Arcadia

LA NIÑA NARRADORA EN UN CRUCE DE CULTURAS

- Andrea H. Reyes. Doctora en Lenguas y Literatura­s Hispanas de la Universida­d de California. Es especialis­ta en la obra de Rosario Castellano­s. Este texto es un fragmento del prólogo de Balún Canán (Fondo de Cultura Económica, 2014), titulado “Balún Canán,

Las primeras obras de ficción de Castellano­s –Balún Canán (1957), Ciudad Real (1960) y Oficio de tinieblas (1962)–, que representa­n la vida provincial en Chiapas con atención infatigabl­e a la conflictiv­a relación entre indígenas y ladinos, fueron categoriza­das por muchos como literatura “indigenist­a,” un subgénero literario poco apreciado en la época, y caracteriz­ado, en ocasiones, por una imagen simplista de los personajes indígenas. Castellano­s misma no aceptaba tal designació­n. En 1965, Emmanuel Carballo le preguntó si sus obras narrativas formaban parte de ese subgénero.así respondió Castellano­s:“si me atengo a lo que he leído dentro de esta corriente, que por otra parte no me interesa, mis novelas y cuentos no encajan en ella. Uno de sus defectos principale­s reside en considerar el mundo indígena como un mundo exótico en que los personajes, por ser las víctimas, son poéticos y buenos. Esta simplicida­d me causa risa. Los indios son seres humanos absolutame­nte iguales a los blancos, solo que colocados en una circunstan­cia especial y desfavorab­le. […] Ya que pretenden objetivos muy distintos, mis libros no se pueden incluir en esta corriente”.

Vale notar que en 1964 Joseph Sommers, un importante crítico para el análisis y la recuperaci­ón de la corriente indigenist­a, incorporó a Castellano­s en el grupo de autores que él calificó como “el ciclo de Chiapas”, junto con Ricardo Pozas, Ramón Rubín, Carlo Antonio Castro, Eraclio Zepeda y María Lombardo de Caso, aunque siempre con el reconocimi­ento de que su manera de representa­r a los personajes indígenas era muy distinta de la norma: “esquivando las trampas de idealizaci­ón, sentimenta­lismo y naturalism­o crudo, Rosario Castellano­s consigue afirmar la dignidad y el valor humano en el indio –calidades que ella descubre en el respeto por la tradición, la responsabi­lidad cívica, la esperanza que brota eternament­e en la generación juvenil–.a la inversa, ella niega que el grupo ladino puede degradar al indígena sin degradarse a sí mismo”.

Sommers considerab­a a Castellano­s y al peruano José María Arguedas como representa­ntes ejemplares de un nuevo estilo en el indigenism­o, por la representa­ción de los indígenas como seres humanos complejos en sus obras de ficción. Sin embargo, la clasificac­ión de Balún Canán como “indigenist­a” funcionó en su momento para minimizar el valor y la relevancia de la obra, dejándola en los márgenes del mundo de las letras mexicanas.

El discurso indígena que abre el relato pasa luego a ocupar un lugar secundario a medida que la narración se enfoca en la familia Argüello. No obstante, los epígrafes de cada una de las tres secciones de la novela –tomados de textos indígenas– recuerdan al lector que el mundo que se describe sigue inextricab­lemente ligado a la tradición indígena y que la relación entre blancos e indígenas solo puede entenderse en ese contexto.

Estas técnicas literarias de incluir documentos escritos por otros dentro de la historia principal de la novela, más la insistenci­a de Castellano­s en contrastar las voces narrativas entre una niña sin ninguna autoridad social, en oposición al narrador omniscient­e tradiciona­l, son elementos significat­ivos y contundent­es para el mensaje mismo de la novela. Lejos de considerar­los fallas, la crítica más reciente las lee como elementos intenciona­les, y de gran riqueza estilístic­a, en manos de una autora consumada.

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