Libros hasta el fin del mundo
El Programa Nacional de Bibliotecas Itinerantes es una estrategia de promoción de lectura, escritura y articulación social a partir de la cultura que responde a la diversidad de los contextos geográficos, culturales y sociales que existen en Colombia. Una
Que los gatos carguen los libros más pequeños, los perros los medianos, los cerdos los más gruesos y los burros los más grandes. Hace poco, algunos estudiantes del colegio técnico Pablo VI de Sotaquirá, en Boyacá, imaginaron así cómo la lectura podría llegar hasta la vereda más alejada del municipio. Lo hicieron a sabiendas de que, desde el casco urbano, el recorrido suele tardar seis horas y exige caminar y viajar en moto y a caballo. Que a los niños se les hubiera ocurrido que otros animales podían participar en esa travesía no era, por tanto, descabellado.
Tampoco lo era pensar que los libros debían ser una parte esencial del paseo. Si bien la Red Nacional de Bibliotecas Públicas (rnbp) –la institución cultural de mayor tamaño en Colombia– está presente en los treinta y dos departamentos, con mil quinientas veintiséis bibliotecas y una cobertura del 99,9 % de los municipios, apenas ciento sesenta y dos bibliotecas de la red son rurales. Como dice Sandra Suescún, coordinadora de la rnbp, “el acceso a servicios bibliotecarios en esas regiones rurales todavía es muy escaso y limitado”.
Sotaquirá se encuentra en una de esas zonas históricamente lejanas a los libros. Pero hoy forma parte de las ciento cincuenta poblaciones que desde el pasado agosto implementan sus propios modelos de las bibliotecas itinerantes que la Biblioteca Nacional de Colombia, junto con la rnbp, ha desplegado como parte del Plan Nacional de Lectura y Escritura “Leer es mi cuento”. La meta es hacer frente a las carencias que viven los habitantes de lugares apartados. “Esta es la gran oportunidad de construir país desde el territorio, así como de escuchar las voces de las comunidades”, dijo la directora de la Biblioteca
Nacional, Diana Patricia Restrepo, sobre el Programa Nacional de Bibliotecas Itinerantes (pnbi). El programa es una de las apuestas del Plan Nacional de Desarrollo 2018-2022 “Pacto por Colombia, pacto por la equidad”.
La ruralidad en Colombia se ha visto desde siempre enfrentada a una compleja realidad social, económica, política y geográfica. Esto hizo pensar a los implementadores de la política pública de lectura que la solución más eficaz y eficiente –y el verdadero incentivo a la lectura– muy probablemente no consistiría en construir por doquier edificios de bibliotecas y dotarlos de colecciones de libros. Sería un esfuerzo quizá demasiado grande e inútil frente a los desafíos de sostenibilidad y la falta de infraestructura vial y de servicios necesaria en zonas rurales. La respuesta, entonces, se encontró con la creación del pnbi.
Según la ministra de Cultura, Carmen Inés Vásquez, la idea de poner a itinerar bibliotecas
por todo el país es una de las iniciativas que naj cen del plan de gobierno. “Para nosotros es muy importante seguir promoviendo la lectura y para ello era necesario acercar los libros a las niñas, niños, jóvenes y adultos, principalmente en la ruj ralidad, hasta el lugar donde ellos habitan, sin imj portar las distancias o dificultades de acceso. Lo que se requiere es un modelo que no sea estático, cuya flexibilidad permita adaptarse a la variedad de dinámicas sociales, económicas y culturales del campo colombiano”.
EL SABER DE LAS COMUNIDADES
A la convocatoria de la rnbp, a finales de 2018, se presentaron doscientas sesenta y seis bibliotej cas, de las cuales ciento cincuenta fueron selecj cionadas para la primera cohorte del proyecto. Así, con promotores y tutores de la Biblioteca Nacional de Colombia y la rnbp arrancó labores el pasado mes de agosto. Han visitado y asesorado comuj nidades y bibliotecarios con el fin no solo de foj mentar las prácticas de la lectura, la escritura y la oralidad, sino también –como parte de una estratej gia para las poblaciones distantes o que no pueden acceder físicamente a una biblioteca– de aportar a construir tejido social y fortalecer la identidad culj tural y el liderazgo comunitario.
Para funcionar, cada biblioteca itinerante nej cesita tres actores. Primero, los ciudadanos de a pie: pescadores, ganaderos, campesinos, estuj diantes, amas de casa, personas retiradas, entre muchos otros, que contribuyen a la organización de las actividades y participan en el proyecto. A ellos se suman los bibliotecarios municipaj les, cuyo conocimiento permite coordinar y proj mover procesos específicos en cada territorio. Y finalmente están los tutores y promotores de lecj tura de la rnbp, encargados de guiar y propiciar espacios e interacciones, y de compartir herraj mientas metodológicas para que los proyectos bij bliotecarios itinerantes se ejecuten con éxito.
El diseño del pnbi es único. Sandra Suesj cún explica que no se trata de un modelo fijo ni vertical, sino, por lo contrario, de uno colaboraj tivo y horizontal que permite que cada comunij dad, acompañada por los tutores, promotores de lectura y bibliotecarios públicos pueda llevar los procesos que considere pertinentes. “La idea no es llegar con conocimientos y saberes de afuera, sino ayudar a articular los conocimientos y sabej res propios de cada comunidad”, dice.
Durante diciembre, cada biblioteca seleccioj nada recibirá una dotación de ciento quince libros en formato impreso y más de quinientos sesenj ta contenidos digitales, guías y un kit tecnológij co que incluye: un computador, tres tabletas, una grabadora de periodista, un videoproyector, un micrófono y un disco duro. La idea de estas hej rramientas es contribuir a la conservación y consj trucción de memoria en las zonas beneficiadas, así como fortalecer lecturas y escrituras rurales y, sobre todo, las oralidades.
RECETARIOS, LEYENDAS Y BIODIVERSIDAD
Una de las bibliotecas itinerantes seleccionadas es la del corregimiento de Pasuncha, en el muj nicipio de Pacho, Cundinamarca. Bibiana Lucía Moreno, bibliotecaria de la Biblioteca Pública Municipal Infantil Isabel Bunch de Cortés, forj ma parte del proyecto y cuenta que “el desafío es convencer a las personas de que pierdan el miedo que les produce pensar: ‘Es que mi letra es fea...
Es que tengo mala ortografía... Es que no sé esj cribir’. Lo que toca es saber cómo llegarles con diferentes estrategias”.
Los desafíos son de otro tipo en Jardines de Sucumbíos, cerca de Ipiales (Nariño). En ese coj rregimiento, Lizeth Lorena Verdugo trabaja con la biblioteca itinerante y dice que para llegar hasj ta allá es necesario recorrer catorce horas por tiej rra y luego, para alcanzar la zona más lejana, navegar cinco horas más por el río. El aislamienj to geográfico no ha impedido que, en lo posible, cada dos semanas, Verdugo visite Jardines de SUJ cumbíos y aproveche para apoyar diferentes gruj pos de lectura que integran madres de familia, miembros de los cabildos indígenas y algunos niños. Se reúnen para tertuliar, llevar a cabo sej siones de lectura y cine foros, y para crear y dej fender espacios que estimulen la conservación y transmisión de conocimientos, saberes y memoj rias locales por medio de la lectura y la oralidad. “Nadie imagina la diversidad cultural que hay. Están los cofanes, que saben de medicina tradij cional; los awás, que tienen interés por preserj var su lengua y promover su uso entre sus niños; los nasas, que tienen otro tipo de motivaciones”, dice Verdugo.
Estas labores en territorios rurales han hecho posible comenzar a reconocer particularidades locales claves para la formación de bibliotecaj rios y el desarrollo de contenidos en las propias bibliotecas itinerantes. Entre el material recogij do, y luego usado, hay recetarios, recopilaciones de leyendas, bancos de semillas, incluso un libro de dichos populares. Además, ha quedado clara la relevancia que en esos espacios tiene el enj foque en la biodiversidad de flora y fauna en las
regiones. Con satisfacción y orgullo, Ariel Arturo Otálora, profesor de la Institución Educativa Técnica Pablo VI en Sotaquirá y gestor cultural que hoy ayuda a articular una biblioteca itinerante en la vereda Avendaños, dice: “Hemos encontrado siete especies de siete arbustos que no tenían clasificación taxonómica, y esto hace que ahora el Ministerio de Ambiente tenga los ojos puestos sobre nosotros”.
Moreno considera que el proceso ha sido “muy provechoso” para construir puentes entre diferentes cascos urbanos y la periferia rural. A pesar de que su vereda ha estado estrechamente relacionada con el municipio de Pacho, históricamente ha sido un territorio más bien relegado y aislado. La biblioteca itinerante ha permitido romper con esa realidad: ha dado pie a un reconocimiento no solo de la historia del corregimiento, sino también de la diversidad cultural, y este proceso le ha dado vigor a la comunidad. Así, después de la experiencia con la biblioteca itinerante, hoy diferentes actores locales, también muchos jóvenes, hacen el viaje a Pacho para visitar la biblioteca física. Algunos, incluso, se han ofrecido como voluntarios para apoyar las labores de recopilación de información.
Moreno considera que hay razones para pensar que estos espacios están cumpliendo su objetivo. “La gente todavía dice: ‘¿Cuándo van a volver a venir?’ ‘Yo quiero seguir hablando”. O está el vecino que dice: ‘Pasaron por acá, pero en mi casa no golpearon, y yo quería contar’”.
Una meta fundamental del pnbi es transmitir conocimiento y poner herramientas a disposición de las comunidades para fortalecer la autonomía. Sobre esta base, la idea es que se consoliden liderazgos existentes, o que surjan nuevos entre los jóvenes, en torno a la lectura y la creación de contenidos. Los implementadores del programa saben que se trata de un objetivo a largo plazo, pero el proceso ya arroja frutos y en las comunidades que han recibido a las bibliotecas ya se despertó el interés por participar, apropiar, ampliar y defender los espacios –tan raros y a la vez valiosos en sus entornos– que estas crean.
Hasta 2022, el pnbi prevé llegar a seiscientos corregimientos y zonas rurales en todos departamentos. Entonces, según proyecciones actuales, deberá haber formado a mil ochocientos agentes y líderes comunitarios dispuestos a trabajar por el desarrollo de proyectos bibliotecarios y de promoción de lectura. Además, doce mil hogares en zonas rurales recibirán los libros de la serie “Leer es mi cuento”, que busca fomentar el encuentro y la lectura en familia.
Sobre los proyectos que se vienen, Moreno dice entusiasmada: “La idea es que esto no quede ahí, que continúe”. Cuando la biblioteca itinerante se va, hay personas que le confiesan una mezcla de tristeza por la partida, y motivación frente a lo vivido y la perspectiva de un futuro más cercano a la lectura. “Nosotros aquí en el fin del mundo vamos a estar haciendo un libro”, le han dicho profesores, niños y vecinos. Y ella les propone que lo hagan, que avancen poco a poco, y los ve satisfechos.
Si pensamos en el incremento de lectores de la última década, la obra de la escritora brasileña Clarice Lispector (Chechelnik-ucrania, 1920 - Río de Janeiro, 1977) constituye un fenómeno de recepción singular. La traducción y publicación de sus novelas, cuentos y crónicas en editoriales como la española Siruela, y las argentinas Corregidor, Cuenco de Plata,adriana Hidalgo, han contribuido a un mayor acceso a su conocimiento y lectura. Pero no deja de ser inquietante la pregunta acerca del porqué del actual boom-lispector; a qué se debe su auge y el interés que diferentes públicos tienen por su obra, más allá del indiscutible valor literario y estético de sus escritos.
Si partimos del hecho de que su lengua es el portugués, no deja de llamar la atención el hecho de que en las encuestas sobre escritoras en español de los últimos cien años aparezca mencionada, como si el factor “otro idioma” no tuviese un peso o no fuera tomado en cuenta. Quisiera mencionar algunas cuestiones implicadas en su obra que pueden explicar la recurrente mención de esta autora como una voz imprescindible del panorama literario hispanoamericano.
La primera tiene que ver con el género. Lispector interviene de modo provocador la figura de la esposa/ama de casa/madre/hija con la finalidad de mostrar los límites y fisuras de la vida doméstica y del sistema patriarcal. De este modo, pone al descubierto otros modos de desear y sentir de la mujer que desestabilizan la vida de los sentimientos burgueses haciendo que aparezcan sus defectos y su “desastre”, como se observa, por ejemplo, en el libro de cuentos Lazos de familia (1960).
La segunda está relacionada con la emergencia, en el pensamiento contemporáneo y en los debates académicos, de la pregunta por la vida, por la (bio)política que la administra y controla, y el discurso de la especie que clasifica y jerarquiza a los vivientes.desde sus primeros cuentos y su primera novela (Cerca del corazón salvaje, 1943) hasta sus obras posteriores (La pasión según G.H., 1964; Agua viva, 1973), Lispector propone un pensamiento sobre la vida en términos de intensidad, de “sentir”, de indeterminación y devenir, muy cercanos a las propuestas actuales que buscan desbaratar la visión humanista que pone a lo humano por encima de otros cuerpos vivos.“no haber nacido bicho es una de mis mayores nostalgias” es una de las tantas frases de la autora que puede dar cuenta de su voluntad de pensar la vida humana como un “montaje” de obligaciones, conductas, gestos que impiden tocar el núcleo de la vida. El haberse anticipado a lo que hoy es una preocupación política y social central puede ser un factor determinante de su actualidad y de que se lea tanto en las carreras, maestrías y doctorados de literatura, y de que la lean lectores muy heterogéneos.
La tercera cuestión tiene que ver con cómo escribe Lispector; es decir, con la forma y el estilo de su escritura. Si bien escribió cuentos, crónicas, novelas, cartas, cuando entramos en su universo narrativo lo primero que nos ocurre es que nos extraviamos porque no sabemos exactamente qué estamos leyendo. Flujo de pensamiento, prosa poética, meditación, ensayo filosófico, narración, monólogos se alternan y confunden, y eso tiene implicaciones en lo que la autora entiende por “literatura”. A pesar de su complejidad y dificultad, Lispector toca la sensibilidad de los lectores porque cuestiona los modos de pensar convencionales y sugiere otras posibilidades de comprensión de la vida, el amor, el mundo y la literatura misma.
Esta expansión e inespecificidad de la forma, y también la presencia de referencias que intersectan campos del conocimiento distintos, conecta a la obra de Lispector con un interés de la crítica literaria contemporánea, pues su literatura está en el límite de los géneros y de las formas.
Todo lo anterior explica la actualidad de Lispector. “Todo lo que escribo está ligado, por lo menos dentro de mí, a la realidad que vivimos”, escribió.y la vida es ineludible, ambigua, indefinida, inaprensible, desbordada, cruel, asombrosa, seductora, exigente, como sus libros.
La evidencia de lo femenino es en Los recuerdos del porvenir el límite del mundo, de la historia y de la ley. La mujer es la oscuridad, el juego sin reglas, el tiempo perdido.al querer ubicarse por encima de la ley, el soberano (que no quiere ni puede explicarse) ocupa el mismo lugar de la mujer.“vivía en un mundo diferente del nuestro”, se dice del general Rosas (de apellido muy significativo), que manda sobre la vida y la muerte en el pueblo de Ixtepec. El déspota no solo desea a la mujer, sino que desea violentamente ser la mujer, aquella cuya “presencia irreal era más peligrosa que la de un ejército”. Los recuerdos del porvenir enuncia esta intuición (como quizás lo hace también García Márquez en “Los funerales de la Mamá Grande”, con su elección de una matriarca como soberana autoritaria): el hombre poderoso que irrumpe con su propio tiempo en el tiempo del lugar donde su dominio se instala, que termina por confundir “las mañanas con las noches y los fantasmas con los vivos”, es un hombre que se feminiza.
En el desenlace de la primera parte de Los recuerdos del porvenir, la mujer deseada desaparece del mundo visible y del tiempo narrable gracias a la suspensión teatral (o mágica, que es lo mismo). La segunda parte de la novela enuncia el enigma de la mujer deseante, que en el desenlace se concreta –aparece– en el mundo visible y en el tiempo narrable, convertida en piedra. Podríamos concebir a la segunda mujer como culminación o como reencarnación de la primera.ambos personajes son el anuncio del fin del mundo, la inminencia del acontecimiento. Ese otro tiempo en que la mujer, deseada o deseante, vive en una presencia inaprensible es, una y otra vez en la novela, el “va a pasar algo”.
Isabel, la protagonista de la segunda parte de Los recuerdos del porvenir, es la mujer inesperada. Su deseo traiciona las expectativas sociales y familiares. Los medios turbulentos de su deseo defraudan la lealtad, que es la esperanza social y familiar (“Ninguna palabra podía conmover a Isabel; estaba endemoniada”). El impulso de su deseo la lleva –como una anti-antígona o quizá una radical Antígona– más allá del vínculo de la fraternidad; la lleva hacia sí misma, y en su ensimismamiento la petrifica. La sumisión al deseo –y la insumisión a las leyes de la memoria y de la esperanza– convierte a Isabel en algo nuevo, duro y duradero en el mundo. El que sus acciones no tengan un fin (el que no sean eficaces, sino el puro deseo sin consecuencia) deriva en que ella no tenga fin. Isabel se transforma en la infinitud de la piedra.
Los recuerdos del porvenir está narrada en primera persona por la voz del pueblo de Ixtepec. No es una persona plural; la mayoría de las veces se presenta como “yo”, no como “nosotros”. Se describe y se identifica por medio de la posesión (habla de “mis casas” y “mis gentes” y “mis calles”) y su discurso coincide con la memoria. Su saber es mayor que la acumulación de los saberes de las generaciones de sus habitantes. Conoce lo que se ve en el instante antes de la muerte, cuando los hombres descubren que era posible soñar y dibujar el mundo a su manera para luego despertar y empezar un dibujo diferente.y descubren también que hubo un tiempo en que pudieron poseer el viaje inmóvil de los árboles y la navegación de las estrellas, y recuerdan el lenguaje cifrado de los animales y las ciudades abiertas en el aire por los pájaros.
El lugar habla, como los hombres, pero es también, como la mujer, imagen: voz no escuchada (“Todo mi esplendor caía en la ignorancia, en un no querer mirarme, en un olvido voluntario”). Cuenta en pasado todo lo que puede contarse, y también al hablar del futuro se refiere al pasado (“Algún día recordaremos, recordaremos”). Solo enuncia en presente la experiencia de la espera (“Años van y años vienen, y yo, Ixtepec, siempre esperando”) y su situación al iniciar su discurso: la primera línea de la novela es “Aquí estoy, sentado sobre esta piedra aparente”.
La voz se refiere a sí misma en masculino y declara, antes de contar nada, que habla desde una piedra aparente: que aparece y que solo aparentemente es una piedra. Cuando volvemos al inicio (a esa piedra de toque, fundacional, angular) después de leer el final de la novela, sabemos que el pueblo narrador enuncia la piedra en la que Isabel se ha convertido por su deseo inexplicable, sólido, impenetrable. La voz de la memoria nacional –que coincide con la voz de la imaginación novelística– descansa sobre la metáfora que se ha condensado y ha dado paso a la metamorfosis. Se apoya (se sienta, se asienta) sobre el otro tiempo –el tiempo de la mujer–, que se ha convertido en piedra (límite, tocón) en el tiempo discursivo –en el tiempo del lugar–, y que en él no está ni viva ni muerta. Habría que tratar de imaginar ahora qué dice esa metamorfosis sobre la doble naturaleza de la memoria colectiva y sobre el tiempo desdoblado en el que se apoya el arte de la novela.
Detrás de un mundo emocional tan frágil como tenso y desordenado hay en la poeta argentina Alejandra Pizarnik (Buenos Aires, 1936-1972) una lucidez despiadada con un candor subversivo y feroz. Más allá de un retrato parcial del imaginario que la rodea, asociado a la locura, la oscuridad y la nostalgia desenfrenada, yace una personalidad enigmática e irreverente que se vigoriza en su propia tragedia.
Y así hay que develar a la Pizarnik, como una escritora potente que con sus “palabras como piedras preciosas/ en la garganta viva de un pájaro petrificado” no temió horadar, una y otra vez, en sus propios abismos para crear paraísos de la memoria y lluvias oscuras en quien la lee con desnudez.
Hay que alejarse de la idea de que su obra es un refugio lacrimógeno para adolescentes o el resultado único de un nerviosismo exacerbado y depresivo. No. Los anhelos y búsquedas pizarknianos son múltiples y multiformes. Evidencian una miríada vastísima de conocimientos e intereses. Porque, antes que nada, Pizarnik fue una lectora infatigable, crítica y apasionada.
Ahora bien, en su poesía fulgen obviedades nunca vistas, secretos que interiormente siempre estuvieron develados, una conspiración invisible de sentidos que crean la luz en la boca del mundo más lóbrego: “La luz es solo luz en la memoria de la noche”. ¡Cuánta intensidad y hondura en versos creados en medio del abismo y la incertidumbre! Y es que Pizarnik, según sus propias palabras, escribe para “reparar la herida fundamental, la desgarradura. Porque todos estamos heridos”.
Basta leer Extracción de la piedra de locura (1968) y El infierno musical (1971) –dos de sus últimos libros– para darse cuenta de que su literatura no es solo producto de un descuartizamiento psíquico intolerable, sino que va más allá del vértigo y las náuseas y se instaura cabalmente en un nivel de luminosidad fantasmal:“y cuando estuve en lo alto de la ola supe que eso era lo mío”.
La música central de sus poemas y de su prosa se nutre de un permanente recurso melancólico a la vez que oscila entre la ironía y la gracia.así, en “El espejo de la melancolía”, contenido en La condesa sangrienta (1966), ella da luces sobre cómo concibe este estado:“creo que la melancolía es, en suma, un problema musical: una disonancia, un ritmo trastornado. Mientras afuera todo sucede con un ritmo vertiginoso de cascada, adentro hay una lentitud exhausta de gota de agua cayendo de tanto en tanto”.
Esta entonces es poesía para inadecuados con el lenguaje, porque en Pizarnik hay un sentimiento de fracaso con las palabras por los límites que, incluso su disposición en imágenes poéticas, imponen para nombrar al mundo. Leer a esta autora es vivir toda una experiencia poliforme que oscila entre la caída detenida y agónica, y la escalada por las cumbres más altas de una luna insensible que irradia calor, ímpetu y fuerza.