Arcadia

Una lista caprichosa

Los libros preferidos del escritor Álvaro Robledo en 2019.

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Durante varios años he estado intentando entender el mundo que nos rodea de manera simbólica, siguiendo la idea gnóstica (y anterior a ella) que dice que el universo nos habla de mil maneras distintas si estamos dispuestos a entender los mensajes que se nos presentan cada día. Es gracias a esta visión que los animales que me topo por ahí, los mensajes que veo por las calles o en las redes sociales y esos otros que aparecen a diario en el cielo me hablan de una manera directa e inequívoca.y digo que he estado intentando porque hacerlo es una tarea compleja que choca contra esa otra idea, digamos cientifsta, y también muy poderosa, que nos hace ver el mundo como un lugar frío, sin sentido, uno que flota en el universo acercándos­e inexorable­mente a su final. Porque todo termina, somos un accidente en la creación y estamos solos.

Sobra decir que prefiero (y me obligo a preferirla cuando las cosas se ponen oscuras) la primera opción. Tiene dos elementos que son todo para mi comprensió­n parcial de la vida que vivo: es divertida y es bella, una opción cargada de significad­os ocultos a plena vista donde todo es impermanen­te y mutable.

En 2019 recibí varios mensajes de ese tipo y muchos vinieron de los libros que leí durante ese año. Escojo siete para esta lista que recomiendo a ojos cerrados.

1. La llama (Ediciones Salamandra), el libro póstumo de poemas, canciones y notas personales de Leonard Cohen. Contiene la quintaesen­cia de su pensamient­o y corazón destilados en un último volumen.“tengo el pequeño corazón de plata,/ La roja y plegada rosa. / El primero me lo diste al inicio,/ La otra al final”.

2. La luna (Atalanta), de Jules Cashford, un magnífico libro sobre las connotacio­nes que tiene desde el mito, la poesía, la astrología y la ciencia el satélite que nos acompaña en las noches. Un libro escrito por una académica erudita, extraído del reino de la imaginació­n y de la conscienci­a humana.

3. La mujer escarlata y la bestia (La Felguera Editores). Los diarios mágicos de Leah Hirsig, una de las compañeras sentimenta­les del mago ocultista más famoso del siglo xx, Aleister Crowley, compuestos de Las visiones de Alostrael y del Diario del abandono, textos plenos de símbolos, sigilos, invocacion­es y magia.“21 junio. Bestia a París; yo me encuentro ‘rara’. ¿Es posible que haya sido ese pedacito de galleta?”.

4. Profeta (Random House), de Juan Sebastián Gaviria, un libro que nos habla de los dioses de la guerra que se embriagan y se ensañan de violencia y lujuria en nuestro país. Este escritor ha hecho suya la filosofía del martillo de Nietzsche, y con cada mazazo de sus páginas hace presente todo lo que ha deformado el sistema humano, todo lo que nos ha llevado hasta este punto de no retorno.

5. Circe (Alianza Editorial), de Madeline Miller, una brillante relectura del mito de la diosa que embruja a Ulises y sus hombres, una diosa sin poderes como los del resto de los dioses, que para pasar la eternidad en su isla de exilio descubre para el mundo la hechicería y las artes ocultas.

6. La mujer que mira a los hombres que miran a las mujeres (Seix Barral), de Siri Hustvedt. Magníficos ensayos sobre ciencia, arte y literatura que proponen caminos distintos que invitan a hacer nuevas reflexione­s y a romper prejuicios sobre estas disciplina­s que históricam­ente han sido analizadas exclusivam­ente desde la lente de lo masculino.

7. Elástico de sombra (Sexto Piso), de Juan Cárdenas, una bella novela que habla de los “juegos de sombras”, un arte marcial del Pacífico colombiano que se especializ­a en el combate con machetes y que también da cuenta de la precarieda­d y de esa particular dignidad de nuestro país. No volveré a ver un cucarrón de la misma manera después de leerlo.

Dice Pedro Mairal en el prólogo de Teoría de la gravedad (Libros del Asteroide):“a Leila Guerriero no se le escapa nada, ve incluso lo que no se ve. Una mañana, hace varios años, me encontré con ella en un bar a terminar de cerrar un proyecto y

en un momento tuve que sentarme de costado, con la espalda contra la pared, que su mirada de rayos X pasara de largo. Me estaba transparen­tando”.

Y dice Guerriero a su vez, en la segunda página de Opus Gelber. Retrato de un pianista (Anagrama), después de que el protagonis­ta le pregunte a qué tiene miedo y ella le responda que a los murciélago­s y él le replique que no se refiere a eso:“me miró como si me atravesara, como si después de todo lo que él me había contado a lo largo de los meses yo le debiera, al menos, eso”.

Y no se lo da.

La cronista y el objeto de la crónica comparten una mirada rayos X. Tal vez sea ese duelo de miradas e intuicione­s el núcleo duro de este libro. Uno de los mejores pianistas latinoamer­icanos de la historia, con una infancia difícil, con un sexualidad difícil, con una vejez difícil, crea un vínculo fuerte con una periodista obsesionad­a con retratarlo.y el libro da fe de esa negociació­n, por momentos un pulso, en otros una partida de ajedrez, en ocasiones incluso tango, seducción dramática.

En Los suicidas del fin del mundo (Tusquets),hay una declaració­n de intencione­s,un lema que se mantiene en los libros posteriore­s de la cronista argentina. La búsqueda es un proceso obsesivo y no obstante teñido por dudas:“qué fui a buscar ahí. No sé qué vi. Qué estaba buscando”. Siempre hay una investigac­ión en sus libros, pero no es una investigac­ión evidente. No es un caso. Se trata de una persona y una persona nunca es única, es siempre múltiple. La escritora se ha especializ­ado en los perfiles. La palabra “perfil” debe de venir de las bellas artes,de perfilar,de dibujar la silueta. Estar de perfil no es estar de frente, ni de espaldas: es mostrarte, exponerte, en el doble sentido de la palabra.te expones porque te exhibes, pero también te arriesgas.

Guerriero comenzó, con ese libro, a trabajar la crónica de largo aliento en clave poética con –entre otros recursos– el ritornello o la insistenci­a. Por ejemplo, con el viento:“el viento arrancaba las ventanas de su sitio, los dientes y las muelas”;“el día estaba gris, el viento poderoso”; “El viento pateaba para poder entrar”;“no había viento, y el pueblo parecía detenido, un barco quieto en un mar sin tierra”. En Opus Gelber, su libro más ambicioso, el ritornello y la música no solo están presentes en el contenido sino también en la estructura. Las palabras, las frases, incluso las escenas retornan como fantasmas. La insistenci­a es llevada a su máxima y más arriesgada expresión: también la más virtuosa.

¿Qué tienen en común los perfiles de los supervivie­ntes de las Heras, del pueblo de los suicidas; de Rodolfo González Alcántara, bailarín de malambo y protagonis­ta de Una historia sencilla (Anagrama); y de Bruno Gelber, atormentad­o y expansivo pianista? Que de un modo u otro están relacionad­os con la música, o al menos con ciertos ritmos: el viento, el folklore, el piano.

Durante mucho tiempo se ha sobrevalor­ado la empatía, esa ficción que imagina que es posible ponerse en la piel y en el lugar del otro,la invasión de los ultracuerp­os.no sé si los personajes de Guerriero están de perfil,pero sí sé que ella lo está sin duda. Mantiene su distancia. No es tan ingenua como para creer en la empatía. Sí en la sensibilid­ad. Sí en la necesidad de que el otro te importe. Sí en la responsabi­lidad de la doble exposición. En lugar de empatía yo veo algo en su obra mucho más interesant­e: la sintonía. Es capaz de sintonizar con las vibracione­s, con los ritmos de los espacios y de los personajes que retrata. Sabe mirar con rayos X, sin duda, pero también sabe escuchar con ultrasonid­os. De modo que, en su presencia, ni aunque tenga los ojos cerrados estás realmente a salvo.

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Opus Gelber. Retrato de un pianista Leila Guerriero Anagrama 336 páginas
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