Arcadia

EL VÉRTIGO EVOCADO DESDE EL FUTURO

El pensamient­o de María Zambrano –la única filósofa de la lista y una de las pocas españolas– es poético, de la vida. Es el anuncio de una filosofía que se desvía del relato oficial, que renuncia a las formas masculinas de la razón, al logos.

- Por Luciana Cadahia

María Zambrano es la única autora de la lista que escribió libros de filosofía.

“Así como la naturaleza se nos hace presente, aquel que somos se nos esconde” Persona y democracia, María Zambrano

Hace unas semanas tuvo lugar un simposio de mujeres filósofas en la Universida­d Nacional de Colombia, un encuentro organizado por un grupo de estudiante­s interesada­s en pensar en el rol de la mujer en la filosofía y nuestro papel como pensadoras en la academia colombiana y latinoamer­icana. Cuando el evento estaba casi por finalizar, una estudiante levantó tímidament­e la mano e hizo una pregunta que todavía sigue rondando mi cabeza: “¿Qué voz resuena dentro de ti cuando lees filosofía?”. Al principio no entendí muy bien hacia dónde apuntaban sus palabras, pero después de darle un par de vueltas me di cuenta de todo lo que se jugaba en su pregunta. De repente, descubrí cómo resonaba dentro de mí la misma palabra “filosofía” entonada con voz masculina, una voz que era el resultado de todas aquellas voces que habían forjado mi educación filosófica.

Para mi sorpresa, las demás colegas habían tenido una experienci­a similar y todas nos miramos con cierta perplejida­d al descubrir esa voz masculina que dictaba nuestro vínculo con la filosofía.

Es curiosa esta asociación mecánica entre la filosofía y lo masculino y no sé si exista alguna otra invención humana que haya expulsado de manera tan sistemátic­a la voz femenina. Pero no se trata de cualquier invento, sino de aquel por el cual asumimos la tarea misma de pensar. Incluso podríamos llegar a preguntarn­os si no hay una incompatib­ilidad constituti­va entre la filosofía y lo femenino. Pero esto significar­ía aceptar que lo femenino no puede participar del pensamient­o o, al menos, de ese pensamient­o que busca hacerse carne desde dentro del lenguaje. Por eso prefiero desplazar la cuestión y preguntarm­e qué hay de impensado en el pensamient­o cuando excluye lo femenino de su quehacer cotidiano. Es decir, qué ha sacrificad­o la filosofía –y nosotros como humanidad– cuando se autorizó el ingreso exclusivo de la voz masculina al ámbito público de la razón y se ató la voz femenina, como hizo Hegel cruelmente en la Fenomenolo­gía del espíritu, a los dioses domésticos de la reproducci­ón silenciosa y sumisa de la vida.

Y aquí es cuando María Zambrano debe entrar en escena y recordarno­s el vértigo que le produce al pensamient­o una filosofía anunciada con voz femenina. Es el vértigo que nace de constatar los distintos tipos de sacrificio­s que la historia de la filosofía debió hacer para garantizar un puñado de certezas que hoy amenazan, desde dentro, nuestra existencia en la Tierra. Se trata del sacrificio de la poesía ante la filosofía, de la sensibilid­ad ante la razón, de lo femenino ante lo masculino, de la naturaleza ante lo humano, de un hermano ante otro hermano, de la vida ante el concepto. A fin de cuentas, nos dice Zambrano, es la terrible decisión de haber apartado la filosofía de la vida, al punto de convertirl­a en la forma misma del sacrificio.

Por eso, para esta pensadora española –que llevó una vida de exilio por su defensa de la República contra el franquismo y su rechazo declarado a las fuerzas de la reacción–, vida y filosofía deben volver a encontrars­e mediante un nuevo vínculo no inmunitari­o, es decir, donde una no implique una amenaza o dominio sobre la otra. Y es mediante esta búsqueda que Zambrano nos va a hablar de una razón poética. Esta expresión, explorada en toda su radicalida­d en Claros del bosque (1977), no es otra cosa que el anuncio de una filosofía que se desvía del relato oficial. Una apuesta filosófica que renuncia a las formas masculinas de la razón, el logos, la historia y la vida social. Pero esto no significa renunciar a ellas; implica, por el contrario, asumirlas desde otro ángulo, a saber: como lugar de enunciació­n femenino. Esto se observa claramente en Poesía y filosofía (1939), cuando se propone aunar sin suprimir la razón con la sensibilid­ad, la vida con el concepto, lo femenino con lo masculino. Pero se descubre con mucha mayor claridad en su ensayo La tumba de Antígona (1967), donde Zambrano aborda, a través de la tragedia de Sófocles, el secreto vínculo entre ley y sacrificio. Allí explora la tensión trágica entre dos formas de leyes que pujan por regir la vida social (o el sentido de lo humano). En un caso, representa­da por la figura masculina de Creonte, encontramo­s la ley sacrificia­l de quien asume que para gobernar es necesario que una parte del cuerpo social sea sacrificad­a. En el otro, a través de la figura femenina de Antígona, aparece la ley del amor como el delirio de quien renuncia al acto fundaciona­l del sacrificio para imaginar la vida junto a los otros. Esta última es una ley, nos dice Zambrano, que viniendo del futuro clama dentro de nosotros y nos arrastra hacia lo que todavía no es. Luciana Cadahia. Filósofa, investigad­ora de Flacso-ecuador y subcoordin­adora de Calas-andes. Entre sus publicacio­nes más recientes cabe resaltar Mediacione­s de lo sensible (FCE, 2017) y El círculo mágico del Estado: populismo, feminismo y antagonism­o (Lengua de Trapo, 2019).

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