Un nuevo ritmo
Con espacios y estímulos a la creación y una apuesta robusta por la lectura, Barranquilla ha logrado desatar una transformación inédita de su sector cultural. Hoy las artes y la creatividad de la ciudad pasan por un momento cenital, preciso para ensanchar
Es evidente, pero a veces se pasa por alto: para construir una ciudad hay que soñarla constantemente, imaginarla minuciosamente. En su tejido arquitectónico y urbanístico se puede detectar fácilmente la ambición creadora o la falta de imaginación de sus líderes y sus ciudadanos en general. El egoísmo y la mezquindad, pero también la generosidad y la sensibilidad, van quedando empotrados en su mapa de concreto y en su urdimbre social.
Y esto es más palpable en ciudades emergentes como Barranquilla, creadas de un momento a otro, y de forma más tardía que ciudades históricas como Cartagena y Santa Marta, emparejadas con las grandes coyunturas de su tiempo. Barranquilla nació casi que por puro impulso creativo, por rebeldía, a destiempo, por urgencias de la imaginación y de ritmos nuevos. No es accidental que la hayan llamado la Arenosa, ese mote que alude a un material más maleable que el cemento y que solo necesita agua para convertirse en barro.
Me gusta esa palabra: destiempo. Un organismo vivo, una creación artística, la misma imaginación, viven a destiempo, se independizan del tiempo externo, crean una especie de paréntesis rebelde y, a la manera de la epojé de la fenomenología, suspenden el mundo entre corchetes imaginarios para poder crearlo de nuevo, para recrearlo y someterlo a designios simbólicos. Las ciudades sufren sus pequeñas y grandes transformaciones sobre la base inmediata de esa sensibilidad individual, de ese espacio interno. Por eso es tan importante crear las condiciones necesarias para ensanchar la imaginación y la sensibilidad, para desarrollar la capacidad creadora y artística de los ciudadanos.
ARTE PARA CAMBIAR VIDAS
Álex de la Torre era un muchacho delgado que andaba descalzo y sin camisa por las calles arenosas de la urbanización La Playa. Era tan blanco y pelirrojo que lo llamaban Pan de Sal. Yo lo conocí en esa época. Lo recuerdo hablando siempre en voz alta y llevando un balde vacío a la entrada de la urbanización, donde había una boca de incendio. Sin dejar de parlotear, regresaba cargando el pesado balde lleno de agua, que necesitaban en su casa porque estaba situada en la última calle de la urbanización, adonde el agua no llegaba con suficiente fuerza. Su verborrea afilada reflejaba un espíritu inquieto, una sensibilidad despierta, pero, como otros muchachos del barrio, era muy probable que terminara tarde o temprano inmerso en el desempleo y la falta de oportunidades, acechado por el vicio y las malas compañías que habían comenzado a invadir la urbanización.
Sin haber dibujado nunca, comenzó a tatuar en la piel de otros muchachos. Lo hacía para ganarse unos pesos y ayudar a su madre. Un día ella escuchó que habían creado una escuela gratuita de arte en un colegio que quedaba en los márgenes del corregimiento La Playa, el cual desde 1993 es un sector de Barranquilla. Ella lo obligó a ir y él obedeció escéptico y enojado. El profesor era Manuel Bustos, uno de los primeros profesores de la Escuela Distrital de Arte (eda) de Barranquilla y uno de los mejores pintores que ha conocido Álex.
Ese mismo día Manuel puso a sus estudiantes a reproducir un boceto que él mismo llevó. Álex plasmó su dibujo más rápido que los demás y pensaba que lo había hecho mejor que todos, pero Manuel se lo devolvió con una exclamación cruda: “Tu dibujo no vale nada”. Lo hizo no tanto porque el dibujo no fuera tan bueno como Álex creía, sino porque notó en él una actitud soberbia y prepotente nada conveniente para iniciar un proceso de aprendizaje. Álex se fue ese día indignado para la casa, sin ninguna intención de volver, pero al día siguiente, herido en su ego, se dedicó toda la semana a rehacer minuciosamente su dibujo y a dar su mejor esfuerzo para dejar al profesor con la boca cerrada. Al percibir de nuevo la actitud desafiante y majadera de Álex, Manuel volvió a rechazarle el dibujo, esta vez con una actitud de aparente indiferencia.
Aquella vez Álex sí estaba decidido a no regresar jamás, pero una vecina que era amiga de Álex y alumna de Manuel le pidió el favor a este de que los acercara en su automóvil a la urbanización. Álex iba en la parte trasera del vehículo cuando vio unos álbumes con trabajos de Manuel; en uno de ellos estaba la consumación del boceto que este había puesto de modelo para la tarea que Álex había estado perfeccionando toda la semana. Y entonces descubrió, con la humildad que por primera vez experimentaba como artista, que el dibujo de Manuel era infinitamente superior al suyo y que a él le faltaba un largo camino para llegar a ese nivel de calidad. Desde entonces asistió a las clases con modestia y avidez.
Hoy Álex es no solo uno de los jóvenes artistas barranquilleros de mayor proyección
nacional e internacional, con reconocimientos dentro y fuera del país y una admirable trayectoria de exposiciones, sino también, como Manuel (hoy uno de sus grandes amigos y colegas) uno de los profesores de la eda que cada semana transmite sus conocimientos a jóvenes que seguramente le recuerdan a él, a aquel muchacho con los pies llenos de arena que debía buscar agua en una boca de incendio.
UNA FUENTE SUBTERRÁNEA
En 1994 se creó el Instituto Distrital de Cultura
(idc), durante el último año de la administración del entonces alcalde Bernardo Hoyos. El primer director fue el poeta Miguel Iriarte. El área de Artes Integradas estaba compuesta por expertos en diferentes artes: José Luis Rojas (coordinador general), Harold Ballesteros, Luis Henao, Christian Pacheco, Óscar Ojeda y Livingston Crawford. La Escuela Distrital de Arte (eda) fue uno de los primeros proyectos que el instituto lideró. Surgió después de una experiencia coyuntural, por medio de la cual se buscaba sensibilizar culturalmente a doscientos jóvenes de sectores deprimidos, gracias a una convocatoria de la Red de Solidaridad con recursos del Icetex.
En ese momento, Barranquilla estaba dividida en veinte comunas, de ahí el nombre de Casas Comunales de Cultura y, aunque se proyectaron veinte, el proyecto inició con diez. Más tarde, su nombre cambió a Casas Distritales de Cultura. La idea era estimular la creación, funcionamiento y mejoramiento de los espacios públicos para la realización de actividades artísticas, y la difusión, proyección y fomento de las políticas culturales. Pero, sobre todo, se pretendía generar cambios en la vida y la forma de actuar de los habitantes del Distrito, y promover la formación de líderes capaces de dinamizar los procesos socioculturales, por medio de la comunicación, formación, intercambio cultural, convivencia, participación democrática y organización comunitaria.
Como consecuencia de los buenos resultados que obtuvo la implementación de las Casas Comunales de Cultura, y ante la necesidad de profundizar en la formación de los alumnos más talentosos, en 1995 se elaboró el proyecto de creación de la Escuela Distrital de Arte y Tradiciones Populares de Barranquilla y en 1996 inició sus actividades educativas de manera formal. Su primera sede fue en la Alianza Colombo-francesa, cerca del teatro Amira de la Rosa. Se comenzó con las áreas de Danza y Teatro, y luego en 1999, ya en la sede del colegio Barranquilla, se amplió la cobertura a las modalidades de Música, Artes Plásticas, Literatura y Artes Audiovisuales. Con más de veinte años de funcionamiento, hoy el objetivo sigue siendo que toda persona con interés y talento en algún arte logre desarrollar sus habilidades para proyectarlas laboralmente.
Durante estas dos décadas, miles de barranquilleros se han podido formar como técnicos laborales en diferentes áreas artísticas. La eda se ha vuelto una forma efectiva y gratuita de cubrir el déficit en la oferta educativa de la ciudad. Este año, por ejemplo, más de dos mil ochocientos estudiantes matriculados recibieron clases en las seis sedes ubicadas en las localidades Nortecentro Histórico, Suroriente y Suroccidente de Barranquilla.
Para impulsar aún más este proceso, una de las grandes iniciativas de infraestructura cultural diseñado por la actual Secretaría de Cultura es la construcción de la Fábrica de Cultura, un enorme recinto que desde el próximo año servirá en la formación de artistas y dentro del cual se instalará la sede de la eda, con una capacidad para más de mil trescientos estudiantes.
Para Juan José Jaramillo, secretario de Cultura Distrital, gran parte de los avances alcanzados con toda esta dinámica cultural se debe también a la política distrital de estímulos, que solo para las áreas artísticas convencionales ha tenido una inversión cercana a los siete mil millones y desde 2017 está institucionalizada como política distrital, por lo que ninguna nueva administración puede alterarla. En cuatro años se han entregado más de veintitrés mil millones de pesos para el desarrollo artístico y cultural, para los operadores y hacedores de carnaval, y para la salvaguarda del patrimonio afrocolombiano y de los cabildos indígenas. Muchos de los egresados de la eda, con sus proyectos y obras, frutos de lo que han venido aprendiendo en estos espacios culturales, han sido los mismos beneficiarios del Portafolio de Estímulos Germán Vargas Cantillo, obteniendo premios, residencias o becas de circulación. Álex de la Torre, por ejemplo, ha ganado esos estímulos en tres ocasiones. Con el dinero del premio pudo ir dos veces a la feria Art Basel Miami y conocer las obras de las galerías más importantes del mundo.
Pero el arte no es necesariamente un proceso lineal y ascendente, es casi siempre un camino circular sometido a fuertes tensiones centrífugas que llevan al artista al comienzo de todo. De ahí que Álex haya retomado por estos días la pistola de tatuar, que no había vuelto a empuñar desde hacía veinte años cuando le decían Pan de Sal. La ha vuelto a usar, pues fue la mejor manera que encontró para grabar gotas de agua sobre unos acrílicos que viene trabajando en tres dimensiones. La máquina de tatuar escarcha la resina proyectando una explosión de agua surgida de una boca de incendio en plena selva, de forma similar a cuando alguien encuentra por accidente una fuente subterránea. Cada gota que graba la pinza tatuadora es un punto que atrapa la luz, ese fulgor que parece provenir del pasado y que se queda por un momento temblando al borde del futuro.