Arcadia

Judíos en Caracas

- Thomas Wagner

El servicio ya ha comenzado cuando Eduardo Cudisevich entra a la sinagoga en el centro de Caracas. Cudisevich, de cincuenta y tres años, calvo, el bigote y la barba rubios, va de banco en banco, da la mano y conversa con amigos:“¿cómo estás? ¿Cómo te va?”.

El murmullo no incomoda a Jaime Drach. Desde el podio, en el centro de la sinagoga, Drach canta y cita en voz alta la Torá. “En los trópicos manejamos el servicio un poco más relajado”, dice después de la liturgia.

Drach es astrofísic­o. Como es uno de los pocos que lee hebreo con fluidez y la sinagoga no tiene dinero para contratar a un rabino, ahora suele dirigir las oraciones públicas.

La historia de la comunidad judía en Venezuela se remonta a principios del siglo xix, cuando los primeros judíos sefardíes se trasladaro­n de las islas del Caribe al continente. A partir de los años veinte del siglo pasado, llegaron judíos askenazíes de Europa del Este, y en 1939, Venezuela les concedió asilo a refugiados judíos que llegaron en dos barcos huyendo del nazismo, después de que otros países los rechazaran.

En la década de los ochenta, alrededor de doscientas personas se reunían para rezar en la sinagoga Rabinato de Venezuela. Hoy quince hombres están sentados, y un poco perdidos, en los bancos de madera. Las mujeres han tomado asiento en un compartime­nto separado por una pared de vidrio.

Cuando Hugo Chávez fue elegido presidente en 1998, unos veinticinc­o mil judíos vivían en Venezuela. Hoy quedan quizás siete mil. “Nadie sabe la cifra con certeza, porque la comunidad no hace censos”, dice un integrante que no quiere ser nombrado.

El actual éxodo judío desde Venezuela, especialme­nte hacia Israel y Estados Unidos, es solo una pequeña fracción de uno de los mayores movimiento­s migratorio­s del presente. Cuatro millones de venezolano­s han dejado Venezuela en los últimos años, huyendo de la crisis humanitari­a que ha provocado el gobierno.

Entré en contacto con la comunidad judía de Venezuela hace diez años, cuando unos vándalos atacaron una sinagoga en Caracas. Entrevisté al portavoz de la comunidad de aquel entonces.también visité su museo y unas tiendas kosher. El éxodo ya había comenzado, pero la comunidad aún hablaba abiertamen­te con periodista­s.

En 2019, cuando retomé la investigac­ión, todo había cambiado. Mis contactos de aquella vez habían salido del país con rumbo desconocid­o, y todos los judíos que contacté rechazaron mostrarse ante la cámara.“tienen miedo del gobierno”, me dijo un miembro de la comunidad.

Una tarde me senté en el jardín de un empresario textil en un barrio de clase alta de Caracas. La electricid­ad se había vuelto a cortar en todo el país. No podía trabajar. No podía ducharme. No podía comprar comida. No podía hacer llamadas telefónica­s. Empecé a sentir lo que sentía la mayoría de venezolano­s: que había perdido el enfoque, que estaba esperando a que algo pasara.

Un conocido judío me preguntaba entonces si era religioso. Le dije que no. “Eso debe ser difícil –contestó–. Debes sentirte terribleme­nte solo”. Supe entonces por qué me interesaba el tema. Los venezolano­s judíos tienen algo de lo que muchos de sus compatriot­as carecen: una comunidad, más allá de los lazos familiares, que les ayuda a sobrevivir en medio del colapso. La religión no consiste solo en rezar y creer. También permite formar parte de una comunidad y apoyarse mutuamente. Permite una resistenci­a. Por eso quise enfocar la historia fotográfic­a en algunas de las personas que han decidido quedarse y mostrar cómo la religión les ha ayudado a tener ese coraje.

La comunidad judía de Venezuela sigue financiand­o una impresiona­nte red de institucio­nes comunitari­as y caritativa­s. ¿Cuántos años más lo podrá hacer? Quise así documentar un mundo en riesgo de desaparece­r.

 ??  ?? Eduardo Cudisevich, cincuenta y tres años, es venezolano, judío askenazí y ecologista. Es uno de los más fieles asisieníes a la liturgia judía en la sinagoga del centro de Caracas. Cuando le expliqué el tema de mi investigac­ión, a diferencia de otros, me invitó de inmediato a su casa. Y es que los judíos que se han quedado en Venezuela a pesar de la crisis temen ser figuras demasiado públicas. Le temen al Gobierno.
Eduardo Cudisevich, cincuenta y tres años, es venezolano, judío askenazí y ecologista. Es uno de los más fieles asisieníes a la liturgia judía en la sinagoga del centro de Caracas. Cuando le expliqué el tema de mi investigac­ión, a diferencia de otros, me invitó de inmediato a su casa. Y es que los judíos que se han quedado en Venezuela a pesar de la crisis temen ser figuras demasiado públicas. Le temen al Gobierno.
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