SOBRE EL CANSANCIO
“Como para tener miedo fue, por ejemplo, en cierta ocasión, la forma de cansancio que pudo producirse junto a una mujer. Este cansancio no se produjo, ocurrió, como un acontecimiento físico, como escisión.y además nunca me alcanzaba a mí solo, sino que al mismo tiempo alcanzaba siempre a la mujer, como si, al igual que ocurre con los cambios de tiempo, viniera de fuera, de la atmósfera, del espacio. Estábamos allí, tumbados, de pie o sentados; un momento antes, de un modo evidente, estábamos formando una pareja, y un instante después estábamos separados irremisiblemente. Un momento como este era siempre un momento de miedo, a veces incluso de terror; como cuando uno se cae de un modo violento: ‘¡Alto, no, no!’. Pero no había nada qué hacer; los dos estábamos cayendo ya, cada uno por su lado; cada uno a su cansancio más propio y particular, no al nuestro, sino al mío de aquí y al tuyo de allí. Puede ser que en este caso el cansancio fuera solo un nombre distinto para designar la carencia de sentimientos o la extrañeza, pero, por la presión que gravitaba en el entorno, era el nombre adecuado a la cosa.aunque el lugar del suceso fuera, por ejemplo, un cine climatizado, se convertía en algo cálido y angosto. Las filas de butacas se curvaban. Los colores de la pantalla tomaban una tonalidad de azufre y luego palidecían y desaparecían. Cuando por casualidad nos tocábamos, una desagradable descarga eléctrica apartaba de una sacudida las manos de cada uno. A media tarde del... un cansancio catastrófico irrumpió en el cine Apolo desde un cielo claro y despejado.víctima de él fueron un hombre y una mujer, que, unidos hombro con hombro unos momentos antes, fueron catapultados, cada uno por su lado, por la onda expansiva del cansancio y, al final de la película, que por cierto se titulaba Sobre el amor, sin mirarse siquiera ni decir una sola palabra, siguieron cada uno un camino distinto que les separó para siempre. Sí, estos cansancios que separan le golpean a uno siempre con la incapacidad de mirar y con la mudez; no, no le hubiera podido decir: ‘Estoy cansado de ti’, ni siquiera un simple ‘¡cansado!’ (lo que, como grito común, tal vez nos hubiera podido liberar de nuestros infiernos particulares). Estos cansancios nos quemaban la capacidad de hablar, el alma, sin dejar rastro. ¡Si realmente hubiéramos tenido la posibilidad de seguir caminos separados! No, aquellos cansancios hacían que los que por dentro estaban escindidos, por fuera, como cuerpos, tuvieran que seguir estando juntos. Y luego ocurría que los dos, poseídos por el demonio del cansancio, empezaban ellos mismos a tener miedo”.