SOMOS LA RIQUEZA
En el golfo de Tribugá, en Chocó, políticos y empresarios quieren construir un puerto y una carretera. El proyecto enfrenta dos visiones: una que entiende el medioambiente como el sustento de los nativos y otra que privilegia un agresivo modelo de desarrollo dictado desde el interior. Con un documental, un grupo de activistas quiere advertir la catástrofe que resultaría de las obras en una zona hace poco declarada una de las más biodiversas del planeta.
Existe la hipótesis de que la serranía del Baudó, en el Pacífico norte, surgió en el Cretáceo tardío, es decir, hace poco tiempo en términos geológicos: setenta o noventa millones de años, cuando se calcula que ocurrió la compactación de volcanes oceánicos de la placa de Nazca.
La serranía abarca doscientos cincuenta kilómetros de montañas selváticas que se precipitan en el litoral norte del Chocó biogeográfico, desde Cabo Corrientes hasta la provincia de Darién, en Panamá. al recostarse sobre las costas del océano, va formando prominentes acantilados, interrumpidos a veces por pequeñas bahías y ensenadas donde descansan las playas.
Esas ensenadas, el intercambio de sus masas de agua, la morfología de su relieve oceánico, son una excepcionalidad de la naturaleza.
En Chocó, a la altura del golfo de Tribugá, la plataforma continental es pendiente; a poca distancia de la costa, la batimetría cae vertiginosamente: doce, dieciocho, veintidós metros, y de inmediato profundidades de hasta dos kilómetros.
Las aguas profundas del golfo de Tribugá son también aguas limpias de sedimentos y ricas en nutrientes. Con la selva encima y los suelos rocosos, sus abundantes zonas estuarinas de manglar y sus barras litorales son capaces de atrapar los materiales arrastrados por los ríos caudalosos que allí desembocan.
Ese filtro complejo, sumado a la profundidad de las aguas, es lo que permite que las ballenas, en su ruta migratoria, confíen en sus ensenadas. Allí se detienen, dan a luz, alimentan a sus ballenatos con la altísima disponibilidad de nutrientes y les enseñan a nadar antes de regresar al sur del continente.
Estas aguas profundas, tan cerca de la costa, hacen que el golfo de Tribugá sea visto también como un activo del desarrollo portuario del país. Allí, desde hace años, empresarios y políticos del Eje Cafetero, en alianza con las gobernaciones de la región y algunos congresistas de la República, han querido construir un puerto para buques de hasta doscientas mil toneladas y todo un sistema de infraestructura y comunicación de vías terrestres y fluviales.
Hoy, en torno a la ensenada puntual de Tribugá, al norte de Nuquí –el pueblo grande del municipio, donde están el aeropuerto y la mayoría del comercio– y al sur del Parque Nacional Natural Utría –543 kilómetros cuadrados de área protegida desde 1987–, crece una tensión entre dos visiones de progreso: una que entiende el medioambiente como fuente y condición del sustento prioritario de los nativos del territorio, y otra en la que prima el interés privado en alianza con un modelo de desarrollo nacional dictado desde las capitales andinas del país.
Luego de años de esta incertidumbre, y ante la alarma actual que producen la emergencia climática y las amenazas a la biodiversidad en el mundo, 2020 y 2021 serán quizá momentos definitivos para Tribugá: o bien porque el proyecto portuario recibirá la licencia ambiental y sorteará la consulta previa con las comunidades, o bien porque los bosques primarios y las costas profundas del norte del Chocó serán protegidas definitivamente.
EXPEDICIÓN TRIBUGÁ
Recorro el golfo de Tribugá en lanchas a motor castigadas por las olas. Estoy detrás del rastro de seis documentalistas medioambientales que llevan años visitándolo, registrándolo,
preguntándose cómo contarlo y cómo contribuir a su conservación.
Ellos están ahora en las distintas ciudades donde viven –Medellín, Santa Marta, Barcelona, Bratislava–, concentrados en la posproducción de su película definitiva sobre el golfo y en la negociación para llegar al mejor modelo posible de distribución y exhibición, y que así todos los colombianos puedan verla. El documental se titula Expedición Tribugá y su estreno será entre marzo y abril de 2020.
Expedición Tribugá es un esfuerzo de documentación colaborativa con seis socios como núcleo (Felipe Mesa, Francisco Acosta, Luis Villegas, Jack Farine, Mariana Rivera y Diego Betancourt) y decenas de sujetos orbitales.
Los primeros registros del documental resultaron del acercamiento que Felipe (fotógrafo de naturaleza), Francisco (documentalista) y Poito (guía indígena emberá) hicieron al cerro Jánano, cerca a Arusí, al sur del golfo, en septiembre de 2017. Aunque no son expertos, Francisco y Felipe bajaron alucinados con el tipo de vegetación que encontraron allí y convocaron a distintos científicos con el ánimo de volver y estudiar mejor el territorio. Escribieron una propuesta, la Fundación Sofía Pérez de Soto aceptó financiarlos y así regresaron en febrero de 2018.
Por esos meses, los rumores sobre la construcción de un puerto de aguas profundas entribugá se intensificaron. Contactaron entonces a la productora Pavoreal, de Luis y Jack (director y productor; hay un tercer socio, Carlos García), y empezaron a darle vueltas a la idea de hacer una pieza en tres entregas: selva, mar y comunidades.
La posibilidad de tres entregas creó un problema técnico: el registro subacuático. Así llegaron a Mariana (bióloga marina y documentalista) y a David, ambos propietarios de Coral Studio, dedicados durante años a la producción de contenidos para publicidad.
En 2018, los seis abrieron un crowdfunding con el objetivo de recolectar veinte mil dólares para financiar una tercera salida de inspección científica y registro documental. Solo consiguieron 7.200, pero eso no los detuvo. Recortaron el plan de exploración y rodaje de quince a diez días. Mucha gente en el municipio, desde propietarios de hoteles hasta dueños de restaurantes, terminaron ayudándolos.
Los socios orbitales son biólogos y geólogos que recogen muestras de plantas y suelos para avanzar hipótesis sobre la antigüedad y conformación de la serranía costera –cómo y cuándo salió del mar, cuánto impactó el vulcanismo y por qué se llenó de plantas tan rápido–, así como activistas y pobladores interesados en la defensa del golfo de cara al desarrollo portuario.
Más allá del deseo de impactar en la opinión pública, Expedición Tribugá quiere ser el clamor de la necesidad de una gran expedición científica que comprenda al fin aquella dinámica oceánica excepcional: el movimiento de tierra en las playas; el intercambio de aguas en los manglares; la circulación de corrientes en aguas someras y profundas; la geomorfología del fondo marino. Quiere mapear el espacio antes de que lo destruyan.y si consigue conservarlo, quiere regresar esa información estructurada al territorio y sus comunidades en la forma de un saber conocido hoy como Planeación Espacial Marina.
Desde el principio, los socios nucleares del documental tuvieron que decidir si tomaban el camino riesgoso de la denuncia o el camino de la conmoción de los sentidos.
Tomaron el segundo.
“Luis no quiere que sus hijos crezcan sin padre”, me explica Jack.
Ahora, tras decantar 2,7 teras de registro audiovisual, tienen una curva dramática y un corte de setenta y cinco minutos donde la biodiversidad del golfo de Tribugá enciende al espectador con la fuerza con que el agua corre allí en todos sus colores.verlo y oírlo resulta estremecedor.
SOBREVUELOS
En 2002,Andrés Uriel Gallego, ministro de Transporte del gobierno de Álvaro Uribe, trajo como asesor para la región del Chocó al arquitecto oriundo Darío Prado Misas, a quien encargaron traducir la voluntad siempre postergada de “integrar la región Pacífica a la economía y desarrollo del país”. Prado estructuró una visión que bautizó Plan Arquímedes.
“En Colombia, para pensar el desarrollo la gente habla de ‘proyectos’. Nada más equivocado. Arquímedes es una visión de pensamiento sistémico que desplazaría el triángulo de oro tradicional en Colombia (Bogotá-medellín-cali), enmarcado en las montañas, y lo acercaría a los mares, a la cuenca del Pacífico, que hoy representa el 60 % del
PIB del mundo”.
Sentado en una cafetería en Medellín, luego de leer varias de sus publicaciones sobre el Plan Arquímedes, escucho a Prado defender la arquitectura del plan.también me expone las diferencias sustanciales que hoy tiene con los administradores de las sociedades involucradas: la Sociedad Promotora Arquímedes y la Sociedad Portuaria del Pacífico Tribugá S.A.“HAN manejado muy mal las cosas con las comunidades, y sin ellas esa tierra ni existiría”.
En varias ocasiones, el propio Uribe asoció el desarrollo del Pacífico con “el avance de la carretera hacia el océano”. Incluso, en el tiempo breve de armonía que sostuvo con la República Bolivariana de Venezuela, él y Hugo Chávez hablaron del gasoducto Maracaibo-tribugá. En 2004, el embajador de la República Popular China visitó Chocó. Cuentan que hizo varios sobrevuelos y que se reunió con el alcalde de Dosquebradas, en Risaralda, donde manifestó el deseo de que empresas chinas se establecieran en el territorio costero para aprovechar sus ventajas exportadoras.
El sobrevuelo de los chinos no ha sido el único determinante en la historia de las costas del golfo de Tribugá. Hubo uno anterior, por la década de los setenta. Lo hizo la avioneta de Germán Gaviria Rodríguez, un comerciante del Eje Cafetero que divisó desde el cielo un banco formidable de peces,
preguntó cómo se llamaban esas costas y mandó a comprar toda la tierra posible. así nació Filetes del Mar, la única enlatadora de pescado del Pacífico hasta la apertura económica en los años noventa. “ellos acá en Nuquí les daban trabajo a 1.500 personas”, me cuenta un comerciante que llegó al territorio en 2005 como empleado de Gaviria Rodríguez.
Durante años, quienes hicieron las compras de tierra entribugá para Gaviria Rodríguez fueron los hermanos William y Javier Antonio Mejía Ochoa, hoy accionistas de Arquímedes y dos de los diecinueve propietarios de predios en Tribugá donde ocurriría el desarrollo portuario.
Le pregunto a William Naranjo, actual gerente de la Sociedad Arquímedes, por una historia que una fuente, que me pidió proteger su nombre, me contó en mi visita al municipio: según ella, parte de la tierra de los Mejía Ochoa en Tribugá estuvo en pleito jurídico con los herederos de Gaviria Rodríguez. Naranjo me contesta: “no existe una sola controversia jurídica, se trata de un rumor falso y malintencionado”.
SOMOS LA RIQUEZA
Durante 2018 y 2019, el cubrimiento periodístico de lo que viene sucediendo en este territorio chocoano equiparó Sociedad Arquímedes con Puerto de Tribugá, lo que resulta impreciso porque detrás de Arquímedes está también la Sociedad Portuaria –que vendió paquetes accionarios desde antes de 2007– y porque el Plan Arquímedes supone muchas más obras de infraestructura aparte del megapuerto; tantas, que el plan completo tiene un componente norte y un componente sur.
De hecho, para los científicos con los que hablé, involucrados en el golfo, el mayor daño ambiental no lo causaría el puerto, sino la terminación de la carretera Ánimas-nuquí, o el tren que han propuesto en los últimos dos años tras no haber obtenido las licencias ambientales para tres tramos de la carretera que suman cincuenta y siete kilómetros entre El Afirmado y Copidijo. Estos proyectos, dicen, obligarían a romper la cobertura vegetal del bosque primario, crucial para mantener compacta una topografía absolutamente sensible a la erosión. “la montaña se vendría sobre las playas”, dicen.
El Plan Arquímedes está cimentado sobre lo que podría denominarse la lógica NBI. NBI es la metodología que utiliza el Dane para medir el cubrimiento de las necesidades básicas insatisfechas. De acuerdo a ella, el Chocó es un departamento abiertamente pobre donde urge entonces intervenir con propuestas de infraestructura como Arquímedes, que a su vez traerá “desarrollo”, que a su vez traerá “empleo”, que a su vez traerá el hospital que el municipio de Nuquí lleva décadas esperando.
Pero no termina uno de leer la cadena de subordinaciones y ya entiende la trampa del argumento: ¿por qué el hospital, obligación del Estado, resulta hoy condicionado, para estas comunidades del Pacífico, a la aceptación del Plan Arquímedes?
La vida de Josefina Klinger, lideresa territorial y fundadora de la organización Mano Cambiada, bien puede comprenderse como respuesta a esta pregunta y a la lógica NBI. “NO todo nos falta. La selva y el agua, que desde que éramos niñas nos dijeron impedían nuestro ‘progreso’, no son nuestros enemigos. Nosotros somos la biodiversidad. Este territorio y sus comunidades somos la riqueza”.
Klinger empezó a trabajar en turismo en 1991. Rápidamente descubrió que todo iba a salir mal. Si no hacían algo, el golfo iba a convertirse en otra Cartagena. “nosotros no somos un hotel con pueblo; somos un pueblo con historia”. Cambiar el paradigma que señala al Chocó como “tierra pobre” requería, a juicio de Klinger, poner en marcha un modelo económico acorde con otra visión de desarrollo. “hace veintidós años, cuando empezó a
hablarse del puerto, la comunidad no estaba preparada. Ni siquiera hoy acabamos de estar unificados”.
Mano Cambiada administró la concesión del Parque Utría a través del modelo de turismo comunitario –donde representantes de la comunidad participan de manera directa como proveedores y gestores de servicios turísticos– entre 2010 y 2018. Solo al séptimo año alcanzaron punto de equilibrio. Tardaron tanto por el tipo de contrato que ofrece Parques Nacionales Naturales y por la falta de infraestructura turística.“nadie quería encargarse de eso. Pero yo tenía que romper el paradigma de que lo comunitario no es serio o es de pobres”.
Hoy el turismo comunitario convive con el ecoturismo de alta gama para extranjeros en el golfo de Tribugá. Sin embargo, tal convivencia está lejos de ser una tensión resuelta. “Hay gente de afuera que usted ve de activistas contra el puerto. Pero también vienen y compran territorio barato por cinco o quince millones. Con esos personajes tengo mis distancias. Son otras formas de desplazar”.
En el discurso de Klinger recurren dos elementos más: la metáfora de la ensenada de Utría como fuerza femenina y la importancia de educar a los jóvenes del municipio en una visión alternativa de desarrollo:“los docentes te declaran no grata cuando los confrontas. La educación va por un lado y la dinámica social y productiva del territorio, por otro. Mientras más desesperanzados estemos, mientras más consigan sembrar esa desesperanza en los jóvenes, más vamos a creer que la salvación viene de afuera”.
“SU VIDA ES EL BOSQUE”
Los poblados del golfo detribugá son muy distintos entre sí en tamaño, en manejo de playas, en acceso a servicios públicos, en cercanía al turismo extranjero o al turismo comunitario. tribugá, dentro de la ensenada en cuya costa exterior está planeado el puerto, es hoy el único pauperizado. Hay menos comercio, la vida nocturna es escasa y se habla del 30 % o 40 % de su población desplazada.
Estas tierras litorales chocoanas tienen otras singularidades biogeográficas. Comprendí varias cuando conversé con María José Sanín, una de las primeras científicas en sumarse a Expedición Tribugá. Sanín es especialista en biogeografía de plantas y conoce el golfo desde niña. Sus principales intereses en los últimos años han sido la ecología y la genética de poblaciones. Ha venido recogiendo datos y trabajándolos con geólogos para comprender cómo se levantaron los Andes. Intentó conseguir financiación para investigar en la serranía del Baudó, pero nunca se la dieron. Por eso acabó concentrándose en los Andes.
En las montañas costeras, cuando hay exceso de humedad, con subir unos pocos metros sobre el nivel del mar suelen ocurrir recambios de especies. Ese reemplazo, llamado “zonación”, en Jánano se acorta y se compacta de manera asombrosa. “a cuatrocientos metros cambia por completo el ambiente abiótico. Hay palmas y árboles diferentes, la luminosidad misma se transforma. y en la cima, a 623 metros, es como si estuvieras en un bosque de niebla a dos mil metros, achaparrado, lleno de musgo, de epífitas, de helechos arbóreos, con el mar al frente. todo esto explica en parte la altísima presencia de plantas endémicas”.
De aquella cima que hizo en Jánano en 2018 junto al equipo de Expedición Tribugá, Sanín recuerda con lujo de detalles la destreza de Veneno y Poito, los guías emberá: la manera como levantaron el campamento en minutos; los cortes con que construyeron camarotes para ellos. Mientras ella abría la bolsa de lentejas, veneno caminó hasta la quebrada, cazó una langosta de veinte centímetros, hizo un fuego y empezó a cocinarla.
Sanín me habló del conocimiento indígena de las plantas medicinales de la serranía y de nuestra absoluta ignorancia al respecto como colombianos.“¿qué ha determinado que haya tantas especies en nuestros ecosistemas? Para mí no hay otra pregunta más importante para definir nuestra cultura. Queremos definirnos como exportadores de café, como futbolistas, pero esos no son los rasgos contundentes de la biodiversidad de nuestro territorio, que es nuestra fortaleza”.
Le pregunté por un asunto que hace años me perturba: ¿por qué, a pesar de la enorme cantidad de información científica disponible, y ante la emergencia climática, la mayoría de las personas no transformamos nuestros hábitos? “Desaparecimos una pieza fundamental: la experiencia. Si le preguntas a un indígena emberá por qué es importante el bosque, él no va a listarte todo lo que sabe, porque para él la pregunta es ilógica. Él es el bosque, su vida es el bosque”.
MERCADO DE CARBONO
Paso la mañana del viernes 8 de noviembre de 2019 en Nuquí con Harry Mosquera, representante legal del Consejo Comunitario General Los Riscales –detentor del título colectivo que recoge a las nueve comunidades afro que habitan el golfo de Tribugá–. Sigue agitado por el trabajo de vigilancia electoral de la semana anterior y atiende la visita de Samira Moreno, coordinadora en Bogotá del Instituto de Investigaciones Ambientales del Pacífico.
Entramos al local de Riscales. Estányefer Gamboa y dos sujetos de su equipo. Gamboa acaba de ser elegido alcalde de Nuquí (Mosquera fue su jefe de debate). El ambiente no es de celebración. Ganaron con 1.425 votos. El segundo en la contienda, Guillermo Mena, del Partido de la U, representante de doce años de continuismo y partidario del puerto, sacó 1.384 votos. Cuarenta y un votos de diferencia en un electorado potencial de 5.894 personas.“el sábado el voto lo estaban pagando a quinientos mil pesos”. Recojo mi mandíbula del piso. ¿Quién puede pagar semejante cantidad de dinero por un voto, considerando que más del 75 % de la población participó?
Moreno es la que más habla. Tira línea y hace preguntas. Su principal preocupación es la
formulación del Plan de Desarrollo. ambas autoridades territoriales le reportan: el plan recogerá necesidades básicas insatisfechas demandadas por la gente. “la interconexión a una central eléctrica. El alcantarillado y el pavimento en las calles. temas sociales: los jóvenes se nos están devolviendo, pero para buscar cocaína en el mar”.
Moreno les cuenta sobre cierta gestión que intentó hacer en la Dirección Nacional de Planeación: producir un instructivo que indicara cómo deben formularse los Planes de Etnodesarrollo y los Planes devida de comunidades afro e indígenas, y obligar a alcaldes y gobernadores, con población étnica en sus territorios, a incorporarlos. No tuvo éxito.“en el DNP no se enteran… Es el racismo estructural; el racismo no es ‘me discriminaron’; el racismo es que se niegan a incorporar la mirada de desarrollo de los indígenas y los negros en la planeación de país”.
Más tarde, en el muelle de Nuquí, pensando en Klinger y en sus tesis sobre la necesidad de un modelo alternativo de desarrollo para la región, le pregunto a Mosquera por los avances de Riscales en materia de bonos de carbono.
El mercado de carbono es la punta de lanza de los “servicios ecosistémicos”, que permiten tasar en dólares los servicios de la naturaleza; calcular, por ejemplo, el valor de una hectárea de manglar en términos de su condición de salacuna y fijador de carbono. Un análisis reciente del FMI estimó el valor de una ballena en varios millones de dólares, considerando que cada una puede llegar a absorber treinta y tres toneladas de CO2 a lo largo de su vida, para no hablar del equilibrio que constituyen junto al zooplancton y el fitoplancton, organismos que aportan la mitad del oxígeno en la atmósfera de la Tierra.
En particular, el mercado de carbono se refiere a la compra y venta de “crédito” que representa la captura o emisión evitada de una tonelada métrica (t) de dióxido de carbono equivalente (tco2e). Sé que Riscales lleva años concretando esta posibilidad, en marcha en otras nueve zonas de protección de bosques del Chocó biogeográfico.
Mosquera me actualiza. En octubre de 2019, el Fondo Sueco-noruego, sus socios en una primera fase, cerraron la línea de bosques y climas en Colombia. Buscaron entonces otro socio y encontraron a ICO Internacional. “ellos pondrán los recursos que hacen falta para la fase de verificación. Para julio de 2020 queremos tener ya en la plataforma carbono disponible para el mercado”.
Le pregunto si Riscales no ha tenido reservas frente a este mecanismo –creado por Naciones Unidas en 2005–, porque parece un invento de la propia economía de mercado para paliar los excesos del capitalismo salvaje. Me contesta despacio, con la seguridad de quien lleva generaciones meditando las cosas. “En este siglo, las comunidades hemos decidido un viraje. El mercado de carbono nos asegura la permanencia de los recursos naturales, nuestra subsistencia, al tiempo que nos permite capitalizarnos. No es la lógica capitalista imponiéndonos nada. Somos nosotros en un negocio compatible con el modelo de desarrollo que hemos elegido para resolver tareas inaplazables que aún tenemos en los territorios”.
SABERES TRANSFORMADOS
Andrés Osorio tiene un PHD en Ingeniería Portuaria. Dirige el grupo de investigación Oceánicos de la Universidad Nacional sede Medellín. Paula Zapata tiene un PHD en Biología Marina y Ecología, volvió al país hace tres años y se incorporó al grupo de robótica submarina de la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín, en la Facultad de Ingeniería. Ambos formaron parte de la tercera salida de Expedición Tribugá.
Para Osorio, la ingeniería portuaria es cada vez más una forma de bioingeniería. “ya no podemos pensar en domar la naturaleza”. Osorio me habla de la emergencia climática y de la desaparición acelerada de las costas sembradas de cemento por nuestra especie desde hace siglos. Luego me cuenta sobre las nuevas tareas en su campo: “Ahora empiezan a pedirnos la restauración de un bosque o de un ecosistema de manglar”. Una mutación similar describe Zapata: hoy la biología marina que trabaja con equipos de exploración submarina está obligada a recolectar datos de acuerdo a intereses públicos definidos.
En buques o pequeñas embarcaciones equipadas con sensores acústicos y ópticos, científicos e ingenieros como Zapata y Osorio procuran información oceanográfica y geomorfológica del fondo marino: dónde hay pendientes, rugosidades, sedimentos; de qué tipo son; cómo se comportan las columnas de agua. Con esa información levantada, y la intervención de inteligencia artificial, producen mapas. A partir de esos mapas y del intercambio de conocimientos con pescadores nativos, eligen ciertos puntos estratégicos y se sumergen con buzos o con vehículos autónomos no tripulados para caracterizar la biodiversidad: corales, peces, distribución de las especies, comerciales y ecológicas. “así funciona la Planeación Espacial Marina”, explica Zapata.
Ambos científicos, junto a otros colegas que participaron en el documental, han empezado a planear este trabajo sofisticado de cartografía del golfo detribugá con el propósito de que las comunidades tomen decisiones informadas –los estudios de Invemar hasta ahora disponibles son viejos e insuficientes–. En 2020 cerrarán una propuesta y saldrán a buscar fondos internacionales.
En 2019 quisieron presentarse a la convocatoria de Colciencias para fortalecer el Sistematerritorial de Ciencia, tecnología e Innovación. Necesitaban aliarse con un proponente local. La entidad natural debía ser Codechocó, pero, a su juicio, la corporación es un fortín politiquero y está a favor del puerto, así que no perdieron el tiempo. (Le escribí a Teófilo Cuesta-borja, director de la corporación entre 2016 y 2019, preguntándole al respecto, pero no me contestó.)