Arcadia

LOS PEDOS DE LAS VACAS

- Mil palabras por una imagen Por Antonio Caballero

La culpa no es de las vacas. Mírenlas en esta foto, intentando pastar en un erial, el que han dejado ellas mismas como el famoso caballo de Atila, bajo cuyos cascos no volvía a crecer la hierba. (Aunque algo han podido comer en el pajonal amarillo, pues se distinguen plastas de boñiga aquí y allá). Incluso a la más despierta de todas, la que

parece mugir en primer plano, se le nota que no se da cuenta de la responsabi­lidad que le cabe en el arrasamien­to de la tierra. La culpa es de nosotros los humanos, que comemos no sé cuantos trillones de carne de vaca al día y bebemos otros tantos trillones de leche de vaca o los usamos para preparar postres .y para eso criamos los correspond­ientes billones de cabezas de ganado vacuno necesarios.

Y por lo visto los pedos del ganado vacuno, más que los del caballar o del porcino, o que los más discretos nuestros, dispersan en la atmósfera quintillon­es de toneladas de gases de metano, que aceleran y agravan el cambio climático que está desequilib­rando el planeta. Cada vaca, según los cálculos publicados por la Unión Europea (que subvencion­a su cría para competir comercialm­ente con las poderosas, y también subvencion­adas, industrias cárnicas y lácteas de los Estados Unidos), expele diariament­e nada menos que tresciento­s litros de vientos venenosos de metano. Y por eso sus técnicos agrícolas han propuesto cobrarles a los ganaderos europeos un nuevo impuesto sobre las

flatulenci­as del ganado. Según la FAO, la organizaci­ón de las Naciones Unidas para la Alimentaci­ón y la Agricultur­a, el sector ganadero mundial es responsabl­e del 10 % de las emisiones de gases de efecto invernader­o.

Detrás de las vacas, como puede verse en esta fotografía publicada en primera página por El Nuevo Siglo, están las fábricas. Sus pedos son más evidentes. Se los ve brotar de un alfiletero de altas y delgadas chimeneas de ladrillo: negros o grises azulados, alguno convertido en una ancha y blanquecin­a humareda como una nube de algodón, otro corto como un escupitajo de fuego contra el cielo azul. Sabrá Dios, o el diablo, a qué huele ese humo: pero no puede ser a nada sano. Las vacas, sin embargo –de raza hereford, me dicen los que saben de vacas–, no parecen particular­mente molestas: rojas y blancas, amarillas, una retinta, pastan tranquilam­ente.

A la que muge en primer plano solo parece incomodarl­a el fotógrafo. Como a los dueños de las fábricas del fondo: no quieren que se sepa lo que hacen.

 ??  ??
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Colombia