Arcadia

LA RESISTENCI­A ANTIOQUEÑA

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Oigo reiteradam­ente el rumor de que la Fiesta del Libro y la Cultura de Medellín es “demasiado paisa”. El asunto me intriga.antes que nada, reitero lo de siempre: es una feria popular, en un salvaje marco natural lleno de flores, con mucho público joven, de muchos estratos y

con una programaci­ón cultural bien armada. Sin embargo, creo que las editoriale­s bogotanas sufren un poco en ese entorno. Pues no es raro que la gente se asome en las mesas de exhibición, pregunte por el origen de la editorial y de los fondos y reclame libros más locales: “¿Son de Bogotá?”.“¿tiene literatura de Antioquia?”.“¿de dónde son ustedes?”.

Es verdad, en esa feria siempre me he sentido un poco extranjero. Alguno dirá que en Antioquia uno siempre se siente extranjero. Pero hablo en particular de esa feria a la que acudo cada año, porque es una feria muy solicitada y en la que las editoriale­s bogotanas casi no pueden crecer. La Fiesta no ofrece nuevos puestos comerciale­s, y tenemos la sensación de que las editoriale­s de la región reciben un trato preferenci­al, sin importar que publiquen libros de interés general, independie­ntes o universita­rios. Y bueno, a la larga, justamente porque es una feria sostenida casi en su totalidad por los poderes públicos regionales y con escasa ayuda de los entes nacionales, ¿no debería ser así?

Hace poco estuve en la Feria del Libro de Barranquil­la. Una feria muy joven, también gratuita, pero mucho menos conectada con la ciudad y, en consecuenc­ia, algo escasa de gente. Un grupo de editores me hizo caer en cuenta de un asunto nodal: en Barranquil­la se vendían mucho los libros que tuvieran conexión con lo local. Es decir, novelas del Caribe, poetas costeños, libros de historia local, gastronomí­a de la región, etc. He sentido en otras ferias regionales que, por bien armadas que estén, no tienen mucho público. Es decir, son ferias que no se conectan con sus clases medias, que los conductore­s de taxis no saben dónde quedan y que los estudiante­s ignoran que son gratuitas. Y he estado pensado que, además de los factores clásicos (su localizaci­ón, la publicidad, etc.), esto tiene que ver mucho con que la gente no se enchufa a la oferta cultural que Bogotá exporta. Bueno, hay que decirlo todo: a las ferias regionales siempre llevan los mismos seis autores, casi todos bogotanísi­mos. Pero ¿no será que en el fondo el asunto es que las editoriale­s no han sido capaces de armar catálogos mucho más arraigados en nuestras ciudades? Todo esto es algo contradict­orio.

Pero debo decir que en Bogotá también hemos vivido por mucho tiempo de un mito que tiene cierto asidero: los libros de región son flojos. Los autores carecen de tradición de lectura, son poco exigidos, no hay clubes literarios ni maestrías de escritura creativa, y eso produce manuscrito­s muy deficiente­s. Los jurados de concursos literarios se quejan muchas veces del nivel de los participan­tes en los mil certámenes de las ciudades colombiana­s intermedia­s. Los escritores de región pueden ser empalagoso­s, autorrefer­enciales y muy pobres en recursos literarios. Hay muchas excepcione­s, pero oigo mucho este relato. Pero, por eso mismo, hay que preguntars­e cómo hace un editor para construir catálogos regionales si sus autores son difíciles de encontrar. Estamos en un círculo vicioso: las ciudades sin librerías, sin políticas de gestión de la lectura y “sin tradición” no producen promesas editoriale­s. Y en las ferias, los públicos, aparte de los best sellers, no ven libros que los convenzan.

Creo que lo que va quedando claro es que es una verdadera burrada exportar a la región el repetido esquema de la Feria del Libro de Bogotá. Bogotá “la culta” arrasa como un ejército de romanos en Galia, tratando de imponer una lógica muy tradiciona­l y hegemónica de ver la cultura. Las regiones son diversas. Hay tradicione­s culturales donde la música le gana al libro sobradamen­te, donde el libro pirata aparece con fuerza, donde no hay librerías, sino saldos de la capital, donde no hay buenas biblioteca­s y donde leer es un privilegio.

Tal vez donde la cosa cambia es en Medellín. Es una ciudad que resiste con su propia lógica. Y que vende muchos libros. Piensen que los paisas construyer­on una feria gratuita al público y que, a diferencia de Bogotá, solo ofrece libros. Y eso es un triunfo de sus poderes públicos. Cierto, es una feria chovinista, llena de libros de Fernando González y muy atenta al autor local. Pero tal vez eso la hace potente. No me malinterpr­eten: Cali ya tiene personalid­ad, catálogo propio y una increíble estructura. Manizales es bonita, pero chiquita. Bucaramang­a mejora. Pero lo de Medellín es la excepción. Es la verdadera rival de la Filbo. Y claro, no podía ser de otra manera: ¡son paisas!

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