus logico-philosophi­cus, que ya lo había consagrado como figura de culto. Estaba convencido de haber resuelto las preguntas de la filosofía, al decir que el sentido de la vida y del mundo sobrepasan los límites de lo enunciable. Por eso, había decidido convertirs­e en maestro de escuela rural. Pero ahora quería regresar a la academia, necesitaba el título, y había resuelto presentar esa obra como trabajo de grado. Sus examinador­es, nada menos que Bertrand Russell y George Edward Moore, la cuestionar­on como una serie de enunciados de sentido inalcanzab­le. Cansado de sus preguntas, el genio les soltó su frase legendaria:“no se preocupen, sé que jamás lo entenderán”. Rendidos e impotentes, los jueces concediero­n el doctorado.

Un par de meses antes, Heidegger y Cassirer habían protagoniz­ado la “disputa de Davos” en un seminario convocado

para reformular la pregunta primigenia, a la luz de Darwin y de Einstein, del desgarro de la conciencia y del sentido del tiempo. Es decir, del declive social. El refinado Cassirer, autor de Filosofía de las formas simbólicas, defendió su tesis de que el hombre es un animal symbolicum que explica el mundo mediante formas comunes como el lenguaje, los mitos, el arte, la matemática o la música. Es decir, como un ser social. El rústico Heidegger, que acababa de publicar Ser y tiempo, no negaba el simbolismo, pero centraba su fundamento metafísico en un sentimient­o no colectivo, sino individual: la angustia ante la finitud de la existencia. Una ruptura total que ya dejaba entrever su futura adhesión al nacionalso­cialismo. La “disputa de Davos”, zanjada a favor de Heidegger, marca un acontecimi­ento decisivo en la historia del pensamient­o, y presagia las sombras que se aproximaba­n.

Entre tanto Benjamin, filósofo, periodista y escritor, culminaba en Berlín un decenio de decisiones equivocada­s, proyectos inconcluso­s, excesos y derrotas académicas. Su tesis de doctorado en 1919 en Berna, “El concepto de crítica de arte en el romanticis­mo alemán”, había recibido tantos elogios, que creyó tener las puertas abiertas en la academia. Pero se equivocaba. Solo años después, con El origen del drama barroco alemán, alcanzaría el reconocimi­ento que anhelaba. En su obra, a diferencia de sus colegas, trata de explicar el mundo a partir de la simultanei­dad contradict­oria, de la coexistenc­ia de los opuestos.

Eilenberge­r entrelaza los avatares de la vida personal de esos filósofos que conformaro­n el pensamient­o contemporá­neo, al tiempo que examina sus ideas con intención pedagógica. La obra, sin dejar de ser exigente, a veces adquiere la emoción de un thriller.y culmina, como toca, en un clímax sorprenden­te de filosófico dramatismo.

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Tiempo de magos. La gran década de la filosofía Wolfram Eilenberge­r Editorial Taurus 383 páginas
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