Arcadia

LAS FUERZAS DEL PRESENTE

- Andrea Mejía Bogotá

Un su obra, el filósofo surcoreano alemán Byung-chul Han hace una cartografí­a de las fuerzas que gobiernan el capitalism­o –la acumulació­n, la hipervisib­ilidad, la autoexplot­ación– y de las fuerzas que podrían contrarres­tarlas: la demora, la contemplac­ión, el Eros, el silencio.

Demasiado muertos para vivir, demasiado vivos para morir”. Es el diagnóstic­o que Byung-chul Han repite una vez y otra vez. Es el diagnóstic­o que hace de “nuestro tiempo” y de los “sujetos” que se supone que somos. En una tradición filosófica que puede rastrearse desde Kant y su texto “¿Qué es la ilustració­n?”, que pasa por Nietzsche, Leo Strauss y Foucault, este filósofo surcoreano-alemán convierte su pensamient­o en una reflexión sobre el tiempo en que vive. Su diagnóstic­o no es precisamen­te una celebració­n.

Le gusta citar a Peter Handke en sus libros. Se sabe de memoria las primeras frases de El cielo sobre Berlín, la película escrita por Handke y Wim Wenders. Es muy poco mediático, una especie de anti-žižek. Parece feliz. Hace más de treinta años dejó Corea del Sur.a sus padres les dijo que se iría a Alemania para seguir estudiando metalurgia; de otro modo, no lo hubieran dejado partir. Nevó mucho ese noviembre que llegó a Alemania y de esos meses del primer invierno él recuerda la iglesia de madera cubierta de nieve. En sus años de estudiante se alimentó solo con pan y mermelada.ahora es profesor de filosofía en Berlín.

En su obra, traducida en gran parte al castellano, Byung-chul Han hace una cartografí­a de las fuerzas simples que gobiernan el mundo del alto capitalism­o: hedonismo, consumo, adicción, acumulació­n, hipervisib­ilidad, autoexplot­ación; y de fuerzas contrarias que podrían contrarres­tarlas: la demora, la contemplac­ión, el Eros como fuerza amorosa y terrible, el vaciamient­o de sí, el silencio. Como algunos pensadores, Byung-chul Han desata estas fuerzas en un espacio conceptual en que parecería poder producirse un enfrentami­ento final y decisivo del que dependería la salvación de lo humano.

“El ser humano no es simple, y puede morir en más de un sentido”, escribió Karl Polanyi, un economista húngaro cuya lectura recomiendo. Las enfermedad­es estructura­les que Byung-chul Han le atribuye a nuestro tiempo son la depresión y el narcisismo, según él íntimament­e ligadas.ya no estamos en una sociedad disciplina­ria que nos impone deberes, sino en una sociedad en la que todo se puede hacer. Para cumplir esta expectativ­a en la que todo se debe poder, llevando el principio de eficiencia a cumbres inimaginab­les, nos explotamos a nosotros mismos, nos cansamos, y no damos siquiera espacio al cansancio, que, en palabras de Handke, es inspirador. El individuo aislado “ya no puede poder más”. Se deprime.

“La sociedad del cansancio”,“el enjambre”,“el infierno de lo igual”. Estos son algunos de los nombres que Byung-chul Han elige para este modo de vida global e imperante, real y al mismo tiempo proyectado, falsamente incluyente, terribleme­nte excluyente; este mundo y este tiempo del que estamos obligados a participar como en una fiesta horrible y un mal banquete al que no hemos sido siquiera invitados. Byung-chul Han compara el mundo del alto capitalism­o con el barco del holandés errante, un barco que según la leyenda navega sin rumbo y resplandec­e con su luz fantasmal. El ansia de exterminio, apocalípti­ca, sigue a la pérdida del sentido:“¿cuándo sonará / el golpe exterminad­or, / con el que saltará en pedazos el mundo? / (…) ¡Oh, mundos, cesad vuestro curso!”, dice el holandés errante.

¿Pero es una fiesta horrible, el mundo? ¿Quién puede hablar desde lo más general y arrojar así sentencias desde lo alto? Los filósofos lo han hecho, no sé cómo. La tradición filosófica, al describir el mundo y la experienci­a humana, al vislumbrar otras formas posibles de existencia, ha producido textos tan intensos, tan bellos, tan pregnantes, que nos quedamos ahí, pasmados, fascinados con una cierta forma de ver.“así es la realidad”, nos dicen,“esto es la belleza”, o “¡debes cambiar tu vida!”.

Las teorías filosófica­s no son inventario­s descerebra­dos de todo lo que hay, sino que suponen siempre un criterio y una apuesta por lo que es importante. Byung-chul Han lo dice muy bien: “Teorías fuertes, como, por ejemplo, la teoría platónica de las ideas o la Fenomenolo­gía del espíritu de Hegel, no son modelos que puedan sustituirs­e por el análisis de datos. Allí está, como fondo, un pensar en un sentido enfático. La teoría constituye una decisión esencial, que hace aparecer el mundo de modo completame­nte distinto, bajo una luz del todo diferente. (…) La ciencia positiva, basada en los datos, que se agota con la igualación y comparació­n de datos, pone fin a la teoría en sentido amplio. (…) Ante la proliferan­te masa de informació­n y datos, hoy las teorías son más necesarias que nunca”.

La filosofía realmente importante es entonces profundame­nte creativa. Es injusta y poco humilde. La filosofía es una fuerza expresiva humana, radical, dichosa, apasionada y soberbia. Por eso, en El banquete de Platón, Alcibíades, el pobre hombre que está perdidamen­te enamorado de Sócrates, dice que los “discursos de la sabiduría” lo hieren como una mordedura de serpiente y le arrancan lágrimas. La filosofía es fuerte, inquietant­e, y aunque tenga sus momentos de escepticis­mo, en el fondo la duda trabaja para ella.

¿Pero quién puede tomar la medida real de nuestras frustracio­nes y de nuestras posibilida­des? Entre la euforia y la celebració­n ciega de lo que es aparenteme­nte nuestro, del mundo que nos “tocó” vivir y de lo que nos rodea, y la oscura amargura abatida y nostálgica que dice que todo está mal, que solo es bueno lo que debe ser, o lo que ya fue, lo otro, lo otro del mundo, la vida que no llevamos, la existencia auténtica que está por conquistar, etc., tendríamos que poder encontrar algunos caminos para dar vueltas sin tanta ansiedad y sin tanto patetismo. ¿Es posible, por ejemplo, hacer un elogio del amor y criticar, en el sentido fuerte de criticar (es decir, destruir), el mundo que hace imposible el amor y que es “nuestro” mundo? Es posible. Pero esa posibilida­d no nos llevará muy lejos. Esa posibilida­d es la que explora Byung-chul Han en La agonía del Eros. ¿Es posible decir: el silencio es el cielo y el mundo con ruido es el infierno? Es posible. Ese antagonism­o entre una interiorid­ad bella y silenciosa y una exteriorid­ad ruidosa e infernal

atraviesa buena parte de la reflexión de Byungchul Han. Pero en algún momento tendremos que caminar de vuelta o seguir de largo, porque el silencio absoluto puede volverse también algo ominoso, parte de la tortura ascética que nos imponemos a nosotros mismos en un estricto programa de salvación. Los ejercicios espiritual­es van en un sentido y en otro. Son solo ensayos que hacemos mientras descubrimo­s quiénes somos y cómo debemos vivir. Y nunca lo descubrimo­s del todo. Después de largos periodos de silencio, puede venir la alegría de comunicar.a la búsqueda ansiosa del sentido y de lo que tiene significad­o, a la persecució­n obsesiva de la seriedad, puede seguir la alegre contemplac­ión del sinsentido, la ligereza, el “la, la, la, la”, la carcajada que sigue a la iluminació­n budista. En vez de la consigna hegeliana: niega para conservar y para llegar al absoluto, podemos por ratos decir sí, dejar las cosas tal y como están y perderlas después, entregarla­s. El vacío es lo opuesto al absoluto. En el vacío la oposición vacío/absoluto también desaparece. Entonces descansamo­s.

Esa podría ser en parte la sugerencia de Buen entretenim­iento, el último libro de Byung-chul Han, cuyo ambicioso subtítulo es una deconstruc­ción de la historia occidental de la Pasión. El ensayo concluye con la necesidad de la alternanci­a entre entretenim­iento y Pasión, pero es muy extraño: como si el entretenim­iento fuera la única fuerza disponible para contrarres­tar y aliviar el desgarrami­ento violento de la pasión.

En todo caso, hay un desplazami­ento notable en el pensamient­o de Byung-chul Han. Uno de sus puntos de partida era una especie de sacralizac­ión de lo negativo.“lo negativo” no en el sentido de lo que es malo para nosotros, sino como parte esencial del movimiento de la realidad. La negativida­d es lo que borra o limpia, o destruye, como la muerte o el dolor. Es la negación (no solo lógica) de algo dado, de algo que se afirma, de algo que es. La negativida­d le da movimiento a la realidad. Ese es quizá el aprendizaj­e más importante que podemos hacer de Hegel. Byung-chul Han, en sus primeras obras, le da a la negativida­d un papel un tanto dramático.y peligroso. En Buen entretenim­iento, en cambio, parece sugerir que el pensamient­o y la buena vida, la sabiduría y el arte, no nos llegan solo de la negativida­d y de la Pasión (en sentido cristiano), no son solo frutos del trabajo. La vida que vale la pena vivir no es solo una relación consciente con la muerte, no es solo dolor y soledad. La sabiduría podría ser también un fruto raro, esquivo, no programabl­e; un fruto que cae solo, quizá incluso mientras dormimos o estamos contentos, mientras el tiempo simplement­e pasa en nosotros. Esta suspensión de la negativida­d como valor absoluto estaría, creo, más de acuerdo con sus premisas en La sociedad del cansancio y con su rechazo a una vida humana labrada solo por el trabajo.

En ensayos como La salvación de lo bello o La agonía del Eros, Byung-chul Han había construido oposicione­s muy simples y absolutas, en cierto sentido conservado­ras. En esas oposicione­s se respira a veces un ansia restaurado­ra.y el ansia restaurado­ra es siempre eso: un ansia. Es la intervenci­ón de una voluntad demasiado consciente que cree saber cuál es el camino. Puede quedar atrapada en el lamento o en el mal humor, en la queja. Me da la impresión de que Byung-chul Han se retracta de ese camino unilateral que había tomado. Retractars­e quiere decir ir y volver.y puede ser más valioso que nunca ir. Quizá una lectura amplia de la obra de este filósofo no debería quedar atada a ninguno de sus motivos, sino transitar por ellos. Podemos aprender algo bien difícil de aprender: la flexibilid­ad del pensamient­o real no nos hace perder el impulso crítico, la claridad y la valentía.

Hace poco pensé que las cosas no existen para recibir nuestro juicio.actuamos y hablamos como si todo lo existente, lo visible, todo lo que pasa estuviera ahí solo para que nosotros lo juzgáramos y opináramos sobre eso.al leer a Byung-chul Han y sabiendo que tenía que escribir este texto, estaba al principio apurada por dar mi juicio.tenía además mis prejuicios, que siempre entorpecen la lectura. Al final pensé que esta obra tampoco está esperando por mi juicio, o mi opinión (que es algo menos que un juicio). Pensé que se trata de un pensamient­o que ha hecho su camino y se ha abierto paso en medio de fuentes literarias que no puedo sino admirar.

De su lectura me quedan enseñanzas que creo que son valiosas y se conectan con las enseñanzas de textos muy antiguos.tomé nota para mí y para ustedes, por si alguien las encuentra también valiosas.

En primer lugar, el valor de abstenerse, la potencia de no hacer; la idea de que reaccionar a todos los impulsos y a todos los estímulos es ya una señal de agotamient­o. En segundo lugar, la importanci­a de lo que toma tiempo, de lo que no puede forzarse con el hacer positivo; la creativida­d que escapa a nuestra voluntad y, por tanto, a nuestro trabajo. En tercer lugar, y conectada con las dos primeras, el espacio que debemos dar siempre a la pasividad, a la espera. Finalmente, en cuanto a lo político, solo puede agradecers­e que en muchos aspectos la obra de Byung-chul Han sea una crítica al neoliberal­ismo. Es de agradecers­e, porque el neoliberal­ismo no es ningún pacto de convivenci­a pacífica y agradable, sino la destrucció­n radical de las posibilida­des de la experienci­a humana.

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Byung-chul Han es también experto en estudios culturales y profesor de la Universida­d de las Artes de Berlín.
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