Tipos de plomo, tipos de pluma
En cuanto al arte, se reconoce que mientras los pintores se estacionaban en el academicismo y los “cromos sabaneros”, Fantoches recibía por medio de Scandroglio, Serrano y el mismo Gómez, al cubismo, al futurismo y a las tendencias recientes. Fantoches y la caricatura se convirtieron en precursoras del arte moderno en Colombia.
En 1927 se publicó Colombia cafetera, uno de los proyectos de retrato de nuestro país probablemente más complejos y ambiciosos del siglo xx. Es difícil imaginar el esfuerzo logístico, financiero y de acopio de información que significó dar una mirada de esa envergadura a tantos frentes. Como se describe en sus páginas iniciales, se trata de “información histórica, política, civil, administrativa, geográfica, demográfica, etnográfica, fiscal, económica, bancaria, postal, telegráfica, educacionista, sanitaria (...)”. Obra del ingeniero y político antioqueño Diego Monsalve con respaldo del presidente Miguel Abadía Méndez, el libro presenta una extensa visión del país con el ánimo, en parte, de producir un gran informe en el que se exhibe el potencial exportador y las posibilidades de inversión extranjera. Sin embargo, es desde una perspectiva visual que quiero destacar sus contenidos. Dos artistas formados en la Escuela de Bellas Artes fueron los encargados de dar forma a los aspectos gráficos de información, portadillas, encabezados y titulares: los maestros Coriolano Leudo (1886-1957) y Alejandro Gómez Leal (1903-1979). Ambos fueron los encargados de la identidad visual de la publicación, aunque el primero hoy sea más conocido por su obra como pintor y el segundo, como caricaturista. Este es un ejemplo de la participación de artistas en proyectos gráficos que se acercan al lenguaje del diseño. Ante la ausencia de profesionales en tales disciplinas, y gracias a su formación como dibujantes y grabadores y a su conocimiento sobre color y composición, los artistas han estado asociados a la tarea de ilustrar publicaciones en un sentido amplio del término. Su saber ha sido entonces fundamental para dar forma a los proyectos impresos. Esa práctica surgió hasta bien entrado el siglo xx, hacia finales de los años sesenta, con la apertura de las primeras carreras de diseño en el país. Ahí puede marcarse el inicio de la profesión. Las letras que Leudo y Gómez Leal crearon para esta publicación podrían ser un ejemplo de un pensamiento gráfico asociado al desarrollo de una identidad, en que la preocupación por su uso como elemento distintivo y cierta consistencia en su aplicación buscan proyectar una imagen de modernidad, presentando un planteamiento estético particular. No sobra insistir en que la idea del libro era promocionar el país en el extranjero presentando una perspectiva prometedora. Se trató de una herramienta propagandística, y por ello ideológica y cultural –lo que se ha llamado posteriormente “alentar la confianza inversionista”–. Como señala Diego Pizano en el prólogo de la edición facsímil del Banco de la República de 2017, “Monsalve afirma que la población de Colombia es pacífica y que sus libertades públicas no se registran en ningún otro país del mundo. En su concepto, la paz interna está 'cimentada en forma imperecedera'. En 1927 se estaban celebrando veinticinco años de paz interior, después de la catastrófica Guerra de los Mil Días y esta situación ayuda a entender el optimismo de Monsalve”. En Colombia cafetera vemos una propuesta para varios tipos de familias de letras, todas asociadas a un lenguaje deco, muy moderno para el contexto local y a la vez bastante conservador frente a las vanguardias artísticas y sus desarrollos gráficos de la época. En el trazado de las letras es visible la manualidad, pero se incorpora una geometría amanerada ante la ausencia de un rigor del dibujo técnico. Por otra parte, en los gráficos de información pueden distinguirse niveles de diferenciación de jerarquías, desde letras gruesas con tramas para titulares hasta una suerte de minúsculas que permiten llegar a mínimos tamaños de letra casi imposibles de alcanzar con tipos de metal. El desarrollo de estas ilustraciones que incluyen letras o gráficos de información, como se conocen hoy, genera además de una propuesta estética, la posibilidad de mezclar imágenes y textos, lo cual hubiera sido casi imposible con los sistemas de composición tipográfica de la época. Es decir, la necesidad de producir elementos gráficos de identidad propia de la publicación puede entenderse como la búsqueda de un estilo visual particular, que transmite una serie de valores e ideas, pero además provee soluciones técnicas relativas a las posibilidades y limitaciones de los sistemas de impresión disponibles. El trabajo de los artistas se encuentra entonces en un espacio de intersección entre el discurso visual y estético con lo técnico. Este lugar es específico para el desarrollo de lo que se conoce como tipografía, en el sentido más específico del diseño de caracteres que permiten expresar el lenguaje oral en forma escrita, pero siguen una serie de reglas y normalizaciones para que puedan estandarizarse. Para los caracteres predominantes en las ilustraciones de Colombia cafetera se hizo un planteamiento cercano a la geometría: se encerraron los vacíos (ojos) de algunas de las letras en triángulos o en segmentos de tetraedros irregulares y los ejes verticales de algunos caracteres simétricos se desplazaron. Para el caso de los titulares o rótulos de mayor jerarquía se dibujaron algunas veces unas mayúsculas, que aparte de tener un grosor mayor en el cuerpo, se diferencian en espesor en los trazados horizontales inferiores y los superiores. Estos ejercicios de ilustración cercanos al dibujo técnico, pero con un sesgo manual claramente identificable, contrastan con el resto de la ejecución del libro. Los cuerpos de texto de la publicación fueron compuestos en tipos de metal, probablemente con matrices de origen alemán pero fundidos en España (Neufville o Gans), con variaciones de familias de fuentes didonas. Se imprimieron cuatro mil ejemplares en Barcelona, en los reconocidos talleres de Sucesores de Henrich y Cía. Seguramente no existía en el país una imprenta que pudiera llevar a cabo, con la calidad requerida, una empresa como la producción de este libro de casi mil páginas, encuadernación de lujo, reproducciones fotográficas e imágenes en color. Sin duda el aporte de los artistas colombianos a esta publicación se centra en la concepción de las letras y en los ingeniosos gráficos de información. Leudo tenía experiencia publicando en publicaciones como Cromos, para la que colaboró desde el primer número publicado en 1916 como ilustrador y creador de letras. Por su parte, Gómez Leal, más joven, ilustraba y dibujaba letras también para Fantoches. En ambos casos se trata de artistas que merodean el espacio de lo gráfico como medio de subsistencia pero tal vez no lo consideran de mayor importancia en su práctica. Ello debido a una separación ideológica entre una noción de las bellas artes frente a lo que podría definirse como decorativo o artesanal, cercano a lo que Alberto Urdaneta denominó algunos años antes como artes mecánicas. Resulta ilustrativa una entrevista de Leudo en Lecturas dominicales de 1927, año en el cual se publicó Colombia cafetera, en que ante la pregunta sobre su obra reciente y encargos importantes que le permiten vivir menciona algunas pinturas, pero nada sobre la publicación. Aunque fue pintor de paisajes, Gómez Leal trabajó con frecuencia como artista gráfico y caricaturista hasta los años sesenta, como consta en un anuncio de la revista Habla Bogotá de 1963: Alejandro Gómez Leal Dibujos de Arte y Comercio, Placas Metálicas, Grabado y Fundido Telef. 58-50. Por último, es necesario mencionar que hay un paralelo entre lo que muestra el libro y la manera como se produjo, en cuanto a la balanza comercial y la posición de Colombia como exportador de materias primas – entre las cuales el café es el producto estrella– y como comprador de productos manufacturados. El libro es resultado de la industria gráfica: desde la infraestructura pesada, como máquinas de impresión, hasta los consumibles como papel y tipos de metal, todo el conocimiento, influencias y técnicas provienen fundamentalmente de Europa, que fue fuente de las fuentes con las que se imprimieron todos los libros y publicaciones hasta casi cerrando el siglo xx. Eso no ha cambiado radicalmente hasta hoy, aunque haya algunos ejemplos notables de diseñadores colombianos que han producido tipografías ya en el siglo xxi. El ejercicio de Leudo y Gómez Leal es, aunque incipiente, una aproximación a la creación o adaptación de letras a las necesidades locales, seguramente con algo de ingenuidad y desconocimiento, pero no por ello carente de encanto y belleza. En términos estéticos, las letras deco presentadas aquí como parte del discurso visual, así como los gráficos de información en auge durante la segunda mitad del siglo xix, pueden rastrearse en manuales de caligrafía de la época y otras publicaciones, referencia probable para los creadores colombianos. Pese a ello son un aporte notable a nuestra tradición gráfica, cosa que les confiere un valor patrimonial. Como se verá en otros casos de artistas/diseñadores durante el siglo xx en Colombia, como Sergio Trujillo Magnenat y Santiago Martínez Delgado, resulta que su obra en el campo gráfico es muchas veces más innovadora en términos visuales y estéticos, o más moderna si se quiere, que su obra como pintores. Aparece aquí una idea relacionada con las vanguardias, digna de ser estudiada más a fondo, y la manera en que estas se desarrollaron en nuestro país, probablemente manifestándose en otras disciplinas cercanas al arte como la caricatura y el diseño.
Cofundador de La Silueta, actualmente desarrolla Piedra, Tijera, Papel, un proyecto de investigación sobre la historia de la gráfica en Colombia www.piedratijerapapel.com