Una feria de viento y arena
En una ciudad con tanto sabor a literatura, paradójicamente no había echado raíces una feria del libro. Pero Libraq –la Feria Internacional del Libro de Barranquilla– celebró en septiembre su segunda edición y demostró la importancia de la Arenosa para la formación de públicos, la dinamización del mercado y el fomento de la lectura. Una mirada de uno de sus protagonistas.
Según el mismo Gabriel García Márquez, Barranquilla es la ciudad donde mejor se entiende El otoño del patriarca. Tanta confianza le tenían los taxistas que lo llamaban Trapoloco. Se paseaba con el mamotreto de La casa como Pedro por ella. En Crónica, una revista de él y sus amigos barranquilleros, fue donde se publicó por primera vez en Colombia a Borges y a Cortázar. En Barranquilla, el sabio catalán se tomaba su Coca-cola con pitillo para hablar de todos los libros del mundo. En esta ciudad, “bajo el ingrato cielo más transparente que ningún otro del mundo”, Marvel Luz Moreno tuvo que morir como reina del carnaval para revivir como reina del cuento y como reina de su propia vida. Aquí Alfonso Fuenmayor guardaba libros en una nevera y Juana ya no se aburría los domingos desde que había comprado una cerbatana (esa arma contra el aburrimiento que siempre me ha parecido una derivación de la palabra Cervantes). Todo puede suceder en la Arenosa, la ciudad de arena, como el libro que soñaba Borges. ¿Se habrá enterado de que a una ciudad de América Latina la llamaban con ese sobrenombre infinito? Si no, le habría fascinado.
En una ciudad así, con tanto sabor a literatura, paradójicamente no había echado raíces una feria del libro: un espacio donde por unos días al año se multiplicaran las hojas de los libros y se balanceara el árbol del conocimiento en un patio de vientos perdidos que por fin le da la cara al río, y al mar donde desemboca el río, y a la arena donde desemboca el mar. A Barranquilla le pusieron ese sobrenombre porque en un principio sus calles no estaban pavimentadas y durante tres meses al año los alisios levantaban la tierra y la lanzaban a los ojos de parroquianos y forasteros. La gente sacaba sus pañuelos de lino y se limpiaba las pestañas.
A propósito de ese viento lleno de arena, lleno de mundos diminutos, Andrés Neuman, en el discurso inaugural de la Feria Internacional del Libro de Barranquilla (Libraq) –que entre el pasado 18 y 22 de septiembre celebró su segunda edición–, reinventó el viejo y despectivo refrán Las palabras se las lleva el tiempo de este modo: “Las palabras se trasladan y se vuelven compartibles. Podemos escuchar voces que proceden de otros lugares, irradiar nuestro viento hacia otras latitudes. Es una ventaja que se muevan con el viento. A diferencia de los edificios, que se quedan quietos, las palabras todo el tiempo se mueven”.
El viento como polinizador del lenguaje: el viento que se lleva las palabras en el espacio, las mezcla con otras y las transporta también en el tiempo, las multiplica en su reloj de arena. “Leer es una fábrica de tiempo”, recalcó Neuman. “Si no tienes tiempo para leer, lee un poco más y lo vas a encontrar”. En la posibilidad de traspasarlo y fabricarlo, ve él una de las grandes cualidades de la literatura. Otro invitado argentino, el ilustrador Gustavo Ariel Rosemffet, Gusti, en una de las charlas de la feria, les hizo eco a esas palabras, como si el viento efectivamente las hubiese llevado hasta él: “Cuando abres un libro siente el viento, siente la música de las palabras y las imágenes que te evocan”.
El lema de los cinco días de feria de esta segunda edición Libraq fue, por cierto, “Mil libros, mil voces”. Más de doscientos invitados especiales colmaron la programación cultural en ochocientos cincuenta eventos en cinco escenarios en feria y catorce estaciones en el Malecón. “Celebramos mil géneros, mil gustos, porque todos somos diferentes y tenemos necesidades diferentes a la hora de buscar un libro”, explicó su directora, Alexandra Vives. En ese contexto diversificador fue invitado Luis Negrón, un escritor que retrata las voces marginales de Puerto Rico. Su libro de cuentos Mundo cruel comienza con un epígrafe sobre el melodrama, que es otra forma caribeña de la hipérbole, una que amplifica las emociones y los sentimientos para poder estudiarlos mejor. Todo el que ha crecido escuchando en las esquinas del Caribe los embustes y exageraciones de sus espontáneos y silvestres narradores orales conoce intuitivamente este recurso. Son embusteros y deformadores certeros porque sus afirmaciones no son definiciones sino énfasis, acentos. Es la misma lógica de los piropos: excesos verídicos porque no transcriben la belleza observada sino la sentida, su resonancia en los sentidos del observador. Este tipo de lentes casi nunca falta en un libro sobre el Caribe y en una feria barranquillera.
A veces, de apenas el susurro de una página, puede provenir el soplo ciclónico que nos salve la vida, que nos la devuelva. En el último día, en una de las últimas charlas, el escritor Hernán Darío Correa lo ilustró con una historia personal. Una vez, cuando era adolescente, casi se ahoga en un río como el que pasa al lado de la feria. No sabía nadar y la corriente lo estaba arrastrando hacia una muerte segura. Justo cuando creía que el río no tenía vuelta atrás, se acordó de El tesoro del saber, la mágica enciclopedia con que hemos crecido varias generaciones. Entonces fue como si la tuviera enfrente, como si el mensaje le llegara en una botella. Buscó la página en la memoria y pudo ver con lujo de detalles los diferentes estilos de natación. A pesar del desespero, Hernán Darío puso en práctica una de las didácticas secuencias y pudo remontar la corriente.
Además de los ciento veinte mil visitantes y los ciento cinco expositores de este año, ojalá que Libraq nos siga trayendo, envueltos en el viento huracanado del Caribe, nuevas voces, arena nueva y brillante, nuevos flotadores para salvar a más de un niño y a más de un adulto. Este contenido surge de una alianza entre