Cuidar el patrimonio
El pasado 13 de febrero, en el Centro Ático de la Universidad Javeriana en Bogotá, el cineasta y gestor cultural Felipe Aljure dijo esto al hablar del lanzamiento de la edición 60 del Festival Internacional de Cine de Cartagena de Indias (Ficci): “Este no es un proyecto cultural diseñado para hacer plata, sino que es un espacio para generar reflexión”. Aljure lo decía no solo para enfatizar su rol como director artístico del festival, sino por una razón específica. Este año habría podido servir para celebrar por todo lo alto el hecho de que Colombia, a pesar de todas las dificultades, tiene un escenario cinematográfico como el Ficci, desde hace casi tantos años como ha durado el conflicto armado. Pero no lo fue, al menos no en la medida en que esa celebración habría merecido, porque este año el Ficci arrancó cercenado: RCN Televisión, un patrocinador determinante, le quitó el apoyo; los cambios de gobernadores y alcaldes hicieron dispendiosa e ineficiente la gestión de recursos, y el desgaste llevó a que el evento en el Centro Ático se hiciera apenas pocas semanas antes del inicio y a que, al cierre de esta revista, todavía quedaran algunas incertidumbres.
Así y todo, y más allá de las críticas que pueda haber por la eliminación de las competencias en el Ficci y otros asuntos del viraje que Aljure le ha dado desde 2018, sus organizadores harán este año, de nuevo, un festival gratuito e inclusivo con altura: lo inaugurará la nueva película de Ciro Guerra, Esperando a los bárbaros, basada en la novela del nobel de literatura sudafricano J. M. Coetzee y protagonizada por Johnny Depp (en la imagen); el director alemán Werner Herzog estará en Cartagena y será homenajeado; los asistentes podrán escoger entre una selección de ciento noventa y cinco películas; habrá el Encuentro de Productores, el Encuentro de Festivales y el Primer Foro Indígena Andino, apoyado por el Sundance Institute y Proimágenes; se lanzará el programa de estímulos del sector y se inaugurará la gran red latinoamericana de circulación Ameribérica. Esto será posible gracias a que, en medio de la crisis, el sector ha rodeado al Ficci y a que Cine Colombia, la Javeriana, Proimágenes, el Ministerio de Cultura y el aparato interministerial de la Economía Naranja supieron reaccionar y dar apoyo. Pero también es el resultado de algo que, en el fondo, ha sido una realidad recurrente en el sector cultural: la de que el éxito depende muchas veces de saber trabajar con las uñas.
No puede ser que saber arañar recursos siga sintiéndose normal, ni que esa práctica sea la base de la supervivencia de una plataforma cultural y artística que tiene un valor patrimonial. Cuando Felipe Aljure dice que el Ficci no es un proyecto diseñado para hacer plata señala que la labor del festival no puede ser solamente garantizar su propia existencia, sino que debe sobre todo aumentar su impacto. La pregunta termina siendo a quién le pertenece el festival y quién responde por su futuro. No les pertenece, en todo caso, a su equipo de directores ni a su junta; les pertenece al sector y al público, en Colombia y América Latina, y es parte constitutiva de nuestra cultura, la misma que nos hace seres pensantes y críticos y la misma en que se cimienta la idea de una comunidad creativa, condición de cualquier noción de industria cultural y creativa.
En un país intimidado durante décadas por la violencia, el patrimonio vive y habita oficios y saberes, pero también los lugares donde esos saberes y los bienes que producen circulan, como las ferias y festivales, en región y en ciudad. Si vamos a garantizar su futuro, el apoyo a estos necesita ser contundente. Lo necesitará no solo el Ficci en 2021, sino también, a la vuelta de pocos meses, el Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá, otrora gran epicentro de la cultura colombiana, hoy herido, en parte, por cuenta del descuido como al que este año sometimos al Ficci.