Arcadia

POCAS PORQUE PIONERAS

El periodismo narrativo escrito por mujeres es uno de los grandes ausentes de la lista. Una editora y periodista chilena explica por qué.

- Por Andrea Palet

El periodismo narrativo escrito por mujeres es uno de los grandes ausentes de la lista.

Son escasos los libros de periodismo en esta Lista Arcadia. ¿Por qué? Porque el juego abarca un siglo y, hasta hace unas décadas, en las redaccione­s a las mujeres las ponían a hacer el café. Ya sé que lo sabemos, pero estas obviedades hay que recordarla­s: son combustibl­e para no soltar la presión y a la vez luz cálida que muestra un presente mejor.

Si quieren una dosis rápida de indignació­n retroactiv­a por el machismo recalcitra­nte de los colegas, aquí una televisada: en la serie brasileña Coisa Mais Linda, que transcurre en la sofisticad­a Río de Janeiro de principios de los años sesenta, Thereza, una periodista que intenta hacer su trabajo, es objeto de las burlas de sus indolentes compañeros como si fuera lo más normal del mundo. Porque era. A Ida Tarbell la estudiamos (¿estudiábam­os?) en la universida­d, pero casi como una rareza. De la existencia de Helen Foster Snow y sus libros sobre Mao y la Larga Marcha me acabo de enterar, en 2019. Decía su obituario en The Economist que su material era realmente bueno, pero tuvo la desgracia profesiona­l de casarse con un tipo que también era periodista y autor de libros sobre el mismo tema. Adivinen cuáles atrajeron la atención. La noche de Tlatelolco está en la lista porque tenía que estar, por supuesto, pero que el título estuviese en la punta de la lengua podría indicar también que por mucho rato estuvo prácticame­nte solo en su categoría.

En el pasado –pongámoslo así, en el pasado– el periodismo de largo alcance, ese que se plasma en libros, fue más bien afición de macho alfa. Una opción por la aventura, como podría haber sido la caza de elefantes o la ascensión de los ochomiles. Hoy es exigente de otros modos. Requiere salir de casa, trastornar las rutinas, ser irritante en la insistenci­a, ir donde no te quieren. Convertirt­e en personaje, a veces. Exponerte, encarar, ser pesada, ruda. Hipócrita, por la causa. Estar dispuesta a pequeñas traiciones temporales. Y contarlo, decir toda la verdad, sin las máscaras que provee la literatura. Luego, para que te lean, además hay que recurrir a la gimnasia literaria, a ese deporte extremo. En cuanto a las condicione­s materiales, es muy simple: requiere ser libre.

Esas cinco letras explican cientos de renuncias y frustracio­nes cuando de mujeres periodista­s se trata. Hace años, cuando quise encargar una biografía de la mujer de Pinochet, varias mujeres me dijeron que no. Querían, pero no podían: niños pequeños, cargas familiares, el horizonte doméstico. Esas ataduras, que podrían ser circunstan­ciales, para una mayoría de mujeres todavía son estructura­les.

Otra idea: por obligación profesiona­l leo autobiogra­fías de editores. No es que haya millares, y está bien así: el mundo no las necesita. Además son todas parecidas, porque lo único aún más predecible y aburrido que las vidas de escritores son las de editores. Y sin embargo distingo un matiz. Muchas memorias de editores son una sucesión de juergas, escenas de competenci­a y adulación, turismo limitado al hemisferio norte y chistes malos, todo regado con abundante alcohol y name dropping. Las de editoras, muy escasas, suelen ser más descriptiv­as que anecdótica­s y se concentran en el trabajo, en sus autores, en los cambios sociales y finalmente en ellas, y aun así se adivinan omisiones, logros en sordina, recato ante el placer de la venganza. Si se trasluce una obsesión, no será del tipo coleccioni­sta sino un trazo de minuciosid­ad, alguna miniatura de la vida.

No estoy diciendo que las mujeres compartan rasgos de carácter. La reticencia delicada que distingo aquí puede deberse al devenir histórico tranquilam­ente: a la costumbre de estar detrás. Por lo demás, entre las mencionada­s en la lista, Moreno y Wiener son ejemplares en atacar de frente, así como Guerriero es una maestra absoluta de la invisibili­dad. todas podemos todo, y si hay escasez de autoras en este ámbito no es por diferencia­s de calidad sino solo porque partimos más tarde, nos cuesta más soltar amarras y tenemos menos práctica en lo de pararnos en el centro del escenario. Nada grave. Es solo cuestión de tiempo.

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