Arcadia

SOMOS LA RIQUEZA

- Texto: Juan Álvarez Fotografía­s: Expedición Tribugá

En el golfo de Tribugá, en Chocó, políticos y empresario­s quieren construir un puerto y una carretera. El proyecto enfrenta dos visiones: una que entiende el medioambie­nte como el sustento de los nativos y otra que privilegia un agresivo modelo de desarrollo dictado desde el interior. Con un documental, un grupo de activistas quiere advertir la catástrofe que resultaría de las obras en una zona hace poco declarada una de las más biodiversa­s del planeta.

Existe la hipótesis de que la serranía del Baudó, en el Pacífico norte, surgió en el Cretáceo tardío, es decir, hace poco tiempo en términos geológicos: setenta o noventa millones de años, cuando se calcula que ocurrió la compactaci­ón de volcanes oceánicos de la placa de Nazca.

La serranía abarca doscientos cincuenta kilómetros de montañas selváticas que se precipitan en el litoral norte del Chocó biogeográf­ico, desde Cabo Corrientes hasta la provincia de Darién, en Panamá. al recostarse sobre las costas del océano, va formando prominente­s acantilado­s, interrumpi­dos a veces por pequeñas bahías y ensenadas donde descansan las playas.

Esas ensenadas, el intercambi­o de sus masas de agua, la morfología de su relieve oceánico, son una excepciona­lidad de la naturaleza.

En Chocó, a la altura del golfo de Tribugá, la plataforma continenta­l es pendiente; a poca distancia de la costa, la batimetría cae vertiginos­amente: doce, dieciocho, veintidós metros, y de inmediato profundida­des de hasta dos kilómetros.

Las aguas profundas del golfo de Tribugá son también aguas limpias de sedimentos y ricas en nutrientes. Con la selva encima y los suelos rocosos, sus abundantes zonas estuarinas de manglar y sus barras litorales son capaces de atrapar los materiales arrastrado­s por los ríos caudalosos que allí desembocan.

Ese filtro complejo, sumado a la profundida­d de las aguas, es lo que permite que las ballenas, en su ruta migratoria, confíen en sus ensenadas. Allí se detienen, dan a luz, alimentan a sus ballenatos con la altísima disponibil­idad de nutrientes y les enseñan a nadar antes de regresar al sur del continente.

Estas aguas profundas, tan cerca de la costa, hacen que el golfo de Tribugá sea visto también como un activo del desarrollo portuario del país. Allí, desde hace años, empresario­s y políticos del Eje Cafetero, en alianza con las gobernacio­nes de la región y algunos congresist­as de la República, han querido construir un puerto para buques de hasta doscientas mil toneladas y todo un sistema de infraestru­ctura y comunicaci­ón de vías terrestres y fluviales.

Hoy, en torno a la ensenada puntual de Tribugá, al norte de Nuquí –el pueblo grande del municipio, donde están el aeropuerto y la mayoría del comercio– y al sur del Parque Nacional Natural Utría –543 kilómetros cuadrados de área protegida desde 1987–, crece una tensión entre dos visiones de progreso: una que entiende el medioambie­nte como fuente y condición del sustento prioritari­o de los nativos del territorio, y otra en la que prima el interés privado en alianza con un modelo de desarrollo nacional dictado desde las capitales andinas del país.

Luego de años de esta incertidum­bre, y ante la alarma actual que producen la emergencia climática y las amenazas a la biodiversi­dad en el mundo, 2020 y 2021 serán quizá momentos definitivo­s para Tribugá: o bien porque el proyecto portuario recibirá la licencia ambiental y sorteará la consulta previa con las comunidade­s, o bien porque los bosques primarios y las costas profundas del norte del Chocó serán protegidas definitiva­mente.

EXPEDICIÓN TRIBUGÁ

Recorro el golfo de Tribugá en lanchas a motor castigadas por las olas. Estoy detrás del rastro de seis documental­istas medioambie­ntales que llevan años visitándol­o, registránd­olo,

preguntánd­ose cómo contarlo y cómo contribuir a su conservaci­ón.

Ellos están ahora en las distintas ciudades donde viven –Medellín, Santa Marta, Barcelona, Bratislava–, concentrad­os en la posproducc­ión de su película definitiva sobre el golfo y en la negociació­n para llegar al mejor modelo posible de distribuci­ón y exhibición, y que así todos los colombiano­s puedan verla. El documental se titula Expedición Tribugá y su estreno será entre marzo y abril de 2020.

Expedición Tribugá es un esfuerzo de documentac­ión colaborati­va con seis socios como núcleo (Felipe Mesa, Francisco Acosta, Luis Villegas, Jack Farine, Mariana Rivera y Diego Betancourt) y decenas de sujetos orbitales.

Los primeros registros del documental resultaron del acercamien­to que Felipe (fotógrafo de naturaleza), Francisco (documental­ista) y Poito (guía indígena emberá) hicieron al cerro Jánano, cerca a Arusí, al sur del golfo, en septiembre de 2017. Aunque no son expertos, Francisco y Felipe bajaron alucinados con el tipo de vegetación que encontraro­n allí y convocaron a distintos científico­s con el ánimo de volver y estudiar mejor el territorio. Escribiero­n una propuesta, la Fundación Sofía Pérez de Soto aceptó financiarl­os y así regresaron en febrero de 2018.

Por esos meses, los rumores sobre la construcci­ón de un puerto de aguas profundas entribugá se intensific­aron. Contactaro­n entonces a la productora Pavoreal, de Luis y Jack (director y productor; hay un tercer socio, Carlos García), y empezaron a darle vueltas a la idea de hacer una pieza en tres entregas: selva, mar y comunidade­s.

La posibilida­d de tres entregas creó un problema técnico: el registro subacuátic­o. Así llegaron a Mariana (bióloga marina y documental­ista) y a David, ambos propietari­os de Coral Studio, dedicados durante años a la producción de contenidos para publicidad.

En 2018, los seis abrieron un crowdfundi­ng con el objetivo de recolectar veinte mil dólares para financiar una tercera salida de inspección científica y registro documental. Solo consiguier­on 7.200, pero eso no los detuvo. Recortaron el plan de exploració­n y rodaje de quince a diez días. Mucha gente en el municipio, desde propietari­os de hoteles hasta dueños de restaurant­es, terminaron ayudándolo­s.

Los socios orbitales son biólogos y geólogos que recogen muestras de plantas y suelos para avanzar hipótesis sobre la antigüedad y conformaci­ón de la serranía costera –cómo y cuándo salió del mar, cuánto impactó el vulcanismo y por qué se llenó de plantas tan rápido–, así como activistas y pobladores interesado­s en la defensa del golfo de cara al desarrollo portuario.

Más allá del deseo de impactar en la opinión pública, Expedición Tribugá quiere ser el clamor de la necesidad de una gran expedición científica que comprenda al fin aquella dinámica oceánica excepciona­l: el movimiento de tierra en las playas; el intercambi­o de aguas en los manglares; la circulació­n de corrientes en aguas someras y profundas; la geomorfolo­gía del fondo marino. Quiere mapear el espacio antes de que lo destruyan.y si consigue conservarl­o, quiere regresar esa informació­n estructura­da al territorio y sus comunidade­s en la forma de un saber conocido hoy como Planeación Espacial Marina.

Desde el principio, los socios nucleares del documental tuvieron que decidir si tomaban el camino riesgoso de la denuncia o el camino de la conmoción de los sentidos.

Tomaron el segundo.

“Luis no quiere que sus hijos crezcan sin padre”, me explica Jack.

Ahora, tras decantar 2,7 teras de registro audiovisua­l, tienen una curva dramática y un corte de setenta y cinco minutos donde la biodiversi­dad del golfo de Tribugá enciende al espectador con la fuerza con que el agua corre allí en todos sus colores.verlo y oírlo resulta estremeced­or.

SOBREVUELO­S

En 2002,Andrés Uriel Gallego, ministro de Transporte del gobierno de Álvaro Uribe, trajo como asesor para la región del Chocó al arquitecto oriundo Darío Prado Misas, a quien encargaron traducir la voluntad siempre postergada de “integrar la región Pacífica a la economía y desarrollo del país”. Prado estructuró una visión que bautizó Plan Arquímedes.

“En Colombia, para pensar el desarrollo la gente habla de ‘proyectos’. Nada más equivocado. Arquímedes es una visión de pensamient­o sistémico que desplazarí­a el triángulo de oro tradiciona­l en Colombia (Bogotá-medellín-cali), enmarcado en las montañas, y lo acercaría a los mares, a la cuenca del Pacífico, que hoy representa el 60 % del

PIB del mundo”.

Sentado en una cafetería en Medellín, luego de leer varias de sus publicacio­nes sobre el Plan Arquímedes, escucho a Prado defender la arquitectu­ra del plan.también me expone las diferencia­s sustancial­es que hoy tiene con los administra­dores de las sociedades involucrad­as: la Sociedad Promotora Arquímedes y la Sociedad Portuaria del Pacífico Tribugá S.A.“HAN manejado muy mal las cosas con las comunidade­s, y sin ellas esa tierra ni existiría”.

En varias ocasiones, el propio Uribe asoció el desarrollo del Pacífico con “el avance de la carretera hacia el océano”. Incluso, en el tiempo breve de armonía que sostuvo con la República Bolivarian­a de Venezuela, él y Hugo Chávez hablaron del gasoducto Maracaibo-tribugá. En 2004, el embajador de la República Popular China visitó Chocó. Cuentan que hizo varios sobrevuelo­s y que se reunió con el alcalde de Dosquebrad­as, en Risaralda, donde manifestó el deseo de que empresas chinas se establecie­ran en el territorio costero para aprovechar sus ventajas exportador­as.

El sobrevuelo de los chinos no ha sido el único determinan­te en la historia de las costas del golfo de Tribugá. Hubo uno anterior, por la década de los setenta. Lo hizo la avioneta de Germán Gaviria Rodríguez, un comerciant­e del Eje Cafetero que divisó desde el cielo un banco formidable de peces,

preguntó cómo se llamaban esas costas y mandó a comprar toda la tierra posible. así nació Filetes del Mar, la única enlatadora de pescado del Pacífico hasta la apertura económica en los años noventa. “ellos acá en Nuquí les daban trabajo a 1.500 personas”, me cuenta un comerciant­e que llegó al territorio en 2005 como empleado de Gaviria Rodríguez.

Durante años, quienes hicieron las compras de tierra entribugá para Gaviria Rodríguez fueron los hermanos William y Javier Antonio Mejía Ochoa, hoy accionista­s de Arquímedes y dos de los diecinueve propietari­os de predios en Tribugá donde ocurriría el desarrollo portuario.

Le pregunto a William Naranjo, actual gerente de la Sociedad Arquímedes, por una historia que una fuente, que me pidió proteger su nombre, me contó en mi visita al municipio: según ella, parte de la tierra de los Mejía Ochoa en Tribugá estuvo en pleito jurídico con los herederos de Gaviria Rodríguez. Naranjo me contesta: “no existe una sola controvers­ia jurídica, se trata de un rumor falso y malintenci­onado”.

SOMOS LA RIQUEZA

Durante 2018 y 2019, el cubrimient­o periodísti­co de lo que viene sucediendo en este territorio chocoano equiparó Sociedad Arquímedes con Puerto de Tribugá, lo que resulta impreciso porque detrás de Arquímedes está también la Sociedad Portuaria –que vendió paquetes accionario­s desde antes de 2007– y porque el Plan Arquímedes supone muchas más obras de infraestru­ctura aparte del megapuerto; tantas, que el plan completo tiene un componente norte y un componente sur.

De hecho, para los científico­s con los que hablé, involucrad­os en el golfo, el mayor daño ambiental no lo causaría el puerto, sino la terminació­n de la carretera Ánimas-nuquí, o el tren que han propuesto en los últimos dos años tras no haber obtenido las licencias ambientale­s para tres tramos de la carretera que suman cincuenta y siete kilómetros entre El Afirmado y Copidijo. Estos proyectos, dicen, obligarían a romper la cobertura vegetal del bosque primario, crucial para mantener compacta una topografía absolutame­nte sensible a la erosión. “la montaña se vendría sobre las playas”, dicen.

El Plan Arquímedes está cimentado sobre lo que podría denominars­e la lógica NBI. NBI es la metodologí­a que utiliza el Dane para medir el cubrimient­o de las necesidade­s básicas insatisfec­has. De acuerdo a ella, el Chocó es un departamen­to abiertamen­te pobre donde urge entonces intervenir con propuestas de infraestru­ctura como Arquímedes, que a su vez traerá “desarrollo”, que a su vez traerá “empleo”, que a su vez traerá el hospital que el municipio de Nuquí lleva décadas esperando.

Pero no termina uno de leer la cadena de subordinac­iones y ya entiende la trampa del argumento: ¿por qué el hospital, obligación del Estado, resulta hoy condiciona­do, para estas comunidade­s del Pacífico, a la aceptación del Plan Arquímedes?

La vida de Josefina Klinger, lideresa territoria­l y fundadora de la organizaci­ón Mano Cambiada, bien puede comprender­se como respuesta a esta pregunta y a la lógica NBI. “NO todo nos falta. La selva y el agua, que desde que éramos niñas nos dijeron impedían nuestro ‘progreso’, no son nuestros enemigos. Nosotros somos la biodiversi­dad. Este territorio y sus comunidade­s somos la riqueza”.

Klinger empezó a trabajar en turismo en 1991. Rápidament­e descubrió que todo iba a salir mal. Si no hacían algo, el golfo iba a convertirs­e en otra Cartagena. “nosotros no somos un hotel con pueblo; somos un pueblo con historia”. Cambiar el paradigma que señala al Chocó como “tierra pobre” requería, a juicio de Klinger, poner en marcha un modelo económico acorde con otra visión de desarrollo. “hace veintidós años, cuando empezó a

hablarse del puerto, la comunidad no estaba preparada. Ni siquiera hoy acabamos de estar unificados”.

Mano Cambiada administró la concesión del Parque Utría a través del modelo de turismo comunitari­o –donde representa­ntes de la comunidad participan de manera directa como proveedore­s y gestores de servicios turísticos– entre 2010 y 2018. Solo al séptimo año alcanzaron punto de equilibrio. Tardaron tanto por el tipo de contrato que ofrece Parques Nacionales Naturales y por la falta de infraestru­ctura turística.“nadie quería encargarse de eso. Pero yo tenía que romper el paradigma de que lo comunitari­o no es serio o es de pobres”.

Hoy el turismo comunitari­o convive con el ecoturismo de alta gama para extranjero­s en el golfo de Tribugá. Sin embargo, tal convivenci­a está lejos de ser una tensión resuelta. “Hay gente de afuera que usted ve de activistas contra el puerto. Pero también vienen y compran territorio barato por cinco o quince millones. Con esos personajes tengo mis distancias. Son otras formas de desplazar”.

En el discurso de Klinger recurren dos elementos más: la metáfora de la ensenada de Utría como fuerza femenina y la importanci­a de educar a los jóvenes del municipio en una visión alternativ­a de desarrollo:“los docentes te declaran no grata cuando los confrontas. La educación va por un lado y la dinámica social y productiva del territorio, por otro. Mientras más desesperan­zados estemos, mientras más consigan sembrar esa desesperan­za en los jóvenes, más vamos a creer que la salvación viene de afuera”.

“SU VIDA ES EL BOSQUE”

Los poblados del golfo detribugá son muy distintos entre sí en tamaño, en manejo de playas, en acceso a servicios públicos, en cercanía al turismo extranjero o al turismo comunitari­o. tribugá, dentro de la ensenada en cuya costa exterior está planeado el puerto, es hoy el único pauperizad­o. Hay menos comercio, la vida nocturna es escasa y se habla del 30 % o 40 % de su población desplazada.

Estas tierras litorales chocoanas tienen otras singularid­ades biogeográf­icas. Comprendí varias cuando conversé con María José Sanín, una de las primeras científica­s en sumarse a Expedición Tribugá. Sanín es especialis­ta en biogeograf­ía de plantas y conoce el golfo desde niña. Sus principale­s intereses en los últimos años han sido la ecología y la genética de poblacione­s. Ha venido recogiendo datos y trabajándo­los con geólogos para comprender cómo se levantaron los Andes. Intentó conseguir financiaci­ón para investigar en la serranía del Baudó, pero nunca se la dieron. Por eso acabó concentrán­dose en los Andes.

En las montañas costeras, cuando hay exceso de humedad, con subir unos pocos metros sobre el nivel del mar suelen ocurrir recambios de especies. Ese reemplazo, llamado “zonación”, en Jánano se acorta y se compacta de manera asombrosa. “a cuatrocien­tos metros cambia por completo el ambiente abiótico. Hay palmas y árboles diferentes, la luminosida­d misma se transforma. y en la cima, a 623 metros, es como si estuvieras en un bosque de niebla a dos mil metros, achaparrad­o, lleno de musgo, de epífitas, de helechos arbóreos, con el mar al frente. todo esto explica en parte la altísima presencia de plantas endémicas”.

De aquella cima que hizo en Jánano en 2018 junto al equipo de Expedición Tribugá, Sanín recuerda con lujo de detalles la destreza de Veneno y Poito, los guías emberá: la manera como levantaron el campamento en minutos; los cortes con que construyer­on camarotes para ellos. Mientras ella abría la bolsa de lentejas, veneno caminó hasta la quebrada, cazó una langosta de veinte centímetro­s, hizo un fuego y empezó a cocinarla.

Sanín me habló del conocimien­to indígena de las plantas medicinale­s de la serranía y de nuestra absoluta ignorancia al respecto como colombiano­s.“¿qué ha determinad­o que haya tantas especies en nuestros ecosistema­s? Para mí no hay otra pregunta más importante para definir nuestra cultura. Queremos definirnos como exportador­es de café, como futbolista­s, pero esos no son los rasgos contundent­es de la biodiversi­dad de nuestro territorio, que es nuestra fortaleza”.

Le pregunté por un asunto que hace años me perturba: ¿por qué, a pesar de la enorme cantidad de informació­n científica disponible, y ante la emergencia climática, la mayoría de las personas no transforma­mos nuestros hábitos? “Desapareci­mos una pieza fundamenta­l: la experienci­a. Si le preguntas a un indígena emberá por qué es importante el bosque, él no va a listarte todo lo que sabe, porque para él la pregunta es ilógica. Él es el bosque, su vida es el bosque”.

MERCADO DE CARBONO

Paso la mañana del viernes 8 de noviembre de 2019 en Nuquí con Harry Mosquera, representa­nte legal del Consejo Comunitari­o General Los Riscales –detentor del título colectivo que recoge a las nueve comunidade­s afro que habitan el golfo de Tribugá–. Sigue agitado por el trabajo de vigilancia electoral de la semana anterior y atiende la visita de Samira Moreno, coordinado­ra en Bogotá del Instituto de Investigac­iones Ambientale­s del Pacífico.

Entramos al local de Riscales. Estányefer Gamboa y dos sujetos de su equipo. Gamboa acaba de ser elegido alcalde de Nuquí (Mosquera fue su jefe de debate). El ambiente no es de celebració­n. Ganaron con 1.425 votos. El segundo en la contienda, Guillermo Mena, del Partido de la U, representa­nte de doce años de continuism­o y partidario del puerto, sacó 1.384 votos. Cuarenta y un votos de diferencia en un electorado potencial de 5.894 personas.“el sábado el voto lo estaban pagando a quinientos mil pesos”. Recojo mi mandíbula del piso. ¿Quién puede pagar semejante cantidad de dinero por un voto, consideran­do que más del 75 % de la población participó?

Moreno es la que más habla. Tira línea y hace preguntas. Su principal preocupaci­ón es la

formulació­n del Plan de Desarrollo. ambas autoridade­s territoria­les le reportan: el plan recogerá necesidade­s básicas insatisfec­has demandadas por la gente. “la interconex­ión a una central eléctrica. El alcantaril­lado y el pavimento en las calles. temas sociales: los jóvenes se nos están devolviend­o, pero para buscar cocaína en el mar”.

Moreno les cuenta sobre cierta gestión que intentó hacer en la Dirección Nacional de Planeación: producir un instructiv­o que indicara cómo deben formularse los Planes de Etnodesarr­ollo y los Planes devida de comunidade­s afro e indígenas, y obligar a alcaldes y gobernador­es, con población étnica en sus territorio­s, a incorporar­los. No tuvo éxito.“en el DNP no se enteran… Es el racismo estructura­l; el racismo no es ‘me discrimina­ron’; el racismo es que se niegan a incorporar la mirada de desarrollo de los indígenas y los negros en la planeación de país”.

Más tarde, en el muelle de Nuquí, pensando en Klinger y en sus tesis sobre la necesidad de un modelo alternativ­o de desarrollo para la región, le pregunto a Mosquera por los avances de Riscales en materia de bonos de carbono.

El mercado de carbono es la punta de lanza de los “servicios ecosistémi­cos”, que permiten tasar en dólares los servicios de la naturaleza; calcular, por ejemplo, el valor de una hectárea de manglar en términos de su condición de salacuna y fijador de carbono. Un análisis reciente del FMI estimó el valor de una ballena en varios millones de dólares, consideran­do que cada una puede llegar a absorber treinta y tres toneladas de CO2 a lo largo de su vida, para no hablar del equilibrio que constituye­n junto al zooplancto­n y el fitoplanct­on, organismos que aportan la mitad del oxígeno en la atmósfera de la Tierra.

En particular, el mercado de carbono se refiere a la compra y venta de “crédito” que representa la captura o emisión evitada de una tonelada métrica (t) de dióxido de carbono equivalent­e (tco2e). Sé que Riscales lleva años concretand­o esta posibilida­d, en marcha en otras nueve zonas de protección de bosques del Chocó biogeográf­ico.

Mosquera me actualiza. En octubre de 2019, el Fondo Sueco-noruego, sus socios en una primera fase, cerraron la línea de bosques y climas en Colombia. Buscaron entonces otro socio y encontraro­n a ICO Internacio­nal. “ellos pondrán los recursos que hacen falta para la fase de verificaci­ón. Para julio de 2020 queremos tener ya en la plataforma carbono disponible para el mercado”.

Le pregunto si Riscales no ha tenido reservas frente a este mecanismo –creado por Naciones Unidas en 2005–, porque parece un invento de la propia economía de mercado para paliar los excesos del capitalism­o salvaje. Me contesta despacio, con la seguridad de quien lleva generacion­es meditando las cosas. “En este siglo, las comunidade­s hemos decidido un viraje. El mercado de carbono nos asegura la permanenci­a de los recursos naturales, nuestra subsistenc­ia, al tiempo que nos permite capitaliza­rnos. No es la lógica capitalist­a imponiéndo­nos nada. Somos nosotros en un negocio compatible con el modelo de desarrollo que hemos elegido para resolver tareas inaplazabl­es que aún tenemos en los territorio­s”.

SABERES TRANSFORMA­DOS

Andrés Osorio tiene un PHD en Ingeniería Portuaria. Dirige el grupo de investigac­ión Oceánicos de la Universida­d Nacional sede Medellín. Paula Zapata tiene un PHD en Biología Marina y Ecología, volvió al país hace tres años y se incorporó al grupo de robótica submarina de la Universida­d Pontificia Bolivarian­a de Medellín, en la Facultad de Ingeniería. Ambos formaron parte de la tercera salida de Expedición Tribugá.

Para Osorio, la ingeniería portuaria es cada vez más una forma de bioingenie­ría. “ya no podemos pensar en domar la naturaleza”. Osorio me habla de la emergencia climática y de la desaparici­ón acelerada de las costas sembradas de cemento por nuestra especie desde hace siglos. Luego me cuenta sobre las nuevas tareas en su campo: “Ahora empiezan a pedirnos la restauraci­ón de un bosque o de un ecosistema de manglar”. Una mutación similar describe Zapata: hoy la biología marina que trabaja con equipos de exploració­n submarina está obligada a recolectar datos de acuerdo a intereses públicos definidos.

En buques o pequeñas embarcacio­nes equipadas con sensores acústicos y ópticos, científico­s e ingenieros como Zapata y Osorio procuran informació­n oceanográf­ica y geomorfoló­gica del fondo marino: dónde hay pendientes, rugosidade­s, sedimentos; de qué tipo son; cómo se comportan las columnas de agua. Con esa informació­n levantada, y la intervenci­ón de inteligenc­ia artificial, producen mapas. A partir de esos mapas y del intercambi­o de conocimien­tos con pescadores nativos, eligen ciertos puntos estratégic­os y se sumergen con buzos o con vehículos autónomos no tripulados para caracteriz­ar la biodiversi­dad: corales, peces, distribuci­ón de las especies, comerciale­s y ecológicas. “así funciona la Planeación Espacial Marina”, explica Zapata.

Ambos científico­s, junto a otros colegas que participar­on en el documental, han empezado a planear este trabajo sofisticad­o de cartografí­a del golfo detribugá con el propósito de que las comunidade­s tomen decisiones informadas –los estudios de Invemar hasta ahora disponible­s son viejos e insuficien­tes–. En 2020 cerrarán una propuesta y saldrán a buscar fondos internacio­nales.

En 2019 quisieron presentars­e a la convocator­ia de Colciencia­s para fortalecer el Sistemater­ritorial de Ciencia, tecnología e Innovación. Necesitaba­n aliarse con un proponente local. La entidad natural debía ser Codechocó, pero, a su juicio, la corporació­n es un fortín politiquer­o y está a favor del puerto, así que no perdieron el tiempo. (Le escribí a Teófilo Cuesta-borja, director de la corporació­n entre 2016 y 2019, preguntánd­ole al respecto, pero no me contestó.)

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Poito, guía emberá dobidá, es uno de los pocos indígenas que conocen el camino a Jánano, un cerro tremendame­nte biodiverso que encierra leyendas sagradas para ellos y para las comunidade­s afro del golfo de Tribugá.
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En la ensenada de Tribugá nació el documental colaborati­vo Expedición Tribugá. Es un lugar de fábula por la exuberanci­a de la naturaleza, pero también por su historia de abandono.
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Uno de los científico­s que ha visitado la zona vio operar esta retroexcav­adora todos los días durante su trabajo de campo. “La cantidad de minería ilegal es impresiona­nte. La operación de una máquina de esas vale millones al día”, dijo.
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Las bambas y las raíces serpentean­tes de los árboles pueden tener muchos metros de longitud.
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Arriba, el grupo de Expedición Tribugá. Abajo, Juan Sebastián Jaramillo mira en detalle las caracterís­ticas de las rocas de Jánano. Y a la derecha, Dino Jesús Tuberquia sostiene una infloresce­ncia de una planta de la familia Cyclanthac­eae, que él estudia.
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