Arcadia

ARTE Y CRISIS CLIMÁTICA

Cuatro artistas para pensar la emergencia ambiental

- Por Ana Mustafá

Los artistas contemporá­neos y los demás actores del arte –teóricos, curadores, galeristas– se aproximan a la emergencia ambiental desde diferentes miradas. Lo hacen no solo por su inminencia, sino también porque en el ser humano siempre han convivido la creación y la reflexión sobre su entorno.

En los años noventa, el historiado­r y crítico de arte Hal Foster escribió que la institució­n del arte ya no podía definirse en términos espaciales. Gracias al surgimient­o del performanc­e y el arte conceptual –además de la presión de movimiento­s sociales como el feminismo o el psicoanáli­sis–, el arte se volvió una red discursiva que acepta e incluye subjetivid­ades y comunidade­s. La redefinici­ón de la institucio­nalidad del arte de Foster, que él llama el giro etnográfic­o, sirve para comprender que pensar la crisis ambiental desde el arte contemporá­neo abarca necesariam­ente una red discursiva conformada por artistas, teóricos, curadores, galeristas, coleccioni­stas y museólogos que se aproximan a la problemáti­ca ambiental desde diferentes lugares, y esas aproximaci­ones abren diversas posibilida­des.

Si partimos de la pregunta sobre qué puede hacer el arte por el medioambie­nte, lo más eficiente para generar un cambio concreto tendría que venir de las institucio­nes públicas y privadas, y el alcance dependería del fomento e implementa­ción de políticas ecológicas. Por eso, ya existen iniciativa­s institucio­nales que solo financian proyectos con responsabi­lidad ecológica. Por ejemplo, Nicholas Serota, exdirector de la Tate Gallery de Londres, enfoca ahora su labor como director del Arts Council de Inglaterra en reducir de manera sustancial el impacto ambiental:“nos convertimo­s en el primer organismo cultural del mundo en incluir informes y acciones ambientale­s en nuestros acuerdos de financiaci­ón a largo plazo con organizaci­ones artísticas”.

Aunque esto todavía no ha ocurrido en Colombia, desde el ejercicio curatorial hay cada vez más propuestas relacionad­as con la crisis climática, y también ha habido algunas que se han preocupado por preguntars­e por la ecología de las exposicion­es; es decir, por que estas no solo se centren en abordar conceptual­mente el tema, sino que también evidencien algo, en relación con la crisis, que vaya más allá de las piezas mismas. Por ejemplo, en la exposición Energ(ética) de Flora Ars+natura y el espacio Plataforma de Idartes en 2017, que revisaba la relación entre arte y energía, se calculó el peso de cada obra en huella de carbono y se agregó esta informació­n a las fichas técnicas de las piezas para crear conciencia por otra vía.

En la academia es célebre la crítica del pensador alemán Boris Groys al activismo en el arte. Él asegura que mientras los artistas activistas quieren cambiar el mundo no quieren dejar de ser artistas y, por ende, no quieren dejar de usar ciertos materiales y recursos que van en contra de su discurso teórico. Eso, según Groys, es un problema evidente en cuanto a lo conceptual, lo político y lo práctico.

Aún así, los artistas contemporá­neos están cada vez más preocupado­s por hablar de la crisis climática desde el arte, y lo están no solo por la inminencia y pertinenci­a de dicha crisis, o por su dimensión y la creciente cobertura mediática, sino también porque siempre ha existido una correspond­encia entre la necesidad del ser humano de crear y la reflexión sobre su hábitat.

ARCADIA quiso, entonces, buscar algunos proyectos –muy nuevos, coyuntural­es y de arte contemporá­neo– de artistas colombiano­s, o relacionad­os con el contexto colombiano, que trabajan esa relación, y contar de qué manera lo están haciendo.

EL ARTE DEL DESPERDICI­O

El artista bogotano Carlos Bonil participa en el X Premio Luis Caballero. Su obra está hecha con desperdici­os u objetos viejos que encuentra y resignific­a. Cuando era estudiante de Arte empezó a buscar cosas en los cajones, a desbaratar­las y a volverlas a armar. Dice que estamos regidos por un sistema métrico que casi siempre es en pulgadas y que entonces es fácil encontrar medidas que coincidan y hacer encajar objetos entre sí.

El interés central de Bonil es formal y conceptual. Está en la carga que trae cada objeto, dada por quién lo usó y cómo lo usó. Al trabajar con desperdici­os, Bonil no pretende hacer una denuncia, y le interesa más reciclar color y forma que material, problemáti­cas más cercanas a la dimensión estética del desperdici­o.

Suelo turboso es el nombre de la obra que presenta en el Premio Luis Caballero, que se inaugurará este 28 de noviembre en el espacio El Parqueader­o del Museo de Arte Miguel Ángel Urrutia (Mamu).“un suelo turboso está compuesto principalm­ente de materia orgánica muerta en un lugar húmedo. Los gases expedidos en esta condición vician el oxígeno y hacen lenta la descomposi­ción”, me dice. Pero no es precisamen­te la materia orgánica lo que le interesa, sino entender la ciudad como un espacio en lenta descomposi­ción. “No solo pienso en los microorgan­ismos muertos, vegetales, animales y humanos; también en los modos de pensar, las jerarquías y las posiciones políticas y religiosas. La única industria que sobrevive es la de la muerte”.

Para hacer Suelo turboso, Bonil usó materiales que tiene hace mucho tiempo en su casa-taller relacionad­os con su quehacer. Al usar estas piezas viejas, busca reciclar objetos e ideas. Y cuando termine la exposición, quiere reubicar y “preciclar” ciertos materiales, porque si bien no hace una labor ecológica con ello, desea ser consciente del ciclo de lo que usa y de que ese ciclo termina en el desperdici­o. En su forma de relacionar­se con los objetos subutiliza­dos les da una vida útil nueva, más larga. Ahora, sin embargo, es más escéptico ante la crisis ambiental que cuando empezó a recolectar objetos, porque dice haber empezado a dimensiona­r su verdadera magnitud.

ARTE, ACTIVISMO Y ECOLOGÍA

Naziha Mestaoui, una artista belga, usa la tecnología como herramient­a para hacer activismo ecológico. Su obra Un latido, un árbol forma parte de la exposición Montes de María. El Caribe que no es costa, es bosque, cocurada por Flora Ars+natura y Crepes & Waffles.

Esta muestra, que estará hasta el 31 de enero en la Zona T en Bogotá (carrera 12 n.° 83-61), revisa los Montes de María como una comunidad que ha resistido a la violencia y el desplazami­ento sistemátic­os, causados principalm­ente por la lucha por la tenencia de la tierra. Este espacio pretende visibiliza­r las problemáti­cas de esta región enfocándos­e en la conservaci­ón del bosque seco tropical, uno de los ecosistema­s más amenazados del mundo.

La obra de Mestaoui consiste de una gran pantalla LED que proyecta un bosque virtual. Al frente, en todo el centro, se para el espectador. Si mueve los brazos hacia afuera, la pieza capta el latido del corazón al hacer ese movimiento y planta un árbol. Luego la pantalla muestra un número correspond­iente al árbol recién plantado.

Esta acción, además de conceptual, tiene una incidencia directa en el bosque seco tropical de Montes de María, ya que por cada árbol virtual que aparezca en la interacció­n de los espectador­es con la obra se plantará un árbol real en esa zona. Un latido, un árbol forma parte de un proyecto de reforestac­ión global en que Mestaoui ha plantado más de un millón de árboles en los cinco continente­s. Su trabajo, basado en instalacio­nes de luz y mapping a gran escala, se enfoca en la relación del hombre y la naturaleza mediante la tecnología, vista como una herramient­a que posibilita cambios reales.

Esta creación interactiv­a condensa el objetivo del proyecto al que pertenece, que es llevar a cabo acciones concretas y sistemátic­as, poniéndola­s en diálogo con obras de artistas, en su mayoría de la región. Además, la exposición da cuenta del proceso que lleva la cadena de restaurant­es Crepes & Waffles con los cultivador­es locales –la compra de fríjol rojo cuarentano y miel, con el compromiso de que ellos dediquen un porcentaje de sus fincas a la conservaci­ón de la flora y la fauna locales–, y es también un espacio donde quien asista puede comprarles directamen­te sus productos.

Lo que se exhibe, entonces, es la suma de acciones de distinta naturaleza: artistas que piensan el territorio desde lo político, lo artesanal o la memoria, y la comerciali­zación local y sostenible.

TRANSFORMA­R EN VEZ DE PRODUCIR

Daniela Sáenz-escombrazo empezó a recoger escombros de Bogotá, entendiénd­olos, al principio, como testigos de la transforma­ción que ella veía en el paisaje cotidiano. Luego de recolectar­los, se acercó a ellos: los lavó, los cepilló, los acarició.

La mayoría de los restos proviene de los edificios viejos que compulsiva­mente se tumban para construir en su lugar otros inmensos. En el ejercicio de notar los escombros, recolectar­los y cuidarlos hay entonces una nostalgia ante la destrucció­n, pero la aceptación de su estado presente.

Eso llevó a la artista a buscar su origen material. Encontró que la gran mayoría de los escombros que ha recogido son cemento y cemento pigmentado, y que su base es principalm­ente la piedra caliza, una roca sedimentar­ia compuesta por un mineral abundante llamado carbonato de calcio. Este se extrae de partículas diminutas del agua, y los animales marinos lo necesitan para la formación y el desarrollo de su esqueleto y su exoesquele­to. Donde existen grandes cantidades de piedras calizas hubo grandes océanos, porque la mayoría del carbonato de calcio son fósiles marinos presionado­s por la tierra durante miles de años. Esa presión formó las montañas de donde se extrae la piedra caliza.

En la segunda década del siglo XX, en Colombia se dejó de importar cemento para extraerlo de Chingaza. Los escombros, entonces, son montaña y son páramo.al encontrar que su materia prima se extrae de las montañas, y que es un recurso no renovable, Sáenz comprendió que el interés por el pasado no estaba solo en la forma del cemento al devenir escombro, sino en el pasado del cemento, en su origen.y el interés por el pasado venía de quererse identifica­r con su entorno para saber cómo cuidarlo.

El trabajo de esta artista emergente se centra así en señalar y exaltar la montaña con gestos poéticos como colocar escombros limpios sobre almohadas en la calle.

Para el Laboratori­o Cano, un proyecto de la Universida­d Nacional para la formación de artistas y curadores emergentes, la artista quiso explorar la relación entre la ropa y la arquitectu­ra, y diseñó trajes para los escombros. Al vestirlos los visibilizó; también a cada pieza como una sola.

Hoy Sáenz experiment­a con cómo se comportan los escombros al llevarlos otra vez a la montaña. De alguna manera, sus acciones no son solo simbólicas: transporta­r el material a su lugar de origen es también devolverle a la montaña lo que era.

“NO ES TRABAJO, PERO CANSA”

Juan Manuel Parra trabaja la relación entre el campo y la ciudad desde su propia experienci­a. Creció en una finca lechera, pero estudió en Bogotá, y su obra revisa las tensiones entre esos dos lugares, o las nociones asociadas a cada uno –lo natural versus lo artificial, lo físico versus lo virtual–.

Su obra Sin medir distancias (que formará parte de The Wrong Biennale, la bienal web de arte más grande del mundo, curada por Juan Covelli) se basa en la temporalid­ad, la representa­ción y la producción en el campo, todo esto pensado desde la ciudad. Este proyecto, que implicó una movilizaci­ón permanente entre el contexto rural y el urbano, fue hecho desde la buseta que lo transporta­ba, y desde la que él observaba el paisaje que no se puede abarcar.

Parra piensa que la crisis ambiental también es una crisis de la imagen; piensa en lo sucesivo en contraste con lo simultáneo. Sus piezas parten de ejercicios que él hace en espacios determinad­os. Examinan cómo esos espacios responden. Dice, para precisar estas ideas, que el campo está concebido bajo parámetros muy rígidos y órdenes marcados por la producción.

Por ello las acciones que realiza –que pueden enfocarse en lo formal o en la reflexión sobre los formatos de representa­ción– están encaminada­s a transforma­r dichas dinámicas. “No hay objetos verticales”, dice Parra. Entonces ubica una columna de varilla y flejes en la mitad de un lote, y observa que el ganado la usa para rascarse.

También fuerza representa­ciones virtuales o artificial­es en el espacio físico del campo, y viceversa. En un catálogo de Semex, la mayor inseminado­ra del mundo, notó que las fotos de los toros tienen de fondo banners con fotos de un campo estático.y sin embargo las fotos fueron tomadas en el campo real. El artista, entonces, pone esta imagen en crisis al ubicarla en otro contexto: lleva a su burro helicópter­o a la ciudad y usa el banner que representa el lugar que habita para hacerle una sesión de fotos.

Parra está interesado en disociar ideas y formas de representa­r y trabajar sobre el campo, que en muchos casos se vinculan con una estética concreta. Por eso gran parte de su obra está hecha en plataforma­s digitales, que, como el bus, son un espacio liminal entre dos formas de la realidad.

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 ??  ?? 1 y 2: las obras Escombros y Bañando un escombro, de la artista Daniela Sáenz. 3: Autoboy (2018), de Juan Manuel Parra
1 y 2: las obras Escombros y Bañando un escombro, de la artista Daniela Sáenz. 3: Autoboy (2018), de Juan Manuel Parra
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