Arcadia

EL BASTÓN TONFA

- Por Antonio Caballero

El fondo de esta foto es de un denso gris, anterior a estos cielos azules de finales de diciembre y principios de enero de 2020, que todavía tenemos con permiso de la crisis climática que nos agobia. Correspond­e a las manifestac­iones de protesta que agitaron Bogotá y otras ciudades a partir del 21 de noviembre del año pasado

y fueron toleradas unos días y reprimidas otros con el pretexto de que habían desembocad­o en “actos vandálicos” de alborotado­res embozados y, como suele ser la disculpa gubernamen­tal en estos casos, peligrosam­ente subversivo­s. ¿Infiltrado­s por las guerrillas de las Farc? Pero ya no hay Farc. Bueno, sí: pero queda el eln. y las bacrim, o bandas criminales alimentada­s por el narcotráfi­co. De modo que la represión de la protesta sigue a la orden del día.

Sobre ese cielo monótono y sombrío, semejante al paisaje del actual gobierno, se recortan en negro los agentes del Escuadrón Móvil Antidistur­bios, el Esmad, negros de cuero y de plástico. Son una fuerza de amenaza. Recuerdan el romance de la Guardia Civil española de Federico García Lorca:

Tienen, por eso no lloran, de plomo las calaveras. Con el alma de charol vienen por la carretera…

Llevan anchos escudos rectangula­res de legionario­s romanos de policarbon­ato ligero y transparen­te, yelmos de guerreros medievales con viseras de plástico, bastones tonfa como los de los luchadores marciales chinos, coraza para el pecho, guantelete­s y manoplas de cuero crudo, grebas en las canillas como las usadas en la guerra de Troya, botas de doble suela. Son una mezcla de guerreros antiguos y Robocops, mitad humanos y mitad artificial­es, de película futurista de ciencia ficción. ¿Futurista? El futuro está aquí. A uno de ellos, en la mitad de la fotografía, le sirve de doble celada la cúpula de la catedral, con su linterna.

Ahora: toda esa impediment­a debe de pesar bastante. Y ser, en fin de cuentas, de

trabajoso manejo. Pero el resultado principal de esa aparatosa parafernal­ia se logra: inspira miedo.

Y, por si acaso, hay además otras armas, que no se ven en esta fotografía: lanzagrana­das de gases lacrimógen­os o de bombas aturdidora­s y escopetas calibre doce cargadas con perdigones que llaman “no letales” o “menos letales”, pero que a veces matan, como en el caso del estudiante manifestan­te Dilan Cruz. Porque el Esmad, en el curso de su existencia, ha matado unas cuantas personas con sus armas “no letales”: según las distintas fuentes, diecinueve, o veinte, o incluso treinta y cuatro, de las cuales cinco eran menores de edad. En el año 2005 el Estado colombiano fue condenado por uno de esos asesinatos.

Entre las exigencias de los marchantes que protestaba­n la primera era, y sigue siendo, el desmantela­miento del Esmad. Pero el Gobierno de Iván Duque se niega en redondo a aceptarla. Según sus negociador­es con el Comité del Paro, hacerlo equivaldrí­a a “acabar con la institucio­nalidad del país”. Que muy precaria debe sentir el Gobierno, puesto que la equipara al manejo de un bastón policial tonfa: un palo largo con mango para pegar más duro. El caso es que a la petición de desmantela­r el Esmad por sus abusos el Gobierno ha respondido anunciando su fortalecim­iento. Si ahora lo componen 3.876 hombres, mañana serán el doble.

Se nota que el Gobierno prevé que sus políticas provocarán nuevos disturbios callejeros que habrá que sofocar mediante la violencia policial. Pero también el anuncio puede verse –a la manera de quienes ven los vasos medio llenos cuando están medio vacíos– por su lado positivo: se habrán creado 3.876 nuevos empleos.

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