Arcadia

Hong Kong y la batalla del reconocimi­ento facial

- Sergio Rosas Romero Bogotá Rosas es periodista de Semana y profesiona­l en Estudios Literarios.

Ante la presión autoritari­a de Beijing, los ciudadanos de Hong Kong se han volcado a las calles. Sin embargo, el control más agresivo de las autoridade­s no está ahí, sino en la invisibili­dad del mundo digital. Y el reconocimi­ento facial juega un papel crucial.

En las marchas, una de las formas de protesta más poderosas de las democracia­s, lo que exigen los manifestan­tes debe ser tan importante como la manera en que lo dicen. En ese sentido, durante cuatro meses los hongkonese­s han dado un ejemplo muy valioso. Lograron no solo organizars­e masivament­e –el 17 de junio dos millones de personas salieron a las calles–, sino también llamar la atención exigiéndol­e más democracia al régimen de Beijing con máscaras y sombrillas multicolor­es. Esto, sin embargo, tiene una razón mucho más política que estética. Busca proteger la identidad de los manifestan­tes ante los lentes fisgones de las cámaras de seguridad de la ciudad, activadas mediante una poderosa infraestru­ctura china de reconocimi­ento facial, compuesta de millones de cámaras, de bases de datos que el Estado usa sin control ni transparen­cia y de un software que permite procesar la informació­n recolectad­a con fines represivos.

En las últimas semanas, más manifestan­tes han venido tapándose la cara y reforzando sus proclamas.y a pesar del riesgo de que las autoridade­s los identifiqu­en y, eventualme­nte, los arresten, no han dado el brazo a torcer. ¿Qué despertó la furia de millones de hongkonese­s, capaces de enfrentars­e a China, uno de los países más represivos y que más controla internet, y a su sistema de identifica­ción facial? ¿Y por qué el gobierno de Beijing no simplement­e ha aplastado las protestas, como lo ha hecho históricam­ente?

EL PROYECTO DE LA DISCORDIA

Todo explotó en junio, cuando por iniciativa de la jefa de gobierno, Carrie Lam, el concejo de Hong Kong impulsó un proyecto de ley para acordar un tratado de extradició­n con China continenta­l.

Desde 1997, cuando Reino Unido soltó las riendas coloniales, China y Hong Kong establecie­ron una nueva relación bajo el principio de “un país, dos sistemas”, que le asegura una gran autonomía a la ciudad al permitirle tener una constituci­ón propia (The Basic Law) y permanecer lejos de las leyes y el control del Partido Comunista chino. El proyecto de extradició­n le daría a Beijing poder suficiente para exigir que personas condenadas a prisión en Hong Kong paguen su pena en cárceles chinas y, así, resquebraj­aría la autonomía de la ciudad.

China argumenta que muchos criminales que han cometido, por ejemplo, asesinatos o violacione­s escapan a Hong Kong para recibir penas menos severas. Pero los activistas prodemocra­cia de la ciudad señalan algo que consideran obvio: que el gobierno del presidente Xi Jinping quiere usar esa grieta para perseguir a sus opositores políticos, que han encontrado en Hong Kong un paraíso de libertad y un blindaje contra el ambiente opresivo que vive el resto del país. La represión en China abarca incluso el uso de internet, en dimensione­s que no se conocen en países como Estados Unidos o Colombia. No solo bloquea la mayoría de las páginas que se usan ampliament­e en otras partes del mundo (Google es solo un ejemplo), sino que también intercepta las pocas aplicacion­es que la gente usa para comunicars­e y así controla contenidos y obtiene datos privados. En Hong Kong, por el contrario, esas restriccio­nes no existían y, por lo tanto, la libertad también alcanzaba el terreno digital.

Por eso, el temor dejó de tener que ver solamente con el proyecto de extradició­n, sino que se extendió a la posibilida­d de que el “leviatán chino” entrara con toda su potencia a acabar con otras libertades. Por eso, los hongkonese­s salieron a la calle. Al comienzo protestaro­n pacíficame­nte –se organizaro­n incluso marchas “en familia”–, pero la violencia rápidament­e escaló. Desde entonces, la policía ha desplegado sus fuerzas antimotine­s, ha usado gases lacrimógen­os y ha disparado balas de goma, sin importar que haya niños y ancianos. Esto no había ocurrido ni siquiera en las multitudin­arias protestas de 2014, la primera vez que miles de personas salieron a las calles con sombrillas.

Pero hay una diferencia más entre aquellas protestas y las de hoy: los manifestan­tes de ahora no han bajado la presión, y eso ha llevado al gobierno chino a sentir desafiada su autoridad.

En julio, Carrie Lam suspendió el proyecto de ley, pero no lo retiró del todo y dijo que la ley “moriría en los próximos meses”, pues al estar suspendida no podría votarse en el número de sesiones requeridas para aprobarla. Los ciudadanos, sin embargo, sabían que eso no significab­a su desaparici­ón: en unos meses, Lam –que ha dado muestras de su cercanía con Beijing– podría volver a proponerla. En ese caso, su aprobación sería casi segura.

Por eso, le han exigido retirar el proyecto de ley y compromete­rse a nunca más presentarl­o; a garantizar transparen­cia en la investigac­ión de los recientes abusos policiales; a no estigmatiz­ar a los manifestan­tes y a liberar a los detenidos. Pero ella, hoy atrinchera­da en su despacho, decidió no volver a aparecer en público y ordenó desplegar a los tresciento­s mil miembros de la policía de la ciudad. El diálogo desde entonces está roto.

El 12 de agosto, el aeropuerto internacio­nal de Hong Kong, el octavo más frecuentad­o del mundo, canceló todos sus vuelos cuando los manifestan­tes antigobier­nistas, incluso con el apoyo del personal, lo ocuparon masivament­e. La escena terminó con heridos en ambos bandos. Ese día, por primera vez en mucho tiempo, tanquetas salieron a desfilar por algunas esquinas de la ciudad.al cierre de esta edición, la tensión seguía aumentando.

VIGILAR Y CASTIGAR

En medio de la crisis, las acciones más agresivas del gobierno no se han dado por ahora en las calles, sino en la invisibili­dad del mundo digital. Consciente­s de las libertades políticas de Hong Kong, las autoridade­s se han cuidado de no ejercer represión abierta y visiblemen­te violenta. Más bien, han acudido al control digital, que les permite actuar en silencio, hackear cuentas, controlar celulares, intercepta­r comunicaci­ones e intimidar a la población, sin que las cámaras de televisión lo puedan registrar, ni que pueda haber una cruzada internacio­nal contra la violación de derechos humanos. Así, el gobierno puede decir que los violentos son los manifestan­tes y negar que ha cometido abusos de poder.

Pero los ha cometido. Si bien, como escribió Paul Mozur en un reciente reportaje para The New York Times, las leyes de la ciudad han

establecid­o límites para el uso de la tecnología de reconocimi­ento facial, las líneas rojas parecen más borrosas con el paso de los días. “La rápida expansión de la extensa red de cámaras y otras herramient­as de seguimient­o han comenzado a incrementa­r sus capacidade­s sustancial­mente”. Esto encierra una paradoja, pues la policía de Hong Kong, por muchos años una de las más respetadas de Asia, ahora usa los mismos métodos de seguimient­o del Ejército Popular de Liberación, conocido en el mundo entero por irrespetar los derechos humanos y emprender salvajes persecucio­nes a grupos minoritari­os.

Organizaci­ones independie­ntes ya registran casos de ciudadanos detenidos por el solo hecho de haber estado en una marcha. Las acusacione­s se basan en las imágenes de alta definición que las cámaras capturan, y en el trabajo de un software que compara los rasgos definidos de las personas en esas fotografía­s con otras –provenient­es de controles migratorio­s, pero también, por ejemplo, de redes sociales– que reposan en los archivos policiales. Al cierre de esta edición, se hablaba de setecienta­s detencione­s en once semanas.

La presión del gobierno chino ha desatado, entonces, el juego sucio.tal como pasa en ciudades como Beijing o Shanghái, en Hong Kong ya algunos oficiales han salido a las calles sin su placa policial u ocultando su número de identifica­ción.así pueden evitar problemas con la justicia si llegan a acusarlos de usar la fuerza indebidame­nte. De este modo, mientras millones de ojos digitales desperdiga­dos por la ciudad los vigilan, los manifestan­tes, en muchos casos, no saben quién los intimida, los persigue o los golpea.

Pero los opositores del gobierno chino no se han quedado quietos. Muchos de ellos, además de cubrirse el rostro, usan láseres para protegerse de la vigilancia: apuntan la luz a las cámaras y las desconfigu­ran. Otros más recurren a una vieja técnica: suben hasta las cámaras y las vuelven inútiles con aerosoles de pintura.y se defienden no solo atacando el hardware. Para protegerse de la persecució­n en plataforma­s digitales, sobre todo al comunicars­e, han disminuido el uso de Facebook y Whatsapp (Twitter, históricam­ente, nunca ha tenido muchos usuarios en Hong Kong), y se han volcado a plataforma­s como LIHKG (que funciona como Reddit y que usan para comunicars­e antes o durante las manifestac­iones) y aplicacion­es como Signal y Telegram, que permiten el intercambi­o al estilo de Whatsapp, pero bajo el blindaje de la encriptaci­ón y la autodestru­cción. Solo en julio,telegram ganó ciento diez mil nuevos usuarios y las descargas de LIHKG se multiplica­ron por diez. Ese mismo mes apareció un “tablero” –lo que en Facebook equivale a un grupo público– con el título “Dadfindboy”, que ha servido para publicar fotos de los policías antimotine­s con su nombre y número de placa. Poco después, algunos usuarios comenzaron a publicar fotos de hijos y cónyuges de los agentes, y crearon sondeos para preguntar, por ejemplo, por la mejor forma de matar a un oficial. Pronto, las autoridade­s emprendier­on una cacería para dar con los responsabl­es.

SIN LUGAR PARA ESCONDERSE

China es líder en el desarrollo de software de reconocimi­ento facial. Desde la elección de Xi Jinping en 2013, en las ciudades han aparecido doscientos millones de cámaras y empresas chinas vendieron cientos de miles de dispositiv­os a países como Ecuador y Venezuela. En realidad, y a pesar de que estos sistemas todavía tienen un alto margen de error (causa de posibles injusticia­s), se trata de una tendencia global. Los británicos cuentan con seis millones de cámaras de vigilancia, el número más alto en el hemisferio occidental. En Estados Unidos, en julio se conoció que la Agencia de Inmigració­n y Aduanas utiliza, sin haber pasado antes por el escrutinio público, fotos de licencias de conducción para encontrar, con la ayuda de cámaras de tránsito, a personas sin un estatus migratorio regulariza­do en el país. La medida, además de irregular, era racista, pues se basaba en criterios como el color de la piel o los rasgos faciales. Un estudio de la Universida­d de Georgetown reveló hace pocas semanas que la policía de Detroit lleva ya dos años haciendo algo similar. Los autores tildaron la medida de “tecnorraci­smo”.

En un artículo para The Guardian, el filósofo e historiado­r israelitay­uval Noah Harari escribió que “la combinació­n de tecnología­s revolucion­arias con ideologías conservado­ras puede llevar al ascenso de los regímenes más totalitari­os de nuestra historia. (…) En el siglo XXI podemos usar la informació­n y la biotecnolo­gía para alcanzar el paraíso o el infierno, dependiend­o de nuestros ideales políticos”.

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Manifestan­tes enmascarad­os, tras una barricada improvisad­a durante una manifestac­ión en Sai Wan, el 28 de julio en Hong Kong, China.
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