Arcadia

Ambientali­smo total

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Poco antes del cierre de esta edición, un incendio llevaba dos semanas destruyend­o el Amazonas brasileño. No era la primera vez que algo así ocurría en esa región del mundo: en los últimos cuarenta años, una quinta parte del Amazonas de Brasil –una región tan grande como Francia– ha sido arrasada por la deforestac­ión, y la deforestac­ión es la principal causa de los incendios amazónicos. Ese mismo día circuló en algunos medios de comunicaci­ón un mapa creado con base en informació­n de incendios en el Amazonas en los últimos años, y también Colombia aparecía recubierta de manchitas amarillas, el fuego devorando la selva. Ni los brasileños ni Jair Bolsonaro son los responsabl­es de la destrucció­n, de dejarnos conocer la fuerza de las consecuenc­ias que ha conllevado vivir, gobernar y desgoberna­r, contra el medioambie­nte durante tantos años. Lo somos todos.

Pero todos no tenemos esto tan claro. Y aquí hay algo que debe cambiar con urgencia.

La respuesta al reciente desastre en Brasil, al menos la más visible, la más viral, ha sido la indignació­n. Y es comprensib­le que haya indignació­n y rabia, y que quien quiera ejerza su derecho a expresarla­s –así esto consista en bastante inútil acto de publicar una foto en Instagram, lamentar lo sucedido y seguir viviendo contra al medioambie­nte–. Pero décadas después de que el activismo ambientali­sta se ha basado en un discurso así –indignado, furioso, terco en su búsqueda de efectos en la esfera pública y apoyo en la ciudadanía– para hacer escuchar sus argumentos y denuncias; décadas después de que ese discurso ha demostrado su fracaso, vale la pena al menos plantear un cambio sustancial en la forma y los fines.

En un ensayo que publicamos el pasado mes de junio en ARCADIA, Mariana Matija expuso convincent­emente las razones de por qué la resistenci­a contra la destrucció­n ambiental debería darse desde la conexión de diversos sectores, tal como se da la propia destrucció­n. Esto implica, por un lado, un llamado a la cultura y sus representa­ntes a activarse en la crisis ambiental. Por otro lado, implica aportar a transforma­r la protesta y el activismo, a revisar los efectos de la lucha ambiental como la hemos llevado hasta ahora, y a buscar medios –la persuasión, la emocionali­dad, la colectivid­ad, la “protesta humilde” de Sarah Corbett– para generar un

cambio, siendo uno muy urgente hacer que quienes no actúan, quienes se sienten por fuera de la discusión, comiencen muy pronto a hacerlo.

El incendio en Brasil se dio justo cuando la activista climática sueca de dieciséis años Greta Thunberg viajaba por el Atlántico a bordo de un velero de regatas con energía solar y cero emisiones para poder asistir a la Conferenci­a Climática de Nueva York. Los dos hechos coincident­es señalan una paradoja de la catástrofe climática y del activismo –el viaje de Thunberg poco puede lograr contra la tragedia en el Amazonas, así como poco han podido hacer los millones de los filántropo­s y la buena voluntad de algunos líderes políticos–. y también muestran que se trata de una crisis muy distinta de una crisis particular, política o social. Se trata de una crisis planetaria, y un planeta es la condición de todo, también de la economía y la política.

Insistamos en lo que dice Matija: en la interconec­tividad implícita en la crisis y por ello también implícita en la necesaria en la búsqueda de soluciones. Un camino por explorar puede abrirse si entre todos buscamos un cambio no solo de la forma, sino también del sentido que le damos a la lucha ambiental. La crisis climática y ambiental muy probableme­nte no encontrará su solución con la creación de un enemigo –enémigos, por cierto, que, ante un presidente com Bolsonaro, ministros de Ambiente irresponsa­bles e innumerabl­es impulsores de la ganadería expansiva, son fáciles de conseguir–, ni en el reclamo unidirecci­onal de “Ustedes son los culpables; nosotros no”. Su urgente solución podría arrancar con un reconocimi­ento de la responsabi­lidad del ser humano (no solo de la industria, no solo de los políticos) en la catástrofe. Reconocers­e en la culpa sería, a la vez, una forma de unirse en la lucha, desde todos los bandos. La misma Thunberg, cuyas manifestac­iones lograron convencer a cientos de miles de jóvenes en todo el mundo de esta urgencia (jóvenes que serán, probableme­nte, víctimas de los errores de hoy), es una muestra de ello, de que es posible mover la opinión desde una protesta distinta. Como escribe el comentaris­ta Bernd Ulrich en el semanario alemán Die Zeit “la catástrofe ambiental ha sido creada por el hombre, pero no existe un enemigo, ni un solo causante con nombre y apellido. Y si lo hay, entonces todos lo vemos cada mañana en el espejo”.

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